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Datos principales
Desarrollo
Del gran llanto que por Malope hicieron los indios. Las grandes enfermedades que en el campo vinieron, con la muerte del adelantado y capellán, y las tres victorias que los indios tuvieron Venida la mañana, se oyó en el pueblo y casa de Malope un grande llanto de mucha gente junta. Mandó el adelantado que fuesen luego por la cabeza del alférez, y la llevasen a los indios, dándolos a entender, lo mejor que se pudiese, que por la muerte de su Malope se había dado esta otra. Mas como los indios vieron que iba la barca a su pueblo, dejando los lloros se huyeron todos al monte. Los de la barca les daban voces para que no se fuesen, mostrándoles la cabeza; pero nada aprovechó, que todos se emboscaron. Visto esto, se la dejaron colgada a su puerta, y se volvieron. Las otras dos cabezas, a petición del vicario, para dallas sepultura mandó el adelantado fuesen quitadas de los palos. Descuidáronse de enterrarlas, y como quedaron aquella noche en la playa, la mañana siguiente se hallaron mondas porque los perros las comieron. A todo esto nuestro adelantado iba cada día hallándose con menos salud, y a gran priesa mandó se le hiciese casa, en la cual desembarcado con su familia, se recogió. Ya en este tiempo había bajado del cielo el castigo que merecían nuestras desconfianzas, desórdenes y crueldades, con muchas enfermedades y faltas del remedio de ellas. El capitán don Lorenzo, a cuyo cargo estaban ya las cosas de mar y tierra, envió una madrugada en la barca veinte soldados con un caudillo, para que le trajese algunos muchachos, con ánimo de enseñarles nuestra lengua, por la falta que hos hacía no entender la suya.
Los indios que con mucho cuidado velaban, se defendieron la salida a tierra con tanto ánimo, que antes que los nuestros se desenvolviesen, flecharon siete, y al caudillo; y gozando la ocasión, les fueron siguiendo con tiros de muchas flechas y pedradas y grandes gritos: y llegaron tan cerca del campo, que fue necesario salir don Lorenzo, con la bandera tendida y resto de la gente sana, a defender la entrada. Tiróseles un verso con que se fueron retirando, en cuyo alcance hicieron y flecharon seis, y a don Lorenzo, que recogidos y curados fueron. Visto esto, don Lorenzo envió a un soldado por caudillo de otros para quemarles las canoas, piraguas y casas, haciéndoles, como les hicieron, todo el más daño que se pudiese: de que trajo ocho soldados heridos. Con estas tres victorias habidas todas en un día, quedaron tan ufanos que de día y de noche flechaban al campo, y tiraban piedras de tal manera que hicieron dos; de que murió el uno. Con los soldados heridos, y enfermedad del adelantado y de otras muchas personas, sólo se procuraba defender y asegurar el pueblo, siendo las mayores entradas que hacía nuestra gente sólo a buscar bledos, que a ratos costaban caros. Víspera de San Lucas evangelista murió el primero de nuestros compañeros, el capellán Antonio de Serpa; por cuya muerte hizo el vicario un muy del alma sentimiento y dolorosa lamentación, cuanto lo fue a clavar los ojos en el cielo, diciendo: --¡Oh, Dios mío! ¡Qué castigo tan grande es éste que por mis pecados me enviáis! ¿Dejaisme, Señor, sin sacerdote con quien me confiese? ¡Oh, padre Antonio de Serpa, sin sacerdote con quien me confiese? ¡Oh, padre Antonio de Serpa! ¡Dichoso vos, que habéis muerto habiendo recibido los sacramentos! ¡Y quién pudiera trocar por vos la suerte, y no quedar en la que estoy para mí tan desdichada, pues puedo confesar a cuantos están aquí y no tengo quien me confiese! Andaba escondido el rostro, sin querer admitir consuelo; fuese a la iglesia, y sobre el altar lloró y sollozó reciamente, y otras muchas cosas hizo y dijo el buen vicario en cuanto se amortajó el difunto, y abrió la cueva a donde fue sepultado.
La siguiente noche, que se contaron diez y siete de octubre, hubo un eclipse total de luna, que al ascender por el Oriente ya venía toda eclipsada. El adelantado se halló tan flaco, que ordenó su testamento que apenas pudo firmar. Dejó por heredera universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel Barreto, su mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder para nombrar la persona que quisiere. A su cuñado don Lorenzo nombró por capitán general; y mandando llamar al vicario, cumplió con todas las obligaciones del alma. En esto se pasó la noche, y vino el día, que fue de San Lucas; viéndole el vicario tan al cabo, le dijo que una persona de suerte y buena vida bien sabía cuánto importaba el bien morir, que estaba en tiempo de poder negociar con Dios lo que le faltaba. Díjole más otras cosas, tan santas como piadosas, que el adelantado oyó mostrando bien a entender cuán conforme estaba con la voluntad del Señor que lo crió. Hizo el vicario traer un Cristo, en cuya presencia pareció que el adelantado humilló las rodillas en su corazón, y ayudándole a decir el salmo de misere mei y el credo, a la una después del medio día pasó nuestro adelantado de esta vida con que se le acabó su jornada de tantos y tan largos tiempos deseada. Murió al parecer de todos como de él se esperaba. Todos le conocimos muchos deseos de acertar en cuanto hacía. Era persona celosa de la honra de Dios y del servicio del Rey, y a quien las cosas mal hechas no parecían bien, ni las bien hechas, mal.
