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Datos principales
Desarrollo
Cómo hicimos nuestra iglesia y altar en nuestro aposento, y una cruz fuera del aposento, y lo que más pasamos, y hallamos la sala y recámara del tesoro del padre de Montezuma, y cómo se acordó prender al Montezuma Como nuestro capitán Cortés y el padre de la Merced vieron que Montezuma no tenía voluntad que en el cu de su Huichilobos pusiésemos la cruz ni hiciésemos la iglesia; y porque desde que entramos en la ciudad de México , cuando se decía misa hacíamos un altar sobre mesas y tornábamos a quitarlo, acordóse que demandásemos a los mayordomos del gran Montezuma albañiles para que en nuestro aposento hiciésemos una iglesia; y los mayordomos dijeron que se lo harían saber al Montezuma, y nuestro capitán envió a decírselo con doña Marina y Aguilar , y con Orteguilla, su paje, que entendía ya algo la lengua, y luego dio licencia y mandó dar todo recaudo, y en tres días teníamos nuestra iglesia hecha, y la santa cruz puesta delante de los aposentos, e allí se decía misa cada día, hasta que se acabó el vino; que, como Cortés y otros capitanes y el fraile estuvieron malos cuando las guerras de Tlascala, dieron prisa al vino que teníamos para misas; y desde que se acabó, cada día estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante del altar e imágenes, lo uno por lo que éramos obligados a cristianos y buena costumbre, y lo otro porque Montezuma y todos sus capitanes lo viesen y se inclinasen a ello, y porque viesen el adoratorio, y vernos de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañíamos a la Ave-María.
Pues estando que estábamos en aquellos aposentos, como somos de tal calidad, e todo lo transcendemos e queremos saber, cuando miramos adonde mejor y en más convenible parte habíamos de hacer el altar, dos de nuestros soldados, que uno dellos era carpintero de lo blanco, que se decía Alonso Yáñez, vio en una pared una como señal que había sido puerta, que estaba cerrada y muy bien encalada e bruñida; y como había fama e teníamos relación que en aquel aposento tenía Montezuma el tesoro de su padre Axayaca , sospechóse que estaría en aquella sala, que estaba de pocos días cerrada y encalada; y el Yáñez le dijo a Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo, que eran capitanes, y aun deudos míos: el Alonso Yáñez se allegaba a su compañía, como criado de aquellos capitanes, y se lo dijeron a Cortés, y secretamente se abrió la puerta; y cuando fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro e planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuites y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no supieron qué decir de tantas riquezas; y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver muy secretamente; y como yo lo vi, digo que me admiré, e como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no debiera haber otras tantas; e acordóse por todos nuestros capitanes e soldados que ni por pensamiento se tocase en cosa ninguna dellas, sino que la misma puerta se tornase luego a poner sus piedras y cerrase y encalase de la manera que la hallamos, y que no se hablase en ello, porque no lo alcanzase a saber Montezuma, hasta haber otro tiempo.
Dejemos esto desta riqueza, y digamos que, como teníamos tan esforzados capitanes y soldados, y de muchos buenos consejos y pareceres, y primeramente nuestro señor Jesucristo ponía su divina mano en todas nuestras cosas, y así lo teníamos por cierto, apartaron a Cortés cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él se fiaba e comunicaba, e yo era uno dellos, y le dijimos que mirase la red y garlito donde estábamos, y la fortaleza de aquella ciudad, y mirase las puentes y calzadas, y las palabras y avisos que en todos los pueblos por donde hemos venido nos han dado, que había aconsejado el Huichilobos a Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad, e que allí nos matarían; y que mirase que los corazones de los hombres son muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza de la buena voluntad y amor de Montezuma nos muestra porque de una hora a otra la mudaría, y cuando se le antojase darnos guerra, que con quitarnos la comida o el agua, o alzar cualquiera puente, que no nos podríamos valer; e que mire la gran multitud de indios que tiene de guerra en su guarda, e ¿qué podríamos nosotros hacer para ofenderlos o para defendernos? Porque todas las casas tienen en el agua; pues socorro de nuestros amigos los de Tlascala ¿por dónde han de entrar? Y pues es cosa de ponderar todo esto que le decíamos, que luego sin más dilación prendiésemos al Montezuma si queríamos asegurar nuestras vidas, y que no se aguardase para otro día, y que mirase que con todo el oro que nos daba Montezuma, ni el que habíamos visto en el tesoro de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comíamos, que todo se nos hacía rejalgar en el cuerpo, e que ni de noche ni de día no dormíamos ni reposábamos, con aqueste pensamiento; e que si otra cosa algunos de nuestros soldados menos que esto que le decíamos sintiesen, que serían como bestias, que no tenían sentido, que se estaban al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo.
