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Datos principales
Desarrollo
De la astrología de los indios inventada e instituida por Quetzalcoatl Pintaban veinte signos y a cada uno le asignaban trece días, casa o efigies sujetas a él y a las que dominaba; los días eran doscientos sesenta y entre éstos repartían los trescientos sesenta y cinco días y casi seis horas del año considerando qué signo tocaba a cada día; concluidos estos doscientos sesenta días volvían al principio de los signos y así juzgaban de la fortuna o del infortunio de los recién nacidos; computaban el día de una salida del sol a la otra. La semana tenía trece días, el mes sólo veinte, exceptuando el último al cual le añadían cinco más y el año completo tenía dieciocho meses, cuatro veces trece años, dispuestos de tal manera en una figura que se asignaban trece al Oriente y otros tantos al Septentrión, al Austro y al Occidente, formaban el año que según nuestra costumbre puedes llamar del jubileo y que comprendía cincuenta y dos años. En ese tiempo encendían el fuego nuevo sobre el pecho de algún noble varón cautivo en batalla, no sin magnos y peregrinos sacrificios y ritos de hombres quemados y no estaba permitido después usar el fuego viejo. Con estos signos se constituían las fiestas movibles, según que éstos o aquéllos caían en estos o aquellos días del año, y si otras fiestas eran fijas, estaban consagradas (como ya se dijo) a determinados días del año. El primer signo era Cipactli, al cual estaban sujetos otros doce días y otros tantos signos, y era considerado feliz (no hay, en verdad, necesidad de dar cuenta pormenorizada de cosa tan vana y carente del apoyo de algún fundamento cierto), pero tenían por seguro que el hombre malo echaría a perder cualquiera fortuna prometida por el cielo aun cuando fuera felicísima.
A los nacidos en este signo los bautizaban inmediatamente y les imponían el nombre de su signo o de su abuelo; o (si así parecía bien), transferían el bautismo a otro signo más afortunado. Dentro del mismo signo si el nacido era varón, tenían cuidado de hacerle un pequeño escudo y algunas flechas pequeñas, que ataban con el ombligo que le habían cortado y después los llevaban a la guerra y allí los enterraban. Pero si era mujer ponían en la bañera ornamentos mujeriles y los útiles para hilar y tejer, y puesto que a las mujeres les corresponde quedarse en casa, enterraban el apéndice del ombligo junto al fuego. Los inventores de éstos fueron un varón llamado Cipactlinal y una mujer, Oxomoco, a los cuales pintaban con los signos. El segundo signo y los trece otros días y signos eran del tigre, como imperando a los demás, y muy adverso (según dicen) y presagio de cautiverio tan cierto, según la vulgar opinión de los indios, que prontamente se vendían los que les había tocado este género de natalicio o se suicidaban con leve pretexto a pesar de que estuviesen persuadidos de que las buenas costumbres prestaban alguna ayuda en contra de las amenazas del cielo, así como la afición a la virtud y las buenas acciones. La cuarta casa de este signo se llamaba Ollín, dedicada a los héroes y al sol, en gracia del cual en este tiempo mataban codornices. Le ponían por delante fuego con incienso, le ofrecían penachos de plumas y mataban algunos cautivos.
La suerte de los nacidos en ese día era considerada indiferente, porque si era varón creían que había de ser fuerte y que había de vencer muchos enemigos en la guerra y hacer muchos cautivos o que debía de morir en ella, si Marte le era adverso. Este día todos se traspasaban las orejas y derramaban sangre en honor de ese dios, de quien decían que se deleitaba con tales tormentos. También la séptima casa se juzgaba indiferente. Esta la veneraban los pintores y las pasamaneras como aparecerá cuando hablemos del signo dedicado a ellos. El tercero se llamaba Maçatl, porque los que nacían bajo él, se decía que serían cargados de riquezas, felices y audaces, o según opinaban otros, pusilánimes y tímidos y expuestos a los rayos y a otros varios desastres. Reinando este signo creían que bajaban a la tierra las diosas Çioateteuh, y por lo tanto, se les hacía fiesta en aquel tiempo y se les ofrecían muchos dones y con muchos papeles pintados de varios colores vestían sus ídolos. La segunda casa de este signo se llamaba Umetochtli y los que nacían en ella eran aficionadísimos al vino y se embriagaban de las muchas maneras que dijimos (?). De las demás casas de este signo se ha encontrado por larga experiencia que algunas son prósperas y otras adversas y otras promiscuas (?). En el cuarto signo, que llamaban Xochitl, todas las casas se reputaban por algunos infelices y por otros de fortuna ambigua. Los nacidos en este signo eran propensos a la chocarrería, pero si se mostraban contentos con la muerte y con el hado que les había concedido el cielo y se alegraban de haber nacido así, se creía que vivirían alegres y contentos, pero si fuesen iracundos y soberbios morirían al fin de cualquiera manera y desalentados de todo.
