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Datos principales


Rango

Primera mitad II Mil

Desarrollo


La mayor parte de las manifestaciones artísticas alcanza un esplendor extraordinario en esta época considerada como el clasicismo del arte egipcio: la edad de oro. La abundancia y calidad literaria son prueba del grado de desarrollo cultural, pero al mismo tiempo constituyen fuentes de información preciosas, ya que su intencionalidad es completamente distinta a la de otras series informativas. Los papiros matemáticos ponen de manifiesto el profundo grado de conocimiento que los egipcios del Reino Medio tenían de esta rama del saber, a pesar de no haber abstraído el cero; podíamos suponerles tanta sabiduría, pues era necesaria para la construcción de los grandes monumentos y para el trabajo de los agrimensores. No menos espectaculares son los conocimientos médicos o astronómicos, estos últimos sobre todo útiles para el establecimiento del calendario. Desde el punto de vista arquitectónico no hay obras monumentales que expresen al primer impacto la óptima situación del reino. Una razón esencial estriba en el regreso al ladrillo, frente a la piedra utilizada en el Antiguo Reino; su carácter más deleznable contribuyó a la imagen de menor grandiosidad. Sin embargo, los ensayos para resolver nuevos problemas constructivos, demuestran una inquietud mayor que en la época de las grandes pirámides, pues una vez erigida la de Kheops, las demás no hicieron más que repetir el modelo en menor escala.

Pero no se puede ocultar que el gasto para la construcción de las pirámides del Reino Medio hubo de ser inferior. Se asegura que el volumen de construcciones, dispersas por todo el país, podría llegar a igualar el que afrontaba cada uno de los grandes constructores de la IV dinastía. Se trata de una polémica insoluble, ya que no podemos calcular los gastos reales. Dejándonos llevar por las impresiones creeríamos que la grandilocuencia del Reino Antiguo es irrepetible por la dependencia que el poder faraónico tiene en el Reino Medio de los nomos: la política constructiva en las principales localidades tenía como finalidad mantener la cohesión estatal; la reinversión del excedente en los lugares de procedencia era el único procedimiento posible para afrontar los gastos centrales. Probablemente por ello era imposible que los faraones de las dinastías XI y XII repitieran las obras monumentales de los de la IV. Pero Sesostris III consiguió zafarse del lastre que en ese sentido suponían los nomos y, sin embargo, tampoco construyó una gran pirámide de piedra. Una posible explicación es que los excedentes que podía acumular no le permitían hacer frente al gasto, pero es posible que la pregunta correcta sea ¿por qué tenemos nosotros la necesidad de que los faraones del Reino Medio imitaran a los del Antiguo Reino? Quizá cupiera un planteamiento distinto si en lugar de atender a los deseos de los monarcas y sus posibilidades económicas observáramos el problema desde una dimensión funcional.

Si las pirámides del Reino Antiguo no tenían una finalidad exclusivamente ideológica, sino que constituían el procedimiento de regulación del trabajo de una ingente mano de obra ociosa -por la innecesidad de que trabajaran agrícolamente, ya que sin su concurso se producía alimento suficiente- a cambio de una ración alimenticia, es posible que las circunstancias objetivas de las condiciones laborales hubieran cambiado entre el Antiguo Reino y el Reino Medio, de forma que una organización del trabajo como la propuesta fuera impensable en el Reino Medio. Y ello, quizá entre otras razones, porque los nomarcas requerían una fuerza laboral que en el Antiguo Reino no era precisa y porque los contingentes militares del Reino Medio eran extraordinariamente más abundantes que en el Antiguo Reino. Habría que admitir, pues, que las estructuras del Estado habían sufrido ciertas modificaciones. La multiplicación de las expediciones y de las campañas militares parece estar directamente relacionada con las necesidades económicas del poder central: el decrecimiento de las aportaciones de los nomos podida verse mitigado mediante el incremento de los productos obtenidos como tributo o explotación del subsuelo. La maquinaria militar, en consecuencia, se perfecciona, convirtiéndose a su vez en una fuente adicional de gastos. La importancia del ejército se aprecia muy bien desde la imagen del faraón guerrero y soldado invencible que proyecta la literatura propagandística, como los "Himnos" de Sesostris III: "La lengua de su majestad es la que cierra Nubia / sus palabras son las que hacen huir a los asiáticos" e incluso en relatos supuestamente menos laudatorios, como el "Cuento de Sinuhé", en el que se afirma: "No repite el golpe, porque mata / No hay nadie que pueda alejar su fuerza / Nadie que pueda tensar su arco (recuérdese el paralelo de Ulises, Od.

XXI, 68 ss.)/ Los bárbaros huyen ante él / Como ante el poder de la gran diosa / Combate sin fin, nada perdona, nada queda". Esa misma literatura proporciona un retrato benigno del poderoso hacia el productor agrícola. La tumba del gobernador Amenemhat en Beni Hassán es buena prueba de ello: "No hubo hermana de hombre común que yo afrentara, viuda a quien oprimiera, campesino a quiera rechazara, pastor a quien no atendiera... no cobré los atrasos del tributo por la cosecha". No se trata más que de un ejemplo entre otros muchos, pero la realidad hubo de ser bien diferente, pues los castigos corporales aplicados a los deudores están asimismo profusamente representados en las tumbas. En realidad el campesino estaba sometido a tal carga tributaria que después de su ímprobo trabajo no le quedaba más que la cantidad justa para poder seguir produciendo. Cualquier incremento de la presión se convertía para el campesino en una prueba insalvable y la sensación de bienestar que proporciona el Reino Medio sólo era posible por la explotación de la masa campesina. Para ella, las condiciones de vida no eran tan áureas como la época y la crítica que se hace en la "Sátira de los oficios" no es más que una burla despreciable. Quizá no esté de más recordar cómo durante este período tenemos noticia por vez primera en la historia de Egipto de fugas de campesinos, "anachoresis" dicen los griegos, para dedicarse a la mendicidad o al latrocinio, buena prueba de sus insoportables existencias, más cercanas a las de sus animales que a las de los señores que alimentaban.

Las condiciones del trabajo artesanal no difieren considerablemente. Los datos disponibles sobre entregas de raciones, siempre panes y medidas o fracciones de medida de cerveza, entre obreros asalariados demuestran la existencia de diferencias enormes incluso en el seno de grupos reducidos. Esto quiere decir que el beneficio de su trabajo recaía sobre aquellos que teman la posibilidad de someterlos a sus condiciones de contratación, evidentemente opresivas en un país en el que no escaseaba la mano de obra y que paulatinamente entraba en competencia con el trabajo esclavo. En efecto, a partir del Reino Medio se realizan transacciones comerciales con trabajadores, que pueden transmitirse, además, en la herencia. Naturalmente no desaparece el trabajo obligatorio, la prestación del servicio personal, de los dependientes, sean campesinos o artesanos, sino que a su trabajo se añade ahora el de esclavos domésticos y los siervos reales, cuya procedencia suele ser extranjera, aunque con frecuencia también se encuentran egipcios entre ellos. Todos estos esclavos podían ser, está fuera de duda, vendidos, regalados y transmitidos en herencia. No obstante, no podemos afirmar que la mayor parte de la producción dependiera de la mano de obra esclava; ni siquiera que las condiciones de existencia del grupo dominante se basaran en tal tipo de explotación. Sigue siendo el trabajo de los dependientes, definidos como hombres con una profesión, el fundamento de la producción en el Egipto del Reino Medio.

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