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Datos principales


Desarrollo


De los otros reyes de Tetzcoco y de otras cosas pertenecientes a la ciudad tetzcoquense Este mismo rey de Tetzcoco erigió dos palacios reales de los cuales quedan hoy vestigios. Uno de ellos dentro de la ciudad y junto a la plaza donde se celebran los mercados que acostumbran los indios semanariamente. Era éste admirable por la amplitud de las aulas, por el número (como indican las ruinas y vestigios de los antiguos edificios) de los patios y arquitrabes; por la firmeza de la obra, por lo grande de las columnas y vigas, por la consistencia, esplendor y duración de los pavimentos de cal y piedra tezontli y además por los terraplenes y fosos revestidos de una y otra parte de piedra y para mayor solidez construidos en talud. Sobre esto, en gracia de la salubridad de las casas no sólo de los reyes sino de los príncipes y de los varones, se acostumbraba construirlas de piedras con junturas apenas perceptibles, esculturas artísticas y de guijarros de varias formas a la fábrica amplia y muy bien fortificada con árboles y selvas ceñidas al muro (?). El otro palacio quiso edificarlo en la ladera del monte Tetzcotonci, lugar a cuatro millas de Tetzcoco, en muchas cosas semejantes al precedente, pero digno de verse por dos mil o más escalones de piedra (por los que asciende a cada piso), además de la altura de la colina, de los cuales a menudo hasta cuarenta se ven tallados en una sola roca viva (tan abundante fue la obra de mano de los indígenas) y conspicuo por la gratísima variedad de las salas, de las plantas que nacían espontáneamente, de las cascadas de agua conducida por acueductos.

Y aún quedan vestigios el día de hoy de otro construido para un hijo suyo, habilísimo (según dicen) en las cosas de la guerra y fortísimo jefe de ejércitos y, por consiguiente, más que lo que se pueda decir, caro al padre. Quien, sin embargo (para decirlo rápidamente) por sospecha del crimen nefando con el que había rumor de que estaba manchado, mandó que en justicia fuera quemado aquel que, excepto por esto único, era eximio y recomendable. Su estatua, su escudo, banderas, trompetas, flautas, armas y otros ornamentos que acostumbraba usar tanto en la guerra como en los bailes públicos y que encontramos preservados con grandísimo respeto religioso, con el atabal con el que daba la señal de la acometida cuantas veces había que arrojarse sobre el enemigo, o tocaba retirada, he tenido cuidado de que fueran pintados para poner hasta donde yo pueda ante los ojos de nuestros hombres, las cosas pasadas y para que aquellos a quienes no ha sido dado ver gentes tan distantes, las conozcan en lo posible. Lo mismo nos preocuparemos de hacer en el caso de Neçaoalpitzintli que después de aquél, reinó cincuenta y tres años y de quien quedan todavía dos palacios reales, uno donde hoy está el convento y el otro donde dictamos esto, y espero que el lector no considere pesado el que ahora le describa un poco más por extenso.

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