A sangre y fuego
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Datos principales
Rango
Batalla por Berlín
Desarrollo
"Los rusos asan con lanzallamas las casas que ofrecen resistencia; es terrible el griterío de las mujeres y los niños. Hacia las 15 horas poseemos tan sólo una docena de tanques y unos treinta transportes blindados de personal. Estos son los únicos vehículos acorazados de todo el sector de combate de la plaza Wilhelm..." La narración procede del diario de un oficial de la división acorazada Muencheberg, que se había retirado desde el Oder hasta Berlín sin cesar de combatir contra los blindados de Zhukov . Era el 24 de abril. Las tropas de Koniev ya habían rebasado y cercado Potsdam por el suroeste de la capital; las de Zhukov habían superado Spandau y continuaban avanzando. Ambas se encontrarían al finalizar ese día en Ketzin, al oeste de Berlín, completando el cerco de la capital del Reich. Para entonces los berlineses ya sufrían la tempestad que les llegaba del Este. Desde el día 20 disparaba la artillería soviética sobre la ciudad, arreciando el cañoneo conforme avanzaban las fechas. El día 22 había comenzado la lucha en los arrabales. Las fuerzas de la URSS rebasaron con relativa facilidad los cinturones defensivos organizados durante el último mes y ahora la lucha se desarrollaba barrio por barrio, calle por calle y hasta casa por casa, con gran ferocidad y sin un sólo minuto de respiro, ni durante el día ni de noche. El general Reimann había sido relevado del mando de la plaza, que fue entregado al teniente coronel Baerenfaenger, elevado al generalato para que pudiera ejercer tal función.
Las fanáticas medidas de este militar procedente de las SS, más la oleada de esperanza despertada por las proclamas de Hitler y Göebbels , dieron a la ciudad una energía que los soldados soviéticos detectaron inmediatamente. La variopinta guarnición berlinesa defendía ahora metro a metro cada calle. Los adoquines habían sido arrancados, formando parapetos por doquier. Los grupos de demolición volaron numerosas casas para levantar barricadas de escombros ante los tanques. Se colocaron explosivos en los puentes de la ciudad, para volarlos antes de que los cruzaran las tropas invasoras. Grupos de las SS, de la policía, de las Juventudes Hitlerianas ocuparon los edificios públicos más robustos y se fortificaron en ellos dispuestos a defenderlos hasta el último cartucho. Así ocurrió, por ejemplo, en el ayuntamiento de Zehlendorf, donde las Juventudes Hitlerianas resistieron durante bastantes horas los asaltos de los blindados soviéticos, lanzando contra ellos una lluvia de granadas y disparos de panzerfaust. Finalmente los soldados soviéticos penetraron en el edificio y, habitación por habitación, acabaron con la resistencia empleando lanzallamas y bombas de mano. La bandera roja ya ondeaba en la azotea y el edificio ardía en su dos terceras partes y, sin embargo, aún continuaban disparando contra los tanques algunos defensores no alcanzados por el fuego. El alcalde, que dirigió la defensa, se suicidó, lo mismo que algunos defensores.
Allí no se rindió nadie. Se estima que en la lucha por la alcaldía murieron 500 defensores y un millar de asaltantes. Las calles más céntricas, a las que aún no había llegado la lucha, permanecían desiertas. De vez en cuando eran cruzadas por un apresurado grupo familiar que decidía trasladarse a otro lugar en busca de mayor seguridad; esa desesperada lucha por la supervivencia era cortada a veces por la traidora llegada de una bomba de avión o una granada de artillería, que convertía al grupo en un montón de cadáveres. Este espectáculo siniestro era muy frecuente junto a las fuentes: como no había agua corriente, los berlineses debían salir a buscarla y junto a los grifos públicos fueron muchos los sorprendidos por la metralla soviética. Los panfletos de Göebbels difunden esperanzadoras noticias. Según ellos ya han comenzado su avance hacia Berlín todas las tropas del frente Oeste. Los rusos van a encontrar en Berlín una espantosa derrota que cambiará el curso de la guerra. El ministerio de Propaganda es el único que mantiene su actividad. Funciona la radio: música patriótica, alentadoras noticias, proclamas... sus obreros pintan grandes letreros en las fachadas: "La hora anterior al amanecer es la más oscura" o "Retrocedemos, pero venceremos". Y lo que no consigue la propaganda o la desesperación, lo logra el miedo. Los Consejos volantes organizados por Baerenfaenger ejecutan in situ a cuantos hombres se hallen lejos de los puestos de combate. Ya se ha dicho que fueron muy numerosos los ahorcamientos en aquellos días por el delito real o supuesto de cobardía. Esos Consejos bajaban a los sótanos y si hallaban a un soldado allí lo ejecutaban sin más preguntas. Esas actuaciones provocaron frecuentes luchas a tiros entre los consejos y los supuestos culpables. Los excesos de los Consejos obligaron a algunos jefes, como el general Mummert, a ordenar la detención de los que se presentaban por su zona, poniéndoles luego en primera línea de fuego con un panzerfaust en la mano.
