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El sacerdote incaico, entendido es un sentido muy amplio, cumple la misión de propagar, mantener y oficiar el culto a una determinada deidad. Además, en la misma categoría se incluyen una serie de sujetos y funciones de muy diversa índole, que habrán de atender a una visión de la religión inca más popular, menos oficial. El sacerdocio oficial tiene una clara misión político-religiosa. Más allá del simple mantenimiento de los templos y lugares de devoción, el sacerdocio andino sirve de base sobre la que se sustenta toda la ideología del poder. El culto, regulado desde las más altas instancias, se propaga por entre los resquicios de la sociedad andina, desde los "ayllus" representados por sus "curacas", hasta el Estado, representado por el Sapay Inca. Aunque cargos políticos, estos hombres tenían además una función religiosa, por cuanto presidían generalmente los cultos, a pesar de no ser los oficiantes. La pertenencia a la clase sacerdotal era motivo de prestigio y orgullo. El sacerdote, como sustentador de la doctrina del Estado, recibe una educación superior exclusiva de la clase dirigente, impartida en el Yayayhuasi, o casa del saber. Allí adquirirá todos los conocimientos necesarios para desempeñar cualquier cargo de la burocracia oficial, puesto que eran funcionarios del Estado. Sus educadores eran los sabios amautas, guardianes de las tradiciones y cultivadores de la ciencia. La situación privilegiada de la clase sacerdotal se truncará en parte a partir del reinado de Viracocha, perdiendo su carácter hereditario y permitiéndose el acceso a las clases más desfavorecidas.

Aparte de la herencia, otra vía de ingreso al sacerdocio es la elección por parte de otros sacerdotes o jefes locales. Una tercera forma de ingresar en la categoría es cuando un individuo se siente poseedor de poderes especiales o de dotes de adivinación, o bien cuando confluyen en él elementos considerados sobrenaturales, como haber nacido durante una tempestad, o entre trillizos, por ejemplo. Los sacerdotes distan mucho de ser un grupo homogéneo, estando divididos jerárquica y funcionalmente en virtud de la labor que desempeñan. Hay sacerdotes de por vida y a tiempo parcial; algunos son educados en escuelas mientras que otros alcanzan el sacerdocio por mor de alguna señal sobrenatural; los cultos locales son oficiados por los ancianos y se subdividen por especialidades, según sean adivinadores, curanderos, hechiceros, sacrificadores de animales, etc. El cronista Cristóbal de Molina, el Cuzqueño, nos señala varios tipos, como el "calparicuqui", encargado de sacrificar animales y adivinar soplando en sus entrañas, los "camascas", que curan con hierbas y también adivinan, o los "achicoc", echaban suerte con granos de maíz y estiércol de carnero. El padre Arriaga, por su parte, nos habla también de algunos tipos, como el "punchaupuilla", capaz de adivinar hablando con el Sol, el "mosoc", que adivina mediante los sueños, o el "aucachic" o "ichuris", realizador de confesiones. Aparte de estos representantes del culto popular, los sacerdotes oficiales estaban también estructurados según su rango y función.

El principal era el "villca humu", generalmente un hermano o primo del Inca, quien debía guardar celibato (aunque Cieza de León afirma que tenía concubinas). Sólo podía alimentarse de hierbas y raíces y beber agua, debiendo guardar largos ayunos de ocho días. Residía fuera de la ciudad, en una especie de vida contemplativa y apartada. Como gran jefe religioso, mediaba en todas las cuestiones teológicas y podía nombrar a todos los miembros del alto clero. Por debajo se situaban diversos estratos con funciones diversas, como los nueve o diez "hatum villca", consejeros de alto rango, que cuentan con el privilegio de estar exentos del pago de tributo y prestación militar o trabajo público, así como el derecho a nombrar poetas que les compongan canciones de alabanza. Estaban también los "humu" o "nacac", que las crónicas describen como hechiceros, carniceros o desolladores de animales para el sacrificio como los anteriores exentos de tributo. Una clase paralela de sacerdotes, no estrictamente sujeta a la jerarquía oficial, eran los "corasca" o monjes, cuya misión era cuidar de la manutención de las "aclla" o vírgenes del Sol, de cuyos conventos dependían. Los servidores de la clase sacerdotal, los "yana" o "yanacona", son el estrato inferior, encargado de labrar las tierras para el mantenimiento de los sacerdotes, trabajo de carácter vitalicio y a veces hereditario. Los lugares de culto podían ser tanto "huacas" o lugares naturales de especial significación religiosa, como ríos, montañas, valles, quebradas o fuentes, o bien erigidos especialmente como espacio de devoción, como el Coricancha, la casa del Sol en Cuzco, el lugar central de la religión inca.

Además de éste, existían otros templos dispersos a lo largo del Tawantinsuyu, que según las crónicas seguían una estructura concreta, pero de los que desgraciadamente no nos han quedado apenas ejemplos. El ritual incaico observaba diferentes modalidades, como ritos de defensa y eliminación, mágicos, propiciatorios, ritos de tránsito, purificatorios, sacrificiales, etc. Una parte fundamental del ritual incaico, dado su carácter de sociedad agraria, era el agrícola, perfectamente descrito en las crónicas de Ávila, Arriaga, los dos Cristóbal de Molina, "el almagrista" y "el cuzqueño", Poma de Ayala o Cieza de León. Fiestas como la llamada "Hatum raimi", a finales de agosto, cuando ya se ha realizado la cosecha, o la de "Camay quilla", en diciembre, para pedir que el invierno traiga las aguas, son hitos fundamentales en el ciclo de vida de los habitantes del Imperio inca. Las fiestas de los incas son siempre un prodigio en cuanto a derroche de alegría y celebración. No reparando en gastos para agradar a la Pachamama, la diosa madre, se preparan bebidas durante meses, se bordan tejidos que luego serán quemados, se sacrifican llamas, se quema coca, se baila, se canta y se reza.

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