Cómo Alonso de Estrada desterró de México a Cortés
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Desarrollo
Cómo Alonso de Estrada desterró de México a Cortés Muerto que fue Luis Ponce de León, comenzó el bachiller Marcos de Aguilar a gobernar y proceder en la residencia de Cortés; unos se alegraron de ello, y otros no; aquéllos por destruir a Cortés, éstos por conservarle, diciendo que no valían nada los poderes, y por consiguiente lo que hiciese, puesto que Luis Ponce no los pudo dar; y así, el cabildo de México y los procuradores de las otras villas que allí estaban apelaron y contradijeron aquella gobernación, y requirieron a Cortés en forma de derecho, ante escribano, que tomase el gobierno y justicia como antes lo tenía, hasta que su majestad mandase otra cosa. Mas él no lo quiso hacer, confiado en su limpieza, y para que el Emperador entendiese de veras sus servicios y lealtad; antes bien, defendía y sostuvo a Marcos de Aguilar en el cargo; y le requirió procediese a la residencia contra él. Pero el bachiller, aunque hacía justicia, llevaba las cosas del gobernador al amor del agua. El cabildo, ya que más no pudo, le dio por acompañante a Gonzalo de Sandoval, para que mirase por las cosas de Cortés, que era su más grande amigo. Mas Sandoval no quiso serlo, con acuerdo del mismo Cortés. Gobernó Marcos de Aguilar con muchos trabajos y pesadumbres, no sé si fue por sus dolencias, o malicias de otros, o por hallarse engolfado en muy alta mar de negocios. Se puso muy flaco, le dio calentura, y como tenía las bubas, viejo mal suyo, murió dos meses después, o poco más, que Luis Ponce de León; y dos antes que él murió también un hijo suyo, que llegó malo del camino.
Nombró y sustituyó por gobernador y justicia mayor al tesorero Alonso de Estrada; pues Albornoz había marchado a España, y los otros dos oficiales del Rey estaban presos; y entonces el cabildo y casi todos reprobaron la sustitución, que les parecía juego de entre compadres; y le dieron por compañero a Gonzalo de Sandoval y que Cortés estuviese a cargo de los indios y de las guerras. Duró esto algunos meses. El emperador, con el parecer de su Consejo de Indias, y por relación de Rodrigo de Albornoz, que partió de México, muerto Luis Ponce y enfermo Marcos de Aguilar, mandó y proveyó que gobernase quien hubiese nombrado el bachiller Aguilar, hasta que su voluntad fuese otra; y así, gobernando sólo Alonso de Estrada, no tuvo aquel respeto que se debía a la persona de Cortés por haber ganado aquella ciudad y conquistado tantas tierras, ni el que le debía por haberle hecho gobernador al principio; pues pensaba que por ser regidor de México, tesorero del Rey y tener aquel oficio, aunque de prestado, era su igual y le podía preceder y mandar, administrando justicia rectamente; y así, usaba con él muchos descomedimientos, palabras y cosas que ni al uno ni al otro estaban bien. De manera pues, que hubo entre ellos muchas cosillas, y se enconaron a que hubiera de ser peor que la pasada. El tal Alonso de Estrada, conociendo que si se iba con Hernán Cortés había de poder menos, se hizo amigo de Gonzalo de Salazar y de Peralmíndez, dándoles esperanza de soltarlos; y con esto era más parte que primero, aunque con bandos, que no convienen al buen juez, y con fealdad de la persona, que tanto se preciaba, del Rey Católico.