Y como esto oyó Cortés, dijo: "No creáis, caballeros, que duermo ni estoy sin el mismo cuidado; que bien me lo habréis sentido; mas ¿qué poder tenemos nosotros para hacer tan grande atrevimiento como prender a tan gran señor en sus mismos palacios, teniendo sus gentes de guarda y de guerra? ¿Qué manera o arte se puede tener en quererlo poner por efecto, que no apellide sus guerreros y luego nos acometan?" Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León y Diego de Ordás e Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado , que con buenas palabras sacarle de su sala y traerlo a nuestros aposentos y decirle que ha de estar preso; que si se alterase o diere voces, que lo pagará su persona; y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les de licencia, que ellos lo prenderán y lo pondrán por la obra; y que de dos grandes peligros en que estamos, que el mejor y el más a propósito es prenderle, que no aguardar que nos diesen guerra; y que si la comenzaba, ¿qué remedio podríamos tener? También le dijeron ciertos soldados que nos parecía que los mayordomos de Montezuma que servían en darnos bastimentos se desvergonzaban y no lo traían cumplidamente, como los primeros días; y también dos indios tlascaltecas, nuestros amigos, dijeron secretamente a Jerónimo de Aguilar , nuestra lengua, que no les parecía bien la voluntad de los mexicanos de dos días atrás. Por manera que estuvimos platicando en este acuerdo bien una hora, si le prendiéramos o no, y que manera tendríamos; y a nuestro capitán bien se le encajó este postrer consejo, y dejábamoslo para otro día, que en todo caso lo habíamos de prender, y aun toda la noche estuvimos rogando a Dios que lo encaminase para su santo servicio.
Después destas pláticas, otro día por la mañana vinieron dos indios de Tlascala muy secretamente con unas cartas de la Villa Rica, y lo que se contenía en ello decía que Juan de Escalante, que quedó por alguacil mayor, era muerto, y seis soldados juntamente con él, en una batalla que le dieron los mexicanos; y también le mataron el caballo y a nuestros indios totonaques, que llevó en su compañía, y que todos los pueblos de la sierra y Cempoal y su sujeto están alterados y no les quieren dar comida ni servir en la fortaleza, y que no saben qué se hacer; y que como de antes los tenían por teules, que ahora, que han visto aquel desbarate, les hacen fieros, así los totonaques como los mexicanos, y que no les tienen en nada, ni saben qué remedio tomar. Y cuando oímos aquellas nuevas, sabe Dios cuánto pesar tuvimos todos. Aqueste fue el primer desbarate que tuvimos en la Nueva España; miren los curiosos lectores la adversa fortuna cómo vuelve rodando; ¡quién nos vio entrar en aquella ciudad con tan solemne recibimiento y triunfantes, y nos teníamos en posesión de ricos con lo que Montezuma nos daba cada día, así al capitán como a nosotros; y haber visto la casa por mí nombrada llena de oro, y nos tenían por teules, que son ídolos, y que todas las batallas vencíamos; e ahora habernos venido tan grande desmán, que no nos tuviesen en aquella reputación que de antes, sino por hombres que podíamos ser vencidos, y haber sentido cómo se desvergonzaban contra nosotros! En fin de más razones, fue acordado que aquel mismo día de una manera y de otra se prendiese a Montezuma o morir todos sobre ello. Y porque para que vean los lectores de la manera que fue esta batalla de Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y a seis soldados, y el caballo y los amigos totonaques que llevaba consigo, lo quiero aquí declarar antes de la prisión de Montezuma, por no dejarlo atrás, porque es menester darlo bien a entender.
Pues estando que estábamos en aquellos aposentos, como somos de tal calidad, e todo lo transcendemos e queremos saber, cuando miramos adonde mejor y en más convenible parte habíamos de hacer el altar, dos de nuestros soldados, que uno dellos era carpintero de lo blanco, que se decía Alonso Yáñez, vio en una pared una como señal que había sido puerta, que estaba cerrada y muy bien encalada e bruñida; y como había fama e teníamos relación que en aquel aposento tenía Montezuma el tesoro de su padre Axayaca , sospechóse que estaría en aquella sala, que estaba de pocos días cerrada y encalada; y el Yáñez le dijo a Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo, que eran capitanes, y aun deudos míos: el Alonso Yáñez se allegaba a su compañía, como criado de aquellos capitanes, y se lo dijeron a Cortés, y secretamente se abrió la puerta; y cuando fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro e planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuites y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no supieron qué decir de tantas riquezas; y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver muy secretamente; y como yo lo vi, digo que me admiré, e como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no debiera haber otras tantas; e acordóse por todos nuestros capitanes e soldados que ni por pensamiento se tocase en cosa ninguna dellas, sino que la misma puerta se tornase luego a poner sus piedras y cerrase y encalase de la manera que la hallamos, y que no se hablase en ello, porque no lo alcanzase a saber Montezuma, hasta haber otro tiempo.
