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Datos principales


Desarrollo


Lunes, 17 de diciembre Ventó aquella noche reciamente viento Lesnordeste; no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontera y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes. Holgáronse mucho con los cristianos los indios, y trujéronles ciertas flechas de los de los Caniba o de los caníbales, y son de las espigas de caña, y engiérenles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo e hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tornó a enviar ciertos cristianos a la población, y a trueque de contezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia, que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro, y parecía que lo quería resgatar; el cual se fue a su casa y los otros quedaron en la plaza; y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza y, trayendo cada vez un pedazuelo, resgatábalo. Después que no hubo más, dijo por señas que el había enviado por más y que otro día lo traerían. "Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo muestra de ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí hubiese hallado", dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres y, en llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y cuasi todos descendieron en tierra.

El cacique se levantó solo y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaba en el agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que la tirase, y al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró mucho el cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante, después de ida, que en la Tortuga había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que no creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hubiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquellos qué dar por ello. Y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajasen mucho para sustentarse ni para vertirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar donde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se podían andar. Martes, 18 de diciembre Estuvo en aquella playa surto este día porque no había viento, y también porque había dicho el cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Almirante el oro diz que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían.

Luego, en amaneciendo, mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderal por la fiesta que era este día de Santa María de la 0, o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de aquella isla Española, dice el Almirante, había madrugado en su casa, que debía de distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella población, donde ya estaban algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venía oro; los cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy, estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: "Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. Él, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él a buen andar, se vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él tenía a bien de comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese. Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se sentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante, tomaba de cada una tanto como se toma para hacerla salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras; y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho acatamiento.

Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrados que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo, y unos zapatos colorados y una almarraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pena porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo que si me compliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tenga un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas y se la mostré, y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; "y ¡qué grandes señores serían Vuestras Altezas!", decía él contra sus consejeros, "pues de tal lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo". Y otras cosas muchas pasaron que yo no entendía, salvo que bien veía que todo tenía a grande maravilla". Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente e hizo tirar muchas lombardas.

Y puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más de doscientos hombres; y su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía, de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a pie, y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Este vino a la nao después del rey, al cual dio el Almirante algunas cosas de los dichos rescates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique. En este día se rescató diz que poco oro, pero supo el Almirante de un hombre viejo que había muchas isla comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace muy mucho oro, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazo y lo funden y hacen vergas y mil labores; figuraba por señal la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba. Determinóse el Almirante de ir allí, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara; y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana; pero, porque ya tenía aquellas gentes por de los Reyes de Castilla, y no era razón de hacerles agravio, acordó de dejarlo.

Puso una cruz muy poderosa en medio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, e hicieron diz que oración y la adoraron; y por la muestra que dan, espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianas. Miércoles, 19 de diciembre Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tornó el viento Levante, y con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vido por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vido una angla muy grande y tenía una población y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles que juzgó ser pinos; y sobre los dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Nordeste al Sudueste, y del cabo de Torres al Lesueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla de la parte del Oueste hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo. Del cabo de Torres al Leste cuarta del Sueste hay sesenta millas hasta una montaña mas alto que otra, que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí, por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata, porque aquella provincia se llamaba Caribata.

Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y hierbas, como por mayo. Las noches diz que eran de catorce horas. Jueves, 20 de diciembre Hoy, al poner del sol, entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata y surgió. Este puerto es hermosísimo y que cabrían en él cuantas naos hay en cristianos. La entrada de él parecía desde la mar imposible a los que no hubiesen en él entrado, por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi la isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tiene muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy fondo de siete brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto diz que había un cañal, que queda a la parte del Oueste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta al pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sueste, todo cercado con montañas altísimas que parece que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes; y sin duda que allí hay montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede hallarse.

De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos, mas cumple mirar por las bajas. Vido también poblaciones y ahumadas que se hacían. Viernes, 21 de diciembre Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vido ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manificador excesivo más de lo que es la verdad. A esto satisface diciendo que él trae consigo marineros antiguos, y estos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar, conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más de esta manera: "Yo he andado veintitrés años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que hice ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallará la perfección de los puertos... fallados siempre lo mejor del otro; que yo con buen tiento miraba mi escribir, y torno a decir que afirmo haber bien escrito, y que agora éste es sobre todos y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado, que con una cuerda, la más vieja de la nao, la tuviese amarrada". Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas. Vido unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se veía ninguna, puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los resgates, con que se holgaron mucho.

Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar; y parecía que verían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; Y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cubrían la tierra, dando mil gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, a que ellos llaman ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaros de barro de la hechura de las de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería y todo con un corazón tan largo y, tan contento que era maravilla: "y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente, dice el Almirante, porque lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es de cognocer, dice el Almirante, cuándo se da una cosa con muy deseoso corazón de dar". Estas son sus palabras: "Esta gente no tiene varas ni azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima. Son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de la edad de doce años; mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por celos, mas allí no; y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas", de las cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes.

No menos diz que hacían las mujeres en las otras partes antes que se escondiesen; y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que de ellos recibían. Finalmente dice el Almirante que no puede creer que haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos, que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían y, en llegando los cristianos, luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante seis cristianos a la población, para que la viesen qué era; a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenían, porque ninguna duda les queda, sino que creían el Almirante y toda su gente haber venido del cielo; lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor, que fuese a su pueblo, cuando de allí se partiese. (Canoa es una barca en que navegan, y son de ellas grandes y de ellas pequeñas). Y visto que el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá. Y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños dando voces que no se fuese, sino que se quedase con ellos.

Los mensajeros del otro señor que había venido a convidar estaban aguardando con sus canoas, porque no se fuese sin ir a ver al señor. Y así lo hizo; y en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba esperando y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente, manda que lleven lo que tenían de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vido que el Almirante había recibido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo, dice el Almirante, porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla, y dice que otra cosa no falta salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y darles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro señor de la parte del Oueste, y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra.

El señor que dije se había tornado; envióle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen de estas islas; él los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para darles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado; los cristianos no pudieron; y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas, que parecen llegar al Cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas, que es una cosa de maravilla. Entre medias de ellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto, al Sur, hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan verde agora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional. Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo, y todo poblado de gente muy buena y mansa, y sin armas buenas ni malas; y puede cualquier navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a los saltear, porque, puesto que la boca sea bien ancha, de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restringas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restringa, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar.

En la boca hay siete brazas de hondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles; al pie de ella de la parte del Oueste tiene la entrada, y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el bordo junto a la peña. Hay de la parte del Norueste hay tres islas y un gran río a una legua del cabo de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar de Santo Tomás, porque era hoy su día; díjole mar por su grandeza. Sábado, 22 de diciembre En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro, y de algunas que tenían más oro que tierra. No le hizo tiempo, y hubo de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese; envióle con aquél un cinto que en lugar de bolsa traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz. Y, como sea esta gente de muy franco corazón que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, que les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced, esto dice el Almirante, toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiese, pasó alguna parte del día; ni los indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas.

En fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna, pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos; y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy, envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí de la parte del Oueste, porque el señor de ella vino el sábado pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro. En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de escudilla y por otras cosas de no nada les deban los indios cuanto querían, pero, aunque sin darles algo se los querrían todo haber y tomar, lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, sino era el oro, las que daban a los cristianos, pero el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis contezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago.

Así qué tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillos hilado. Después que fue tarde, dióles tres ánsares muy gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente, y les traían todas las cosas que allá habían resgatado, y ellos mismos porfiaban de traellos a cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que habían venido del cielo, y en ver los cristianos que tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas especias. Echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima. Domingo, 23 de diciembre No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor que lo había enviado a rogar y convidar por falta de viento, pero envió con los tres mensajeros que allí esperaban las barcas con gente y al escribano. Entretanto que aquéllos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro, y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí haría cuanto quisiese.

Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogerlo. Todo aquello entendía el Almirante con pena, pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad de ello, y que, hallando el lugar donde se saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que por no nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había que estaba en aquel puerto, había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. "Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio". Estas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de mil personas, y que todas traían algo de lo que poseen, y antes que lleguen a la nao con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen, diciendo: "Tornad, tornad". También cree que más de quinientos vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, y hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños a ver a los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque diz que era bien empleado, y dice: "Nuestro Señor me aderece, por su piedad que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben". Estas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatán hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban.

Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente de aquella isla, que estima ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual diz que afirmaban ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual diz que es de parte de la Punta Santa, al Sueste cuasi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de remos, fuéronse adelante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante si lo dicen por Rey o por Gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman Nitayno; no sabía si lo decían por hidalgo o gobernador o juez. Finalmente el cacique vino a ellos y se ayuntaron en la plaza, que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres. Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres y papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro; daban también los populares de los mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que aguardasen hasta otro día, lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.

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