Las mujeres nacían con propensión natural al arte de tejer pluma y serían ingeniosas si su signo natal les era caro y grato y si hacían penitencia en su obsequio. De lo contrario tenían por seguro que todo les seria adverso y que nacerían aficionadísimas a Venus en todos sus modos. Los señores se ejercitaban durante este signo en bailes y otras solemnidades de la misma clase. El quinto signo llamado Çetacatl era sumamente adverso, puesto que a los que nacían bajo él los hacían soplones, chismosos y calumniadores, delatores y testigos falsos. Decían además que ese signo era de Quetzalcoatl y por eso los de noble estirpe nacidos en su tiempo hacían muchas fiestas. El sexto, que llamaban Çemizquitl, se consideraba amigo y familiar de Tetzcatlipoca, en cuyo honor se ofrecían muchas cosas privadamente en los altares y se hacían muchos sacrificios. Por esos días cada uno en casa mimaba y halagaba a sus cautivos. Este signo era reputado como bueno en parte y en parte de mal agüero; creían que se concederían riquezas a los buenos y que los ingratos serían despojados de los bienes de fortuna. Ese día eran bondadosos con sus cautivos y poco severos y se abstenían de azotarlos aun cuando hubieran cometido crímenes graves, porque si se atrevían a portarse de otro modo incurrirían en castigo. Si acaso perdían su fortuna increpaban a Tetzcatlipoca y lo denostaban, llamándolo puto, porque los había abandonado y llenado de calamidades y repetían lo mismo cuando algún esclavo se huía de la casa.
Si el cautivo era puesto en libertad y ellos reducidos a la esclavitud, creían que esto también era grato a Tetzcatlipoca. El séptimo signo llamado Çequiahuitl se consideraba infausto y producía (según creían) hombres nigrománticos, benéficos, charlatanes y engañadores. La mayor parte de las casas de este signo eran de mal agüero, a pesar de que dos, la décima segunda y la décima tercera, fueran consideradas universalmente de buen agüero en todos los signos; algunas también eran indiferentes, otras completamente malas de la manera que consta por la tabla misma (?). Era ominoso ese día tropezar con una piedra en el camino o caerse y también nacer en la casa octava. Las cuatro últimas casas de este signo se reputaban prósperas y se creía que los nacidos en ellas serían de buena índole y morigerados. El signo octavo se llama Çemalinaltli; lo consideraban adverso excepto en su segunda casa y en las cinco últimas. El noveno, dicho Çe Coatl, era considerado afortunado a no ser que el nacido bajo él no estuviera conforme con su felicidad y resistiera a ella. Este signo era propicio para los mercaderes, quienes acostumbraban advertir en un largo discurso al momento de la partida a los que se dirigían a algún lugar para comerciar o que por la misma razón recorrieran alguna vez varias regiones, lo que les convendría hacer; y si los viajeros observaban las recomendaciones y hacían varias ceremonias, los que se quedaban en casa hacían por ellos otras diversas.
La sexta casa de este signo se reputaba adversa como todas las otras casas de este número: se decía que los que nacían bajo ella serían malos, de mal carácter, detractores y falsos. La séptima casa estimábase de augurio próspero, así como todas las otras octavas, siniestra. La nona infeliz, feliz la décima; la undécima y la duodécima en parte felices y en parte infelices; y sólo se podría resistir al infortunio eligiendo la décima tercera para el bautismo. El décimo signo llamado Ectepatli producía hombres famosos por su valor en la guerra, fuertes y felices, y mujeres varoniles e idóneas para aprender cualquier cosa, y afortunadas. Este signo era propio de Hoitzilopochtli y de camaxtli y por consiguiente cuando comenzaba hacían fiesta a Hoitzilopochtli y también durante los otros días, los cuales predecían prósperos. El undécimo signo se llamaba Çeoçomatli y los que nacían bajo él eran bien criados, obsequiosos y propensos a la amistad, risueños, amables y sumamente aficionados a la música y a las artes que se consideraban liberales (?). Se decía entre ellos que reinando este signo ciertas diosas bajarían a la tierra a sembrar enfermedades y a dañar a los que topaban y por esta razón todos se quedaban en casa durante ese tiempo; cuando también los titici o médicos presagiaban la muerte de cualesquiera enfermos aun cuando fueran presa de leve enfermedad. De este signo era infausta la segunda casa. El segundo por duodécimo signo se llamaba Çequetzpalli.
