Calatrava
Localización
Desarrollo
Erigida por los omeyas en el siglo VIII, se sitúa en un cerro amesetado, en un emplazamiento de alto valor estratégico, pero insalubre y casi con toda seguridad despoblado en el momento fundacional. Aunque se han detectado indicios de una ocupación en la Edad del Bronce y en época ibérica, no se conocen restos que permitan sospechar la existencia de población en el lugar en épocas romana y visigoda. Los geógrafos árabes conocieron muy bien la región pantanosa situada al noreste de Calatrava, describiéndola como el lugar donde el Guadiana Superior -nombre con el cual se confundían numerosos cursos de agua, como el Cigüela y el Riansares- desaparecía y reaparecía en varias ocasiones antes de emerger definitivamente junto a la ciudad. Se hallaba situada en el centro de la submeseta sur, en un importante cruce de caminos al abrigo del cual adquiriría gran desarrollo urbano y un indudable valor geopolítico y estratégico. Por ella pasaba la ruta principal entre Córdoba y Toledo, y también los caminos de Mérida a Calatayud y del Atlántico a Levante, lo que generaba un intenso tráfico comercial y la convertía, al mismo tiempo, en punto clave del sistema defensivo de la Meseta, cubriendo los accesos a Córdoba frente a los reinos cristianos del Norte. El alto valor estratégico de su emplazamiento explica muy bien el papel decisivo que tuvo en la Alta y Plena Edad Media. En su evolución histórica se pueden distinguir varias etapas que afectaron a su desarrollo urbano y a sus fortificaciones.
La primera fase va del siglo VIII hasta mediados del siglo IX (853): la ciudad fue fundada sobre una antigua posición prerromana, con la finalidad de controlar el vado del Guadiana, en el camino de Córdoba a Toledo . Poco a poco, iría adquiriendo importancia a costa de la antigua sede episcopal visigoda de Oreto. La primera mención documental conocida de su existencia data de finales del siglo VIII (785), cuando el emir de Córdoba, Abderramán I , persiguió al rebelde toledano Abu al-Aswad hasta Calatrava. No se conoce nada, en cambio, del origen de su nombre, Rabah, aunque lo más probable es que se trate del de su fundador o del primer gobernante, como sucede con otras poblaciones de fundación andalusí temprana. Durante esta fase del emirato omeya , cabe mencionar el papel que jugó en las luchas civiles que enfrentaron a los muladíes de Toledo con el poder central cordobés, o en las diversas rebeliones beréberes que se sucedieron en la Meseta. Al constituirse Calatrava en la vanguardia omeya frente a los rebeldes toledanos, éstos la destruyeron en el año 853. En esta época, parece que sus defensas se limitaban a una pequeña fortaleza situada en el extremo oriental del cerro, en la que se combinaban diversos tipos de construcción, alternando el tapial y la mampostería. Las torres, de diferente tamaño, pero todas ellas cuadrangulares y macizas, presentan machones de ladrillo en las esquinas; algunas de ellas, levantadas en tapial, tienen refuerzos similares de ladrillo o adobe.
Una segunda etapa bien diferenciada se extiende entre la mitad del siglo IX (854) y mediados del siglo XII (1147). Calatrava se convirtió en la capital islámica de una extensa región tanto en la época omeya como en la taifa y, también, en la vanguardia almorávide frente a Castilla-León. Su importancia se acentuó a raíz de su casi total destrucción por parte de los toledanos en el año 853 y de su inmediata reconstrucción por al-Hakam, hermano del emir Muhammad I , quien al año siguiente ordenó repoblarla con gentes venidas de la antigua capital visigoda de la región (Oreto). Calatrava fue refundada, entre otras razones, como símbolo del poder del emirato cordobés en el espacio geográfico del Guadiana superior. Este hecho se manifiesta no sólo en la propia voluntad de reconstruirla, sino también en la concepción urbanística de la nueva Calatrava, así como en diversos elementos arquitectónicos y de ingeniería, que dan al conjunto una total unidad. Con estas reformas, la ciudad se convirtió en una auténtica isla con murallas que rodearon todo el perímetro del cerro. Además de un complejo defensivo importante, devino en un alarde del dominio del agua y de la tecnología hidráulica por parte del Estado cordobés. Del mismo modo, en pleno siglo IX, se utilizaron elementos defensivos que hasta entonces eran desconocidos o muy poco utilizados en al-Andalus (torres albarranas, torres corachas, torres pentagonales en proa, puertas en recodo, etc.
