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Datos principales
Desarrollo
PUNTO TERCERO Trátase de los arsenales reales que había en el Perú para los navíos que componían aquella armada; el método de su administración y desorden que había en ella, y del número de bajeles que existían el año de 1745 1. En el mar del Sur ha habido siempre un cuerpo de armada, cuyo nombre le dan allí, aunque más propiamente podía dársele el de guardacostas, según lo corto que ha sido en todo tiempo el número de bajeles que la componían. Residiendo éstos continuamente en aquellas costas era indispensable el que hubiese un puerto destinado para servir de arsenal, en donde pudiesen desarmar para invernar, y armarse cuando lo pidiese la ocasión; y como esta armada pertenecía a los reinos del Perú y dependía de su virrey, fue cosa muy regular que habiendo un puerto tan cómodo y sobresaliente como el del Callao inmediato al lugar de la residencia del virrey y capital del Imperio, fuese éste el destinado para la armada y, consiguientemente, para que estuviesen allí los arsenales. En esta forma estuvo dispuesto desde los primitivos tiempos, porque no hay memorias de cosa en contrario, y así se han conservado hasta que los formidables efectos del terremoto sobrevenido allí en el mes de octubre del año 1746, con la total ruina y pérdida de aquella plaza, dejaron borrados todos los rastros de lo que había en ella. 2. Dentro de la plaza del Callao, como se ha dicho, estaban los arsenales, que consistían en unos almacenes de sobrada capacidad para el corto número de navíos de guerra que regularmente ha habido en aquella mar.
Y en ellos se recogían los utensilios al tiempo de desarmar, y se les volvían a suministrar los necesarios para su apresto cuando se disponían a hacer campaña, dándoseles asimismo todos los víveres que debían llevar; y, en fin, por aquellos almacenes corría toda la distribución de lo correspondiente a armada marítima, para cuya dirección y administración hay varios sujetos con distintos empleos, cuyos nombres son según el uso antiguo, y a este respecto el método de manejo correspondiente al ministerio de cada uno. 3. Consisten los empleos del arsenal, principalmente, en un veedor general, un proveedor general, un pagador general, un tenedor de bastimentos y un contador mayor. Además de estos cinco oficiales hay otros tantos que son sus tenientes o segundas personas de ellos, con lo cual no tienen los principales trabajo ni pensión, y cuando quieren le descargan en sus tenientes, que es lo que regularmente practican. 4. Estos empleos principales fueron beneficiados por tiempo de cien años, como sucedió con otros empleos que hay en el Perú, entre los cuales es el de administrador de la Casa de la Moneda, que viene a ser allí como superintendente de ella. Y habiendo dado sumas considerables los sujetos que los tienen en propiedad, se les confirieron para gozarlos por el tiempo determinado, con facultad de que cada uno pudiese nombrar por sí un teniente para que asistiese en el arsenal en caso de ausencia del propietario, pagándose del Real Erario los sueldos de ambos, en cuyas crecidas contribuciones está pensionado, como se irá reconociendo por lo que en particular se dirá de cada uno.
5. El ministerio del veedor es, como lo da a entender el mismo nombre, el de intervenir en todo lo que entra y sale de los almacenes, para lo cual tiene una llave: el de saber los fines en que se distribuyen, y el de llevar una individual razón de todo. De modo que viene a ser el que hace cabeza en el arsenal, porque además de la omnímoda intervención, es el primero que recibe las órdenes del virrey, y, en su consecuencia, toma la razón de ellas y manda que se cumplan, con cuya circunstancia se recibe y sale de los almacenes lo que se ordena, correspondiendo sus funciones y autoridad a las de los intendentes de departamento. 6. Es del cargo del proveedor general el comprar todos los efectos que se necesitan para los navíos, hacer los ajustes y tenerlos prontos para cuando sean menester. Las órdenes que expide el virrey, después de recibidas por el veedor y tomada la razón por él, y en la Contaduría del Sueldo (que así se nombra la de Marina) pasan al proveedor, que es el que las pone en ejecución, y tiene la segunda llave de los almacenes, como que dentro de ellos se ha de ir poniendo todo lo que se compra para el servicio del rey, o lo que se retira de los navíos cuando se desarman. 7. A los dos antecedentes sigue el pagador general, el cual, por los libramientos que da el proveedor con intervención del veedor, satisface a los sujetos a quienes se les ha comprado alguna cosa. Este pagador recibe de las Cajas Reales las cantidades que libra el virrey, después que se ha tomado razón de ellas por el veedor y por el contador mayor, y después las distribuye en la forma expresada.