Los que nacían bajo él tenían muy buena salud, eran nervudos, robustos y enjutos, y además ingeniosos e industriosos para buscar el sustento. La cuarta, quinta, sexta y novena casas se reputaban adversas en todos los signos; pero la segunda y la octava, de fortuna ambigua. El signo décimo tercero, llamado Çe Olín, era también de indiferente fortuna, a saber, bueno para los bien educados y continentes, pero malo para los malos y malvados. El signo décimo cuarto llamado Çe Itzquintli, era próspero y peculiar del dios del fuego; en él los señores y los reyes hacían fiestas solemnes y los electos para gobernar las repúblicas celebraban la fiesta de su elección. Se hacían también entonces expediciones bélicas, y los criminales se castigaban con la muerte y los que habían sido hechos prisioneros por algún crimen atroz. El décimo quinto signo, llamado Çe Calli, era considerado adverso y los hombres nacidos bajo él, ladrones, venéreos (?), jugadores, pródigos y a quienes estuviese reservado un final infeliz de vida y las mujeres perezosas, dormilonas e inútiles para hacer cualesquiera cosa bien. El décimo sexto signo, dicho Çecozcaquauhtli, era próspero y dilataba la vida a los hombres nacidos bajo el, aun cuando algunos murieran pronto. El décimo séptimo llamado Çeatl era infausto a los que nacían bajo él: porque si les tocaba la mitad de la vida feliz, se precedía que la otra mitad sería infeliz y se presagiaba que la mayor parte de ellos moriría felizmente.
Este signo era peculiar al dios del agua, a quien hacían fiesta los aguadores y los que acarreaban en chalupas agua para vender. El octavo por décimo octavo, llamado Çehecatl, era considerado desgraciado y adverso y también el décimo noveno, llamado Ceqauhtli, porque los varones que nacían bajo él a pesar de ser fuertes y audaces eran sin embargo impudentes, de mala índole, locuaces, y soberbios, y las mujeres eran orgullosas, deslenguadas, impudentes, petulantes y lascivas. Se decía que bajo este signo descendían a la tierra diosas menores para dañar a los muchachos y a las muchachas y que por lo tanto en ese tiempo no era seguro ir al baño o salir de casa. Bajo Çetochtli, último y vigésimo signo, nacían hombres parcos, ávidos de lucro, avaros e industriosos para aumentar la fortuna de familia y para comprar (?). A la recién parida la visitaban inmediatamente los vecinos y los parientes, pero antes de que entrasen a su domicilio frotaban las rodillas de los niños que habían traído con ellos y las articulaciones de los otros miembros, teniendo por seguro que así nunca se las podrían dislocar. Durante un espacio de cuatro días no se debía de apagar el fuego en casa de la parida, no fuera que (según ellos creían) se alejara la próspera fortuna del niño. Temprano por la mañana lavaban a los niños y convidaban a comer a cuantos muchachos podían, difiriendo o adelantando el bautismo según la buena o mala fortuna del signo. Preparaban también una cena opípara para los otros parientes o amigos y arrullaban al niño nacido con varios discursos, pero de este asunto ya he dicho muchas cosas al principio de esta historia.