). Se trataba de una nueva manifestación del poder coercitivo, constructivo e innovador del Estado omeya. Aparte de las estructuras defensivas -la mayoría de ellas se conserva, y constituye hoy el grueso de lo que se puede contemplar en el yacimiento-, hay que resaltar el gran pasaje abovedado que antecede a la antigua entrada al alcázar -que continuó siendo utilizada-, y que no es sino un gran arco triunfal con claros antecedentes en las construcciones omeyas del Próximo Oriente de los siglos VII y VIII. A partir de 854, y como cabeza de una comarca muy amplia de La Mancha, se convirtió en el punto más importante de apoyo del poder central del emirato (califato a partir del 929) cordobés en la región, que nombraba directamente a los gobernadores, encargados de ahogar, por el flanco sur, a la rebelde Toledo. Tras la abolición del califato, en 1031, Calatrava gozó de cierta independencia y notable prestigio, mientras las taifas de Sevilla, Córdoba y Toledo se disputaban su posesión. Tras la toma de Toledo por Alfonso VI (1085) y de la llegada de los almorávides -que tras la batalla de Zalaqa (1086) se apoderaron de toda la zona- Calatrava se convertiría en el núcleo islámico de mayor entidad en la región. En la tercera fase, que va de 1147 a 1195, se produce el declive almorávide. Alfonso VII tomó la ciudad en 1147, convirtiéndola en la plaza cristiana más avanzada frente a los musulmanes.
Ante la dificultad que suponía la defensa de una región tan amplia, y tras fracasar la encomienda dada a los templarios (1149 - 1157), Sancho III entregó el enclave al Císter (1158), lo que propició el nacimiento de la primera orden militar hispana, que adoptaría el nombre del lugar. Como cabeza de la Orden de Calatrava, la ciudad permaneció integrada en Castilla hasta que los almohades la recuperaron para el Islam tras su victoria sobre Alfonso VIII en Alarcos (1195). En la cuarta etapa, 1195 - 1212, ocurrió lo contrario que en la anterior: Calatrava pasó a ser la vanguardia del Imperio almohade contra el reino de Castilla. Gracias a las excavaciones arqueológicas que desde 1984 realiza en el yacimiento la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, son precisamente algunos aspectos de los diecisiete años del dominio almohade en Calatrava los que mejor se conocen. En esta época, creció la población de la ciudad y se ampliaron sus arrabales, donde se establecieron nuevas zonas artesanales y necrópolis. En la propia medina, se repararon ciertos elementos de sus fortificaciones, sobre todo en la zona del alcázar. En general, parece que se produjo un crecimiento en la superficie de las pocas localidades existentes en la comarca, sin que aumentase, en cambio, el número de núcleos poblados. De este modo, y en detrimento del medio rural, se produjo un relativo desarrollo urbano, concentrado principalmente en Calatrava, única localidad de la región que en esta época se podía calificar de ciudad.
Hubo una mejora de la economía urbana y, por consiguiente, un auge de las actividades artesanales y comerciales: trabajo de los metales, vidrio, cerámica -incluso de lujo, como atestiguan los recipientes decorados en "reflejo dorado" y con "esgrafiado"-, etcétera, que ocuparon a la nueva población y también a la ya existente. La quinta etapa se inicia en 1212 y se cierra en la primera década del siglo XV: tras su derrota en Alarcos , el propio Alfonso VIII retomó definitivamente Calatrava en 1212, pocos días antes de la batalla de Las Navas de Tolosa . La plaza, que volvió inmediatamente a manos de la Orden de Calatrava, inició a partir de entonces un irreversible proceso de decadencia. La nueva realidad política de la región provocó la completa desarticulación de los condicionantes geoestratégicos que habían asegurado durante siglos la prosperidad de la ciudad. Ubicada en un lugar malsano y demasiado lejos de la nueva línea de frontera, no era ya la sede más adecuada para la Orden, cuya cabeza se trasladó muy pronto (1217) a la antigua fortaleza de Dueñas, unos 60 km más al sur, que a partir de aquel momento sería conocida como Calatrava la Nueva. La antigua Calatrava, citada desde entonces como Calatrava la Vieja, quedó como cabeza de una encomienda más de la Orden. Pocas décadas después, la fundación de Villa Real (actualmente, Ciudad Real) supondría la condena definitiva de la vieja ciudad del Guadiana: la ciudad regia no sólo sustituyó en importancia a Calatrava la Vieja a nivel comarcal, sino que, además, provocó un ligero desvío del camino de Córdoba a Toledo, dejando a Calatrava fuera de la principal ruta de la región.