Era muy llano; no largo en razones: y él mismo decía que no las esperasen de él, sino obras, y que parecía que sabía bien mirar las cosas que tocaba a su conciencia. Paréceme que podré decir con razón que sabía más que hacía, porque ninguna cosa vi que pasó por alto. La gobernadora sintió su muerte y ansí muchos, aunque algunos se holgaron de ella. Venida la tarde, con la mayor pompa que nos dio lugar el tiempo, le fuimos a sepultar, en un ataúd cubierto con un paño negro, en hombros de ocho oficiales los más señalados; los soldados los arcabuces el revés a la usanza de entierros de generales. íbanse arrastrando dos banderas, y en dos atambores cubiertos de luto dando unos golpes tardos y roncos, el pífano hacía el mismo sentimiento, y llegados a la iglesia, el vicario lo encomendó; y sepultado, nos volvimos a dar el pésame a la gobernadora de su desgracia.
Los indios que con mucho cuidado velaban, se defendieron la salida a tierra con tanto ánimo, que antes que los nuestros se desenvolviesen, flecharon siete, y al caudillo; y gozando la ocasión, les fueron siguiendo con tiros de muchas flechas y pedradas y grandes gritos: y llegaron tan cerca del campo, que fue necesario salir don Lorenzo, con la bandera tendida y resto de la gente sana, a defender la entrada. Tiróseles un verso con que se fueron retirando, en cuyo alcance hicieron y flecharon seis, y a don Lorenzo, que recogidos y curados fueron. Visto esto, don Lorenzo envió a un soldado por caudillo de otros para quemarles las canoas, piraguas y casas, haciéndoles, como les hicieron, todo el más daño que se pudiese: de que trajo ocho soldados heridos. Con estas tres victorias habidas todas en un día, quedaron tan ufanos que de día y de noche flechaban al campo, y tiraban piedras de tal manera que hicieron dos; de que murió el uno. Con los soldados heridos, y enfermedad del adelantado y de otras muchas personas, sólo se procuraba defender y asegurar el pueblo, siendo las mayores entradas que hacía nuestra gente sólo a buscar bledos, que a ratos costaban caros. Víspera de San Lucas evangelista murió el primero de nuestros compañeros, el capellán Antonio de Serpa; por cuya muerte hizo el vicario un muy del alma sentimiento y dolorosa lamentación, cuanto lo fue a clavar los ojos en el cielo, diciendo: --¡Oh, Dios mío! ¡Qué castigo tan grande es éste que por mis pecados me enviáis! ¿Dejaisme, Señor, sin sacerdote con quien me confiese? ¡Oh, padre Antonio de Serpa, sin sacerdote con quien me confiese? ¡Oh, padre Antonio de Serpa! ¡Dichoso vos, que habéis muerto habiendo recibido los sacramentos! ¡Y quién pudiera trocar por vos la suerte, y no quedar en la que estoy para mí tan desdichada, pues puedo confesar a cuantos están aquí y no tengo quien me confiese! Andaba escondido el rostro, sin querer admitir consuelo; fuese a la iglesia, y sobre el altar lloró y sollozó reciamente, y otras muchas cosas hizo y dijo el buen vicario en cuanto se amortajó el difunto, y abrió la cueva a donde fue sepultado.
La siguiente noche, que se contaron diez y siete de octubre, hubo un eclipse total de luna, que al ascender por el Oriente ya venía toda eclipsada. El adelantado se halló tan flaco, que ordenó su testamento que apenas pudo firmar. Dejó por heredera universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel Barreto, su mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder para nombrar la persona que quisiere. A su cuñado don Lorenzo nombró por capitán general; y mandando llamar al vicario, cumplió con todas las obligaciones del alma. En esto se pasó la noche, y vino el día, que fue de San Lucas; viéndole el vicario tan al cabo, le dijo que una persona de suerte y buena vida bien sabía cuánto importaba el bien morir, que estaba en tiempo de poder negociar con Dios lo que le faltaba. Díjole más otras cosas, tan santas como piadosas, que el adelantado oyó mostrando bien a entender cuán conforme estaba con la voluntad del Señor que lo crió. Hizo el vicario traer un Cristo, en cuya presencia pareció que el adelantado humilló las rodillas en su corazón, y ayudándole a decir el salmo de misere mei y el credo, a la una después del medio día pasó nuestro adelantado de esta vida con que se le acabó su jornada de tantos y tan largos tiempos deseada. Murió al parecer de todos como de él se esperaba. Todos le conocimos muchos deseos de acertar en cuanto hacía. Era persona celosa de la honra de Dios y del servicio del Rey, y a quien las cosas mal hechas no parecían bien, ni las bien hechas, mal.
Era muy llano; no largo en razones: y él mismo decía que no las esperasen de él, sino obras, y que parecía que sabía bien mirar las cosas que tocaba a su conciencia. Paréceme que podré decir con razón que sabía más que hacía, porque ninguna cosa vi que pasó por alto. La gobernadora sintió su muerte y ansí muchos, aunque algunos se holgaron de ella. Venida la tarde, con la mayor pompa que nos dio lugar el tiempo, le fuimos a sepultar, en un ataúd cubierto con un paño negro, en hombros de ocho oficiales los más señalados; los soldados los arcabuces el revés a la usanza de entierros de generales. íbanse arrastrando dos banderas, y en dos atambores cubiertos de luto dando unos golpes tardos y roncos, el pífano hacía el mismo sentimiento, y llegados a la iglesia, el vicario lo encomendó; y sepultado, nos volvimos a dar el pésame a la gobernadora de su desgracia.