Los signos del año que se ven en la primera tabla son cuatro, que multiplicados por trece hacen cincuenta y dos; este producto se llama "gavilla" o "período", a cuyo final celebran una gran fiesta. La cuenta de los años se contiene en los nombres que están al margen izquierdo de la segunda tabla antes de los signos; después sigue la computación de los días, y se asignan trece a cada uno de los signos, u otras tantas casas, comenzando desde arriba y al principio, procediendo hasta el calce y volviendo otra vez al principio y siguiendo la cuenta en caracteres arábigos que no pasan del número trece. Es de advertir que todo signo que tiene al lado la unidad, ejerce su imperio sobre las trece casas siguientes con otros doce signos asignados de entre los veinte, de los cuales el primero ocupa la segunda casa, el segundo la tercera y así después hasta la décima tercera. Esto se hace veinte veces. Los veinte signos multiplicados por trece, completan el círculo de los doscientos sesenta días, concluido el cual hay que volver al principio. En el espacio de un período de cincuenta y dos años, se completan setenta y dos círculos; el tiempo de dos períodos lo llamaban Cohuehuetiliztli, es decir, siglo o ciento y cuatro años. Esta cuenta al presente la desconocen enteramente los indios, los que no pueden decir ni dónde comenzó ni cuándo tenga fin, porque no sigue el orden del año. Sólo aquellos (si hay algunos) que la usan aún en estos días podrían dar razón, pero se niegan completamente a ello para no ser reprendidos porque persistan en su protervia y en sus falsos dogmas. Las casas mitigan la fuerza de los signos dominantes, principalmente si se difiere el bautismo para los más felices.
A los nacidos en este signo los bautizaban inmediatamente y les imponían el nombre de su signo o de su abuelo; o (si así parecía bien), transferían el bautismo a otro signo más afortunado. Dentro del mismo signo si el nacido era varón, tenían cuidado de hacerle un pequeño escudo y algunas flechas pequeñas, que ataban con el ombligo que le habían cortado y después los llevaban a la guerra y allí los enterraban. Pero si era mujer ponían en la bañera ornamentos mujeriles y los útiles para hilar y tejer, y puesto que a las mujeres les corresponde quedarse en casa, enterraban el apéndice del ombligo junto al fuego. Los inventores de éstos fueron un varón llamado Cipactlinal y una mujer, Oxomoco, a los cuales pintaban con los signos. El segundo signo y los trece otros días y signos eran del tigre, como imperando a los demás, y muy adverso (según dicen) y presagio de cautiverio tan cierto, según la vulgar opinión de los indios, que prontamente se vendían los que les había tocado este género de natalicio o se suicidaban con leve pretexto a pesar de que estuviesen persuadidos de que las buenas costumbres prestaban alguna ayuda en contra de las amenazas del cielo, así como la afición a la virtud y las buenas acciones. La cuarta casa de este signo se llamaba Ollín, dedicada a los héroes y al sol, en gracia del cual en este tiempo mataban codornices. Le ponían por delante fuego con incienso, le ofrecían penachos de plumas y mataban algunos cautivos.
La suerte de los nacidos en ese día era considerada indiferente, porque si era varón creían que había de ser fuerte y que había de vencer muchos enemigos en la guerra y hacer muchos cautivos o que debía de morir en ella, si Marte le era adverso. Este día todos se traspasaban las orejas y derramaban sangre en honor de ese dios, de quien decían que se deleitaba con tales tormentos. También la séptima casa se juzgaba indiferente. Esta la veneraban los pintores y las pasamaneras como aparecerá cuando hablemos del signo dedicado a ellos. El tercero se llamaba Maçatl, porque los que nacían bajo él, se decía que serían cargados de riquezas, felices y audaces, o según opinaban otros, pusilánimes y tímidos y expuestos a los rayos y a otros varios desastres. Reinando este signo creían que bajaban a la tierra las diosas Çioateteuh, y por lo tanto, se les hacía fiesta en aquel tiempo y se les ofrecían muchos dones y con muchos papeles pintados de varios colores vestían sus ídolos. La segunda casa de este signo se llamaba Umetochtli y los que nacían en ella eran aficionadísimos al vino y se embriagaban de las muchas maneras que dijimos (?). De las demás casas de este signo se ha encontrado por larga experiencia que algunas son prósperas y otras adversas y otras promiscuas (?). En el cuarto signo, que llamaban Xochitl, todas las casas se reputaban por algunos infelices y por otros de fortuna ambigua. Los nacidos en este signo eran propensos a la chocarrería, pero si se mostraban contentos con la muerte y con el hado que les había concedido el cielo y se alegraban de haber nacido así, se creía que vivirían alegres y contentos, pero si fuesen iracundos y soberbios morirían al fin de cualquiera manera y desalentados de todo.
