Paisaje y marinas
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Datos principales
Desarrollo
Otro género, también en alza, es el del paisaje y las marinas, favorecido por la serie de circunstancias, como el desarrollo y avance del ferrocarril, que permite la multiplicación de los viajes, facilita la extensión de costumbres como las excursiones y el veraneo y, en consecuencia, propicia un mayor acercamiento a la Naturaleza. El desarrollo de este género, sin embargo, no fue fácil, pues no sólo se encontró con la antipatía académica sino también con la del público y, sobre todo, la de los críticos. Fieles, éstos, a la tradicional jerarquización de los géneros, e imbuidos de que el arte debía tener una función social, tardaron mucho tiempo en admitir la importancia del paisaje, de las marinas, y su igualdad con los otros géneros. Sentimiento que aparece muy claro en el tratado de Jungman, "La Belleza y las Bellas Artes", de amplia difusión en España, en el que abiertamente se rechaza su dimensión artística al no incluir estas obras entre las pertenecientes a las bellas artes. Descalificación que no desaparece con el paso del tiempo como se desprende del comentario que les dedica P. Millán desde "El País", con motivo de la Exposición de 1890: "La imitación del natural como fin, ese es su bello ideal. Error funesto que tiende a convertir al genio en oficio y a la fantasía en procedimiento". La razón de la infravaloración parece clara: el no poder ser soporte de los valores extraestéticos, es decir, su carácter intrascendente.
De ahí que el mismo Tubino admita que la única ocasión en que "halla excusa el arte por el arte, es decir, el arte sin otro objeto que la belleza extrínseca de la exterioridad, es cuando se ocupa del paisaje. Por eso, concediendo toda la importancia relativa que es sujeto atribuir a la pintura de paisaje, damos la preferencia a otros géneros, cuya eficacia, bajo la relación del progreso humano, entiéndase bien, se nos antoja más patente y efectiva". Es más, no faltan críticos conservadores que asociaron el desarrollo de este género con la progresiva decadencia moral de la sociedad. Este ambiente tan poco propicio no impide, sin embargo, su constante incremento, que se traduce en un aumento continuado de obras en las exposiciones nacionales y en la profusión de paisajistas aficionados. En poco tiempo se pasa del total desconocimiento del pintor al aire libre -Martín Rico recordaría siempre los peligros que arrastró mientras pintaba en Valsaín al tomarle los guardas forestales por un inspector enviado para impedir su lucrativo negocio maderero- hasta su proliferación epidémica, destacada por Fernanflor en 1884 con su socarronería habitual: "En la primavera no se puede salir en paz de Madrid sin encontrar un joven sentado en su silla de lona delante de cada árbol, y en verano los paisistas se reparten por la naturaleza más de moda, sin perdonar casita, laguna, pino de buen parecer, ni barquichuelo tumbado en la playa. Hay árbol puesto a la orden del día por algún paisista eminente, que se ha secado, no de viejo, sino de rubor de verse tan mirado y tan reproducido".
Esta afluencia se traduce estadísticamente en el hecho de que, en unión del género, copen las dos terceras partes de las más de 11.000 obras presentes en los certámenes nacionales. Otra cosa muy distinta, en cambio, es su calidad, pues, a pesar de contar con figuras como Haes o Morera , la proporción de los premios le es muy poco favorable -10 de 70 medallas de primero, 41 de 196 de segundo, 89 de 331 de tercero-, en razón precisamente de su mediocridad general, derivada del carácter aficionado de muchos expositores. La pintura de marinas va unida al paisaje, figurando siempre conjuntamente en todos los apartados y relaciones, a pesar de ser conscientes de sus diferencias y particularidades, que como apuntaba un crítico en la exposición de 1884, rara vez marchan juntas en un solo artista. Piden vocaciones muy distintas, prácticas muy diferentes, especiales actitudes, desarrolladas por un largo ejercicio dentro de su respectivo campo. Su evolución en el transcurso de las exposiciones permite seguir la situación en España, desde la que vivía de espaldas al mar, encerrada política, cultural y económicamente en la meseta , a la que conoce el desarrollo periférico y vuelve sus ojos al mar, gozando de los primeros veraneos en las playas. Las marinas, como el paisaje, por su capacidad de evocación abarcan un campo muy amplio, desde lo trágico a lo sublime, desde lo exótico y pintoresco a lo cotidiano.