El ya por entonces pequeño asentamiento calatravo, que se retrajo a la mitad sur del antiguo alcázar islámico, produjo importantes transformaciones en los accesos, en las defensas y en el uso de las dependencias existentes en su interior. Continuó languideciendo, sin llegar a alcanzar la Edad Moderna pues, en los primeros años del siglo XV, la sede de la encomienda fue trasladada unos kilómetros más al oeste (al actual despoblado de El Turrillo), y poco después a Carrioncillo (hoy Carrión de Calatrava). A comienzos del siglo XVI, Calatrava estaba completamente abandonada; era un despoblado arruinado próximo al viejo camino entre Andalucía y Toledo; sólo la antigua iglesia de la encomienda siguió funcionando durante algún tiempo como ermita y lugar de romería de las gentes de Ciudad Real. El recinto amurallado ocupa un pequeño cerro amesetado de planta ovoide, de unas 5 hectáreas de extensión, ubicado junto a la margen izquierda del río Guadiana, muy cerca del arroyo Valdecañas, aguas arriba del encuentro de ambos cursos. Su altura proporciona un amplio dominio visual sobre el entorno -sobre todo hacia el norte, con los Montes de Toledo al fondo-, pero no aporta protección destacable. La única defensa natural la proporcionaba el propio río, cuyo cauce, antaño muy ancho y pantanoso en este punto, protegía el frente septentrional de la ciudad; en el resto de la plaza, la accesibilidad del cerro fue paliada mediante la construcción de sólidas murallas y un foso.
Alrededor del recinto defensivo se localizan los arrabales de la ciudad que, con una extensión próxima a las 25 hectáreas, lo rodean salvo por el lado norte, por donde discurre el Guadiana. El entorno inmediato es una llanura fértil muy envejecida, salpicada de suaves lomas y cerros y especialmente apta, ya en época islámica, para el cultivo de cereales, para la caza y para la cría de ganado. Sin embargo, el carácter pantanoso del río en este tramo supuso desde antiguo una dificultad importante para el poblamiento de la zona, aquejada de enfermedades y malos olores. Por eso se despobló con rapidez cuando perdió importancia económica, política y militar. El cinturón amurallado de Calatrava adapta su trazado al contorno del cerro, formando un recinto de planta elíptica cuyo eje mayor (este-oeste) está próximo a los 400 metros de longitud, y cuyo eje menor (norte-sur) ronda los 190. La muralla, en su mayor parte de época omeya, está jalonada por casi medio centenar de torres de flanqueo, de entre las que destacan dos albarranas -en el frente sur del alcázar-, otras dos de planta pentagonal en proa -en su espolón oriental-, y la que alberga la puerta en recodo de acceso al alcázar -junto al Guadiana-. Con excepción de las dos torres pentagonales, todas las demás son de planta cuadrangular, aunque de módulos muy diferentes: en el frente sur de la ciudad -en el que se abre la puerta en recodo de acceso a la medina-, las torres son de mayor tamaño, menos abundantes -por tanto, más separadas- y algunas de ellas huecas; mientras que las del espolón oeste -mejor defendido por el escarpe del terreno- son siempre macizas, más pequeñas y se encuentran más próximas entre sí.
