24 al 31 de diciembre
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Datos principales
Desarrollo
Lunes, 24 de diciembre Antes de salido el sol levantó las anclas, con el viento terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les habían dado señales de haber en aquella isla oro y nombrado los lugares donde lo cogían, vido uno parece que más dispuesto y aficionado o que con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a mostrarle las minas del oro. Esto trujo otro compañero o pariente consigo entre los otros lugares que nombraban donde se cogía el oro, dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Cibao, y allí afirman que hay gran cantidad de oro, y que el cacique trae las banderas de oro de martillo, salvo que está muy lejos, al Leste. El Almirante dice aquí estas palabras a los Reyes: "Crean Vuestras Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado (de) la gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; mas hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en todo como del día a la noche, ni creo que otro ninguno, que esto hobiese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo dicho; y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los pueblos grandes de esta isla Española, que así la llamé, y ellos le llaman Bohío, y todos de muy singularísimo trato amoroso y habla dulce, no como los otros, que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres, y no negros.
Verdades que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal; y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos, como juez o señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mandado es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla". Todas son palabras del Almirante. Quien hubiere de entrar en la mar de Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga, llevando la proa en ella; y después que llegare a ella con el tiro de una piedra, pase de la parte del Oueste y quédele ella al Leste, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restringa muy grande del Oueste, e aún en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta restringa se llega a la Amiga un tiro de lombarda; y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas, y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra restringa y bajas vienen de la parte del Leste a la dicha isla Amiga, y son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo cuasi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas. De la Amiga, y al pie del monte Caribatán, de la parte del Oueste, hay un buen puerto y muy grande. Martes 25 de diciembre, día de Navidad Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir porque había dos días y una noche que no había dormido.
Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma, conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste Sueste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar al Almirante y veían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos; los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante, y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados. Luego, el maestre de la nao, cuya era la guardia, salió, y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa y tomasen un ancla y la echasen por popa; y con él otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado.
Ellos no curaron sino de huir a la carabela, que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recibir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao, pero primero fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vido que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástel y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las aguas menguasen, no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao. El Almirante fué a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela, y como ventase ya ventecillo de la tierra y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao por de dentro de la restringa del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba , alguacil de la Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al Rey que los había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto; el cual tenía su villa adelante, obra de una legua y media del dicho banco; el cual como lo supo diz que lloró y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao. Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio; tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio.
Y él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo diligencia, así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar un agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas, entretanto que se vaciaban algunas casas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche. "Él, con todo el pueblo, lloraban, tanto, dice el Almirante, son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus prójimos como así mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué". Todo esto dice así el Almirante. Miércoles, 26 de diciembre Hoy, al salir del sol, vino el rey de aquella tierra, que estaba en aquel lugar, a la carabela Niña donde estaba el Almirante, y cuasi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes casas, y que mas les daría si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao, y poner en tierra cuanta gente quisiese, y que así lo había hecho ayer, sin que se tomase una migaja de pan ni otra cosa alguna, tanto, dice el Almirante, son fieles y sin cudicia de lo ajeno, y así era sobre todos aquel rey virtuoso.
En tanto que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles, que aun no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro diciendo "chuq chuq" por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante al oír esto. Y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra resgataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí adónde había de ello muy mucho en grande suma, y que estuviese de buen corazón, que él daría cuanto oro quisiese; y de ello diz que le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Cibao, en tanto grado que ellos no lo tienen en nada, y que él lo traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman Bohio, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más.
El rey comió en la carabela con el Almirante y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su pan que llamaban cazabí; donde lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas. Y andaban con él bien mil personas, todos desnudos; el señor ya traía camisa y guantes, que el Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trujeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos, creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos. Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía que sabía de ello; y el señor, como no sepa que sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa, aunque diz que el comienzo fue sobre habla de los de Caniba que ellos llaman caribes, que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro, que en todas aquellas tierras no había memoria de él y de acero ni de otro metal salvo de oro y de cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los Caribes y que a todos se los mandarían traer las manos atadas.
Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado, y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trujeron al Almirante una gran carátula que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que veía, y se le templó el angustia y pena que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento. "Y a esto, dice él, vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente no fue aquel desastre salvo gran ventura, porque es cierto, dice él, que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía y en ella dos o más restringas de bajas, ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejaría no les pudiera dar tan buen aviamiento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezo para fortaleza; y bien es verdad que mucha gente de esta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo por dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal y más gente al doblo, mas son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio, mas es razón que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así tendrán tablas para hacer toda la fortaleza de ellas y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para sembrar y la barca de la nao y un calafate y un carpintero y un lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hacer placer de saber la mina adonde se coge el oro.
