Cómo los de Cempoallan derrocaron sus ídolos por amonestación de Cortés
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Desarrollo
Cómo los de Cempoallan derrocaron sus ídolos por amonestación de Cortés No veía Cortés llegar la hora de estar con Moctezuma. Publicó su Partida; sacó del cuerpo del ejército ciento cincuenta españoles, que le parecieron bastaban para vecindad y guarda de aquella villa y fortaleza, que ya estaba casi acabada. Les dio por capitán a Pedro de Hircio, y los dejó en ella con dos caballos y otros dos mosquetes, y con muchos indios que los sirviesen, y con cincuenta pueblos a la redonda, amigos y aliados, de los cuales podían sacar cincuenta mil combatientes y más, siempre que algo les sucediese y los necesitasen; y él se fue con los demás españoles a Cempoallan, que está a cuatro leguas de allí, donde apenas había llegado, cuando le fueron a decir que andaban por la costa cuatro navíos de Francisco de Garay. Volvióse entonces, con aquellas noticias, con los españoles a Veracruz, sospechando mal de aquellos navíos. Cuando llegó, supo que Pedro de Hircio había ido a ellos a informarse quiénes eran y qué querían, y a convidarlos a su pueblo por si algo necesitaban. Supo asimismo que estaban surtos tres leguas de allí, y fue allá con Pedro de Hircio y con una escuadra de su compañía, a ver si alguno de aquellos navíos salía a tierra para tomar lengua, e informarse de qué buscaban, temiendo mal de ellos, pues no habían querido surgir allí cerca ni entrar en el puerto y lugar, pues los convidaban a ello. Y cuando habían andado hasta una legua, encontró a tres españoles de los navíos, de los cuales uno dijo ser escribano, y los otros dos testigos, que venían a notificarle algunas escrituras que no mostraron, y a hacerle requerimiento que partiese con el capitán Garay, de aquella tierra, echando mojones por parte conveniente, por cuanto pretendía también él aquella conquista como primer descubridor, y porque quería asentar y poblar en aquella costa, a veinte leguas de allí, hacia poniente, cerca de Nahutlan, que ahora se llama Almería.
Cortés les dijo que volviesen primero a los navíos, a decir a su capitán que se viniese a Veracruz con su armada, y que allí hablarían, y se sabría de qué manera venía; y si traía alguna necesidad, que se la remediarían como mejor pudiesen; y si venía, como ellos decían, en servicio del Rey, que no deseaba él cosa mejor que guiar y favorecer a los semejantes, pues estaba allí por su alteza y eran todos españoles. Ellos respondieron que de ninguna manera el capitán Garay ni hombre de los suyos saldría a tierra ni vendría donde estaba. Cortés, viendo la respuesta, entendió el negocio. Los prendió y se puso tras un médano de arena alto, y frontero de las naos, ya que casi era de noche, donde cenó y durmió, y estuvo hasta bien tarde del día siguiente, esperando si el tal Garay o algún piloto, o cualquiera otra persona, saltaría a tierra, para cogerlos e informarse de lo que habían navegado, y del daño que habían hecho, que por lo uno los enviara presos a España, y por lo otro supiera si habían hablado con gente de Moctezuma. Comprendiendo, al fin, que se recelaban mucho, creyó que por algún mal recaudo o despacho; hizo a tres de los suyos que cambiasen vestidos con aquellos mensajeros, y que llegasen a la lengua del agua, llamando y capeando a los de las naos; de las cuales, o porque conocieron los vestidos, o porque los llamaban, vinieron hasta una docena de hombres en un esquife con ballestas y escopetas. Los de Cortés, que tenían los vestidos ajenos, se apartaron a unas matas como para ponerse a la sombra, pues hacía mucho sol y era mediodía, para no ser conocidos, y los del esquife echaron en tierra dos escopeteros, dos ballesteros y un indio, los cuales caminaron recto hacia las matas, pensando que los que estaban debajo eran sus compañeros.
