El terrorismo neofascista
Compartir
Datos principales
Rango
Mundo fin XX
Desarrollo
Desde 1945, la violencia neofascista ha sido menos frecuente y sistemática que en el período de entreguerras. Por lo general, los grupos incontrolados de extrema derecha han proliferado en dictaduras moribundas o en regímenes democráticos con insuficiente legitimación. En ocasiones, se han visto favorecidos e incluso alentados por sectores inmovilistas del propio Estado, que han urdido tramas represivas o desestabilizadoras donde convergían ciertos elementos policiales, grupos extremistas, mercenarios o simples delincuentes comunes. En Italia , la problemática inserción del Movimento Social Italiano (MSI) en el marco político democrático empujó a los extremistas misinos a procurar la desestabilización del régimen parlamentario, participando en las tentativas golpistas del general De Lorenzo en 1964 y del príncipe Valerio Borghese en 1970. Los principales grupos violentos de los 70 fueron Ordine Nuovo (ON), surgido en 1956 de una escisión del MSI, y Avanguardia Nazionale (AN), fruto a su vez de una división interna de ON en 1960, y que tras desaparecer en 1965 reapareció en 1970 de la mano del activista Stefano delle Chiaie como respuesta a la movilización estudiantil de izquierda. La colocación de un artefacto en la piazza Fontana de Milán a fines de 1969 fue el primero de una serie de oscuros actos violentos de carácter desestabilizador que fueron achacados a estas bandas negras. Durante el año siguiente, marcado por las incursiones neofascistas en las universidades y por la explosión de ira popular en Reggio Calabria, ON alcanzó los 1.
500 miembros y AN el medio millar. Ambos grupos se comportaban como organizaciones paramilitares que utilizaban contra los estudiantes y obreros de izquierda métodos de intimidación similares a los empleados por las "squadre d'azione" fascistas en los años veinte. Su ideario no fue más allá de la exaltación de la violencia según la doctrina de Julius Evola y de una visión de la guerra total contra el comunismo heredada de la Guerra Fría. Estos grupos y otros de menor importancia gozaron de un cierto apoyo exterior (sobre todo de las dictaduras del sur de Europa) y de la benevolencia e incluso la protección de elementos policiales, interesados en alentar una estrategia de la tensión que forzara al Gobierno a incrementar la represión, preparando de ese modo al camino a un golpe de Estado blando. Tras la bomba colocada presuntamente por ON en el tren Italicus el 4 de agosto de 1974, el jefe del Servizio d'Informazione della Difesa (SID), el general Vito Miceli, fue destituido y detenido por su implicación en las tramas negras. Los terroristas neofascistas comenzaron a ser detenidos y procesados, y el propio Delle Chiaie tuvo que huir a la España franquista y luego a Sudamérica para escapar a la acción de la justicia. Tras esta breve pero brutal oleada de atentados, la amenaza involucionista desapareció y el terrorismo neofascista entró en un declive coyuntural. La segunda oleada de agitación social iniciada en 1977 dio origen a una nueva generación de grupos armados de extrema derecha que actuaron en la década de los ochenta.
En 1979 nacieron Terza Posizione y los Nuclei Armati Rivoluzionari (NAR), vinculados a las organizaciones estudiantiles fascistas y que, coincidiendo con la gran oleada de violencia brigadista, protagonizaron frecuentes choques callejeros con los grupos de izquierda. En los primeros años ochenta se produjo una serie de grandes atentados indiscriminados que trataron de realimentar la estrategia de la tensión: una explosión en la estación de Bolonia (2 de agosto de 1980) causó 85 muertos y 200 heridos, y un atentado al expreso Roma-Milán (diciembre de 1984) provocó 16 víctimas. Tras varios meses de investigación sobre esta galaxia del terror se reveló que, de nuevo, el hilo de la violencia neofascista conducía hasta los servicios de inteligencia y llegaba a la puerta de una influyente logia masónica conspirativa y anticomunista: la Propaganda-2 fundada por Licio Gelli, un ex fascista condenado a ocho años de prisión por haber financiado el atentado contra el Italicus. Cuando los servicios secretos fueron reestructurados tras el asesinato de Aldo Moro , se supo que gran parte de los jefes destituidos pertenecían a la P-2 y estaban implicados en actividades cuyo objetivo era provocar una deriva autoritaria de la República. Para ello habían promovido desde los años sesenta acciones terroristas de carácter provocativo, a las cuales no habría sido ajena la Red Gladio , descubierta en otoño de 1990 tras cuatro décadas de turbias actividades.
