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Desarrollo


Lo que dijo Cortés a los suyos Viendo, pues, Cortés que hacían poco fruto las cartas y mensajeros, aunque cada día iban y venían de Narváez a él, y de él a Narváez, y que nunca se habían visto ni mostrado las provisiones del Rey, decidió verse con él, que barba a barba, como dicen, honra se cata, y por llevar el negocio por bien y buenos medios si fuese posible; y para esto despachó a Rodrigo Álvarez Chico, veedor, y a Juan Velázquez y Juan del Río, para que tratasen con Narváez muchas cosas. Pero tres fueron las principales: que se viesen solos o tantos a tantos; que Narváez dejase a Cortés en México, y él se fuese con los que traía, a conquistar a Pánuco, que estaba de paz, con personas de allí muy principales que tenía, o a otros reinos, y Cortés pagaría los gastos y socorrería a los españoles que traía; o que se estuviese Narváez en México y diese a Cortés cuatrocientos españoles de la armada, para que con ellos y con los suyos él siguiese adelante a conquistar otras tierras. La otra era que le mostrase las provisiones que del Rey traía, y las obedecería. Narváez no vino a ningún partido, solamente al concierto de que se viesen cada uno con diez hidalgos sobre seguro y con juramento, y lo firmaron con sus nombres; mas no se efectuó, porque Rodrigo Álvarez Chico avisó a Cortés de la trama que Narváez urdía para prenderle o matarle en las vistas. Como entendía en el negocio, entendió la maña y engaño, o quizá se lo dijo alguien que no quería mal a Cortés.

Deshechos los conciertos, determina Cortés ir a él, con decir: "Algo será". Antes de irse habló con sus españoles, trayéndoles a la memoria cuanto él por ellos y ellos por él habían hecho desde que comenzó aquella jornada hasta entonces; dijo cómo Diego Velázquez, en lugar de darles las gracias, los enviaba a destruir y matar con Pánfilo de Narváez, que era hombre fuerte y testarudo, por lo que habían hecho en servicio de Dios y del Emperador, y porque acudieron al Rey, como buenos vasallos, y no a él, no estando obligados, y que Narváez les tenía ya confiscados sus bienes, y hechas mercedes de ellos a otros, y los cuerpos condenados a horca y las famas puestas al tablero, no sin muchas injurias y befas que de todos hacía; cosas ciertamente no de cristiano, ni que ellos, siendo tales y tan buenos, querrían disimular y dejar sin el castigo que merecían, y aunque la venganza él y ellos la debían dejar a Dios, que da el pago a los soberbios y envidiosos, que le parecía no dejasen al menos gozar de sus trabajos y sudores a otros, que con sus manos lavadas venían a comer la sangre del prójimo, y que descaradamente iban contra otros españoles, levantando a los indios que los servían como amigos, y urdiendo guerras mucho peores que las civiles de Mario y Sila, ni que las de César y Pompeyo, que turbaron el imperio romano; y que él determinaba salirle al camino y no dejarle llegar a México, pues era mejor. Dios os salve que no quién está allá; y que si eran muchos, que valía más a quien Dios ayuda que no quien mucho madruga, y que buen corazón quebranta mala ventura, como el suyo de ellos, que estaba pasado por el crisol, desde que con él seguían las armas y la guerra; y también que de los de Narváez había muchos que se pasarían a él, que por eso les daba cuenta de lo que pensaba y hacía, para que los que quisiesen ir con él, que se preparasen, y los que no, que quedasen en buena hora a guardar México y a Moctezuma, que tanto montaba. Les hizo también muchos ofrecimientos si volvía con victoria. Los españoles dijeron que como él ordenase así lo harían. Mucho les indignó con esta plática, y en verdad temían la soberbia y ceguedad de Pánfilo de Narváez, y por otra parte a los indios, que ya tomaban alas con ver disensión entre españoles, y que los de la costa estaban con los otros.

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