8. El tenedor de bastimentos y utensilios toma razón de todo lo que entra y sale en los almacenes, de que tiene la tercera llave, porque hecho cargo de ellos, es responsable en caso de falta. 9. Ultimamente, el contador mayor tiene el cargo de llevar la razón de todos los despachos y órdenes que expiden los virreyes, y de tenerlos archivados para la formalidad de ministerio, y para que conste siempre todo lo que es de cargo y data a los que obtienen los demás empleos; este contador tiene un oficial mayor en quien descarga el peso de su ministerio, que es el que, a imitación de los tenientes que nombran los de otros empleos, asiste al despacho de aquellas oficinas. Los sueldos de los que tienen estos empleos en propiedad son bien crecidos, y proporcionados los de sus tenientes. Además de estos empleos hay un fiel balanzario, cuya obligación es asistir al peso y medida de todo lo que entra y sale en los almacenes; dos ayudantes para las diligencias del servicio del rey que se ofreciesen en el arsenal, y otros empleos de menor consideración, que son correspondientes al manejo de lo que allí se guarda. 10. Ya se ha visto que los que obtienen los tres empleos principales de veedor, proveedor y pagador generales descargan todo lo que les es correspondiente en los tenientes que nombran, y que son éstos los que corren con lo que pertenece a arsenales, porque ellos reciben los utensilios de los navíos cuando se desarman, compran pertrechos y víveres cuando se necesitan para aprestar a los navíos que deben salir a navegar, y hacen la entrega de ellos, disponiéndolo todo con entera libertad; y del mismo modo lo practican cuando están en carena.
Y en ésta y en aquéllos no es corto el desorden de su conducta, porque unidos entre sí todos los que manejan estos empleos, se hacen los fraudes con grandísima desenvoltura, propensión muy común en aquellos países, pues como se ha dicho en las sesiones donde se trata de su gobierno y estado presente, es flaqueza a que están sujetos todos los que disfrutan empleos, creyendo que la autoridad les da arbitrio para ello; y no debe mirarse como cosa extraña que concurran en el mismo extravío los ministros de Marina, ni causar escándalo una culpa que se viste con el título de costumbre. 11. Es muy regular en aquel arsenal el desaparecerse, al cabo de seis meses de haberse desarmado un navío, lo que se sacó de él y se depositó en los almacenes, particularmente si son cosas nuevas, como jarcias, lonas y otros utensilios, siendo preciso, para volverlos a armar, reponerlo todo, comprándolo todo de nuevo por cuenta del rey. A este respecto se experimentaba lo mismo con los víveres, y unos y otros se despachan disimuladamente entre los particulares dueños de navío, de modo que la mayor parte de los desarmes de los navíos se convertía en beneficio de los que manejaban el arsenal. Las ventas se hacían (aunque se ha dicho que disimuladamente) con tanta publicidad que era testigo de ellas todo El Callao. Lo mismo sucedía con los armamentos, porque así en las compras como en la distribución de jornales de los trabajadores se cometían iguales fraudes, de modo que un armamento costaba sumas muy excesivas.
Y con todo esto se hacía tan mal el apresto, que cuando salían del puerto los navíos empezaban a echar de menos lo que se decía que llevaban en abundancia, por ser éstos los renglones que embebían las sumas que teóricamente se habían librado. 12. El fraude de aquellos arsenales en los armamentos se hacía de dos modos: el uno, en la cantidad, y el otro, en la calidad de los efectos. En la cantidad, aumentando el número de lo que se compraba, y esto era general en víveres, utensilios y jornales; y en cuanto a la calidad, comprando lo peor que se encontraba, y poniéndolo después al precio que tenía el mismo género siendo bueno. Si eran víveres los que se compraban, hacían el perjuicio a las tripulaciones, y siendo pertrechos para carena o para viaje, recaía todo el gravamen que resultaba de la mala compra o del acrecentamiento de la cantidad incierta contra la Real Hacienda y en perjuicio del servicio de S. M., pues las lonas malas y la jarcia de mala calidad no aguantan tanto como la buena; la falta de alquitrán pierde las jarcias, y las que habían de servir dos o tres campañas no pueden aguantar ni una; la falta de respetos, suponiéndose suministrados los regulares sin ser así, precisan a que se compren después en otro puerto y a que se haga segundo desembolso. Y siendo a este modo lo demás, resulta que por precisión serán duplicados los costos de una campaña, y que debiéndose suministrar a los navíos todo aquello que se sabe que es preciso en ellos, según lo ha determinado la práctica, tanto cuanto falta de esto recaerá en perjuicio del navío y de su destino, o será forzoso reemplazarlo.