Así que todo es venido mucho a pelo, para que se faga este comienzo; sobre todo que, cuando encalló la nao, fue tan paso que cuasi no se sintió ni había ola ni viento". Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el ancla por popa para sacar la nao, como el Almirante les mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra, dice él, como se supo aquellos días que allí estuvo, y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día, si no era por falta de los vientos, porque la nao diz que era muy pesada y no para el oficio de descubrir. Y llevar tal nao diz que causaron los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías; y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho. Y dice que espera en Dios que, a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro, que habrían resgatado los que había de dejar, y que habrían hallado la mina de oro y la especería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la casa santa, "que así, dice él, protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén , y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana".
Estas son palabras del Almirante. Jueves, 27 de diciembre En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro, y que lo quería cubrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el rey y un hermano suyo y otro su pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto, vinieron ciertos indios con nuevas cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique allá una canoa y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era maravilla. Ya entendía el Almirante con cuanta priesa podía por despacharse para la vuelta de Castilla. Viernes, 28 de diciembre Para dar orden y priesa en el acabar de hacer la fortaleza y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca; el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un hermano que recibiese al Almirante, y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al rey que el Almirante estaba allí, como que era el rey no sabía que era venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacelle mucha más honra.
Como el escudero se lo dijo, dio el cacique diz que a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo que había de hacer. Sábado, 29 de diciembre En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados, como dice el Almirante; y como siempre trabajase por saber adonde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo; y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Leste que se llamaba Guarionex, y otras que se llamaban Macorix, Mayonic, Fuma, y Cibao y Corvay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante y supo esto que le había dicho un hermano del rey, e riño con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese donde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a resgatar o comprar a otra parte. Mas es tanto y en tantos lugares y en esta misma isla Española, dice el Almirante, que es maravilla. Siendo ya de noche le envió el rey una gran carátula de oro y envióle a pedir un bacín de aguamanos y un jarro. Creyó el Almirante que lo pedía por mandar hacer otro y así se lo envió. Domingo, 30 de diciembre Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco reyes sujetos a aqueste que se llama Guacanagari, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera de ellos.
En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a donde tenía un estrado y sillas en que se asentó al Almirante, y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron adonde el Almirante estaba con él y trujeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Leste en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Yañez, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo, y que lo había en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que estaba seis leguas de allí, y que había conocido los ramos y raíz. Dicen que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que parecen moras verdes, cuasi secas, y el palillo que está cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino, como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.
Lunes, 31 de diciembre Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España, por dar noticia presto a los Reyes, para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya el negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla, dijo el Almirante, y dice que no quisiera partirse hasta que hubiera visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste, y andarla toda por la costa, por saber también diz que el tránsito de Castilla a ella, para traer ganados y otras cosas. Mas como hubiese quedado con un solo navío, no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel e inconveniente provenía de haberse apartado de la carabela Pinta.
Verdades que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal; y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos, como juez o señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mandado es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla". Todas son palabras del Almirante. Quien hubiere de entrar en la mar de Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga, llevando la proa en ella; y después que llegare a ella con el tiro de una piedra, pase de la parte del Oueste y quédele ella al Leste, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restringa muy grande del Oueste, e aún en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta restringa se llega a la Amiga un tiro de lombarda; y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas, y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra restringa y bajas vienen de la parte del Leste a la dicha isla Amiga, y son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo cuasi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas. De la Amiga, y al pie del monte Caribatán, de la parte del Oueste, hay un buen puerto y muy grande. Martes 25 de diciembre, día de Navidad Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir porque había dos días y una noche que no había dormido.
Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma, conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste Sueste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar al Almirante y veían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos; los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante, y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados. Luego, el maestre de la nao, cuya era la guardia, salió, y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa y tomasen un ancla y la echasen por popa; y con él otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado.
Ellos no curaron sino de huir a la carabela, que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recibir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao, pero primero fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vido que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástel y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las aguas menguasen, no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao. El Almirante fué a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela, y como ventase ya ventecillo de la tierra y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao por de dentro de la restringa del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba , alguacil de la Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al Rey que los había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto; el cual tenía su villa adelante, obra de una legua y media del dicho banco; el cual como lo supo diz que lloró y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao. Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio; tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio.
Y él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo diligencia, así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar un agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas, entretanto que se vaciaban algunas casas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche. "Él, con todo el pueblo, lloraban, tanto, dice el Almirante, son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus prójimos como así mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué". Todo esto dice así el Almirante. Miércoles, 26 de diciembre Hoy, al salir del sol, vino el rey de aquella tierra, que estaba en aquel lugar, a la carabela Niña donde estaba el Almirante, y cuasi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes casas, y que mas les daría si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao, y poner en tierra cuanta gente quisiese, y que así lo había hecho ayer, sin que se tomase una migaja de pan ni otra cosa alguna, tanto, dice el Almirante, son fieles y sin cudicia de lo ajeno, y así era sobre todos aquel rey virtuoso.