La crisis institucional italiana iniciada dos años después propició el recrudecimiento episódico de un terrorismo presuntamente de origen mafioso, que perpetró atentados con explosivos en el centro de Florencia (27 de mayo de 1992), Roma y Milán (27 de julio).En Alemania, la transición del extremismo ultranacionalista a la violencia se produjo a mediados de los setenta, cuando la desaparición del ultraderechista NPD radicalizó a la generación procedente de su organización juvenil y la lanzó hacia la constitución de grupos neonazis, en cuyo entorno parece haberse planeado el atentado que el 26 de septiembre de 1980 causó trece muertos y 200 heridos en la Fiesta de la Cerveza de Munich. Con el rebrote xenófobo de los ochenta, estos grupúsculos de no más de un millar de miembros en total lograron arrastrar a una población joven y sin formación política, reclutada entre los sectores marginales (parados, "skinheads", grupos "ultras" deportivos ) a una violencia dirigida sobre sinagogas y cementerios judíos, residencias de trabajadores extranjeros e incluso instalaciones de la OTAN, y agresiones contra judíos, homosexuales, "squatters", turcos y soldados norteamericanos de color. La transición, en todos los casos problemática, de los países del sur de Europa hacia la democracia liberal en los años sesenta y primeros setenta facilitó la aparición de grupos violentos y terroristas de ultraderecha. En España, la violencia de este tipo brotó a inicios de los sesenta, cuando el comienzo de un tímido proceso de liberalización del régimen franquista decidió a los dirigentes sociales, económicos, religiosos y corporativos más inmovilistas a dar apoyo y cobertura a algunas formaciones violenta que pudieran dar réplica adecuada al movimiento de contestación que se desarrollaba en las universidades.
Entre los primeros grupos juveniles de acción destaca Defensa Universitaria, cuya desaparición en 1969 abrió el camino a otros grupúsculos "ultras" como el Partido Español Nacional-Sindicalista (PENS) o el Movimiento Social Español (MSE), expertos en una violencia difusa (palizas, atentados a librerías, periódicos y centros culturales progresistas, represión parapolicial de manifestaciones de izquierda) que fue continuada en la transición por otra: organizaciones de vida igualmente efímera como la Alianza Apostólica Anticomunista (AAA), Grupos de Acción Sindicalista (GAS), Vanguardia Nacional Revolucionaria, Ejército Nacional Anticomunista, Grupos Armados Españoles, Milicia Antimarxista Española, y por las formaciones paramilitares de partidos constituidos de forma más estable, como la Primera Línea de Falange Española de las JONS y las organizaciones juveniles procedentes de Fuerza Nueva. La violencia ultraderechista tuvo su punto álgido en 1976-80, para decaer irremisiblemente tras el fracaso del golpe de Estado del año siguiente. Aunque los asesinatos cometidos por estas bandas fueron numerosos sólo en contadas ocasiones parecen ligados a motivaciones políticas de alcance, como las relacionadas con la "estrategia de la tensión" de carácter involucionista (asesinato de la calle Atocha de enero de 1977) o con actividades de acoso al entorno de ETA (atentado contra los dirigentes de HB José Muguruza e Iñaki Esnaola 20 de noviembre 1990). En definitiva, rara vez estas "bandas negras" han adoptado un carácter terrorista estable, salvo cuando aparecen en connivencia con ciertas instancias "sensibles" del Estado, como su aparato de seguridad. Este ha sido el caso dominante entre las organizaciones que afirmaban combatir por cuenta propia el terrorismo "etarra", como el Batallón Vasco Español y los Guerrilleros de Cristo Rey de inicios de los setenta, el ATl (organización creada en 1974) y sobre todo los GAL, que desde 1983 formaron parte esencial de la estrategia de "guerra sucia" contra ETA.
500 miembros y AN el medio millar. Ambos grupos se comportaban como organizaciones paramilitares que utilizaban contra los estudiantes y obreros de izquierda métodos de intimidación similares a los empleados por las "squadre d'azione" fascistas en los años veinte. Su ideario no fue más allá de la exaltación de la violencia según la doctrina de Julius Evola y de una visión de la guerra total contra el comunismo heredada de la Guerra Fría. Estos grupos y otros de menor importancia gozaron de un cierto apoyo exterior (sobre todo de las dictaduras del sur de Europa) y de la benevolencia e incluso la protección de elementos policiales, interesados en alentar una estrategia de la tensión que forzara al Gobierno a incrementar la represión, preparando de ese modo al camino a un golpe de Estado blando. Tras la bomba colocada presuntamente por ON en el tren Italicus el 4 de agosto de 1974, el jefe del Servizio d'Informazione della Difesa (SID), el general Vito Miceli, fue destituido y detenido por su implicación en las tramas negras. Los terroristas neofascistas comenzaron a ser detenidos y procesados, y el propio Delle Chiaie tuvo que huir a la España franquista y luego a Sudamérica para escapar a la acción de la justicia. Tras esta breve pero brutal oleada de atentados, la amenaza involucionista desapareció y el terrorismo neofascista entró en un declive coyuntural. La segunda oleada de agitación social iniciada en 1977 dio origen a una nueva generación de grupos armados de extrema derecha que actuaron en la década de los ochenta.