Por ello conviven los temas emblemáticos -La Invencible, de Gartner (1892) o Trafalgar, de Ruiz Luna (1890)- con los de denuncia social -La muerte del piloto, de Martínez Abades (1890) o Buscando patria, de Rafael Romero de Torres (1890)-; las costas y mares extranjeros -Costa de Normandía, de Morera (1892)- con las repetidas vistas de puertos y calas españolas -La Rada de Alicante, de Monleón (1881)-; los mares bravíos de encrespadas olas y aguas procelosas -La entrada en el puerto de Valencia en un día de Levante, de Juste (1884)- con la paz evocadora de Calma, de Gartner (1890), que le valían las gracias y el reconocimiento de un malagueño residente en Madrid, "por este trozo de mar que ha metido usted en mi casa y que viene como a dar forma sensible a un recuerdo eterno, que sólo tenía hasta ahora lo inmaterial con que vivía en mi mente y en mi corazón".
De ahí que el mismo Tubino admita que la única ocasión en que "halla excusa el arte por el arte, es decir, el arte sin otro objeto que la belleza extrínseca de la exterioridad, es cuando se ocupa del paisaje. Por eso, concediendo toda la importancia relativa que es sujeto atribuir a la pintura de paisaje, damos la preferencia a otros géneros, cuya eficacia, bajo la relación del progreso humano, entiéndase bien, se nos antoja más patente y efectiva". Es más, no faltan críticos conservadores que asociaron el desarrollo de este género con la progresiva decadencia moral de la sociedad. Este ambiente tan poco propicio no impide, sin embargo, su constante incremento, que se traduce en un aumento continuado de obras en las exposiciones nacionales y en la profusión de paisajistas aficionados. En poco tiempo se pasa del total desconocimiento del pintor al aire libre -Martín Rico recordaría siempre los peligros que arrastró mientras pintaba en Valsaín al tomarle los guardas forestales por un inspector enviado para impedir su lucrativo negocio maderero- hasta su proliferación epidémica, destacada por Fernanflor en 1884 con su socarronería habitual: "En la primavera no se puede salir en paz de Madrid sin encontrar un joven sentado en su silla de lona delante de cada árbol, y en verano los paisistas se reparten por la naturaleza más de moda, sin perdonar casita, laguna, pino de buen parecer, ni barquichuelo tumbado en la playa. Hay árbol puesto a la orden del día por algún paisista eminente, que se ha secado, no de viejo, sino de rubor de verse tan mirado y tan reproducido".
Esta afluencia se traduce estadísticamente en el hecho de que, en unión del género, copen las dos terceras partes de las más de 11.000 obras presentes en los certámenes nacionales. Otra cosa muy distinta, en cambio, es su calidad, pues, a pesar de contar con figuras como Haes o Morera , la proporción de los premios le es muy poco favorable -10 de 70 medallas de primero, 41 de 196 de segundo, 89 de 331 de tercero-, en razón precisamente de su mediocridad general, derivada del carácter aficionado de muchos expositores. La pintura de marinas va unida al paisaje, figurando siempre conjuntamente en todos los apartados y relaciones, a pesar de ser conscientes de sus diferencias y particularidades, que como apuntaba un crítico en la exposición de 1884, rara vez marchan juntas en un solo artista. Piden vocaciones muy distintas, prácticas muy diferentes, especiales actitudes, desarrolladas por un largo ejercicio dentro de su respectivo campo. Su evolución en el transcurso de las exposiciones permite seguir la situación en España, desde la que vivía de espaldas al mar, encerrada política, cultural y económicamente en la meseta , a la que conoce el desarrollo periférico y vuelve sus ojos al mar, gozando de los primeros veraneos en las playas. Las marinas, como el paisaje, por su capacidad de evocación abarcan un campo muy amplio, desde lo trágico a lo sublime, desde lo exótico y pintoresco a lo cotidiano.
Por ello conviven los temas emblemáticos -La Invencible, de Gartner (1892) o Trafalgar, de Ruiz Luna (1890)- con los de denuncia social -La muerte del piloto, de Martínez Abades (1890) o Buscando patria, de Rafael Romero de Torres (1890)-; las costas y mares extranjeros -Costa de Normandía, de Morera (1892)- con las repetidas vistas de puertos y calas españolas -La Rada de Alicante, de Monleón (1881)-; los mares bravíos de encrespadas olas y aguas procelosas -La entrada en el puerto de Valencia en un día de Levante, de Juste (1884)- con la paz evocadora de Calma, de Gartner (1890), que le valían las gracias y el reconocimiento de un malagueño residente en Madrid, "por este trozo de mar que ha metido usted en mi casa y que viene como a dar forma sensible a un recuerdo eterno, que sólo tenía hasta ahora lo inmaterial con que vivía en mi mente y en mi corazón".