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Datos principales
Desarrollo
Capítulo VII De cómo los indios dieron con los españoles, y del aprieto en que se vio el capitán, y cómo los indios huyeron Habiendo los indios determinado de revolver sobre el capitán y los otros cristianos que con él quedaron, lo pusieron por obra y con grande estruendo y alaridos llegaron al lugar donde los cristianos estaban muy descuidados de pensar que los indios habían de venir a dar en ellos, mas, viendo los tiros de dardo y flechas que les tiraban, con sus rodelas y espadas, salieron para ellos yendo su capitán delante animándolos y poniéndoles esfuerzo para que tuviesen en poco a los muchos enemigos que sobre ellos tenían; y encomendándose a Dios nuestro señor, y llamando en su ayuda al apóstol Santiago, resistieron a los indios con gran esfuerzo. Y el capitán estaba muy temeroso no hubiesen los indios muerto a los cristianos que habían ido a entrar; los cuales, como los indios los dejaron, como mejor pudieron dieron la vuelta al real para se juntar con los demás sus compañeros. Los indios ahincábanse mucho por salir con su propósito matando a los cristianos; los cristianos, viendo lo que en ello les iba peleaban valientemente, y de los muchos golpes que recibieron de los indios fueron muertos dos españoles y heridos veinte, algunos mal. Y fue Dios servido que los españoles que habían ido con Montenegro llegasen, que a tardarse algo más sin duda los unos y los otros corrieran riesgo; mas como se juntaron cobraron ánimo y defendíanse de los indios.
El capitán fue de ánimo grande y con espada y rodela peleó siempre con esfuerzo, y este día lo tuvo harto: conocían los indios que quien más mal les hacía era él, y deseando de lo matar, cargaron muchos sobre él de tropel, y diéronle algunas heridas; y tanto le fatigaron que aunque tuvo siempre en la pelea una constancia, le hicieron ir rodando una ladera ayuso y abajaron algunos de ellos muy alegres pensando que le habían muerto, para le despojar y quitar las armas; mas él llevó tan buen tino y tal aviso, que llegando a lo que era más llano, se puso en pie con su espada alta con determinación de vengar él mismo su muerte antes que los indios se la diesen; y a los primeros que llegaron hirió, matando a uno o dos de ellos. En esto los españoles habían visto lo que había sucedido a su capitán, y muy enojados de los indios les dieron tal mano, que les hicieron volver las espaldas dando aullidos y gemidos, espantados de ver cómo los españoles tenían virtud tan grande en el pelear con silencio, y juzgaron que en ellos había alguna deidad. Fueron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, el cual hallaron en el aprieto que he dicho, herido de algunas heridas y lo subieron arriba y curaron de él y de los demás que estaba heridos, para los cuales había el refrigerio que el lector puede sentir, y aun para curarlos si hubo algún aceite para quemarles las heridas sería gran cosa. Visto por el capitán lo que les había sucedido y cómo no habían podido enviar el navío a Panamá por socorro y a lo aderezar porque estaba desbaratado y hacía por muchos lugares agua, tomando parecer con sus compañeros, se determinó por todos salir de aquel lugar, pues estaban en peligro, porque había muchos indios y los más de ellos estaban heridos y todos muy flacos y que la tierra era mala y llena de trabajos, y acordaron de embarcarse todos en la nao y arribar a Chicama, donde enviarían a Panamá el navío; y como mejor pudieron se embarcaron y volvieron a Chicama.
Y en el camino erraron a Diego de Almagro, que había salido de Panamá con socorro, como luego diré. De este lugar se determinó por Francisco Pizarro y sus compañeros que volviese el navío a Panamá a lo que se ha dicho y que fuese en el Nicolás de Ribera, tesorero, con el oro que habían habido a dar cuenta al gobernador como tenían buena noticia de delante; y fue hecho así, quedando todo el bastimento que había en la nao para que comiesen. Y pasaban de los trabajos dichos por ser tierra enferma y llena de montaña, tan continua en llover y tronar, como se ha dicho; frío no hace ninguno, mas la tierra es de gran humedad. Ribera, con los que iban en la nave, navegaron hasta que llegaron a las islas de las Perlas, donde supieron cómo Almagro había ido en busca de ellos en una nao; y porque los cristianos que quedaron en Chicama se alegrasen con saber tal nueva despacharon una canoa con el aviso al capitán. Llegado a Panamá el navío, Nicolás de Ribera y los que iban con él, dieron cuenta a Pedrarias de lo que hasta allí les había sucedido, desde que entraron en la tierra del cacique Peruquete. En Panamá estaban con deseo de saber cómo les había ido en el descubrimiento a Pizarro y sus compañeros, y espantáronse cuando oían de lo que habían pasado en los manglares donde andaban. Pedrarias mostró pesarle de que tantos españoles se hubiesen muerto; culpaba a Pizarro, porque perseveraba en el descubrimiento y por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal de los que bien lo hacen, publicó Pedrarias que le quería enviar un "acompañado" ( para que, teniendo otro igual a él se hiciese el descubrimiento sin tantas muertes; por esto, y por otras causas, dicen que Pedrarias quería enviar, a Francisco Pizarro, "acompañado".