Arremetió entonces Cortés con otros muchos, y los cogieron antes de que pudiesen meterse en el barco, aunque también se quisieron defender; y uno de ellos, que era piloto y llevaba escopeta, encaró al capitán Hircio, y si hubiese llevado buena mecha y pólvora le hubiera matado. Cuando los de las naves vieron el engaño y burla, no aguardaron más, y se dieron a la vela antes de que su esquife llegase. Por estos siete que hubo a las manos se informó Cortés de cómo Garay había corrido mucha costa en busca de la Florida, y tocado en un río y tierra, cuyo rey se llamaba Pánuco, donde vieron oro, aunque poco, y que sin salir de las naves habían rescatado hasta tres mil pesos de oro, y obtenido mucha comida a cambio de cosillas de rescate; pero que nada de lo andado ni visto había contentado a Francisco de Garay, por descubrir poco oro y no bueno. Volvióse Cortés sin otra relación ni recaudo a Cempoallan con los mismos cien españoles que trajera, y antes de salir de allí acabó con los de la ciudad que derribasen los ídolos y sepulcros de los caciques, que también reverenciaban como a dioses, y adorasen al Dios del Cielo y la cruz que les dejaba, e hizo amistad y confederación con ellos y con otros lugares vecinos, contra Moctezuma, y ellos le dieron rehenes para que estuviesen más cierto y seguro que le serían siempre leales y no faltarían a la fe y palabra dada, y que abastecerían a los españoles que dejaba de guarnición en Veracruz, y le ofrecieron cuanta gente mandase de guerra y servicio. Cortés tomó los rehenes, que fueron muchos, mas los principales eran Mamexi, Teuch y Tamalli, y para servicio al ejército de agua y leña y para carga pidió mil tamemes. Tamemes son bastajes, hombres de carga y recua, que cargan con dos arrobas de peso por dondequiera que los llevan. Éstos tiraban de la artillería y llevaban el hato y comida.
Cortés les dijo que volviesen primero a los navíos, a decir a su capitán que se viniese a Veracruz con su armada, y que allí hablarían, y se sabría de qué manera venía; y si traía alguna necesidad, que se la remediarían como mejor pudiesen; y si venía, como ellos decían, en servicio del Rey, que no deseaba él cosa mejor que guiar y favorecer a los semejantes, pues estaba allí por su alteza y eran todos españoles. Ellos respondieron que de ninguna manera el capitán Garay ni hombre de los suyos saldría a tierra ni vendría donde estaba. Cortés, viendo la respuesta, entendió el negocio. Los prendió y se puso tras un médano de arena alto, y frontero de las naos, ya que casi era de noche, donde cenó y durmió, y estuvo hasta bien tarde del día siguiente, esperando si el tal Garay o algún piloto, o cualquiera otra persona, saltaría a tierra, para cogerlos e informarse de lo que habían navegado, y del daño que habían hecho, que por lo uno los enviara presos a España, y por lo otro supiera si habían hablado con gente de Moctezuma. Comprendiendo, al fin, que se recelaban mucho, creyó que por algún mal recaudo o despacho; hizo a tres de los suyos que cambiasen vestidos con aquellos mensajeros, y que llegasen a la lengua del agua, llamando y capeando a los de las naos; de las cuales, o porque conocieron los vestidos, o porque los llamaban, vinieron hasta una docena de hombres en un esquife con ballestas y escopetas. Los de Cortés, que tenían los vestidos ajenos, se apartaron a unas matas como para ponerse a la sombra, pues hacía mucho sol y era mediodía, para no ser conocidos, y los del esquife echaron en tierra dos escopeteros, dos ballesteros y un indio, los cuales caminaron recto hacia las matas, pensando que los que estaban debajo eran sus compañeros.
Arremetió entonces Cortés con otros muchos, y los cogieron antes de que pudiesen meterse en el barco, aunque también se quisieron defender; y uno de ellos, que era piloto y llevaba escopeta, encaró al capitán Hircio, y si hubiese llevado buena mecha y pólvora le hubiera matado. Cuando los de las naves vieron el engaño y burla, no aguardaron más, y se dieron a la vela antes de que su esquife llegase. Por estos siete que hubo a las manos se informó Cortés de cómo Garay había corrido mucha costa en busca de la Florida, y tocado en un río y tierra, cuyo rey se llamaba Pánuco, donde vieron oro, aunque poco, y que sin salir de las naves habían rescatado hasta tres mil pesos de oro, y obtenido mucha comida a cambio de cosillas de rescate; pero que nada de lo andado ni visto había contentado a Francisco de Garay, por descubrir poco oro y no bueno. Volvióse Cortés sin otra relación ni recaudo a Cempoallan con los mismos cien españoles que trajera, y antes de salir de allí acabó con los de la ciudad que derribasen los ídolos y sepulcros de los caciques, que también reverenciaban como a dioses, y adorasen al Dios del Cielo y la cruz que les dejaba, e hizo amistad y confederación con ellos y con otros lugares vecinos, contra Moctezuma, y ellos le dieron rehenes para que estuviesen más cierto y seguro que le serían siempre leales y no faltarían a la fe y palabra dada, y que abastecerían a los españoles que dejaba de guarnición en Veracruz, y le ofrecieron cuanta gente mandase de guerra y servicio. Cortés tomó los rehenes, que fueron muchos, mas los principales eran Mamexi, Teuch y Tamalli, y para servicio al ejército de agua y leña y para carga pidió mil tamemes. Tamemes son bastajes, hombres de carga y recua, que cargan con dos arrobas de peso por dondequiera que los llevan. Éstos tiraban de la artillería y llevaban el hato y comida.