Cómo envió Cortés naos a buscar la Especiería
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Datos principales
Desarrollo
Cómo envió Cortés naos a buscar la Especiería Mandaba el Emperador a Cortés por la carta, hecha en Granada a 20 de junio de 1526, que enviase los navíos que tenía en Zacatula a buscar la nao Trinidad y a fray García de Loaisa, comendador de San Juan, que había ido al Maluco y a Caboxo, y a descubrir camino para ir a las islas de la Especiería desde Nueva España por el mar del Sur, según él se lo había prometido en sus cartas, diciendo que enviaría o iría, si su majestad fuese servida, con tal armada que compitiese con cualquier potencia de príncipe, aunque fuese del rey de Portugal, que en aquellas islas hubiese, y que las ganaría, no sólo para rescatar en ellas las especias y otras mercaderías ricas que tienen, mas aun para cogerlas y traerlas por suyas propias; y que haría fortalezas y pueblos de cristianos que sojuzgasen todas aquellas islas y tierras que caen en su real conquista, conforme a la demarcación, como eran Gilolo, Borney, entrambas Javas, Zamotra, Malaca y toda la costa de la China; con tanto, que le concediese ciertos capítulos y mercedes. Así que, habiéndose Cortés ofrecido a esto, y queriéndolo el Emperador, y no teniendo otra guerra ni cosa en que ocuparse, determina enviar tres navíos a las Molucas, y hacer camino allá una vez para cumplir después su palabra, y también porque aportó a Ciuatlan Hortunio de Alango, de Portugalete, con un patache que fue con la armada del mencionado Loaisa, estando malo Marcos de Aguilar, por sobra de muchos vientos, o por falta de no saber la navegación de Tidore.
Echó, pues, al agua, tres navíos. En la nao capitana, llamada Florida, metió cincuenta españoles; en otra, que nombraron Santiago, cuarenta y cinco, con el capitán Luis de Cárdenas, de Córdoba, y en un bergantín, quince, con el capitán Pedro de Fuentes, de Jerez de la Frontera. Las armó de treinta tiros. Las abasteció de provisión en abundancia, como para tan largo y no conocido viaje se requería, y de muchas cosas de rescate. Hizo capitán de ellas a Álvaro de Saavedra Cerón, pariente suyo, el cual partió del puerto de Ciuatlanejo, el día o la víspera de Todos los Santos del año 1527. Anduvo dos mil leguas, según la cuenta de los pilotos, aunque por recta navegación hay mil quinientas. Llegó solamente con su nao capitana; que las otras el viento las esparció de la conserva a unas muchas islas, que por ser tal día cuando llegaron, las llamaron de los Reyes; las cuales están poco más o menos a once grados en este lado de la Equinoccial. Son los hombres crecidos de cuerpo, cariluengos, morenos, muy bien barbados. Llevan cabellos largos, usan cañas por lanzas, hacen esteras muy primorosas de palma, que de lejos parecen oro, cobijan sus vergüenzas con bragas de lo mismo, pues en lo demás andan desnudos; tienen navíos grandes. Desde aquellas islas de los Reyes fue a Mindanao y Bizaya, otras islas que están a ocho grados, y que son ricas de oro, puercos, gallinas y pan de arroz. Las mujeres, hermosas; ellos, blancos. Andan todos en cabello largo.
Tienen alfanjes de hierro, tiros de pólvora, flechas muy largas y cerbatanas, en que tiran con hierba; coseletes de algodón, corazas de escamas de peces. Son guerreros, confirman la paz con beber sangre del nuevo amigo, y aun sacrifican hombres a su dios Anito. Llevan los reyes coronas en la cabeza, como aquí; y el que entonces allí reinaba se llamaba Catonao; el cual mató a don Jorge Manrique y a su hermano don Diego y a otros. De allí se escapó a la nave de Álvaro de Saavedra, Sebastián del Puerto, portugués, casado en la Coruña, que había ido con Loaisa. Sirvió de faraute, y dijo que su amo le llevó a Cebut, donde supo que habían llevado de allí ocho castellanos de Magallanes a vender a la China, y que aún había otros. En fin, contó todo aquel viaje. También rescató Saavedra otros dos españoles del mismo Loaisa, en otra isla que llaman Candiga, por setenta castellanos en oro; en la cual hizo paces con el señor, bebiendo y dando a beber sangre del brazo, que tal es la costumbre de por allí, cual entre escitas. Pasó por Terrenate, donde los portugueses tenían una fortaleza, y llegó a Gilolo, donde estaba Fernando de la Torre, natural de Burgos, como capitán de ciento veinte españoles de Loaisa, y alcaide de un castillo. Allí preparó Álvaro de Saavedra su nao, tomó vituallas y todo el matalotaje que le faltaba, y veinte quintales de clavo de lo del Emperador, que le dio Fernando de la Torre. Y partió el 3 de junio de 1528. Anduvo mucho tiempo de acá para allá.
