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Datos principales
Desarrollo
Cómo envió Cortés a llamar a todos los caciques de aquellas provincias, y lo que sobre ello se hizo Ya he dicho cómo prendimos en aquella batalla cinco indios, e los dos dellos capitanes; con los cuales estuvo Aguilar , la lengua, a pláticas, e conoció en lo que le dijeron que serían hombres para enviar por mensajeros; e díjole al capitán Cortés que les soltasen, y que fuesen a hablar con los caciques de aquel pueblo e otros cualesquier; y a aquellos dos indios mensajeros se les dio cuentas verdes e diamantes azules, y les dijo Aguilar muchas palabras bien sabrosas y de halagos, y que les queremos tener por hermanos y que no hubiesen miedo, y que lo pasado de aquella guerra que ellos tenían la culpa, y que llamasen a todos los caciques de todos los pueblos, que les queríamos hablar, y se les amonestó otras muchas cosas bien mansamente para atraerlos de paz; y fueron de buena voluntad, e hablaron con los principales e caciques, y les dijeron todo lo que les enviamos a hacer saber sobre la paz. E oída nuestra embajada, fue entre ellos acordado de enviar luego quince indios de los esclavos que entre ellos tenían, y todos tiznadas las caras e las mantas y bragueros que traían muy ruines, y con ellos enviaron gallinas y pescado asado e pan de maíz; y llegados delante de Cortés, los recibió de buena voluntad, e Aguilar, la lengua, les dijo medio enojado que cómo venían de aquella manera prietas las caras; que más venían de guerra que para tratar paces, y que luego fuesen a los caciques y les dijesen que si querían paz, como se la ofrecimos, que viniesen señores a tratar della, como se usa, e no enviasen esclavos.
A aquellos mismos tiznados se les hizo ciertos halagos, y se envió con ellos cuentas azules en señal de paz y para ablandarles los pensamientos. Y luego otro día vinieron treinta indios principales e con buenas mantas, y trajeron gallinas y pescado, e fruta y pan de maíz, y demandaron licencia a Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal o los comiesen tigres o leones; la cual licencia les dio luego, y ellos se dieron prisa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos, según su usanza; y según Cortés supo dellos, dijeron que les faltaba sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos; e dijeron que no se podían tener con nosotros en palabras ni paces, porque otro día habían de venir todos los principales y señores de todos aquellos pueblos, e concertarían las paces. Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo a los soldados que nos hallamos teniéndole compañía: "¿Sabéis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho a los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra e asimismo las bombardas? He pensado una cosa para que mejor lo crean, que traigan la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro día en el navío, e atarla han aquí adonde yo estoy, e traigan el caballo de Ortiz "el músico", que es muy rijoso, y tomará olor de la yegua; e cuando haya tomado olor della, llevarán la yegua y el caballo, cada uno de por sí, en parte que desque vengan los caciques que han de venir, no los oigan relinchar ni los vean hasta que estén delante de mí y estemos hablando"; e así se hizo, según Y de la manera que lo mandó; que trajeron la yegua y el caballo, e tomó olor della en el aposento de Cortés; y demás desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor de los que teníamos, con una buena pelota y bien cargada de pólvora.
Y estando en esto que ya era mediodía, vinieron cuarenta indios, todos caciques, con buena manera y mantas ricas a la usanza dellos; saludaron a Cortés y todos nosotros, y traían de sus inciensos, zahumándonos cuantos allí estábamos, y demandaron perdón de lo pasado, y que allí adelante serían buenos. Cortés les respondió con Aguilar, nuestra lengua, algo con gravedad, como haciendo del enojado, que ya ellos habían visto cuantas veces les habían requerido con la paz, y que ellos tenían la culpa, y que ahora eran merecedores que a ellos e a cuantos quedan en todos sus pueblos matásemos; y. porque somos vasallos de un gran rey y señor que nos envió a estas partes, el cual se dice el emperador don Carlos , que manda que a los que estuvieren en su real servicio que les ayudemos e favorezcamos; y que si ellos fueren buenos, como dicen, que así lo haremos, e si no, que soltará de aquellos tepustles que los maten (al hierro llaman en su lengua tepustle), que aun por lo pasado que han hecho en darnos guerra están enojados algunos dellos. Entonces secretamente mandó poner fuego a la bombarda que estaba cebada, e dio tan buen trueno y recio como era menester; iba la pelota zumbando por los montes, que, como en aquel instante era mediodía e hacía calma, llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la oír; y como no habían visto cosa como aquella, creyeron que era verdad lo que Cortés les dijo, y para asegurarles del miedo, les tornó a decir con Aguilar que ya no hubiesen miedo, que él mandó que no hiciese daño, y en aquel instante trajeron el caballo que había tomado olor de la yegua, y átanlo no muy lejos de donde estaba Cortés hablando con los caciques; y como a la yegua la habían tenido en el mismo aposento adonde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo, y relinchaba y hacía bramuras, y siempre los ojos mirando a los indios y al aposento donde había tomado olor de la yegua, e los caciques creyeron que por ellos hacía aquellas bramuras del relinchar y el patear, y estaban espantados.
