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Datos principales
Desarrollo
De una entrada que hizo Domingo Martínez de Irala a la Provincia del Guairá, y lo que sucedió En este tiempo llegaron a la Ciudad de la Asunción ciertos caciques principales de la provincia del Guairá a pedir al General Domingo de Irala les diese socorro contra sus enemigos los Tupíes de la costa del Brasil, que con continuos asaltos los molestaban y hacían muy graves daños y robos con favor y ayuda de los portugueses de aquella costa, obligándole a ello el manifestarse vasallos de S.M., y que como tales debían ser amparados y favorecidos; de modo que el General habido su acuerdo sobre una petición tan justa, determinó ir en persona a remediar estos agravios; y prevenido de lo necesario, aprestó una buena compañía de soldados, y otros muchos indios amigos, y caminó por tierra con su gente, y pasando por muchos pueblos de indios de aquella provincia con mucho aplauso y amistad de toda la tierra, llego al río Paraná a un puerto arriba del gran Salto, donde los indios de aquel río vinieron a recibir al General proveyéndole de bastimentos y demás menesteres, y en sus canoas y balsas pasó a la otra parte a un pueblo de un cacique llamado Guairá, de quien fue muy bien recibido y hospedado. Convocados los indios de aquella provincia, juntó mucha cantidad de ellos, y por su parecer navegó el Paraná arriba, hasta los pueblos de los Tupíes, los cuales con mucha presteza se convocaron y tomaron armas, saliéndoles a recibir por el río y por tierra, y tuvieron una reñida pelea en un peligroso paso del río que llaman el Salto de Albañandaba, o paso del Anembí, y desbaratados los enemigos fueron puestos en huida, y entraron los nuestros al pueblo principal de la comarca, donde mataron mucha gente, y pasando adelante tuvieron otros muchos encuentros, con que dentro de pocos días trajeron a su sujeción y dominio aquellos habitantes, y después de algunos tratados de paz prometieron no hacer más guerra a los indios Guaraníes de aquel Gobierno, ni entrar por sus tierras, como antes lo habían hecho.
Por esta vía despacharon a Juan de Molina, para que por aquellos puertos fuese por Procurador de la Provincia a la Corte, dando relación y larga cuenta a S.M. del estado de la tierra; y hecho, dieron vuelta con buen suceso al río Periquí. Con los naturales de este río se trató, si habría comodidad ó forma de bajar por aquel Salto, dejando a una parte el mayor peligro hasta salir a lo navegable, a lo cual los indios pusieren muchas dificultades por medio de un mestizo lenguaraz llamado Hernando Díaz. Este era un mozo mal inclinado y de peor intención, que por haber sido castigado del General por sus excesos y liviandades, estaba sentido y agraviado, y así dijo: que los indios decían ser fácil el bajar en canoas por aquel río, dejando arriba el santo principal, que éste era imposible navegarse. Y aunque en los demás era el peligro muy grande, con todo el General se dispuso a que bajasen por tierra muchas canoas, y se llevasen a echar más abajo del salto, y de allí con maromas fuesen poco a poco río abajo, hasta donde se pudiesen cargar para hacer su navegación. Tomaron más de 400 canoas, y con muchos millares de indios las llevaron más de cuatro leguas por tierra hasta ponerlas en un pequeño río, que sale al Paraná, excusándose con esto de todo cuanto juzgaron ser malo, y bajando con gran dificultad, salieron de unos grandes borbollones, donde hicieron las balsas, juntando 2 y 3 canoas para cada una, y las cargaron de lo que llevaban. Navegaron por este río, huyendo por una parte y otra de los peligros, que a cada paso topaban, hasta que repentinamente llegaron a un paraje que llaman Ocayaré, donde sin poderlo remediar, se hundieron más de 50 balsas, y otras tantas canoas con mucha cantidad de indios y algunos españoles que iban en ellas, y quizá hubieran perecido todos si media legua antes no se hubiese desembarcado el General con toda su compañía, quienes venían, por la margen del río sobre las peñas y riscos, de que a una y otra mano está lleno el río.
Con este suceso el General quedó en punto de perecer, por ser toda aquella tierra muy áspera y desierta donde los más de sus amigos y naturales de la provincia le desampararon, de modo que le fue forzoso salir rompiendo por los grandes bosques y montañas hasta los primeros pueblos, y porque mucha gente de la que traía venía enferma, y no podía caminar por tierra, dio orden de que en algunas canoas, que habían quedado, se metiesen con los mejores indios amigos, y se fuesen poco a poco a la sirga río abajo, yendo por caudillo un hidalgo extremeño llamado Alonso Encinas. Este acudió a lo que se le encargó, con tanta providencia y cuidado, que salió con bien de los mayores peligros del río, en especial de un paso peligrosísimo, que hace tales remolinos que parecen grandes olas, que sorben el agua hasta el abismo sin dejar en ambas orillas cosa que no se mueva, alborote, arrebate y trague, trabucándola dentro de su hondura con tal velocidad que cogida una vez cualquiera cosa, es casi imposible largarla de aquella ola o abertura tan grande que una nao de la India fuera hundida con tanta facilidad como una nuez. Aquí les hicieron los indios de aquella tierra una celada, pretendiendo echarlos a todos con sus canoas en este remolino. Alonso Encinas proveyó con grande diligencia que todos los españoles saliesen a tierra y con las armas en las manos acompañados de algunos amigos fuesen a reconocer el paso, y descubierta la celada, pelearon con los indios, de tal manera que los hicieron huir, y así asegurados se fueron muy sosegados a sus canoas, y amarradas de popa y proa con fuertes cordeles las pasaron el riesgo una a una, con lo que fue Dios Nuestro Señor servido de sacarlos de aquel Caribdis y Scila hasta ponerlos en lo más apacible del río, de manera que salieron a salvamento en tiempo que por relaciones de los indios de aquella tierra se sabía que habían entrado en el Río de la Plata unos navíos de España. De resultas de este suceso tan fatal, y pérdida de tanta gente, prendió el General a Hernando Díaz el mestizo, y la noche antes del día en que había de ser ahorcado, se escapó de la prisión, y fue de huida al Brasil, donde topó con el capitán Hernando de Trejo, quien por otros delitos, que allí cometió, le condenó a destierro perpetuo a una isla desierta, de que después salió con grandes aventuras que le sucedieron.