Dejemos esto desta riqueza, y digamos que, como teníamos tan esforzados capitanes y soldados, y de muchos buenos consejos y pareceres, y primeramente nuestro señor Jesucristo ponía su divina mano en todas nuestras cosas, y así lo teníamos por cierto, apartaron a Cortés cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él se fiaba e comunicaba, e yo era uno dellos, y le dijimos que mirase la red y garlito donde estábamos, y la fortaleza de aquella ciudad, y mirase las puentes y calzadas, y las palabras y avisos que en todos los pueblos por donde hemos venido nos han dado, que había aconsejado el Huichilobos a Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad, e que allí nos matarían; y que mirase que los corazones de los hombres son muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza de la buena voluntad y amor de Montezuma nos muestra porque de una hora a otra la mudaría, y cuando se le antojase darnos guerra, que con quitarnos la comida o el agua, o alzar cualquiera puente, que no nos podríamos valer; e que mire la gran multitud de indios que tiene de guerra en su guarda, e ¿qué podríamos nosotros hacer para ofenderlos o para defendernos? Porque todas las casas tienen en el agua; pues socorro de nuestros amigos los de Tlascala ¿por dónde han de entrar? Y pues es cosa de ponderar todo esto que le decíamos, que luego sin más dilación prendiésemos al Montezuma si queríamos asegurar nuestras vidas, y que no se aguardase para otro día, y que mirase que con todo el oro que nos daba Montezuma, ni el que habíamos visto en el tesoro de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comíamos, que todo se nos hacía rejalgar en el cuerpo, e que ni de noche ni de día no dormíamos ni reposábamos, con aqueste pensamiento; e que si otra cosa algunos de nuestros soldados menos que esto que le decíamos sintiesen, que serían como bestias, que no tenían sentido, que se estaban al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo.
Y como esto oyó Cortés, dijo: "No creáis, caballeros, que duermo ni estoy sin el mismo cuidado; que bien me lo habréis sentido; mas ¿qué poder tenemos nosotros para hacer tan grande atrevimiento como prender a tan gran señor en sus mismos palacios, teniendo sus gentes de guarda y de guerra? ¿Qué manera o arte se puede tener en quererlo poner por efecto, que no apellide sus guerreros y luego nos acometan?" Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León y Diego de Ordás e Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado , que con buenas palabras sacarle de su sala y traerlo a nuestros aposentos y decirle que ha de estar preso; que si se alterase o diere voces, que lo pagará su persona; y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les de licencia, que ellos lo prenderán y lo pondrán por la obra; y que de dos grandes peligros en que estamos, que el mejor y el más a propósito es prenderle, que no aguardar que nos diesen guerra; y que si la comenzaba, ¿qué remedio podríamos tener? También le dijeron ciertos soldados que nos parecía que los mayordomos de Montezuma que servían en darnos bastimentos se desvergonzaban y no lo traían cumplidamente, como los primeros días; y también dos indios tlascaltecas, nuestros amigos, dijeron secretamente a Jerónimo de Aguilar , nuestra lengua, que no les parecía bien la voluntad de los mexicanos de dos días atrás. Por manera que estuvimos platicando en este acuerdo bien una hora, si le prendiéramos o no, y que manera tendríamos; y a nuestro capitán bien se le encajó este postrer consejo, y dejábamoslo para otro día, que en todo caso lo habíamos de prender, y aun toda la noche estuvimos rogando a Dios que lo encaminase para su santo servicio.
Después destas pláticas, otro día por la mañana vinieron dos indios de Tlascala muy secretamente con unas cartas de la Villa Rica, y lo que se contenía en ello decía que Juan de Escalante, que quedó por alguacil mayor, era muerto, y seis soldados juntamente con él, en una batalla que le dieron los mexicanos; y también le mataron el caballo y a nuestros indios totonaques, que llevó en su compañía, y que todos los pueblos de la sierra y Cempoal y su sujeto están alterados y no les quieren dar comida ni servir en la fortaleza, y que no saben qué se hacer; y que como de antes los tenían por teules, que ahora, que han visto aquel desbarate, les hacen fieros, así los totonaques como los mexicanos, y que no les tienen en nada, ni saben qué remedio tomar. Y cuando oímos aquellas nuevas, sabe Dios cuánto pesar tuvimos todos. Aqueste fue el primer desbarate que tuvimos en la Nueva España; miren los curiosos lectores la adversa fortuna cómo vuelve rodando; ¡quién nos vio entrar en aquella ciudad con tan solemne recibimiento y triunfantes, y nos teníamos en posesión de ricos con lo que Montezuma nos daba cada día, así al capitán como a nosotros; y haber visto la casa por mí nombrada llena de oro, y nos tenían por teules, que son ídolos, y que todas las batallas vencíamos; e ahora habernos venido tan grande desmán, que no nos tuviesen en aquella reputación que de antes, sino por hombres que podíamos ser vencidos, y haber sentido cómo se desvergonzaban contra nosotros! En fin de más razones, fue acordado que aquel mismo día de una manera y de otra se prendiese a Montezuma o morir todos sobre ello. Y porque para que vean los lectores de la manera que fue esta batalla de Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y a seis soldados, y el caballo y los amigos totonaques que llevaba consigo, lo quiero aquí declarar antes de la prisión de Montezuma, por no dejarlo atrás, porque es menester darlo bien a entender.