El templo de Horus en Edfú

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Egipto Grecorromano

Desarrollo


Merced a ello, la arquitectura egipcia experimenta un nuevo florecimiento, que hizo posible el milagro de que los templos egipcios de tipo clásico mejor conservados en el país, sean obra de los Ptolomeos o de los emperadores romanos, que desde el año 30 antes de la Era siguieron desde Roma la misma política que sus predecesores. La actividad de los monarcas griegos se inicia con el sancta sanctorum que a nombre de Filipo Arrideo, hermano y sucesor de Alejandro, se construye entre las obras de la Dinastía XVIII en el templo de Karnak. Más adelante se alzó el muro de adobe que rodea todo el recinto sagrado, dotándolo de tres puertas magníficas por sus lados norte, este y sur. El santuario de Ptah, al norte del recinto, y el de la diosa Toeris o Ipet, en las proximidades del templo de Khons, fueron construidos y dotados en la misma época. En el recinto urbano de Tebas se reconstruyó el templo de Medamud, y en la orilla opuesta el de Deir el-Medina. Edfú, la Apollinópolis Magna de los griegos, tenía un santuario de Horus cuyos orígenes se perdían en las tinieblas del pasado. Unos lo representaban como un halcón de plumaje abigarrado, señor del cielo, sol con alas, otros como un hombre con cabeza de halcón, otros, en fin, como un hombre entero. Su relación con Re, el sol, asumía varias formas también: para unos eran lo mismo; para otros, Horus era el hijo. La esposa del Horus de Edfú era ciertamente la Hathor de Dendera, que le había dado dos hijos, Harsemteui, el unificador de los dos países, que recibía también culto en Edfú en compañía de sus padres, e Ihi, dios de la música.

El mito que aquí se relataba giraba en torno a la guerra que por orden de Re había desatado Horus contra una legión de espíritus rebeldes a las órdenes del malvado Seth, todos ellos animales -hipopótamos y cocodrilos en su mayoría- sobre los cuales Horus acababa triunfando y conquistando el país. Horus residía en Edfú como Hathor en Dendera, pero los dos esposos se visitaban mutuamente una vez al año, lo que era motivo de fiesta mayor en sus respectivos santuarios. Con ellos y su hijo mayor recibían culto en Edfú, Osiris, Min y otras divinidades, a las que estaban reservadas algunas de las cámaras que rodeaban el naos de Horus. Nectanebo II (359-341), el último faraón de sangre egipcia (de quien se puede ver una estatua, de rodillas, en el Museo Arqueológico Nacional), donó al predecesor del edificio ptolemaico un naos monolítico de granito gris que mide cuatro metros de largo y acaba en pirámide. Con muy buen acuerdo el fundador del nuevo templo lo mantuvo en su sitio y allí se conserva con una reproducción moderna de la barca procesional. El templo de Edfú es el mejor conservado de todos los de Egipto y aun podría disputarles al Pantheon y a algunas basílicas de Roma el de ser el mejor conservado del mundo antiguo, como edificio enorme, de 137 metros de largo, con un pílono de entrada de 79 metros de ancho y 36 de altura que hacen de él el segundo en tamaño después del de Sheshonk I en Karnak.