Y todo en menoscabo de la Real Hacienda y contra el bien del Estado. 13. No pretendemos dar a entender que sólo en el arsenal del Callao había el desorden, y falta de fidelidad en los que lo tenían a su cargo, pues suele ser éste un achaque de que adolecen también a veces los arsenales de España, y aun los de todas las demás naciones, a lo menos en alguno de los individuos que los componen, porque ninguno hay en donde sus dependientes sean tan uniformes que todos corresponden a las obligaciones de sus ministerios con un mismo desinterés y honor. Pero lo que se puede asegurar del arsenal del Callao, sin reparo, es que la corrupción de los sujetos llegaba ya a tal extremo que todos los que estaban comprendidos en su manejo lo eran igualmente en el fraude, sin distinción de carácter ni de graduación, y que se cometía esto con tanto desahogo que ya no era necesario cautelarse para vender lo que se sustraía de los almacenes, ni buscar pretextos para aprovecharse de todo cuanto les venía a bien. 14. Con el motivo de habérsenos ofrecido la ocasión de mandar navíos en aquella mar, pudimos más bien conocer el punto adonde llegaba el fraude que se cometía en aquellos arsenales, y en dos renglones, que fueron el vino y el aceite, se descubrió que faltaba algo más que el tercio, aunque menos que la mitad de la cantidad, de suerte que lo que le entregaban al maestre por una arroba sólo era poco más de media. Y esto lo practicaban aun en el pleno conocimiento de que no se les disimularía nada, porque desde los principios se les había prevenido que todo había de ir en justicia, pero nada bastó a evitar que hiciesen tentativa en estas dos especies, pareciéndoles que en ellas podría disimularse mejor el hurto, por estar en botijas cerradas; pero con el recelo de que lo pudiera haber, se hicieron abrir en presencia de ellos mismos, y padecieron el bochorno de ser testigos de su extravío y reos convencidos de la falta de legalidad.
15. Los modos o arbitrios de que usaban para hacer el fraude más a su salvo eran de este modo: si era en carena de embarcación, aumentaba el número de oficiales que trabajaban, así de carpintería como de calafatería, y por este medio quedaba a beneficio de cada uno de los sujetos que tenían los arsenales a su cargo, el importe de cuatro o seis jornales, que siendo crecidos allí y continuos ínterin que hay que armar los navíos de guerra, llegan a sumas muy considerables, como se deja comprender. Estas cantidades eran las que se consideraban como seguras o fijas, y a ellas después se agregaban las contingentes o casuales, que consistían en la brea, alquitrán, estopa, hierro y madera que se compraba para el servicio de la embarcación que estaba en carena; en cuyos efectos, la diferencia del precio y la alteración de la cantidad los dejaba una segunda y no poco crecida utilidad. 16. Todo este fraude se reduplicaba después al tiempo de pertrechar y provisionar los navíos para salir a campaña, porque después de tener evacuado todo el embarque y de estar el navío para hacerse a la vela, le hacen al maestre que firme un recibe en blanco para llevarlo ellos después, y así lo hacían bien a su satisfacción. Al maestre no se le seguía perjuicio de que aumentasen en el arsenal su cargo, porque nunca se ofrecía el caso de tomarle cuentas con formalidad, y él daba las que le parecían, según le convenía mejor, a cuyo fin concurrían los mismos del arsenal.
Y en esta forma, obrando todos mal, quedaban todos bien, porque el uno daba por consumido lo que nunca había entrado a bordo del navío, y el otro lo certificaba, y de este modo se admitían por descargo las partidas que usurpaba cada uno de la Real Hacienda. 17. Este desorden, que parece excesivo, y más siendo en un arsenal donde está tan a la vista el virrey, no causa allí novedad, porque siendo tan repetido se ha hecho ya uso tan envejecido que se reputa por costumbre. Lo más notable es que se desaparezca, como se ha dicho, lo que se pone en los almacenes, en especial aquellas materias que tienen aguante, y no son dispuestas a breve corrupción, como las lomas, jarcia, el alquitrán y otros utensilios de esta calidad. 18. Se puede creer que todo este desorden nace, en la mayor parte, de que los propietarios de los empleos pertenecientes al arsenal no les sirven por sí, porque no nos hemos de persuadir a que unos sujetos que gozan por los empleos tan sobresalientes sueldos como los que corresponden a veedor, proveedor, pagador, y así los demás, defraudasen a la Real Hacienda en lugar de celar la mejor distribución de ella, que es el legítimo objeto de sus obligaciones; esto no se proporciona bien con los tenientes, porque siendo cortos los sueldos, y hallándose absolutamente en un manejo de intereses en donde hay tantas vías abiertas para poder aplicarse a sí parte de ellos, no se detenían en aprovecharse de las ocasiones, y faltar al cumplimiento de su obligación.