Sucedió que algunos criados de Cortés acuchillaron a un capitán por algunas palabras. Se prendió a uno de ellos, y luego a éste mismo le hizo Estrada cortar la mano derecha, y volver a la cárcel a purgar las costas, o por hacer aquella befa de Cortés, su amo. Desterró asimismo a Cortés para que no le quitase el preso; cosa escandalosa, y que estuvo México a punto de ensangrentarse aquel día, y aun perderse. Mas Cortés lo remedió todo con salir de la ciudad a cumplir su destierro; y si hubiese tenido ánimo de tirano, como le achacaban, ¿qué mejor ocasión ni tiempo quería para serlo que entonces, pues casi todos los españoles y todos los indios tomaban armas en su favor y defensa? Y no digo aquella vez, mas otras muchas pudiera haberse alzado con la tierra; empero ni quiso, ni creo que lo pensó, según con obras lo demostró; y ciertamente se puede preciar de muy leal a su rey, que si no lo hubiese sido, lo hubieran castigado. Y es el caso que sus muchos y grandes émulos le acusaban siempre de desleal, y con otras más infames palabras, de tirano y de traidor para indignar al Emperador contra él; y pensaban ser creídos, con tener favor en la corte y aun en el Consejo, según en otros lugares he dicho, y con que cada día perdían muchos españoles de Indias la vergüenza a su rey. Sin embargo, Hernán Cortés siempre llevaba en la boca estos dos refranes viejos: "El Rey sea mi gallo" y "Por tu ley y por tu rey morirás". El mismo día que cortaron la mano al español llegó a Tezcuco fray Luis Garcés, de la orden dominica, que iba hecho obispo de Tlaxcallan, cuya diócesis se llamó Carolense, en honor del Emperador Carlos, nuestro señor el Rey.
Supo el fuego que se encendía entre los españoles, se metió en una canoa con su compañero fray Diego de Loaisa, y en cuatro horas llegó a México, donde le salieron a recibir todos los clérigos y frailes de la ciudad, con muchas cruces, pues era el primer obispo que allí entraba. Intervino luego entre Cortés y Estrada, y con su autoridad y prudencia los hizo amigos, y así cesaron los bandos. Poco después llegaron cédulas del Emperador para que soltase al factor Salazar y al veedor Peralmíndez, y les devolviesen sus oficios y hacienda; de lo que no poco se afligió Cortés, que hubiese querido alguna enmienda de la muerte de su primo Rodrigo de Paz, y que le restituyeran lo que le habían cogido de su casa. Pero quien a su enemigo popa, a sus manos muere, y no miró que perro muerto no muerde. Él hubiese podido, antes de que llegara el licenciado Luis Ponce de León, degollarlos, como algunos se lo aconsejaron, que en su mano estuvo; mas lo dejó por evitar el decir, por no ser juez en su propio caso, por ser hombre de ánimo, por estar clarísima la culpa que aquéllos tenían de haber matado sin razón a Rodrigo de Paz; confiado en que cualquier juez o gobernador que viniese los castigaría de muerte, por la guerra civil que movieron e injusticias que hicieron, y aun porque tenían, como dicen, el alcalde por suegro; pues eran criados del secretario Cobos, y no lo quería enojar porque no le dañase en otros negocios suyos que le importaban mucho más.
Nombró y sustituyó por gobernador y justicia mayor al tesorero Alonso de Estrada; pues Albornoz había marchado a España, y los otros dos oficiales del Rey estaban presos; y entonces el cabildo y casi todos reprobaron la sustitución, que les parecía juego de entre compadres; y le dieron por compañero a Gonzalo de Sandoval y que Cortés estuviese a cargo de los indios y de las guerras. Duró esto algunos meses. El emperador, con el parecer de su Consejo de Indias, y por relación de Rodrigo de Albornoz, que partió de México, muerto Luis Ponce y enfermo Marcos de Aguilar, mandó y proveyó que gobernase quien hubiese nombrado el bachiller Aguilar, hasta que su voluntad fuese otra; y así, gobernando sólo Alonso de Estrada, no tuvo aquel respeto que se debía a la persona de Cortés por haber ganado aquella ciudad y conquistado tantas tierras, ni el que le debía por haberle hecho gobernador al principio; pues pensaba que por ser regidor de México, tesorero del Rey y tener aquel oficio, aunque de prestado, era su igual y le podía preceder y mandar, administrando justicia rectamente; y así, usaba con él muchos descomedimientos, palabras y cosas que ni al uno ni al otro estaban bien. De manera pues, que hubo entre ellos muchas cosillas, y se enconaron a que hubiera de ser peor que la pasada. El tal Alonso de Estrada, conociendo que si se iba con Hernán Cortés había de poder menos, se hizo amigo de Gonzalo de Salazar y de Peralmíndez, dándoles esperanza de soltarlos; y con esto era más parte que primero, aunque con bandos, que no convienen al buen juez, y con fealdad de la persona, que tanto se preciaba, del Rey Católico.
