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Datos principales
Desarrollo
Eumenes de Pérgamo murió en el 159 y ascendió al trono su hermano Atalo II . Las relaciones con Roma siguieron siendo estrechas y clientelares. Así, por ejemplo, cuando Roma reconoció la independencia de Galacia, Atalo renunció a las pretensiones que Pérgamo tenía sobre la misma y acató la decisión de Roma. En el 156, Prusia, rey de Bitinia, invadió Pérgamo pero el Senado intervino y obligó a Prusia a retirar sus tropas del territorio de Atalo. Éste había tomado parte en la guerra de Roma contra Andrisco y en la de Corinto del 146, obviamente en el partido romano. Cuando murió en el 136 a.C., ascendió al trono Atalo III , hijo de Eumenes. Este fue un personaje extraño, dotado tal vez de un cierto escepticismo político o de un sentido pragmático que le llevó a reconocer la situación real (de pura ficción soberana) de Pérgamo. La cuestión es que firmó un testamento por el cual cedía su reino como herencia a Roma. Las razones que justifican esta decisión ciertamente no son muy conocidas. Sin duda la personalidad de Atalo III fue un factor decisivo, pero también podrían añadirse otras tales como amenazas externas o incluso internas, si es cierto lo que cuenta Diodoro Sículo sobre las matanzas que éste había llevado a cabo en su reino. Jurídicamente, el testamento era válido y conforme a la naturaleza de las monarquías helenísticas, que contemplaban que el rey era el máximo propietario privado del reino.
Mediante este singular procedimiento, Roma se anexionó el territorio de Pérgamo y la convirtió en la provincia de Asia en el 133-129 a.C. La situación del Egipto ptolemaico, después de la guerra de Antíoco, era bastante confusa. El poder se dividió entre dos hermanos: Ptolomeo Filometor y Ptolomeo Evergetes. Pero en el 164 a.C. una sublevación había derrocado a Filometor. Roma arbitró una solución: a Filometor le correspondían Egipto y Chipre y al hermano menor, la Cirenaica. El arreglo, no obstante, duró poco puesto que Evergetes se hizo con Chipre y las luchas entre ambos continuaron. Roma decidía e intervenía en Egipto con total libertad y si la situación no acababa de resolverse es porque entre los senadores romanos había partidarios de Filometor -como Catón , por ejemplo- y de Evergetes. Éste redactó así mismo un testamento, en el 153, según el cual si moría sin herederos, dejaba la Cirenaica a Roma. Este testamento no se ejecutó, pero es significativo respecto a la debilidad de los reinos helenísticos y de la sujeción a Roma, a la que reconocían como dueña inevitable de sus destinos políticos. Así, por ejemplo, lo evidencia el hecho de que Filometor, aprovechando los desórdenes del reino seléucida, lo invadiese en el 147 y recuperase la Celesiria. Pero si no se decidió a reunir los dos reinos fue por el temor a la cólera de Roma. Poco después, este rey murió y su hermano continuó como monarca único de un Egipto convulsionado por revueltas sociales y atroces crímenes dinásticos .
Por su parte, la suerte del reino de los seléucidas no era más envidiable que la de Egipto. Tras la muerte de Antíoco III el reino fue asignado a su hijo de nueve años, Antíoco IV, actuando como regente Lisias. El Senado romano decidió enviar a tres senadores para que actuasen como tutores del niño rey. Tutores ciertamente muy especiales, pues entre sus funciones figuraban las de matar a los elefantes adiestrados para la guerra y destruir las naves de Antíoco IV. Su actitud provoco una revuelta durante la cual fue asesinado el jefe de la delegación, Cneo Octavio , en el año 162. Lisias envió disculpas al Senado, pero aúnque fueron aceptadas, en Roma -con la complicidad de un sector de senadores, además de la de Polibio- se fraguó un nuevo plan político para el reino seléucida. Puesto que en Roma tenían como rehén a Demetrio, hijo de Seleuco IV, éste fue enviado allí con el propósito de reivindicar la herencia de su padre. La primera medida fue el asesinato de Lisias y el joven príncipe. Posteriormente, Demetrio sometió a su poder todo el reino y fue reconocido por Roma en el 160. Las revueltas dinásticas y los continuos aspirantes al trono marcarán todo el proceso posterior hasta que Roma, varios años después, se asienta en Asia Menor, transformando Pérgamo en la provincia romana de Asia. El último rey de la dinastía, Demetrio II, debió de recuperar el trono tras enfrentarse a un usurpador, Alejandro Bala, que se hacía pasar por hijo de Antíoco IV, y a un soldado llamado Tritón que, convertido en regente -y asesino- del hijo de Alejandro Bala, se había hecho con el poder. Durante los últimos años del reinado de Demetrio II, las ciudades se hicieron independientes del poder real. La insumisión se extendía a lo largo del territorio de los antiguos seléucidas y las monarquías helenísticas vivían sus últimos años en medio de una inestabilidad política total, hasta el momento de la intervención decisiva de Roma.