Salvo por su frente norte -menos guarnecido, pero bien defendido por el cauce del Guadiana-, el recinto se encuentra rodeado por un foso húmedo artificial que convertía a la ciudad en una verdadera isla. Este foso, con unos 750 m de longitud y una profundidad media estimada de unos 10 metros, está en su mayor parte excavado en la propia roca del cerro y era alimentado directamente por las aguas del Guadiana que, tras recorrer por gravedad todo el perímetro de la ciudad, se reincorporaban al río aguas abajo de ésta. El recinto descrito se divide en dos zonas bien diferenciadas, separadas entre sí por una muralla de considerables proporciones: el alcázar, en el extremo oriental y la medina, que ocupa la mayor parte del cerro. Tanto uno como otra cuentan con elementos arquitectónicos de relieve, tanto por su envergadura, como por su antigüedad y por su singularidad, o por la combinación de las tres circunstancias. El alcázar -de unos 3.500 m2- es de planta sensiblemente triangular y forma la proa del recinto. En torno a él se concentran los elementos defensivos más destacados de la plaza, no sólo porque albergaba los centros de poder de la ciudad, sino también porque las defensas naturales de este sector del cerro son de escasa entidad. En cuanto a su estructura defensiva, cabe destacar: los restos de un primer recinto, anterior al año 853, parcialmente embutidos en el actual cierre occidental; el gran arco triunfal que antecede a la puerta de comunicación con la medina; la puerta en recodo de acceso desde la zona del río, integrada en una torre de planta cuadrangular; dos corachas para abastecimiento de agua -una de ellas construida en época de Muhammad I y otra anterior a esa fecha-; las dos torres pentagonales en proa -que, junto con la segunda coracha, forman parte de un subsistema defensivo hidráulico hasta ahora no descrito en ningún otro- punto del Islam medieval- y dos torres albarranas localizadas en el frente sur del alcázar, la más occidental de las cuales data de época emiral.
Por lo que respecta a su distribución interna, los últimos trabajos de excavación han puesto de relieve su extraordinaria complejidad urbanística, lógica puesto que funcionó durante casi siete siglos, a lo largo de los cuales albergó los centros de poder de la ciudad islámica y, posteriormente, fue sede de la encomienda templaria creada en tiempos de Alfonso VII, lugar fundacional de la Orden de Calatrava y sede de la encomienda del mismo nombre. Del entramado de estructuras localizadas en el interior del alcázar, destacan el aljibe islámico, dos grandes edificios adosados al trasdós de la muralla norte -también islámicos-, una gran sala de audiencias de época taifa que incorpora una bañera -imitando en ello los modelos omeyas del Próximo Oriente-, los cimientos de la iglesia templaria, la iglesia de los calatravos, tres hornos de producción de cerámica, una fragua y un conjunto de edificios domésticos y administrativos pertenecientes a la Encomienda de Calatrava y fechables entre las primeras décadas del siglo XIII y comienzos del siglo XV. La medina, con algo más de 4 hectáreas, se extiende sobre la mayor parte del potente recinto amurallado, que contaba con alrededor de cuarenta torres de flanqueo, todas ellas de planta cuadrada. La mencionada muralla, oculta en buena medida por los escombros de tantos siglos de abandono, es constructiva y cronológicamente, heterogénea. Así se deduce de la amplia variedad de módulos y aparejos detectable en torres y cortinas (lienzos de muralla), donde se pueden encontrar desde sillares hasta mampostería encofrada, pasando por tapial de tierra.
Del cinturón defensivo de la medina destacan especialmente la puerta de acceso en recodo, al sur, y la coracha de abastecimiento de agua, en el noroeste. En la actualidad, el interior de la medina -verdadero núcleo urbano de Calatrava durante cinco siglos- se encuentra convertido en un erial, sin restos constructivos visibles en superficie. No obstante, las distintas prospecciones geofísicas -eléctricas y magnéticas- realizadas hace algunos años confirmaron la existencia de numerosas ruinas en su subsuelo. Además, un pequeño sondeo arqueológico llevado a cabo en su sector central en 1995 permitió exhumar parte de una vivienda y de una calle empedrada fechadas en época almohade. Por otra parte, es evidente que la medina, deshabitada desde principios del siglo XIII, conserva oculta toda su estructura urbana, y que ésta ha de ser forzosamente rica y compleja; de hecho, según diversas fuentes escritas, en Calatrava existieron varias mezquitas, baños, tiendas, etc. Es decir, todas las estructuras que daban sentido a una ciudad islámica. Los arrabales de Calatrava, en su mayor parte, se encuentran convertidos en tierras de labor. En ellos pueden documentarse elementos fundamentales de la realidad urbana de Calatrava. Tal es el caso de las diversas necrópolis o de zonas industriales de producción de cerámica. Asimismo, han sido identificados los restos de una coracha de abastecimiento de agua al arrabal oriental -a 200 m al este del alcázar-, los del molino y puente de Calatrava -sobre el río Guadiana, unos 400 m aguas abajo de la medina-, y los de una posible mezquita, integrados en el muro norte de la actual ermita de Ntra. Sra. de la Encarnación.
