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Restauración

Desarrollo


En España, el último cuarto del siglo XIX no fue un período de grandes transformaciones globales en los ámbitos de la economía, la sociedad y la cultura. Las persistencias en todos estos campos fueron más importantes que los cambios. El desarrollo de la España contemporánea, por decirlo con el título del libro de Gabriel Tortella, ha seguido un curso lento, aunque con fases de aceleración, ninguna de las cuales tuvo lugar entre 1875 y 1900. El fenómeno de mayor trascendencia ocurrido en aquellos años, en el terreno económico, quizás sea un hecho negativo: la repercusión que en la Península tuvo la crisis agraria que afectó a toda Europa occidental y que impulsó a los gobernantes a tomar una medida que hizo más lento todavía el desarrollo económico, la intensificación del proteccionismo arancelario. La novedad más importante, en relación con la composición y organización social, de la conocida en historia universal como época del imperialismo, fue el surgimiento de la sociedad de masas -caracterizada, como ha señalado Juan Pablo Fusi, por "el crecimiento explosivo y desbordante de la población y por el carácter inorgánico y fragmentado de la estructura social-; este hecho tuvo un reflejo limitado en una España con la tasa de mortalidad más alta de Europa, a excepción de Rusia, y que todavía era abrumadoramente rural y tradicional.

Por otra parte, los grandes fenómenos culturales de estos años -la extensión de la alfabetización y de la educación a la gran mayoría de la población, el avance de la secularización, y la creación y difusión de nuevas identidades nacionales tampoco fueron experimentados intensamente por un país con altas tasas de analfabetismo, en plena recuperación de la Iglesia católica, y con arraigadas costumbres y sentimientos locales. No quiere decir esto que no ocurrieran algunas cosas importantes en todos estos campos. Algunas ciudades, y la cultura urbana, en general, experimentaron un notable desarrollo. Más de un millón de personas emigraron, en su gran mayoría a América. La segunda revolución industrial tuvo sus manifestaciones más destacadas en el desarrollo de la minería, en diversos puntos de la geografía española, y en la creación de una moderna siderurgia en Vizcaya, que supuso el origen del actual País Vasco. En alguna medida, se extendió una mayor conciencia de los problemas sociales y de la pobreza que afectaba a grandes masas de población. Se configuraron algunos de los elementos esenciales de la identidad española. Surgió una iniciativa educativa que habría de ejercer una gran trascendencia: la Institución Libre de Enseñanza. Y los escritores realistas y naturalistas produjeron algunas de las obras más destacadas de la literatura castellana. Todo ello constituye, sin duda, una parte importante del proceso de modernización de España -entendiendo por tal la adquisición de las características fundamentales de la sociedad actual, a través de desarrollos sectoriales relacionados entre sí, aunque no de una forma determinista y mecánica-. En la mayoría de los casos, estos progresos -según la mentalidad positivista de la época- sentaron las bases para cambios más generalizados e intensos, que habrían de experimentarse en el nuevo siglo.

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