Las fanáticas medidas de este militar procedente de las SS, más la oleada de esperanza despertada por las proclamas de Hitler y Göebbels , dieron a la ciudad una energía que los soldados soviéticos detectaron inmediatamente. La variopinta guarnición berlinesa defendía ahora metro a metro cada calle. Los adoquines habían sido arrancados, formando parapetos por doquier. Los grupos de demolición volaron numerosas casas para levantar barricadas de escombros ante los tanques. Se colocaron explosivos en los puentes de la ciudad, para volarlos antes de que los cruzaran las tropas invasoras. Grupos de las SS, de la policía, de las Juventudes Hitlerianas ocuparon los edificios públicos más robustos y se fortificaron en ellos dispuestos a defenderlos hasta el último cartucho. Así ocurrió, por ejemplo, en el ayuntamiento de Zehlendorf, donde las Juventudes Hitlerianas resistieron durante bastantes horas los asaltos de los blindados soviéticos, lanzando contra ellos una lluvia de granadas y disparos de panzerfaust. Finalmente los soldados soviéticos penetraron en el edificio y, habitación por habitación, acabaron con la resistencia empleando lanzallamas y bombas de mano. La bandera roja ya ondeaba en la azotea y el edificio ardía en su dos terceras partes y, sin embargo, aún continuaban disparando contra los tanques algunos defensores no alcanzados por el fuego. El alcalde, que dirigió la defensa, se suicidó, lo mismo que algunos defensores.
Allí no se rindió nadie. Se estima que en la lucha por la alcaldía murieron 500 defensores y un millar de asaltantes. Las calles más céntricas, a las que aún no había llegado la lucha, permanecían desiertas. De vez en cuando eran cruzadas por un apresurado grupo familiar que decidía trasladarse a otro lugar en busca de mayor seguridad; esa desesperada lucha por la supervivencia era cortada a veces por la traidora llegada de una bomba de avión o una granada de artillería, que convertía al grupo en un montón de cadáveres. Este espectáculo siniestro era muy frecuente junto a las fuentes: como no había agua corriente, los berlineses debían salir a buscarla y junto a los grifos públicos fueron muchos los sorprendidos por la metralla soviética. Los panfletos de Göebbels difunden esperanzadoras noticias. Según ellos ya han comenzado su avance hacia Berlín todas las tropas del frente Oeste. Los rusos van a encontrar en Berlín una espantosa derrota que cambiará el curso de la guerra. El ministerio de Propaganda es el único que mantiene su actividad. Funciona la radio: música patriótica, alentadoras noticias, proclamas... sus obreros pintan grandes letreros en las fachadas: "La hora anterior al amanecer es la más oscura" o "Retrocedemos, pero venceremos". Y lo que no consigue la propaganda o la desesperación, lo logra el miedo. Los Consejos volantes organizados por Baerenfaenger ejecutan in situ a cuantos hombres se hallen lejos de los puestos de combate. Ya se ha dicho que fueron muy numerosos los ahorcamientos en aquellos días por el delito real o supuesto de cobardía. Esos Consejos bajaban a los sótanos y si hallaban a un soldado allí lo ejecutaban sin más preguntas. Esas actuaciones provocaron frecuentes luchas a tiros entre los consejos y los supuestos culpables. Los excesos de los Consejos obligaron a algunos jefes, como el general Mummert, a ordenar la detención de los que se presentaban por su zona, poniéndoles luego en primera línea de fuego con un panzerfaust en la mano.