Mediante este singular procedimiento, Roma se anexionó el territorio de Pérgamo y la convirtió en la provincia de Asia en el 133-129 a.C. La situación del Egipto ptolemaico, después de la guerra de Antíoco, era bastante confusa. El poder se dividió entre dos hermanos: Ptolomeo Filometor y Ptolomeo Evergetes. Pero en el 164 a.C. una sublevación había derrocado a Filometor. Roma arbitró una solución: a Filometor le correspondían Egipto y Chipre y al hermano menor, la Cirenaica. El arreglo, no obstante, duró poco puesto que Evergetes se hizo con Chipre y las luchas entre ambos continuaron. Roma decidía e intervenía en Egipto con total libertad y si la situación no acababa de resolverse es porque entre los senadores romanos había partidarios de Filometor -como Catón , por ejemplo- y de Evergetes. Éste redactó así mismo un testamento, en el 153, según el cual si moría sin herederos, dejaba la Cirenaica a Roma. Este testamento no se ejecutó, pero es significativo respecto a la debilidad de los reinos helenísticos y de la sujeción a Roma, a la que reconocían como dueña inevitable de sus destinos políticos. Así, por ejemplo, lo evidencia el hecho de que Filometor, aprovechando los desórdenes del reino seléucida, lo invadiese en el 147 y recuperase la Celesiria. Pero si no se decidió a reunir los dos reinos fue por el temor a la cólera de Roma. Poco después, este rey murió y su hermano continuó como monarca único de un Egipto convulsionado por revueltas sociales y atroces crímenes dinásticos .
Por su parte, la suerte del reino de los seléucidas no era más envidiable que la de Egipto. Tras la muerte de Antíoco III el reino fue asignado a su hijo de nueve años, Antíoco IV, actuando como regente Lisias. El Senado romano decidió enviar a tres senadores para que actuasen como tutores del niño rey. Tutores ciertamente muy especiales, pues entre sus funciones figuraban las de matar a los elefantes adiestrados para la guerra y destruir las naves de Antíoco IV. Su actitud provoco una revuelta durante la cual fue asesinado el jefe de la delegación, Cneo Octavio , en el año 162. Lisias envió disculpas al Senado, pero aúnque fueron aceptadas, en Roma -con la complicidad de un sector de senadores, además de la de Polibio- se fraguó un nuevo plan político para el reino seléucida. Puesto que en Roma tenían como rehén a Demetrio, hijo de Seleuco IV, éste fue enviado allí con el propósito de reivindicar la herencia de su padre. La primera medida fue el asesinato de Lisias y el joven príncipe. Posteriormente, Demetrio sometió a su poder todo el reino y fue reconocido por Roma en el 160. Las revueltas dinásticas y los continuos aspirantes al trono marcarán todo el proceso posterior hasta que Roma, varios años después, se asienta en Asia Menor, transformando Pérgamo en la provincia romana de Asia. El último rey de la dinastía, Demetrio II, debió de recuperar el trono tras enfrentarse a un usurpador, Alejandro Bala, que se hacía pasar por hijo de Antíoco IV, y a un soldado llamado Tritón que, convertido en regente -y asesino- del hijo de Alejandro Bala, se había hecho con el poder. Durante los últimos años del reinado de Demetrio II, las ciudades se hicieron independientes del poder real. La insumisión se extendía a lo largo del territorio de los antiguos seléucidas y las monarquías helenísticas vivían sus últimos años en medio de una inestabilidad política total, hasta el momento de la intervención decisiva de Roma.