Tocó en las islas de los Ladrones, y en unas con gente negra y crespa, y en otras con gente blanca, barbada y con los brazos pintados, en tan poca distancia de lugar, que se asombró mucho. Le fue forzoso volver a Tidore, donde estuvo muchos días. Partió de allí para Nueva España a 8 días de mayo de 1529, y murió navegando, el 19 de octubre de aquel mismo año. Por cuya muerte, y por falta de hombres y aires, se volvió la nave a Tidore con sólo dieciocho personas, de cincuenta que sacó de Ciuatlanejo; y como ya Fernando de la Torre había perdido su castillo, se fueron aquellos dieciocho españoles a Malaca, donde los prendió don Jorge de Castro, y los tuvo presos dos años, y allí se murieron diez de ellos; que así tratan los portugueses a los castellanos. De manera que no quedaron más que ocho. En esto paró la armada que Hernán Cortés envió a la Especiería.
Echó, pues, al agua, tres navíos. En la nao capitana, llamada Florida, metió cincuenta españoles; en otra, que nombraron Santiago, cuarenta y cinco, con el capitán Luis de Cárdenas, de Córdoba, y en un bergantín, quince, con el capitán Pedro de Fuentes, de Jerez de la Frontera. Las armó de treinta tiros. Las abasteció de provisión en abundancia, como para tan largo y no conocido viaje se requería, y de muchas cosas de rescate. Hizo capitán de ellas a Álvaro de Saavedra Cerón, pariente suyo, el cual partió del puerto de Ciuatlanejo, el día o la víspera de Todos los Santos del año 1527. Anduvo dos mil leguas, según la cuenta de los pilotos, aunque por recta navegación hay mil quinientas. Llegó solamente con su nao capitana; que las otras el viento las esparció de la conserva a unas muchas islas, que por ser tal día cuando llegaron, las llamaron de los Reyes; las cuales están poco más o menos a once grados en este lado de la Equinoccial. Son los hombres crecidos de cuerpo, cariluengos, morenos, muy bien barbados. Llevan cabellos largos, usan cañas por lanzas, hacen esteras muy primorosas de palma, que de lejos parecen oro, cobijan sus vergüenzas con bragas de lo mismo, pues en lo demás andan desnudos; tienen navíos grandes. Desde aquellas islas de los Reyes fue a Mindanao y Bizaya, otras islas que están a ocho grados, y que son ricas de oro, puercos, gallinas y pan de arroz. Las mujeres, hermosas; ellos, blancos. Andan todos en cabello largo.
Tienen alfanjes de hierro, tiros de pólvora, flechas muy largas y cerbatanas, en que tiran con hierba; coseletes de algodón, corazas de escamas de peces. Son guerreros, confirman la paz con beber sangre del nuevo amigo, y aun sacrifican hombres a su dios Anito. Llevan los reyes coronas en la cabeza, como aquí; y el que entonces allí reinaba se llamaba Catonao; el cual mató a don Jorge Manrique y a su hermano don Diego y a otros. De allí se escapó a la nave de Álvaro de Saavedra, Sebastián del Puerto, portugués, casado en la Coruña, que había ido con Loaisa. Sirvió de faraute, y dijo que su amo le llevó a Cebut, donde supo que habían llevado de allí ocho castellanos de Magallanes a vender a la China, y que aún había otros. En fin, contó todo aquel viaje. También rescató Saavedra otros dos españoles del mismo Loaisa, en otra isla que llaman Candiga, por setenta castellanos en oro; en la cual hizo paces con el señor, bebiendo y dando a beber sangre del brazo, que tal es la costumbre de por allí, cual entre escitas. Pasó por Terrenate, donde los portugueses tenían una fortaleza, y llegó a Gilolo, donde estaba Fernando de la Torre, natural de Burgos, como capitán de ciento veinte españoles de Loaisa, y alcaide de un castillo. Allí preparó Álvaro de Saavedra su nao, tomó vituallas y todo el matalotaje que le faltaba, y veinte quintales de clavo de lo del Emperador, que le dio Fernando de la Torre. Y partió el 3 de junio de 1528. Anduvo mucho tiempo de acá para allá.
Tocó en las islas de los Ladrones, y en unas con gente negra y crespa, y en otras con gente blanca, barbada y con los brazos pintados, en tan poca distancia de lugar, que se asombró mucho. Le fue forzoso volver a Tidore, donde estuvo muchos días. Partió de allí para Nueva España a 8 días de mayo de 1529, y murió navegando, el 19 de octubre de aquel mismo año. Por cuya muerte, y por falta de hombres y aires, se volvió la nave a Tidore con sólo dieciocho personas, de cincuenta que sacó de Ciuatlanejo; y como ya Fernando de la Torre había perdido su castillo, se fueron aquellos dieciocho españoles a Malaca, donde los prendió don Jorge de Castro, y los tuvo presos dos años, y allí se murieron diez de ellos; que así tratan los portugueses a los castellanos. De manera que no quedaron más que ocho. En esto paró la armada que Hernán Cortés envió a la Especiería.