La primera fase va del siglo VIII hasta mediados del siglo IX (853): la ciudad fue fundada sobre una antigua posición prerromana, con la finalidad de controlar el vado del Guadiana, en el camino de Córdoba a Toledo . Poco a poco, iría adquiriendo importancia a costa de la antigua sede episcopal visigoda de Oreto. La primera mención documental conocida de su existencia data de finales del siglo VIII (785), cuando el emir de Córdoba, Abderramán I , persiguió al rebelde toledano Abu al-Aswad hasta Calatrava. No se conoce nada, en cambio, del origen de su nombre, Rabah, aunque lo más probable es que se trate del de su fundador o del primer gobernante, como sucede con otras poblaciones de fundación andalusí temprana. Durante esta fase del emirato omeya , cabe mencionar el papel que jugó en las luchas civiles que enfrentaron a los muladíes de Toledo con el poder central cordobés, o en las diversas rebeliones beréberes que se sucedieron en la Meseta. Al constituirse Calatrava en la vanguardia omeya frente a los rebeldes toledanos, éstos la destruyeron en el año 853. En esta época, parece que sus defensas se limitaban a una pequeña fortaleza situada en el extremo oriental del cerro, en la que se combinaban diversos tipos de construcción, alternando el tapial y la mampostería. Las torres, de diferente tamaño, pero todas ellas cuadrangulares y macizas, presentan machones de ladrillo en las esquinas; algunas de ellas, levantadas en tapial, tienen refuerzos similares de ladrillo o adobe.
Una segunda etapa bien diferenciada se extiende entre la mitad del siglo IX (854) y mediados del siglo XII (1147). Calatrava se convirtió en la capital islámica de una extensa región tanto en la época omeya como en la taifa y, también, en la vanguardia almorávide frente a Castilla-León. Su importancia se acentuó a raíz de su casi total destrucción por parte de los toledanos en el año 853 y de su inmediata reconstrucción por al-Hakam, hermano del emir Muhammad I , quien al año siguiente ordenó repoblarla con gentes venidas de la antigua capital visigoda de la región (Oreto). Calatrava fue refundada, entre otras razones, como símbolo del poder del emirato cordobés en el espacio geográfico del Guadiana superior. Este hecho se manifiesta no sólo en la propia voluntad de reconstruirla, sino también en la concepción urbanística de la nueva Calatrava, así como en diversos elementos arquitectónicos y de ingeniería, que dan al conjunto una total unidad. Con estas reformas, la ciudad se convirtió en una auténtica isla con murallas que rodearon todo el perímetro del cerro. Además de un complejo defensivo importante, devino en un alarde del dominio del agua y de la tecnología hidráulica por parte del Estado cordobés. Del mismo modo, en pleno siglo IX, se utilizaron elementos defensivos que hasta entonces eran desconocidos o muy poco utilizados en al-Andalus (torres albarranas, torres corachas, torres pentagonales en proa, puertas en recodo, etc.