Por esta vía despacharon a Juan de Molina, para que por aquellos puertos fuese por Procurador de la Provincia a la Corte, dando relación y larga cuenta a S.M. del estado de la tierra; y hecho, dieron vuelta con buen suceso al río Periquí. Con los naturales de este río se trató, si habría comodidad ó forma de bajar por aquel Salto, dejando a una parte el mayor peligro hasta salir a lo navegable, a lo cual los indios pusieren muchas dificultades por medio de un mestizo lenguaraz llamado Hernando Díaz. Este era un mozo mal inclinado y de peor intención, que por haber sido castigado del General por sus excesos y liviandades, estaba sentido y agraviado, y así dijo: que los indios decían ser fácil el bajar en canoas por aquel río, dejando arriba el santo principal, que éste era imposible navegarse. Y aunque en los demás era el peligro muy grande, con todo el General se dispuso a que bajasen por tierra muchas canoas, y se llevasen a echar más abajo del salto, y de allí con maromas fuesen poco a poco río abajo, hasta donde se pudiesen cargar para hacer su navegación. Tomaron más de 400 canoas, y con muchos millares de indios las llevaron más de cuatro leguas por tierra hasta ponerlas en un pequeño río, que sale al Paraná, excusándose con esto de todo cuanto juzgaron ser malo, y bajando con gran dificultad, salieron de unos grandes borbollones, donde hicieron las balsas, juntando 2 y 3 canoas para cada una, y las cargaron de lo que llevaban. Navegaron por este río, huyendo por una parte y otra de los peligros, que a cada paso topaban, hasta que repentinamente llegaron a un paraje que llaman Ocayaré, donde sin poderlo remediar, se hundieron más de 50 balsas, y otras tantas canoas con mucha cantidad de indios y algunos españoles que iban en ellas, y quizá hubieran perecido todos si media legua antes no se hubiese desembarcado el General con toda su compañía, quienes venían, por la margen del río sobre las peñas y riscos, de que a una y otra mano está lleno el río.
Con este suceso el General quedó en punto de perecer, por ser toda aquella tierra muy áspera y desierta donde los más de sus amigos y naturales de la provincia le desampararon, de modo que le fue forzoso salir rompiendo por los grandes bosques y montañas hasta los primeros pueblos, y porque mucha gente de la que traía venía enferma, y no podía caminar por tierra, dio orden de que en algunas canoas, que habían quedado, se metiesen con los mejores indios amigos, y se fuesen poco a poco a la sirga río abajo, yendo por caudillo un hidalgo extremeño llamado Alonso Encinas. Este acudió a lo que se le encargó, con tanta providencia y cuidado, que salió con bien de los mayores peligros del río, en especial de un paso peligrosísimo, que hace tales remolinos que parecen grandes olas, que sorben el agua hasta el abismo sin dejar en ambas orillas cosa que no se mueva, alborote, arrebate y trague, trabucándola dentro de su hondura con tal velocidad que cogida una vez cualquiera cosa, es casi imposible largarla de aquella ola o abertura tan grande que una nao de la India fuera hundida con tanta facilidad como una nuez. Aquí les hicieron los indios de aquella tierra una celada, pretendiendo echarlos a todos con sus canoas en este remolino. Alonso Encinas proveyó con grande diligencia que todos los españoles saliesen a tierra y con las armas en las manos acompañados de algunos amigos fuesen a reconocer el paso, y descubierta la celada, pelearon con los indios, de tal manera que los hicieron huir, y así asegurados se fueron muy sosegados a sus canoas, y amarradas de popa y proa con fuertes cordeles las pasaron el riesgo una a una, con lo que fue Dios Nuestro Señor servido de sacarlos de aquel Caribdis y Scila hasta ponerlos en lo más apacible del río, de manera que salieron a salvamento en tiempo que por relaciones de los indios de aquella tierra se sabía que habían entrado en el Río de la Plata unos navíos de España. De resultas de este suceso tan fatal, y pérdida de tanta gente, prendió el General a Hernando Díaz el mestizo, y la noche antes del día en que había de ser ahorcado, se escapó de la prisión, y fue de huida al Brasil, donde topó con el capitán Hernando de Trejo, quien por otros delitos, que allí cometió, le condenó a destierro perpetuo a una isla desierta, de que después salió con grandes aventuras que le sucedieron.