Las mujeres nacían con propensión natural al arte de tejer pluma y serían ingeniosas si su signo natal les era caro y grato y si hacían penitencia en su obsequio. De lo contrario tenían por seguro que todo les seria adverso y que nacerían aficionadísimas a Venus en todos sus modos. Los señores se ejercitaban durante este signo en bailes y otras solemnidades de la misma clase. El quinto signo llamado Çetacatl era sumamente adverso, puesto que a los que nacían bajo él los hacían soplones, chismosos y calumniadores, delatores y testigos falsos. Decían además que ese signo era de Quetzalcoatl y por eso los de noble estirpe nacidos en su tiempo hacían muchas fiestas. El sexto, que llamaban Çemizquitl, se consideraba amigo y familiar de Tetzcatlipoca, en cuyo honor se ofrecían muchas cosas privadamente en los altares y se hacían muchos sacrificios. Por esos días cada uno en casa mimaba y halagaba a sus cautivos. Este signo era reputado como bueno en parte y en parte de mal agüero; creían que se concederían riquezas a los buenos y que los ingratos serían despojados de los bienes de fortuna. Ese día eran bondadosos con sus cautivos y poco severos y se abstenían de azotarlos aun cuando hubieran cometido crímenes graves, porque si se atrevían a portarse de otro modo incurrirían en castigo. Si acaso perdían su fortuna increpaban a Tetzcatlipoca y lo denostaban, llamándolo puto, porque los había abandonado y llenado de calamidades y repetían lo mismo cuando algún esclavo se huía de la casa.
Si el cautivo era puesto en libertad y ellos reducidos a la esclavitud, creían que esto también era grato a Tetzcatlipoca. El séptimo signo llamado Çequiahuitl se consideraba infausto y producía (según creían) hombres nigrománticos, benéficos, charlatanes y engañadores. La mayor parte de las casas de este signo eran de mal agüero, a pesar de que dos, la décima segunda y la décima tercera, fueran consideradas universalmente de buen agüero en todos los signos; algunas también eran indiferentes, otras completamente malas de la manera que consta por la tabla misma (?). Era ominoso ese día tropezar con una piedra en el camino o caerse y también nacer en la casa octava. Las cuatro últimas casas de este signo se reputaban prósperas y se creía que los nacidos en ellas serían de buena índole y morigerados. El signo octavo se llama Çemalinaltli; lo consideraban adverso excepto en su segunda casa y en las cinco últimas. El noveno, dicho Çe Coatl, era considerado afortunado a no ser que el nacido bajo él no estuviera conforme con su felicidad y resistiera a ella. Este signo era propicio para los mercaderes, quienes acostumbraban advertir en un largo discurso al momento de la partida a los que se dirigían a algún lugar para comerciar o que por la misma razón recorrieran alguna vez varias regiones, lo que les convendría hacer; y si los viajeros observaban las recomendaciones y hacían varias ceremonias, los que se quedaban en casa hacían por ellos otras diversas.
La sexta casa de este signo se reputaba adversa como todas las otras casas de este número: se decía que los que nacían bajo ella serían malos, de mal carácter, detractores y falsos. La séptima casa estimábase de augurio próspero, así como todas las otras octavas, siniestra. La nona infeliz, feliz la décima; la undécima y la duodécima en parte felices y en parte infelices; y sólo se podría resistir al infortunio eligiendo la décima tercera para el bautismo. El décimo signo llamado Ectepatli producía hombres famosos por su valor en la guerra, fuertes y felices, y mujeres varoniles e idóneas para aprender cualquier cosa, y afortunadas. Este signo era propio de Hoitzilopochtli y de camaxtli y por consiguiente cuando comenzaba hacían fiesta a Hoitzilopochtli y también durante los otros días, los cuales predecían prósperos. El undécimo signo se llamaba Çeoçomatli y los que nacían bajo él eran bien criados, obsequiosos y propensos a la amistad, risueños, amables y sumamente aficionados a la música y a las artes que se consideraban liberales (?). Se decía entre ellos que reinando este signo ciertas diosas bajarían a la tierra a sembrar enfermedades y a dañar a los que topaban y por esta razón todos se quedaban en casa durante ese tiempo; cuando también los titici o médicos presagiaban la muerte de cualesquiera enfermos aun cuando fueran presa de leve enfermedad. De este signo era infausta la segunda casa. El segundo por duodécimo signo se llamaba Çequetzpalli.