Mas viniendo a noticia del maestrescuela don Hernando de Luque, su compañero, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba en aquello, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en servicio del rey, y otras muchas cosas le amonestó, suplicándole no proveyese novedad ninguna hasta ver el fin de la jornada. Y teniendo por justas las causas que le antepuso, para que no lo hiciese, el maestrescuela, no proveyó nada, y entendióse en adobar el navío. Así como lo he escrito me lo afirmó este Nicolás de Ribera, que hoy es vivo y está en esta tierra y tiene indios en la ciudad de los Reyes, donde es vecino. Y creed los que esto leyéredes, que en lo que escribo, antes me dejo mucho de lo que sé que más pasó, que no añadir tan sola una palabra de lo que no fue; y esto los varones buenos y honrados, sin lo saberlo alcanzaron y contentos en ver la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar filaterías, ni vocablos peregrinos, ni otras retóricas que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo, que el buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más. Y perdonadme si en esto me he alargado, porque para lo de adelante servirá sin más reiterar cosa de éstas. Y con tanto, volveré al propósito.
El capitán fue de ánimo grande y con espada y rodela peleó siempre con esfuerzo, y este día lo tuvo harto: conocían los indios que quien más mal les hacía era él, y deseando de lo matar, cargaron muchos sobre él de tropel, y diéronle algunas heridas; y tanto le fatigaron que aunque tuvo siempre en la pelea una constancia, le hicieron ir rodando una ladera ayuso y abajaron algunos de ellos muy alegres pensando que le habían muerto, para le despojar y quitar las armas; mas él llevó tan buen tino y tal aviso, que llegando a lo que era más llano, se puso en pie con su espada alta con determinación de vengar él mismo su muerte antes que los indios se la diesen; y a los primeros que llegaron hirió, matando a uno o dos de ellos. En esto los españoles habían visto lo que había sucedido a su capitán, y muy enojados de los indios les dieron tal mano, que les hicieron volver las espaldas dando aullidos y gemidos, espantados de ver cómo los españoles tenían virtud tan grande en el pelear con silencio, y juzgaron que en ellos había alguna deidad. Fueron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, el cual hallaron en el aprieto que he dicho, herido de algunas heridas y lo subieron arriba y curaron de él y de los demás que estaba heridos, para los cuales había el refrigerio que el lector puede sentir, y aun para curarlos si hubo algún aceite para quemarles las heridas sería gran cosa. Visto por el capitán lo que les había sucedido y cómo no habían podido enviar el navío a Panamá por socorro y a lo aderezar porque estaba desbaratado y hacía por muchos lugares agua, tomando parecer con sus compañeros, se determinó por todos salir de aquel lugar, pues estaban en peligro, porque había muchos indios y los más de ellos estaban heridos y todos muy flacos y que la tierra era mala y llena de trabajos, y acordaron de embarcarse todos en la nao y arribar a Chicama, donde enviarían a Panamá el navío; y como mejor pudieron se embarcaron y volvieron a Chicama.
Y en el camino erraron a Diego de Almagro, que había salido de Panamá con socorro, como luego diré. De este lugar se determinó por Francisco Pizarro y sus compañeros que volviese el navío a Panamá a lo que se ha dicho y que fuese en el Nicolás de Ribera, tesorero, con el oro que habían habido a dar cuenta al gobernador como tenían buena noticia de delante; y fue hecho así, quedando todo el bastimento que había en la nao para que comiesen. Y pasaban de los trabajos dichos por ser tierra enferma y llena de montaña, tan continua en llover y tronar, como se ha dicho; frío no hace ninguno, mas la tierra es de gran humedad. Ribera, con los que iban en la nave, navegaron hasta que llegaron a las islas de las Perlas, donde supieron cómo Almagro había ido en busca de ellos en una nao; y porque los cristianos que quedaron en Chicama se alegrasen con saber tal nueva despacharon una canoa con el aviso al capitán. Llegado a Panamá el navío, Nicolás de Ribera y los que iban con él, dieron cuenta a Pedrarias de lo que hasta allí les había sucedido, desde que entraron en la tierra del cacique Peruquete. En Panamá estaban con deseo de saber cómo les había ido en el descubrimiento a Pizarro y sus compañeros, y espantáronse cuando oían de lo que habían pasado en los manglares donde andaban. Pedrarias mostró pesarle de que tantos españoles se hubiesen muerto; culpaba a Pizarro, porque perseveraba en el descubrimiento y por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal de los que bien lo hacen, publicó Pedrarias que le quería enviar un "acompañado" ( para que, teniendo otro igual a él se hiciese el descubrimiento sin tantas muertes; por esto, y por otras causas, dicen que Pedrarias quería enviar, a Francisco Pizarro, "acompañado".
Mas viniendo a noticia del maestrescuela don Hernando de Luque, su compañero, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba en aquello, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en servicio del rey, y otras muchas cosas le amonestó, suplicándole no proveyese novedad ninguna hasta ver el fin de la jornada. Y teniendo por justas las causas que le antepuso, para que no lo hiciese, el maestrescuela, no proveyó nada, y entendióse en adobar el navío. Así como lo he escrito me lo afirmó este Nicolás de Ribera, que hoy es vivo y está en esta tierra y tiene indios en la ciudad de los Reyes, donde es vecino. Y creed los que esto leyéredes, que en lo que escribo, antes me dejo mucho de lo que sé que más pasó, que no añadir tan sola una palabra de lo que no fue; y esto los varones buenos y honrados, sin lo saberlo alcanzaron y contentos en ver la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar filaterías, ni vocablos peregrinos, ni otras retóricas que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo, que el buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más. Y perdonadme si en esto me he alargado, porque para lo de adelante servirá sin más reiterar cosa de éstas. Y con tanto, volveré al propósito.