Venida de Jerónimo de Aguilar a Hernán Cortés
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Datos principales
Desarrollo
Venida de Jerónimo de Aguilar a Hernán Cortés Mucho sintieron los isleños, según demostración, la partida de los cristianos, especialmente el Calachuni; y ciertamente a ellos se les dio buen tratamiento y amistad. De Acuzamil fue la flota a tomar la costa de Yucatán, adonde está la punta de las Mujeres, con buen tiempo, y surgió allí Cortés para ver la disposición de la tierra y el aspecto de la gente. Mas no le agradó. Al otro día siguiente, que era Carnestolendas, oyeron misa en tierra, hablaron a los que vinieron a verlos, y ya embarcados, quisieron doblar la punta para ir a Cotoche y tentar qué cosa era. Pero antes de que la doblasen, tiró la nao en que iba de capitán Pedro de Albarado, en señal de que corría peligro. Acudieron allí todos a ver qué cosa era; y cuando vio Cortés que era un agua que con dos bombas no podían agotar, y que si no era tomando puerto no se podría remediar, volvió a Acuzamil con toda la armada. Los de la isla acudieron en seguida al mar muy alegres a saber qué querían o de qué se habían olvidado; y los nuestros les contaron su necesidad, y desembarcaron y repararon el navío. El sábado siguiente embarcó toda la gente, excepto Hernán Cortés y otros cincuenta. Revolvió entonces el tiempo con grandes vientos y contrarios; y así, no partieron aquel día. Duró aquella noche la furia del viento, mas amansó con el sol, y quedó el mar para poder embarcar y navegar; pero por ser el primer domingo de cuaresma, decidieron oír misa y comer primero.
Estando Cortés comiendo, le dijeron que una canoa a la vela atravesaba de Yucatán para la isla, y que venía derecha hacia donde las naves estaban surtas. Salió él a mirar a dónde iba; y como vio que se desviaba algo de la flota, dijo a Andrés de Tapia que fuese con algunos compañeros a ella, a orillas del agua, encubiertos, hasta ver si salían los hombres a tierra; y si salían, que se los trajese. La canoa tomó tierra tras una punta o abrigo, y salieron de ella cuatro hombres en cueros, excepto sus vergüenzas, con los cabellos trenzados y enroscados sobre la frente como las mujeres, y con muchas flechas y arcos en las manos; tres de los cuales tuvieron miedo cuando vieron cerca de sí a los españoles, que habían arremetido a ellos para cogerlos, con las espadas sacadas, y querían huir a la canoa. El otro se adelantó, hablando a sus compañeros en lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temieses; y dijo luego en castellano: "Señores, ¿sois cristianos?" Respondieron que sí, y que eran españoles. Alegróse tanto con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó si era miércoles, pues tenía unas horas durante las cuales rezaba cada día. Les rogó que diesen gracias a Dios; y él se hincó de rodillas en el suelo, alzó las manos y ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias infinitas por la merced que le hacía de sacarlos de entre infieles y hombres infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación.
Andrés de Tapia se llegó a él y le ayudó a levantar, y le abrazó, y lo mismo hicieron los demás españoles. Él dijo a los tres indios que le siguiesen, y se fue con aquellos españoles hablando y preguntando cosas hasta donde estaba Cortés; el cual le recibió muy bien, y le hizo en seguida vestir y darle lo que hubo menester, y con placer de tenerles en su poder, le preguntó su desdicha, y cómo se llamaba. Él respondió alegremente delante de todos: "Señor, yo me llamo Jerónimo de Aguilar, y soy de Écija, y me perdí de esta manera: que estando en la guerra del Darién, y en las pasiones y desventuras de Diego de Nicuesa y Vasco Núñez de Balboa, acompañé a Valdivia, que vino en una pequeña carabela a Santo Domingo, a dar cuenta de lo que allí pasaba al Almirante y Gobernador, y por gente y vitualla, y a llevar veinte mil ducados del Rey, el año 1511; y ya que llegamos a Jamaica se perdió la carabela en los bajos que llaman de las Víboras, y con dificultad entramos en el batel hasta veinte hombres, sin vela, sin agua, sin pan, y con ruin aparejo de remos; y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo nos echó la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el Sol a esta tierra, a una provincia que llamaban Maia. En el camino se murieron de hambre siete, y hasta creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro los sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, en cuyo poder caímos, y después se los comió haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios.
Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por los montes; y quiso Dios que topásemos con otro cacique enemigo de aquél, y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó en morirse. De entonces acá he estado yo con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros cinco españoles compañeros nuestros, y no hay más que yo y un tal Gonzalo Herreró, marinero, que está con Nachancan, señor de Chetemal, el cual se casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de Nachancan, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a rogarle que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo que de vergüenza, por tener horadada la nariz, picadas las orejas, pintado el rostro y manos a estilo de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y cariño de los hijos." Gran temor y admiración puso en los oyentes este cuento de Jerónimo de Aguilar, con decir que allí en aquella tierra comían y sacrificaban hombres, y por la desventura que él y sus compañeros habían pasado; pero daban gracias a Dios por verle libre de gente tan inhumana y bárbara, y por tenerlo por faraute cierto y verdadero. Y certísimo les pareció milagro haber hecho agua la nao de Albarado, para que con aquella necesidad volviesen a la isla, donde, sobreviniendo viento contrario, fuesen constreñidos a estar hasta que está Aguilar viniese; que sin duda él fue el lengua y medio para hablar, entender y tener noticia cierta de la tierra por dónde entró y fue Hernán Cortes. Y por tanto, he querido yo ser tan largo en contar de la manera que sucedió, como punto notable de esta historia. No dejaré de decir cómo enloqueció la madre de Jerónimo de Aguilar, cuando oyó que su hijo estaba cautivo en poder de gente que comían hombres; y siempre de allí en adelante daba voces al ver carne asada o espetada, gritando: "¡Desventurada de mí!, ¡éste es mi hijo y mi bien!".
Estando Cortés comiendo, le dijeron que una canoa a la vela atravesaba de Yucatán para la isla, y que venía derecha hacia donde las naves estaban surtas. Salió él a mirar a dónde iba; y como vio que se desviaba algo de la flota, dijo a Andrés de Tapia que fuese con algunos compañeros a ella, a orillas del agua, encubiertos, hasta ver si salían los hombres a tierra; y si salían, que se los trajese. La canoa tomó tierra tras una punta o abrigo, y salieron de ella cuatro hombres en cueros, excepto sus vergüenzas, con los cabellos trenzados y enroscados sobre la frente como las mujeres, y con muchas flechas y arcos en las manos; tres de los cuales tuvieron miedo cuando vieron cerca de sí a los españoles, que habían arremetido a ellos para cogerlos, con las espadas sacadas, y querían huir a la canoa. El otro se adelantó, hablando a sus compañeros en lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temieses; y dijo luego en castellano: "Señores, ¿sois cristianos?" Respondieron que sí, y que eran españoles. Alegróse tanto con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó si era miércoles, pues tenía unas horas durante las cuales rezaba cada día. Les rogó que diesen gracias a Dios; y él se hincó de rodillas en el suelo, alzó las manos y ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias infinitas por la merced que le hacía de sacarlos de entre infieles y hombres infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación.
Andrés de Tapia se llegó a él y le ayudó a levantar, y le abrazó, y lo mismo hicieron los demás españoles. Él dijo a los tres indios que le siguiesen, y se fue con aquellos españoles hablando y preguntando cosas hasta donde estaba Cortés; el cual le recibió muy bien, y le hizo en seguida vestir y darle lo que hubo menester, y con placer de tenerles en su poder, le preguntó su desdicha, y cómo se llamaba. Él respondió alegremente delante de todos: "Señor, yo me llamo Jerónimo de Aguilar, y soy de Écija, y me perdí de esta manera: que estando en la guerra del Darién, y en las pasiones y desventuras de Diego de Nicuesa y Vasco Núñez de Balboa, acompañé a Valdivia, que vino en una pequeña carabela a Santo Domingo, a dar cuenta de lo que allí pasaba al Almirante y Gobernador, y por gente y vitualla, y a llevar veinte mil ducados del Rey, el año 1511; y ya que llegamos a Jamaica se perdió la carabela en los bajos que llaman de las Víboras, y con dificultad entramos en el batel hasta veinte hombres, sin vela, sin agua, sin pan, y con ruin aparejo de remos; y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo nos echó la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el Sol a esta tierra, a una provincia que llamaban Maia. En el camino se murieron de hambre siete, y hasta creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro los sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, en cuyo poder caímos, y después se los comió haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios.
Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por los montes; y quiso Dios que topásemos con otro cacique enemigo de aquél, y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó en morirse. De entonces acá he estado yo con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros cinco españoles compañeros nuestros, y no hay más que yo y un tal Gonzalo Herreró, marinero, que está con Nachancan, señor de Chetemal, el cual se casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de Nachancan, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a rogarle que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo que de vergüenza, por tener horadada la nariz, picadas las orejas, pintado el rostro y manos a estilo de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y cariño de los hijos." Gran temor y admiración puso en los oyentes este cuento de Jerónimo de Aguilar, con decir que allí en aquella tierra comían y sacrificaban hombres, y por la desventura que él y sus compañeros habían pasado; pero daban gracias a Dios por verle libre de gente tan inhumana y bárbara, y por tenerlo por faraute cierto y verdadero. Y certísimo les pareció milagro haber hecho agua la nao de Albarado, para que con aquella necesidad volviesen a la isla, donde, sobreviniendo viento contrario, fuesen constreñidos a estar hasta que está Aguilar viniese; que sin duda él fue el lengua y medio para hablar, entender y tener noticia cierta de la tierra por dónde entró y fue Hernán Cortes. Y por tanto, he querido yo ser tan largo en contar de la manera que sucedió, como punto notable de esta historia. No dejaré de decir cómo enloqueció la madre de Jerónimo de Aguilar, cuando oyó que su hijo estaba cautivo en poder de gente que comían hombres; y siempre de allí en adelante daba voces al ver carne asada o espetada, gritando: "¡Desventurada de mí!, ¡éste es mi hijo y mi bien!".