19. De esto proviene que el rey tiene que hacer unos gastos increíbles siempre que se ofrece carenar alguno de los navíos de la armada, y que los armamentos sean tan costosos que no los pueda soportar aquel reino. Porque, además del intrínseco valor de cada cosa, entra después el crecido aumento en la cantidad, que se da por consumida sin haberlo estado, y en la calidad, que se supone buena y se carga en el precio de su valor como si lo fuese, siendo por el contrario bien mala y desengañada. 20. Siempre que se ofrecía disponer armamento en la mar del Sur de uno o de dos navíos, se embarcaba en ellos un teniente del veedor general y otro del proveedor, en cuyos empleos nombraban los propietarios a aquellos sujetos que eran de su beneplácito. Estos nombramientos los confirmaba el virrey, y desde que se hacía esta diligencia hasta que la campaña se acababa, gozaba cada uno cien pesos de sueldo al mes, el cual cesaba enteramente luego que los navíos se restituían al Callao. Como estos sujetos solicitaban los empleos para sacar de ellos alguna utilidad, no despreciaban medio alguno que pudiese proporcionarles un beneficio, imitando puntualmente el ejemplo de los que manejaban el arsenal en El Callao. 21. Los ministros mismos del arsenal eran los que intervenían en las revistas de la tropa de guarnición del Callao, y a su cuidado estaba la suministración de víveres a los forzados que se desterraban al trabajo de aquel presidio para las obras, tanto de sus murallas como del puerto.
Y en aquella plaza no había ni más Contaduría que la Mayor de Sueldos, por donde se ejecutaban y evacuaban todos los asuntos tocantes de Marina, y los pertenecientes a plaza igualmente, ni otro sujeto que hiciese oficio de intendente, sino el veedor general; y así en los demás empleos pertenecientes a aquellos oficios. 22. Además de estos empleos hay asimismo otro de escribano mayor de la Mar del Sur, que se benefició como aquéllos y está vinculado en una casa de las de Lima. Este tiene facultad para nombrar escribano en todos los navíos que navegan en aquel mar, sean de guerra o mercantiles, y lo mismo que con los del país practica con los que van de Europa de una y otra clase, aunque tenga escribano de Marina, o nombrados por el Consulado, porque su privilegio se extiende a todos, de tal modo que si los navíos que van de Europa, aunque sean de guerra, llevan escribano (como es regular), es necesario, para que continúen en su ejercicio, que los confirme este escribano mayor, sin cuya circunstancia no tiene autoridad nada de todo lo que hace. Esta facultad es muy exorbitante y dura, y parece extraño el que un particular tenga acción para quitar y poner en los navíos de guerra a los escribanos de su propia autoridad, y que un particular esté hecho cabeza de todos, interviniendo en lo que se embarca y desembarca en los navíos de guerra, de pertrechos, municiones y víveres, sin más derecho que el de ser escribano mayor de la Mar del Sur, porque en el nombramiento que les da les impone la obligación de darle parte de todo lo que entrare y saliere en el navío, ínterin que permanecieren usando del ejercicio que les confiere por el tiempo que dura la campaña o viaje.
23. Lo mismo que sucede con los escribanos de los navíos de guerra pasa con los de los navíos de registro que van de España, sin que alguno se exceptúe, aunque sean grandes los privilegios que el Consulado les haya concedido en su nombramiento, porque a todos se les da en el Perú la interpretación de que, no yendo derogado expresamente por el soberano el que se le tiene concedido al escribano mayor de aquella mar, no hay fuerza bastante en los privilegios que pueden tener los navíos de guerra o los de registro que entran de nuevo en ella, para embarazarle la acción de poner escribanos a su voluntad, en unos y en otros. Los virreyes, que son los que debieran saber el modo en que se ha de entender este privilegio, prestan su consentimiento a favor de la misma inteligencia, sin hacerse cargo de los perjuicios que trae consigo este abuso, ni informar a España lo conveniente para que, en su conocimiento, se dé la orden más acertada y se pueda disponer lo que convenga más, dejando correr este abuso en el mismo pie antiguo en que lo hallan; y lo mismo sucede en muchas materias del gobierno. 24. El empleo de escribano mayor de la Mar del Sur, por precisión, debe tener algunas utilidades, y son grandes las que le corresponden; y, además de las lícitas, hay las de los nombramientos de los escribanos particulares de aquellos navíos, los cuales deben contribuir con un tanto por el nombramiento. Y ésta es la razón porque no quiere consentir en dejar de ejercer su autoridad en toda suerte de navíos.