Y cuando Cortés los vio de aquel arte, se levantó de la silla, y se fue para el caballo y le tomó del freno, e dijo a Aguilar que hiciese creer a los indios que allí estaban que había mandado al caballo que no les hiciese mal ninguno; y luego dijo a dos mozos de espuelas que lo llevasen de allí lejos, que no lo tornasen a ver los caciques. Y estando en esto, vinieron sobre treinta indios de carga, que entre ellos llaman tamemes, que traían la comida de gallinas y pescado asado y otras cosas de frutas, que parece ser se quedaron atrás o no pudieron venir juntamente con los caciques. Allí hubo muchas pláticas Cortes con aquellos principales, y dijeron que otro día vendrían todos, e traerían un presente e hablarían en otras cosas; y así, se fueron muy contentos. Donde los dejaré ahora hasta otro día.
A aquellos mismos tiznados se les hizo ciertos halagos, y se envió con ellos cuentas azules en señal de paz y para ablandarles los pensamientos. Y luego otro día vinieron treinta indios principales e con buenas mantas, y trajeron gallinas y pescado, e fruta y pan de maíz, y demandaron licencia a Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal o los comiesen tigres o leones; la cual licencia les dio luego, y ellos se dieron prisa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos, según su usanza; y según Cortés supo dellos, dijeron que les faltaba sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos; e dijeron que no se podían tener con nosotros en palabras ni paces, porque otro día habían de venir todos los principales y señores de todos aquellos pueblos, e concertarían las paces. Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo a los soldados que nos hallamos teniéndole compañía: "¿Sabéis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho a los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra e asimismo las bombardas? He pensado una cosa para que mejor lo crean, que traigan la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro día en el navío, e atarla han aquí adonde yo estoy, e traigan el caballo de Ortiz "el músico", que es muy rijoso, y tomará olor de la yegua; e cuando haya tomado olor della, llevarán la yegua y el caballo, cada uno de por sí, en parte que desque vengan los caciques que han de venir, no los oigan relinchar ni los vean hasta que estén delante de mí y estemos hablando"; e así se hizo, según Y de la manera que lo mandó; que trajeron la yegua y el caballo, e tomó olor della en el aposento de Cortés; y demás desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor de los que teníamos, con una buena pelota y bien cargada de pólvora.
Y estando en esto que ya era mediodía, vinieron cuarenta indios, todos caciques, con buena manera y mantas ricas a la usanza dellos; saludaron a Cortés y todos nosotros, y traían de sus inciensos, zahumándonos cuantos allí estábamos, y demandaron perdón de lo pasado, y que allí adelante serían buenos. Cortés les respondió con Aguilar, nuestra lengua, algo con gravedad, como haciendo del enojado, que ya ellos habían visto cuantas veces les habían requerido con la paz, y que ellos tenían la culpa, y que ahora eran merecedores que a ellos e a cuantos quedan en todos sus pueblos matásemos; y. porque somos vasallos de un gran rey y señor que nos envió a estas partes, el cual se dice el emperador don Carlos , que manda que a los que estuvieren en su real servicio que les ayudemos e favorezcamos; y que si ellos fueren buenos, como dicen, que así lo haremos, e si no, que soltará de aquellos tepustles que los maten (al hierro llaman en su lengua tepustle), que aun por lo pasado que han hecho en darnos guerra están enojados algunos dellos. Entonces secretamente mandó poner fuego a la bombarda que estaba cebada, e dio tan buen trueno y recio como era menester; iba la pelota zumbando por los montes, que, como en aquel instante era mediodía e hacía calma, llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la oír; y como no habían visto cosa como aquella, creyeron que era verdad lo que Cortés les dijo, y para asegurarles del miedo, les tornó a decir con Aguilar que ya no hubiesen miedo, que él mandó que no hiciese daño, y en aquel instante trajeron el caballo que había tomado olor de la yegua, y átanlo no muy lejos de donde estaba Cortés hablando con los caciques; y como a la yegua la habían tenido en el mismo aposento adonde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo, y relinchaba y hacía bramuras, y siempre los ojos mirando a los indios y al aposento donde había tomado olor de la yegua, e los caciques creyeron que por ellos hacía aquellas bramuras del relinchar y el patear, y estaban espantados.
Y cuando Cortés los vio de aquel arte, se levantó de la silla, y se fue para el caballo y le tomó del freno, e dijo a Aguilar que hiciese creer a los indios que allí estaban que había mandado al caballo que no les hiciese mal ninguno; y luego dijo a dos mozos de espuelas que lo llevasen de allí lejos, que no lo tornasen a ver los caciques. Y estando en esto, vinieron sobre treinta indios de carga, que entre ellos llaman tamemes, que traían la comida de gallinas y pescado asado y otras cosas de frutas, que parece ser se quedaron atrás o no pudieron venir juntamente con los caciques. Allí hubo muchas pláticas Cortes con aquellos principales, y dijeron que otro día vendrían todos, e traerían un presente e hablarían en otras cosas; y así, se fueron muy contentos. Donde los dejaré ahora hasta otro día.