). Se trataba de una nueva manifestación del poder coercitivo, constructivo e innovador del Estado omeya. Aparte de las estructuras defensivas -la mayoría de ellas se conserva, y constituye hoy el grueso de lo que se puede contemplar en el yacimiento-, hay que resaltar el gran pasaje abovedado que antecede a la antigua entrada al alcázar -que continuó siendo utilizada-, y que no es sino un gran arco triunfal con claros antecedentes en las construcciones omeyas del Próximo Oriente de los siglos VII y VIII. A partir de 854, y como cabeza de una comarca muy amplia de La Mancha, se convirtió en el punto más importante de apoyo del poder central del emirato (califato a partir del 929) cordobés en la región, que nombraba directamente a los gobernadores, encargados de ahogar, por el flanco sur, a la rebelde Toledo. Tras la abolición del califato, en 1031, Calatrava gozó de cierta independencia y notable prestigio, mientras las taifas de Sevilla, Córdoba y Toledo se disputaban su posesión. Tras la toma de Toledo por Alfonso VI (1085) y de la llegada de los almorávides -que tras la batalla de Zalaqa (1086) se apoderaron de toda la zona- Calatrava se convertiría en el núcleo islámico de mayor entidad en la región. En la tercera fase, que va de 1147 a 1195, se produce el declive almorávide. Alfonso VII tomó la ciudad en 1147, convirtiéndola en la plaza cristiana más avanzada frente a los musulmanes.
Ante la dificultad que suponía la defensa de una región tan amplia, y tras fracasar la encomienda dada a los templarios (1149 - 1157), Sancho III entregó el enclave al Císter (1158), lo que propició el nacimiento de la primera orden militar hispana, que adoptaría el nombre del lugar. Como cabeza de la Orden de Calatrava, la ciudad permaneció integrada en Castilla hasta que los almohades la recuperaron para el Islam tras su victoria sobre Alfonso VIII en Alarcos (1195). En la cuarta etapa, 1195 - 1212, ocurrió lo contrario que en la anterior: Calatrava pasó a ser la vanguardia del Imperio almohade contra el reino de Castilla. Gracias a las excavaciones arqueológicas que desde 1984 realiza en el yacimiento la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, son precisamente algunos aspectos de los diecisiete años del dominio almohade en Calatrava los que mejor se conocen. En esta época, creció la población de la ciudad y se ampliaron sus arrabales, donde se establecieron nuevas zonas artesanales y necrópolis. En la propia medina, se repararon ciertos elementos de sus fortificaciones, sobre todo en la zona del alcázar. En general, parece que se produjo un crecimiento en la superficie de las pocas localidades existentes en la comarca, sin que aumentase, en cambio, el número de núcleos poblados. De este modo, y en detrimento del medio rural, se produjo un relativo desarrollo urbano, concentrado principalmente en Calatrava, única localidad de la región que en esta época se podía calificar de ciudad.
Hubo una mejora de la economía urbana y, por consiguiente, un auge de las actividades artesanales y comerciales: trabajo de los metales, vidrio, cerámica -incluso de lujo, como atestiguan los recipientes decorados en "reflejo dorado" y con "esgrafiado"-, etcétera, que ocuparon a la nueva población y también a la ya existente. La quinta etapa se inicia en 1212 y se cierra en la primera década del siglo XV: tras su derrota en Alarcos , el propio Alfonso VIII retomó definitivamente Calatrava en 1212, pocos días antes de la batalla de Las Navas de Tolosa . La plaza, que volvió inmediatamente a manos de la Orden de Calatrava, inició a partir de entonces un irreversible proceso de decadencia. La nueva realidad política de la región provocó la completa desarticulación de los condicionantes geoestratégicos que habían asegurado durante siglos la prosperidad de la ciudad. Ubicada en un lugar malsano y demasiado lejos de la nueva línea de frontera, no era ya la sede más adecuada para la Orden, cuya cabeza se trasladó muy pronto (1217) a la antigua fortaleza de Dueñas, unos 60 km más al sur, que a partir de aquel momento sería conocida como Calatrava la Nueva. La antigua Calatrava, citada desde entonces como Calatrava la Vieja, quedó como cabeza de una encomienda más de la Orden. Pocas décadas después, la fundación de Villa Real (actualmente, Ciudad Real) supondría la condena definitiva de la vieja ciudad del Guadiana: la ciudad regia no sólo sustituyó en importancia a Calatrava la Vieja a nivel comarcal, sino que, además, provocó un ligero desvío del camino de Córdoba a Toledo, dejando a Calatrava fuera de la principal ruta de la región.