Sucedió que algunos criados de Cortés acuchillaron a un capitán por algunas palabras. Se prendió a uno de ellos, y luego a éste mismo le hizo Estrada cortar la mano derecha, y volver a la cárcel a purgar las costas, o por hacer aquella befa de Cortés, su amo. Desterró asimismo a Cortés para que no le quitase el preso; cosa escandalosa, y que estuvo México a punto de ensangrentarse aquel día, y aun perderse. Mas Cortés lo remedió todo con salir de la ciudad a cumplir su destierro; y si hubiese tenido ánimo de tirano, como le achacaban, ¿qué mejor ocasión ni tiempo quería para serlo que entonces, pues casi todos los españoles y todos los indios tomaban armas en su favor y defensa? Y no digo aquella vez, mas otras muchas pudiera haberse alzado con la tierra; empero ni quiso, ni creo que lo pensó, según con obras lo demostró; y ciertamente se puede preciar de muy leal a su rey, que si no lo hubiese sido, lo hubieran castigado. Y es el caso que sus muchos y grandes émulos le acusaban siempre de desleal, y con otras más infames palabras, de tirano y de traidor para indignar al Emperador contra él; y pensaban ser creídos, con tener favor en la corte y aun en el Consejo, según en otros lugares he dicho, y con que cada día perdían muchos españoles de Indias la vergüenza a su rey. Sin embargo, Hernán Cortés siempre llevaba en la boca estos dos refranes viejos: "El Rey sea mi gallo" y "Por tu ley y por tu rey morirás". El mismo día que cortaron la mano al español llegó a Tezcuco fray Luis Garcés, de la orden dominica, que iba hecho obispo de Tlaxcallan, cuya diócesis se llamó Carolense, en honor del Emperador Carlos, nuestro señor el Rey.
Supo el fuego que se encendía entre los españoles, se metió en una canoa con su compañero fray Diego de Loaisa, y en cuatro horas llegó a México, donde le salieron a recibir todos los clérigos y frailes de la ciudad, con muchas cruces, pues era el primer obispo que allí entraba. Intervino luego entre Cortés y Estrada, y con su autoridad y prudencia los hizo amigos, y así cesaron los bandos. Poco después llegaron cédulas del Emperador para que soltase al factor Salazar y al veedor Peralmíndez, y les devolviesen sus oficios y hacienda; de lo que no poco se afligió Cortés, que hubiese querido alguna enmienda de la muerte de su primo Rodrigo de Paz, y que le restituyeran lo que le habían cogido de su casa. Pero quien a su enemigo popa, a sus manos muere, y no miró que perro muerto no muerde. Él hubiese podido, antes de que llegara el licenciado Luis Ponce de León, degollarlos, como algunos se lo aconsejaron, que en su mano estuvo; mas lo dejó por evitar el decir, por no ser juez en su propio caso, por ser hombre de ánimo, por estar clarísima la culpa que aquéllos tenían de haber matado sin razón a Rodrigo de Paz; confiado en que cualquier juez o gobernador que viniese los castigaría de muerte, por la guerra civil que movieron e injusticias que hicieron, y aun porque tenían, como dicen, el alcalde por suegro; pues eran criados del secretario Cobos, y no lo quería enojar porque no le dañase en otros negocios suyos que le importaban mucho más.