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Una clase diferente de sacerdocio entre los incas lo constituían las acllas o mujeres escogidas. Suponían una especie de noviciado femenino estructurado al margen de la jerarquía masculina. Cada año, el Inca hacía que se reuniera a las jóvenes de todos los pueblos del Imperio y mandaba a sus funcionarios que seleccionara a algunas de entre ellas. Parece ser que la extracción social de estas mujeres era de entre los ayllus excedentarios de población y que las elegidas pasarían a residir en una especia de conventos llamados aclla wasi, donde recibían una educación especial a cargo de matronas (mamacunas) expertas. Las jóvenes eran elegidas antes de entrar en el grupo de edad de los purej y ya a los 10 ó 12 años se encargarían de preparar la chicha (bebida) del Inca y tejer sus vestidos y los de la Coya. A esta edad son interrogadas por el Sumo sacerdote, se les corta el pelo y se visten de un modo diferente, pasando a un noviciado superior de tres años de duración. Durante este periodo reciben instrucción de tipo civil: hilan, tejen, cocinan, preparan bebidas y aprenden enseñanzas de tipo religioso, como ordenar los objetos sagrados o cuidar el templo de los santuarios. Acabada esta etapa eligen entre continuar la vida civil, siendo entregadas por el Inca en matrimonio a los principales señores del Imperio, o bien permanecer en la vida religiosa, dedicándose al culto al Sol. En cualquier caso, estas muchachas han de pasar a formar parte de uno de estos grupos: - Yurac aclla, que permanecen siempre célibes.

- Vayru aclla, esposas principales de los nobles. - Paco aclla, esposas de los curacas. - Yana aclla, criadas de las primeras y esposas de los yanas. Sólo unas pocas de las muchachas escogidas quedaban en estado de virginidad y se dedicaban al culto solar y a confeccionar tejidos para el Inca de por vida. La mayoría de las jóvenes eran entregadas por éste a sus súbditos o bien él mismo las desposaba y las incluía en su harén. El papel político de esta casta o grupo parece ser importante pues, al ser entregadas por el Inca a los nobles y principales se aseguraba su fidelidad, regulando las relaciones internas de los curacas sometidos. Del mismo modo, las destinadas a ser desposadas por los servidores (yana) supondrían una compensación valiosa para estos por su trabajo. A decir de C. Bravo, "el Estado Inca institucionalizó esta tradición para disponer de una mano de obra ajena a la rígida organización decimal, que pudiera ser adscrita al servicio de las tierras que concedía con frecuencia a los curacas, y las que adscribía al culto de las panacas y el Sol". Adscritas a un templo solar, vivían en edificios siempre anejos a ellos, en las afueras del Cuzco. La Relación de las costumbres antiguas atribuidas a los naturales del Pirú afirma que estas mujeres escogidas "eran esentas, inviolables; y si cuando ellas pasaban por la calle acompañadas de sus criados y guarda, se acogía a ellas algún delincuente, no le podía prender la justicia".

El mismo Antonio de Herrera refiere el siguiente episodio: "... y que en Caja vio (el capitán enviado por Pizarro como adelantado) una case grande, cerrada de tapias a manera de fortaleza, en la cual entendió que había mucho número de mujeres hilando y tejiendo ropas para el ejército real, sin que estuviesen con ellas más de los porteros, para su guarda, y que en la entrada del pueblo vio ciertos indios ahorcados por los pies; y entendió que por haber entrado uno en la casa a dormir con una mujer de aquel recogimiento, mandó el inga hacer aquella en él y en los porteros". C. Bravo señala las repercusiones psicológicas negativas que para estas muchachas debía significar el ser escogidas, lo que comporta la separación de su grupo familiar y la pérdida de los derechos de herencia de las tierras o los beneficios de reciprocidad. Sin embargo, señala también que recibían como contraprestación -al igual que las yanaconas- la exención de tributar y de realizar cualquier trabajo obligatorio en las obras públicas. Finalmente, cabe destacar cómo la institución de las mujeres escogidas fue objeto de una atención preferente por parte de los cronistas españoles, lo que derivó a veces en una total desinformación y confusión, cuando no en una idealización y alejamiento de la realidad. El motivo tal vez fuera porque los primeros españoles quedaron deslumbrados por el número y la función de éstas mujeres, o bien porque, a pesar de existir una institución similar en la religión católica, las mujeres escogidas incas eran dadas por esposas una vez concluían su aprendizaje, contrariamente al celibato de por vida de las monjas cristianas. Posiblemente en los cronistas y conquistadores se produjo la asociación de las mujeres escogidas incas con las vestales romanas aunque también, en aquellos hombres asombrados por paisajes y gentes desconocidos, se produjera un lógico deslumbramiento cuando "aquellas mujeres hermosas sacaron chicha en vasos de oro" (Herrera).

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