En 1979 nacieron Terza Posizione y los Nuclei Armati Rivoluzionari (NAR), vinculados a las organizaciones estudiantiles fascistas y que, coincidiendo con la gran oleada de violencia brigadista, protagonizaron frecuentes choques callejeros con los grupos de izquierda. En los primeros años ochenta se produjo una serie de grandes atentados indiscriminados que trataron de realimentar la estrategia de la tensión: una explosión en la estación de Bolonia (2 de agosto de 1980) causó 85 muertos y 200 heridos, y un atentado al expreso Roma-Milán (diciembre de 1984) provocó 16 víctimas. Tras varios meses de investigación sobre esta galaxia del terror se reveló que, de nuevo, el hilo de la violencia neofascista conducía hasta los servicios de inteligencia y llegaba a la puerta de una influyente logia masónica conspirativa y anticomunista: la Propaganda-2 fundada por Licio Gelli, un ex fascista condenado a ocho años de prisión por haber financiado el atentado contra el Italicus. Cuando los servicios secretos fueron reestructurados tras el asesinato de Aldo Moro , se supo que gran parte de los jefes destituidos pertenecían a la P-2 y estaban implicados en actividades cuyo objetivo era provocar una deriva autoritaria de la República. Para ello habían promovido desde los años sesenta acciones terroristas de carácter provocativo, a las cuales no habría sido ajena la Red Gladio , descubierta en otoño de 1990 tras cuatro décadas de turbias actividades.
La crisis institucional italiana iniciada dos años después propició el recrudecimiento episódico de un terrorismo presuntamente de origen mafioso, que perpetró atentados con explosivos en el centro de Florencia (27 de mayo de 1992), Roma y Milán (27 de julio).En Alemania, la transición del extremismo ultranacionalista a la violencia se produjo a mediados de los setenta, cuando la desaparición del ultraderechista NPD radicalizó a la generación procedente de su organización juvenil y la lanzó hacia la constitución de grupos neonazis, en cuyo entorno parece haberse planeado el atentado que el 26 de septiembre de 1980 causó trece muertos y 200 heridos en la Fiesta de la Cerveza de Munich. Con el rebrote xenófobo de los ochenta, estos grupúsculos de no más de un millar de miembros en total lograron arrastrar a una población joven y sin formación política, reclutada entre los sectores marginales (parados, "skinheads", grupos "ultras" deportivos ) a una violencia dirigida sobre sinagogas y cementerios judíos, residencias de trabajadores extranjeros e incluso instalaciones de la OTAN, y agresiones contra judíos, homosexuales, "squatters", turcos y soldados norteamericanos de color. La transición, en todos los casos problemática, de los países del sur de Europa hacia la democracia liberal en los años sesenta y primeros setenta facilitó la aparición de grupos violentos y terroristas de ultraderecha. En España, la violencia de este tipo brotó a inicios de los sesenta, cuando el comienzo de un tímido proceso de liberalización del régimen franquista decidió a los dirigentes sociales, económicos, religiosos y corporativos más inmovilistas a dar apoyo y cobertura a algunas formaciones violenta que pudieran dar réplica adecuada al movimiento de contestación que se desarrollaba en las universidades.
Entre los primeros grupos juveniles de acción destaca Defensa Universitaria, cuya desaparición en 1969 abrió el camino a otros grupúsculos "ultras" como el Partido Español Nacional-Sindicalista (PENS) o el Movimiento Social Español (MSE), expertos en una violencia difusa (palizas, atentados a librerías, periódicos y centros culturales progresistas, represión parapolicial de manifestaciones de izquierda) que fue continuada en la transición por otra: organizaciones de vida igualmente efímera como la Alianza Apostólica Anticomunista (AAA), Grupos de Acción Sindicalista (GAS), Vanguardia Nacional Revolucionaria, Ejército Nacional Anticomunista, Grupos Armados Españoles, Milicia Antimarxista Española, y por las formaciones paramilitares de partidos constituidos de forma más estable, como la Primera Línea de Falange Española de las JONS y las organizaciones juveniles procedentes de Fuerza Nueva. La violencia ultraderechista tuvo su punto álgido en 1976-80, para decaer irremisiblemente tras el fracaso del golpe de Estado del año siguiente. Aunque los asesinatos cometidos por estas bandas fueron numerosos sólo en contadas ocasiones parecen ligados a motivaciones políticas de alcance, como las relacionadas con la "estrategia de la tensión" de carácter involucionista (asesinato de la calle Atocha de enero de 1977) o con actividades de acoso al entorno de ETA (atentado contra los dirigentes de HB José Muguruza e Iñaki Esnaola 20 de noviembre 1990). En definitiva, rara vez estas "bandas negras" han adoptado un carácter terrorista estable, salvo cuando aparecen en connivencia con ciertas instancias "sensibles" del Estado, como su aparato de seguridad. Este ha sido el caso dominante entre las organizaciones que afirmaban combatir por cuenta propia el terrorismo "etarra", como el Batallón Vasco Español y los Guerrilleros de Cristo Rey de inicios de los setenta, el ATl (organización creada en 1974) y sobre todo los GAL, que desde 1983 formaron parte esencial de la estrategia de "guerra sucia" contra ETA.