En tanto que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles, que aun no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro diciendo "chuq chuq" por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante al oír esto. Y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra resgataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí adónde había de ello muy mucho en grande suma, y que estuviese de buen corazón, que él daría cuanto oro quisiese; y de ello diz que le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Cibao, en tanto grado que ellos no lo tienen en nada, y que él lo traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman Bohio, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más.
El rey comió en la carabela con el Almirante y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su pan que llamaban cazabí; donde lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas. Y andaban con él bien mil personas, todos desnudos; el señor ya traía camisa y guantes, que el Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trujeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos, creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos. Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía que sabía de ello; y el señor, como no sepa que sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa, aunque diz que el comienzo fue sobre habla de los de Caniba que ellos llaman caribes, que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro, que en todas aquellas tierras no había memoria de él y de acero ni de otro metal salvo de oro y de cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los Caribes y que a todos se los mandarían traer las manos atadas.
Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado, y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trujeron al Almirante una gran carátula que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que veía, y se le templó el angustia y pena que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento. "Y a esto, dice él, vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente no fue aquel desastre salvo gran ventura, porque es cierto, dice él, que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía y en ella dos o más restringas de bajas, ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejaría no les pudiera dar tan buen aviamiento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezo para fortaleza; y bien es verdad que mucha gente de esta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo por dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal y más gente al doblo, mas son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio, mas es razón que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así tendrán tablas para hacer toda la fortaleza de ellas y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para sembrar y la barca de la nao y un calafate y un carpintero y un lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hacer placer de saber la mina adonde se coge el oro.
Así que todo es venido mucho a pelo, para que se faga este comienzo; sobre todo que, cuando encalló la nao, fue tan paso que cuasi no se sintió ni había ola ni viento". Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el ancla por popa para sacar la nao, como el Almirante les mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra, dice él, como se supo aquellos días que allí estuvo, y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día, si no era por falta de los vientos, porque la nao diz que era muy pesada y no para el oficio de descubrir. Y llevar tal nao diz que causaron los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías; y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho. Y dice que espera en Dios que, a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro, que habrían resgatado los que había de dejar, y que habrían hallado la mina de oro y la especería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la casa santa, "que así, dice él, protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén , y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana".
Estas son palabras del Almirante. Jueves, 27 de diciembre En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro, y que lo quería cubrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el rey y un hermano suyo y otro su pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto, vinieron ciertos indios con nuevas cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique allá una canoa y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era maravilla. Ya entendía el Almirante con cuanta priesa podía por despacharse para la vuelta de Castilla. Viernes, 28 de diciembre Para dar orden y priesa en el acabar de hacer la fortaleza y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca; el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un hermano que recibiese al Almirante, y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al rey que el Almirante estaba allí, como que era el rey no sabía que era venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacelle mucha más honra.
Como el escudero se lo dijo, dio el cacique diz que a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo que había de hacer. Sábado, 29 de diciembre En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados, como dice el Almirante; y como siempre trabajase por saber adonde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo; y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Leste que se llamaba Guarionex, y otras que se llamaban Macorix, Mayonic, Fuma, y Cibao y Corvay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante y supo esto que le había dicho un hermano del rey, e riño con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese donde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a resgatar o comprar a otra parte. Mas es tanto y en tantos lugares y en esta misma isla Española, dice el Almirante, que es maravilla. Siendo ya de noche le envió el rey una gran carátula de oro y envióle a pedir un bacín de aguamanos y un jarro. Creyó el Almirante que lo pedía por mandar hacer otro y así se lo envió. Domingo, 30 de diciembre Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco reyes sujetos a aqueste que se llama Guacanagari, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera de ellos.
En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a donde tenía un estrado y sillas en que se asentó al Almirante, y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron adonde el Almirante estaba con él y trujeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Leste en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Yañez, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo, y que lo había en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que estaba seis leguas de allí, y que había conocido los ramos y raíz. Dicen que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que parecen moras verdes, cuasi secas, y el palillo que está cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino, como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.
Lunes, 31 de diciembre Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España, por dar noticia presto a los Reyes, para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya el negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla, dijo el Almirante, y dice que no quisiera partirse hasta que hubiera visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste, y andarla toda por la costa, por saber también diz que el tránsito de Castilla a ella, para traer ganados y otras cosas. Mas como hubiese quedado con un solo navío, no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel e inconveniente provenía de haberse apartado de la carabela Pinta.