El ya por entonces pequeño asentamiento calatravo, que se retrajo a la mitad sur del antiguo alcázar islámico, produjo importantes transformaciones en los accesos, en las defensas y en el uso de las dependencias existentes en su interior. Continuó languideciendo, sin llegar a alcanzar la Edad Moderna pues, en los primeros años del siglo XV, la sede de la encomienda fue trasladada unos kilómetros más al oeste (al actual despoblado de El Turrillo), y poco después a Carrioncillo (hoy Carrión de Calatrava). A comienzos del siglo XVI, Calatrava estaba completamente abandonada; era un despoblado arruinado próximo al viejo camino entre Andalucía y Toledo; sólo la antigua iglesia de la encomienda siguió funcionando durante algún tiempo como ermita y lugar de romería de las gentes de Ciudad Real. El recinto amurallado ocupa un pequeño cerro amesetado de planta ovoide, de unas 5 hectáreas de extensión, ubicado junto a la margen izquierda del río Guadiana, muy cerca del arroyo Valdecañas, aguas arriba del encuentro de ambos cursos. Su altura proporciona un amplio dominio visual sobre el entorno -sobre todo hacia el norte, con los Montes de Toledo al fondo-, pero no aporta protección destacable. La única defensa natural la proporcionaba el propio río, cuyo cauce, antaño muy ancho y pantanoso en este punto, protegía el frente septentrional de la ciudad; en el resto de la plaza, la accesibilidad del cerro fue paliada mediante la construcción de sólidas murallas y un foso.
Alrededor del recinto defensivo se localizan los arrabales de la ciudad que, con una extensión próxima a las 25 hectáreas, lo rodean salvo por el lado norte, por donde discurre el Guadiana. El entorno inmediato es una llanura fértil muy envejecida, salpicada de suaves lomas y cerros y especialmente apta, ya en época islámica, para el cultivo de cereales, para la caza y para la cría de ganado. Sin embargo, el carácter pantanoso del río en este tramo supuso desde antiguo una dificultad importante para el poblamiento de la zona, aquejada de enfermedades y malos olores. Por eso se despobló con rapidez cuando perdió importancia económica, política y militar. El cinturón amurallado de Calatrava adapta su trazado al contorno del cerro, formando un recinto de planta elíptica cuyo eje mayor (este-oeste) está próximo a los 400 metros de longitud, y cuyo eje menor (norte-sur) ronda los 190. La muralla, en su mayor parte de época omeya, está jalonada por casi medio centenar de torres de flanqueo, de entre las que destacan dos albarranas -en el frente sur del alcázar-, otras dos de planta pentagonal en proa -en su espolón oriental-, y la que alberga la puerta en recodo de acceso al alcázar -junto al Guadiana-. Con excepción de las dos torres pentagonales, todas las demás son de planta cuadrangular, aunque de módulos muy diferentes: en el frente sur de la ciudad -en el que se abre la puerta en recodo de acceso a la medina-, las torres son de mayor tamaño, menos abundantes -por tanto, más separadas- y algunas de ellas huecas; mientras que las del espolón oeste -mejor defendido por el escarpe del terreno- son siempre macizas, más pequeñas y se encuentran más próximas entre sí.
Salvo por su frente norte -menos guarnecido, pero bien defendido por el cauce del Guadiana-, el recinto se encuentra rodeado por un foso húmedo artificial que convertía a la ciudad en una verdadera isla. Este foso, con unos 750 m de longitud y una profundidad media estimada de unos 10 metros, está en su mayor parte excavado en la propia roca del cerro y era alimentado directamente por las aguas del Guadiana que, tras recorrer por gravedad todo el perímetro de la ciudad, se reincorporaban al río aguas abajo de ésta. El recinto descrito se divide en dos zonas bien diferenciadas, separadas entre sí por una muralla de considerables proporciones: el alcázar, en el extremo oriental y la medina, que ocupa la mayor parte del cerro. Tanto uno como otra cuentan con elementos arquitectónicos de relieve, tanto por su envergadura, como por su antigüedad y por su singularidad, o por la combinación de las tres circunstancias. El alcázar -de unos 3.500 m2- es de planta sensiblemente triangular y forma la proa del recinto. En torno a él se concentran los elementos defensivos más destacados de la plaza, no sólo porque albergaba los centros de poder de la ciudad, sino también porque las defensas naturales de este sector del cerro son de escasa entidad. En cuanto a su estructura defensiva, cabe destacar: los restos de un primer recinto, anterior al año 853, parcialmente embutidos en el actual cierre occidental; el gran arco triunfal que antecede a la puerta de comunicación con la medina; la puerta en recodo de acceso desde la zona del río, integrada en una torre de planta cuadrangular; dos corachas para abastecimiento de agua -una de ellas construida en época de Muhammad I y otra anterior a esa fecha-; las dos torres pentagonales en proa -que, junto con la segunda coracha, forman parte de un subsistema defensivo hidráulico hasta ahora no descrito en ningún otro- punto del Islam medieval- y dos torres albarranas localizadas en el frente sur del alcázar, la más occidental de las cuales data de época emiral.