Los que nacían bajo él tenían muy buena salud, eran nervudos, robustos y enjutos, y además ingeniosos e industriosos para buscar el sustento. La cuarta, quinta, sexta y novena casas se reputaban adversas en todos los signos; pero la segunda y la octava, de fortuna ambigua. El signo décimo tercero, llamado Çe Olín, era también de indiferente fortuna, a saber, bueno para los bien educados y continentes, pero malo para los malos y malvados. El signo décimo cuarto llamado Çe Itzquintli, era próspero y peculiar del dios del fuego; en él los señores y los reyes hacían fiestas solemnes y los electos para gobernar las repúblicas celebraban la fiesta de su elección. Se hacían también entonces expediciones bélicas, y los criminales se castigaban con la muerte y los que habían sido hechos prisioneros por algún crimen atroz. El décimo quinto signo, llamado Çe Calli, era considerado adverso y los hombres nacidos bajo él, ladrones, venéreos (?), jugadores, pródigos y a quienes estuviese reservado un final infeliz de vida y las mujeres perezosas, dormilonas e inútiles para hacer cualesquiera cosa bien. El décimo sexto signo, dicho Çecozcaquauhtli, era próspero y dilataba la vida a los hombres nacidos bajo el, aun cuando algunos murieran pronto. El décimo séptimo llamado Çeatl era infausto a los que nacían bajo él: porque si les tocaba la mitad de la vida feliz, se precedía que la otra mitad sería infeliz y se presagiaba que la mayor parte de ellos moriría felizmente.
Este signo era peculiar al dios del agua, a quien hacían fiesta los aguadores y los que acarreaban en chalupas agua para vender. El octavo por décimo octavo, llamado Çehecatl, era considerado desgraciado y adverso y también el décimo noveno, llamado Ceqauhtli, porque los varones que nacían bajo él a pesar de ser fuertes y audaces eran sin embargo impudentes, de mala índole, locuaces, y soberbios, y las mujeres eran orgullosas, deslenguadas, impudentes, petulantes y lascivas. Se decía que bajo este signo descendían a la tierra diosas menores para dañar a los muchachos y a las muchachas y que por lo tanto en ese tiempo no era seguro ir al baño o salir de casa. Bajo Çetochtli, último y vigésimo signo, nacían hombres parcos, ávidos de lucro, avaros e industriosos para aumentar la fortuna de familia y para comprar (?). A la recién parida la visitaban inmediatamente los vecinos y los parientes, pero antes de que entrasen a su domicilio frotaban las rodillas de los niños que habían traído con ellos y las articulaciones de los otros miembros, teniendo por seguro que así nunca se las podrían dislocar. Durante un espacio de cuatro días no se debía de apagar el fuego en casa de la parida, no fuera que (según ellos creían) se alejara la próspera fortuna del niño. Temprano por la mañana lavaban a los niños y convidaban a comer a cuantos muchachos podían, difiriendo o adelantando el bautismo según la buena o mala fortuna del signo. Preparaban también una cena opípara para los otros parientes o amigos y arrullaban al niño nacido con varios discursos, pero de este asunto ya he dicho muchas cosas al principio de esta historia.
Los signos del año que se ven en la primera tabla son cuatro, que multiplicados por trece hacen cincuenta y dos; este producto se llama "gavilla" o "período", a cuyo final celebran una gran fiesta. La cuenta de los años se contiene en los nombres que están al margen izquierdo de la segunda tabla antes de los signos; después sigue la computación de los días, y se asignan trece a cada uno de los signos, u otras tantas casas, comenzando desde arriba y al principio, procediendo hasta el calce y volviendo otra vez al principio y siguiendo la cuenta en caracteres arábigos que no pasan del número trece. Es de advertir que todo signo que tiene al lado la unidad, ejerce su imperio sobre las trece casas siguientes con otros doce signos asignados de entre los veinte, de los cuales el primero ocupa la segunda casa, el segundo la tercera y así después hasta la décima tercera. Esto se hace veinte veces. Los veinte signos multiplicados por trece, completan el círculo de los doscientos sesenta días, concluido el cual hay que volver al principio. En el espacio de un período de cincuenta y dos años, se completan setenta y dos círculos; el tiempo de dos períodos lo llamaban Cohuehuetiliztli, es decir, siglo o ciento y cuatro años. Esta cuenta al presente la desconocen enteramente los indios, los que no pueden decir ni dónde comenzó ni cuándo tenga fin, porque no sigue el orden del año. Sólo aquellos (si hay algunos) que la usan aún en estos días podrían dar razón, pero se niegan completamente a ello para no ser reprendidos porque persistan en su protervia y en sus falsos dogmas. Las casas mitigan la fuerza de los signos dominantes, principalmente si se difiere el bautismo para los más felices.