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Datos principales
Desarrollo
Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y el caballo y a otros seis soldados, y muchos amigos indios totonaques que también allí murieron Y es desta manera: que ya me habrán oído decir en el capítulo que dello habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuistlan, que se juntaron muchos pueblos sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocación de nuestro capitán, que los atrajo a ello, quitó que no diesen tributo a Montezuma ; y se le rebelaron y fueron más de treinta pueblos: y esto fue cuando le prendimos sus recaudadores, según otras veces dicho tengo en el capítulo que dello habla; y cuando partimos de Cempoal para venir a México quedó en la Villa Rica por capitán y alguacil mayor de la Nueva España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser y amigo de Cortés , y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hubiesen menester les favoreciese; y parece ser que, como el gran Montezuma tenía muchas guarniciones y capitanes de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban juntos a la raya dellos; porque una tenía en lo de Soconusco por guarda de Guatemala y Chiapa, y otra tenia en lo de Guazacualco, y otra capitanía en lo de Michoacan, y otra a la raya de Pánuco, entre Tuzapan y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que es en la costa del norte; y como aquella guarnición que tenía cerca de Tuzapan, pareció ser demandaron tributo de indios e indias y bastimentos para sus gentes a ciertos pueblos que estaban allí cerca, o confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servían a Juan de Escalante y a los vecinos que quedaron en la Villa Rosa y entendían en hacer la fortaleza; y como les demandaban los mexicanos el tributo y servicio, dijeron que no se les querían dar, porque Malinche les mandó que no lo diesen, y que el gran Montezuma lo ha tenido por bien; y los capitanes mexicanos respondieron que si no lo daban, que los vendrían a destruir sus pueblos y llevarlos cautivos, y que su señor Montezuma se lo había mandado de poco tiempo acá.
Y como aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitán Juan de Escalante, e quejáronse reciamente que los mexicanos les venían a robar y destruir sus tierras; y como el Escalante lo entendió, envió mensajeros a los mismos mexicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había a bien, que somos todos grandes amigos; si no, que irá contra ellos y les dará guerra. A los mexicanos no se les dio nada por aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo los hallaría; y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía; porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes y eran hombres de la mar; y con dos tiros y un poco de pólvora, y tres ballestas y dos escopetas, y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mexicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos los totonaques, y en el campo se encontraron al cuarto del alba; y como los mexicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, e como siempre estaban atemorizados dellos de las guerras pasadas, a la primera refriega de flechas y varas y piedras y gritas huyeron, y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mexicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas.
Allí reposó un poco, porque estaba mal herido; y en aquellas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y otros seis soldados, y mataron el caballo, y se volvió a la Villa Rica, y dende a tres días murió él y los soldados; y desta manera pasó lo que decimos "la de Almería", y no como lo cuenta el cronista Gómara , que dice en su Historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados ¡y para bien velar no teníamos recaudo, cuanto más enviar a poblar a Pánuco! Y dice que iba por capitán el Pedro de Ircio, que ni aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni se le daba cargo, y se quedó con nosotros en México. También dice el mismo cronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma: había de mirar que cuando lo escribía en su Historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo, que le dirían cuando lo leyesen: "Esto pasa desta suerte." Y dejarlo he aquí, y volvamos a nuestra materia, y diré como los capitanes mexicanos, después de darle la batalla que dicho tengo al Juan de Escalante, se lo hicieron hacer al Montezuma, y aún le llevaron presentada la cabeza de Argüello, que parece se murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban; y supimos que el Montezuma cuando se lo mostraron, como era robusto y grande, y tenía grandes barbas y crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de México, sino en otros ídolos de otros pueblos; y preguntó el Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules.
Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear; que no les pudieron hacer retraer, porque una gran tecleciguata de Castilla venía delante dellos, y que aquella señora ponía a los mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora que era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al gran Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en México, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello y pluguiese a Dios que así fuese! Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e así es verdad, que la misericordia divina y nuestra señora la virgen María siempre eran con nosotros; por lo cual le doy muchas gracias. Y dejarlo he aquí, y diré lo que pasó en la prisión del gran Montezuma.
Y como aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitán Juan de Escalante, e quejáronse reciamente que los mexicanos les venían a robar y destruir sus tierras; y como el Escalante lo entendió, envió mensajeros a los mismos mexicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había a bien, que somos todos grandes amigos; si no, que irá contra ellos y les dará guerra. A los mexicanos no se les dio nada por aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo los hallaría; y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía; porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes y eran hombres de la mar; y con dos tiros y un poco de pólvora, y tres ballestas y dos escopetas, y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mexicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos los totonaques, y en el campo se encontraron al cuarto del alba; y como los mexicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, e como siempre estaban atemorizados dellos de las guerras pasadas, a la primera refriega de flechas y varas y piedras y gritas huyeron, y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mexicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas.
Allí reposó un poco, porque estaba mal herido; y en aquellas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y otros seis soldados, y mataron el caballo, y se volvió a la Villa Rica, y dende a tres días murió él y los soldados; y desta manera pasó lo que decimos "la de Almería", y no como lo cuenta el cronista Gómara , que dice en su Historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados ¡y para bien velar no teníamos recaudo, cuanto más enviar a poblar a Pánuco! Y dice que iba por capitán el Pedro de Ircio, que ni aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni se le daba cargo, y se quedó con nosotros en México. También dice el mismo cronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma: había de mirar que cuando lo escribía en su Historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo, que le dirían cuando lo leyesen: "Esto pasa desta suerte." Y dejarlo he aquí, y volvamos a nuestra materia, y diré como los capitanes mexicanos, después de darle la batalla que dicho tengo al Juan de Escalante, se lo hicieron hacer al Montezuma, y aún le llevaron presentada la cabeza de Argüello, que parece se murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban; y supimos que el Montezuma cuando se lo mostraron, como era robusto y grande, y tenía grandes barbas y crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de México, sino en otros ídolos de otros pueblos; y preguntó el Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules.
Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear; que no les pudieron hacer retraer, porque una gran tecleciguata de Castilla venía delante dellos, y que aquella señora ponía a los mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora que era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al gran Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en México, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello y pluguiese a Dios que así fuese! Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e así es verdad, que la misericordia divina y nuestra señora la virgen María siempre eran con nosotros; por lo cual le doy muchas gracias. Y dejarlo he aquí, y diré lo que pasó en la prisión del gran Montezuma.