Por lo que respecta a su distribución interna, los últimos trabajos de excavación han puesto de relieve su extraordinaria complejidad urbanística, lógica puesto que funcionó durante casi siete siglos, a lo largo de los cuales albergó los centros de poder de la ciudad islámica y, posteriormente, fue sede de la encomienda templaria creada en tiempos de Alfonso VII, lugar fundacional de la Orden de Calatrava y sede de la encomienda del mismo nombre. Del entramado de estructuras localizadas en el interior del alcázar, destacan el aljibe islámico, dos grandes edificios adosados al trasdós de la muralla norte -también islámicos-, una gran sala de audiencias de época taifa que incorpora una bañera -imitando en ello los modelos omeyas del Próximo Oriente-, los cimientos de la iglesia templaria, la iglesia de los calatravos, tres hornos de producción de cerámica, una fragua y un conjunto de edificios domésticos y administrativos pertenecientes a la Encomienda de Calatrava y fechables entre las primeras décadas del siglo XIII y comienzos del siglo XV. La medina, con algo más de 4 hectáreas, se extiende sobre la mayor parte del potente recinto amurallado, que contaba con alrededor de cuarenta torres de flanqueo, todas ellas de planta cuadrada. La mencionada muralla, oculta en buena medida por los escombros de tantos siglos de abandono, es constructiva y cronológicamente, heterogénea. Así se deduce de la amplia variedad de módulos y aparejos detectable en torres y cortinas (lienzos de muralla), donde se pueden encontrar desde sillares hasta mampostería encofrada, pasando por tapial de tierra.
Del cinturón defensivo de la medina destacan especialmente la puerta de acceso en recodo, al sur, y la coracha de abastecimiento de agua, en el noroeste. En la actualidad, el interior de la medina -verdadero núcleo urbano de Calatrava durante cinco siglos- se encuentra convertido en un erial, sin restos constructivos visibles en superficie. No obstante, las distintas prospecciones geofísicas -eléctricas y magnéticas- realizadas hace algunos años confirmaron la existencia de numerosas ruinas en su subsuelo. Además, un pequeño sondeo arqueológico llevado a cabo en su sector central en 1995 permitió exhumar parte de una vivienda y de una calle empedrada fechadas en época almohade. Por otra parte, es evidente que la medina, deshabitada desde principios del siglo XIII, conserva oculta toda su estructura urbana, y que ésta ha de ser forzosamente rica y compleja; de hecho, según diversas fuentes escritas, en Calatrava existieron varias mezquitas, baños, tiendas, etc. Es decir, todas las estructuras que daban sentido a una ciudad islámica. Los arrabales de Calatrava, en su mayor parte, se encuentran convertidos en tierras de labor. En ellos pueden documentarse elementos fundamentales de la realidad urbana de Calatrava. Tal es el caso de las diversas necrópolis o de zonas industriales de producción de cerámica. Asimismo, han sido identificados los restos de una coracha de abastecimiento de agua al arrabal oriental -a 200 m al este del alcázar-, los del molino y puente de Calatrava -sobre el río Guadiana, unos 400 m aguas abajo de la medina-, y los de una posible mezquita, integrados en el muro norte de la actual ermita de Ntra. Sra. de la Encarnación.