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Desarrollo


Capítulo VIII De cómo Diego de Almagro salió de Panamá en busca de su compañero con gente y socorro, y de cómo le quebraron un ojo y cómo se juntó con él El capitán Francisco Pizarro salió de Panamá con su gente, como se ha escrito. Diego de Almagro y el padre Luque entendieron en fornecer otro navío y allegar gente para que el mismo Almagro saliese a los buscar con aquel socorro; y como Almagro era diligente y de tanto cuidado, brevemente lo puso en orden; pidiendo licencia a Pedrarias salió de Panamá antes que hubiese llegado Ribera el tesorero ni se supiese cosa ninguna del suceso de Francisco Pizarro ni que había hecho Dios de él. Dicen unos que sacó Almagro de esta vez de Panamá sesenta y cuatro hombres, otros dicen que setenta; poco va en esto. Embarcáronse él y ellos en el puerto y navegaron la costa arriba en busca de los cristianos, los cuales estaban en Chicama, pasando su fortuna, curándose los heridos, y los sanos buscando lo que les faltaba, y murieron algunos de enfermedad. Y otros estaban hinchados, y los caimanes comieron de ellos por los ríos; cuando pasaban de una parte a otra, los mosquitos los fatigaban demasiadamente. Pues como Diego de Almagro saliese de Panamá enderezaron su derrota por la costa arriba al poniente para buscar los cristianos porque no sabían cosa cierta de donde pudiesen estar, y tomando la costa saltaron en el batel en los puertos que hallaban sin dejar ninguno. Y como no topasen con ellos, anduvieron hasta que llegaron al puerto del "pueblo quemado", donde primero había estado Pizarro con sus compañeros.

En los puertos que había visto, conocido estaba por las cortaduras de machete y por pedazos de alpargates y otras cosas, cómo habían estado en los más de ellos. En este "pueblo quemado" determinó Almagro, con cincuenta españoles, de subir al pueblo y ver lo que había. Los naturales de él habíanlo fortalecido con palenque fuertemente para defenderse de los cristianos, si otra vez volviesen a ellos y sabían bien dónde estaba Pizarro y de la venida de Almagro; y acaudillándose todos se juntaron con determinación de procurar la muerte a quien, por los robar y echar de sus casas y cautivalles sus mujeres y hijos se la venía a dar a ellos. Almagro, con los que le acompañaban, vieron la fuerza del pueblo y conocieron que había gente de guerra dentro, mas no por eso pensaron de se retirar, antes determinaron de dar en el pueblo y ganar a la fuerza; mas como llegaron cerca fue tan grande la grita y estruendo que los indios hicieron, y las voces que daban (que afirman algunos y lo cuentan por muy cierto) que ciertos españoles de los que iban, que los más eran naturales de cerca de Sayago, se espantaron y amedrentaron tanto de ver las fieras cataduras de los indios y la grita que daban que estuvieron por volver las espaldas de puro temor. Almagro, con los que le siguieron, arremetió para los indios que ya comenzaban de tirar dardos y tiraderas, amenazándoles de muerte porque así entraban en su tierra contra la voluntad de ellos sin les deber nada. Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron en ellos con el silencio que suelen tener cuando pelean, y mataron y hirieron a muchos de ellos, y tanto les apretaron, que a su pesar les ganaron el palenque, habiendo primero un indio de aquéllos arrojado una vara contra Almagro y apuntó tan bien, que le acertó en un ojo y se lo quebró; y aun afirman que otros de los mismos indios venían contra él y que, si no fuera por un esclavo negro, lo mataran.

No desmayó, aunque salió herido tan malamente, ni dejó de hacer el deber hasta que los indios de todo punto huyeron; y fue por los suyos metido en una casa y lo echaron en una cama de ramos que le pudieron hacer muy tristes por haber acaecido tal desgracia y con toda diligencia fue curado como mejor se pudo hacer; y estuvieron en aquella tierra hasta que sanó del ojo, aunque no quedó con la vista, que primero en él tenía; y como estuviese sano se embarcaron en el navío echando muchas maldiciones a la tierra que dejaban y a los hombres que en ella vivían, diciendo que más parecía tierras para andar demonios que para vivienda de gentes. Partieron de aquel lugar, prosiguieron por la costa arriba su camino y no podían topar los cristianos, y saltaban en los puertos para ver si hallaban rastros; y como no topasen nada, sospechaban que todos debían de ser muertos, pues ellos y el navío no parecían. Con esta congoja navegaron hasta que llegaron al paraje del río de San Juan, y hallaron de la una parte y de la otra del río algunos pueblos, y les pareció ser mejor tierra que toda la que habían visto. Los indios de la costa y de aquel río, como veían el navío, espantábanse; no podían presumir qué fuese y concibieron grande espanto; algunos también hubo que sabían lo que era y que no se holgaban de lo ver por la noticia que tenían. Pues como Almagro hubiese llegado hasta el río de San Juan sin haber topado a sus compañeros ni rastro de donde estaban ni que el navío parecía, determinó de no pasar más adelante, sino de dar la vuelta a Panamá, creyendo sin duda alguna que Francisco Pizarro con los que con él salieron eran todos muertos; y así lo pusieron por obra con mucha tristeza y arribaron hasta que llegaron a las Perlas; adonde como saltasen en tierra supieron cómo Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro con sus compañeros estaba en Chicama, donde habían quedado cuando el navío partió.

Recibieron con esta nueva gran alegría y tornando a navegar fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, contando los de tierra los trabajos grandes que habían pasado y los muchos que se habían muerto; los del navío, por el consiguiente, les decían lo mucho que había que andaban buscándolos y cómo habían llegado hasta el río de San Juan; Francisco Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que hubiese perdido el ojo Almagro. Como se juntaron los dos compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, trataron de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Comenzado y estuviesen adeudados, no les convenía salirse afuera sino echar el resto y con ello aventurar las vidas; y acordaron que Almagro volviese a Panamá adobar los navíos, y volver con más gente para proseguir el descubrimiento; y, así como lo acordaron lo pusieron por obra, sacando en tierra todo el bastimento que había en la nao.

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