Duró su construcción los 180 años que median entre el 237 y el 57 a. C. Lo inició Ptolomeo III, Evergetes I, según plano y dirección de un egipcio en quien se hizo verdad una vez más aquello de "nomen est omen", pues se llamaba Imhotep como el inventor de la arquitectura en piedra, ya entonces divinizado. Las novedades que introdujo -duplicación de las antesalas, variedad suma en los capiteles, la aproximación del muro del témenos al muro del templo y la práctica unión del primero con el pílono-, todas novedades muy substanciosas, sin romper con la pauta del templo de Khons en Karnak, que reflejaba sin duda el ideal de los sacerdotes, le daban al templo un aire menos adusto que el de su modelo. Como era natural en esta primera gran obra de estilo no griego sino egipcio, el arquitecto y el rey tenían que estar compenetrados y confiados el uno en el otro. Algo del espíritu griego -el aligeramiento de las columnatas, la esbeltez de proporciones, la perfecta simetría- se echa de ver incluso en la planta, de claridad meridiana y gran pureza de línea. La planta revela además cómo el enorme pílono rebasa la anchura del muro del témenos. Pílono y patio con sus pórticos fueron obra de los Ptolomeos IX y X, el último de los cuales, que se hacía llamar Neós Diónysos, esta representado en los relieves del pílono como triunfador sobre multitud de enemigos entre los cuales no tuvo reparo en incluir a los griegos.

Los capiteles son de tipo compuesto, de elementos foliáceos y florales -como brazadas de lotos, de papiros, de hojas de palma- de una exuberancia y variedad notables. A estas cualidades enriquecedoras se sacrificaba evidentemente aquella simplicidad monótona de las columnas antiguas que trataba de producir un efecto sedante en el espectador. Ningún templo que se precie (Kom Ombo, Philae, Esna) dejará de seguir en esto el ejemplo de Edfú. Si no el inventor, que pudo estar ya en activo en tiempos de los Ramesidas en el segundo patio de Medinet Habu, fue probablemente nuestro Imhotep el promotor de una novedad que también iba a generalizarse en Egipto y que a los griegos hubo de chocarles: rellenar la mitad inferior de los intercolumnios con mamparas de piedra. A los amantes de la columna aquel desmán tuvo que parecerles una atrocidad, pero a las autoridades tuvo que agradarles la posibilidad de abrir el patio a las multitudes reservando el pronaos para los afectos al templo. Así se aprecia en Edfú, detrás de las estatuas de los halcones que flanquean el escalón de acceso (una de ellas destrozada). Las gradaciones de luz en las dos salas hipóstilas que se suceden ante el vestíbulo del sancta sanctorum son logradísimas y han inspirado atinadas observaciones de los críticos. Es evidente que en estas salas, de luz paulatinamente amortiguada, se saborea la intimidad y la unción de un ambiente religioso.

Por momentos el visitante actual cree encontrarse en una catedral o en una basílica y tal vez echa de menos el olor a cera. Es una sensación que merece la pena experimentar. El exterior del templo ofrece aspectos igualmente impresionantes. Por una parte, las terrazas escalonadas de la cubierta, en descenso progresivo desde el pronaos a la cabecera. La magnífica conservación de la cubierta permite contemplar en toda su amplitud este sistema que, si fue general en los templos egipcios, raramente se deja ver como aquí. Otro lugar que sobrecoge es el deambulatorio formado por la pared del templo y el muro del témenos: una especie de callejón con los muros de ambos lados cubiertos de una abrumadora cantidad de jeroglifos y relieves, donde, como en un libro de piedra, se relata todo lo que la teología y la mitología egipcias tenían que decir. A un trecho del templo, el "mammisi", edificio independiente que se impuso en época tardía como lugar en que la diosa madre trajese al mundo a su hijo y lo criase en su infancia. En estos "mammisis" se desarrolló el germen del templo períptero que habían sembrado Hatshepsut y Tutmés III en el precursor de Medinet Habu. Los relieves de matenidad de Edfú muestran a Hathor amamantando a Harsemtaui después que Khnun hubiese modelado a la criatura en su torno de alfarero. Las siete Hathores atienden y animan a la madre con sus cánticos. También Bes, como genio protector de los alumbramientos, vigila desde lo alto de los cubos superpuestos a los capiteles, ocupando un lugar que en otros "mammisis" corresponde a cabezas de Hathor. El empeño egiptizante de los Ptolomeos que levantaron el conjunto de Edfú permite al hombre de hoy hacerse la idea más completa que de un templo egipcio se puede obtener en Egipto.

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