Laoconte
Datos principales
Autor
Fecha
1608-14
Estilo
Material
Dimensiones
137´5 x 172´5 cm.
Museo
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El Greco es, sin duda, un pintor de imágenes religiosas. Por eso resulta extraño encontrar en su producción una escena mitológica como la de Laocoonte. Este tema tomó un importante auge a partir del descubrimiento del famoso grupo escultórico de la época helenística que hoy se puede admirar en los Museos Vaticanos de Roma. Miguel Ángel sintió una especial atracción hacia esta escultura, siendo uno de los artistas que puso dicho tema de moda. Laocoonte era sacerdote de Apolo en la ciudad de Troya, y se opuso a la entrada en la misma del caballo que había aparecido en las playas cercanas cuando los griegos se habían retirado, tras varios años de guerra. Cogió una lanza y la clavó en el enorme caballo de madera para advertir a sus conciudadanos de lo nefasto de esa aparición. En ese momento salieron dos serpientes marinas que mataron a Laocoonte y sus hijos. Los troyanos interpretaron el hecho como una ofensa del sacerdote a los dioses, por lo que metieron el caballo en la ciudad, que fue invadida por los griegos, vencedores finales de la larga guerra. Sin embargo, las serpientes habían sido enviadas por Apolo como castigo a Laocoonte por haberse casado con Antiope y haber tenido hijos. Evidentemente, no fue el mejor momento para castigar a su sacerdote, provocando la derrota de Troya. Doménikos nos presenta a Laocoonte derribado en el suelo, en fuerte diagonal, intenta sujetar la serpiente que va a morderle la cabeza; su hijo menor yace en el suelo, en un violento escorzo, mientras el hijo mayor agarra a la segunda serpiente para evitar la muerte.
Las tres figuras destacan por su movilidad, encontrando ecos del Manierismo romano que El Greco conocía. Sin embargo, se puede decir que el cretense se aleja totalmente del grupo escultórico helenístico que tanto había atraído a Miguel Ángel. Junto al sacerdote y sus hijos encontramos dos figuras y una cabeza, interpretadas de diferentes maneras: Apolo y Artemisa; Poseidón y Casandra; Paris y Helena; o Adán y Eva. Quizá sea ésta última la hipótesis más correcta, al colocar a los primeros padres de la Humanidad -quienes también cometieron un grave error, costándoles la salida del paraíso- para otorgar un sentido católico a esta imagen profana. Al fondo encontramos una vista de Toledo, no de Troya, situando al caballo frente a la puerta de Bisagra. Sería lógico pensar en una interpretación intemporal de lo que le ocurrió a Laocoonte al aparecer la ciudad castellana. También podría ser una referencia a la tradición según la cual Toledo había sido fundada por dos descendientes de los troyanos, Telemón y Bruto. Debido al éxito obtenido con esta escena deberíamos pensar en una lectura católica, mostrando Doménikos una lección moral, universal en el tiempo y en el espacio. Las figuras están situadas en primerísimo plano, iluminadas por una luz fantasmal que les otorga un color blanquecino. La violencia y el dramatismo se adueñan de la composición, en una imagen sobrecogedora. Los personajes tienen el canon alargado ya característico de El Greco, estereotipando tanto los músculos que parecen husos de hilar. Para realizar dichas figuras Doménikos tomó imágenes anteriores, debido a su idea de la perfección; si ya consideraba alguna figura perfecta la representaba en más de una ocasión. Desgraciadamente, no pudo concluir la obra ya que fallecería en abril de 1614.
Las tres figuras destacan por su movilidad, encontrando ecos del Manierismo romano que El Greco conocía. Sin embargo, se puede decir que el cretense se aleja totalmente del grupo escultórico helenístico que tanto había atraído a Miguel Ángel. Junto al sacerdote y sus hijos encontramos dos figuras y una cabeza, interpretadas de diferentes maneras: Apolo y Artemisa; Poseidón y Casandra; Paris y Helena; o Adán y Eva. Quizá sea ésta última la hipótesis más correcta, al colocar a los primeros padres de la Humanidad -quienes también cometieron un grave error, costándoles la salida del paraíso- para otorgar un sentido católico a esta imagen profana. Al fondo encontramos una vista de Toledo, no de Troya, situando al caballo frente a la puerta de Bisagra. Sería lógico pensar en una interpretación intemporal de lo que le ocurrió a Laocoonte al aparecer la ciudad castellana. También podría ser una referencia a la tradición según la cual Toledo había sido fundada por dos descendientes de los troyanos, Telemón y Bruto. Debido al éxito obtenido con esta escena deberíamos pensar en una lectura católica, mostrando Doménikos una lección moral, universal en el tiempo y en el espacio. Las figuras están situadas en primerísimo plano, iluminadas por una luz fantasmal que les otorga un color blanquecino. La violencia y el dramatismo se adueñan de la composición, en una imagen sobrecogedora. Los personajes tienen el canon alargado ya característico de El Greco, estereotipando tanto los músculos que parecen husos de hilar. Para realizar dichas figuras Doménikos tomó imágenes anteriores, debido a su idea de la perfección; si ya consideraba alguna figura perfecta la representaba en más de una ocasión. Desgraciadamente, no pudo concluir la obra ya que fallecería en abril de 1614.