25. Siendo el nombramiento del escribano de los navíos en la conformidad que se ha dicho, y haciendo desembolso para que se les confiera el empleo, es claro que tanto en los navíos de guerra como en los marchantes, escrupulizará poco en concurrir a los fraudes que se ofrecen. Y así, convenidos el veedor, el proveedor, el escribano y el maestre o maestres de los navíos de guerra, disponen las cosas de suerte que se utilizan en todo lo que les parece, sin que después pueda resultar cargo contra al uno de ellos, porque todos están comprendidos en el fraude y son los jueces de los mismos desórdenes. 26. La armada de aquel mar, o las fuerzas marítimas de él, consistían hasta el año de 1730, en dos navíos que se fabricaron siendo virrey del Perú el conde de la Monclova, por los años de 1690, nombrados "La Concepción" y "El Sacramento"; porque aunque fueron tres los que se construyeron, se había perdido el uno. Su fábrica era tan irregular en todo, como la de los navíos marchantes, según se ha dicho, pues siendo el largo de sus quillas treinta y tres varas, que componen cuarenta y ocho codos, tenían de manga doce y media varas, que hacen dieciocho codos, con muy corta diferencia. Estos navíos, aunque de tan poco largo que casi viene a ser como el de una fragata de cuarenta cañones, fueron construidos con dos baterías y media en el astillero de Guayaquil, pero la de la andana baja no se pudo establecer nunca, por estar anegada. El Teniente General de la Armada don Blas de Lezo, cuando estuvo en aquel mar, dispuso arrasarlos quitándoles la una, en cuya obra se gastaron sumas tan considerables que excedieron a todo el valor de los navíos, y sin embargo quedaron siempre imperfectos y malos, porque nunca se pudo remediar, ni era posible, el defecto de sus gálibos.
Y así montaban treinta cañones de a doce libras, y con la falta de recogimientos y la desproporción de la manga, se quebrantaban y atormentaban mucho, aun siendo la artillería tan regular. 27. Además de los dos navíos expresados había hecho construir otro en Guayaquil el virrey marqués de Castelfuerte, nombrado "San Fermín", que es el que quedó varado con la salida del mar en el terremoto del año pasado de 1746. Tenía treinta y cuatro varas de quilla y once y un tercio de manga, y aunque estas proporciones tienen más regularidad, como los cortes del gálibo no eran los mejores, no se aventajaban a aquéllos. La artillería que montaba era asimismo treinta cañones de a seis libras de bala, porque aunque lo hicieron para dos baterías y la del alcázar, no fue posible que pudiese montar cañones en la andana baja, por haber quedado anegada. 28. A estos tres navíos estaban reducidas todas las fuerzas marítimas del Perú, hasta que entró la fragata "La Esperanza" el año de 1743; y entonces estaba ya excluido el navío "El Sacramento", porque, quedando al arrasarlo por orden del Teniente General don Blas de Lezo, falto de madera y de la ligación correspondiente para resistir al esfuerzo que hace la artillería en mares gruesas, se juntó este defecto con el de la construcción, a lo que hay que añadir que además tenía perdidos todos los maderos por la parte de afuera, de suerte que estaban incapaces de recibir clavos, y de mantenerlos con firmeza, por cuya razón no era posible carenarlo con formalidad ni salir a navegar armado en guerra, como se lo expusimos al virrey marqués de Villagarcía en el reconocimiento que hicimos de él, por orden particular que se nos confirió para ello, el año de 1741; y del propio sentir fue el Teniente General de la Armada don José Pizarro, y todo el cuerpo de la marina, en cuya compañía volvimos a concurrir, segunda vez, para reconocerlo el año de 1743.
29. Para suplir la falta de fuerzas navales se tomaban, en las ocasiones que se ofrecían, navíos marchantes de los mayores que navegaban en aquellos mares; y disponiéndolos para el servicio de las campañas, se llenaba con ellos el hueco del navío "El Sacramento", y aun se aumentaban las fuerzas, de suerte que, contando cada uno el mismo número de cañones, crecía el número de bajeles de guerra; y con este arbitrio hubo los suficientes para enviar a Panamá una escuadra, y para que pasasen dos navíos a la costa de Chile, el año de 1742, a oponerse y embarazar los progresos de la escuadra enemiga del vicealmirante Anson. Pero todos estos esfuerzos y disposiciones nunca bastan a proporcionar las fuerzas necesarias para poner aquellas costas a cubierto de los insultos de enemigos, porque, quedando ceñidas a treinta cañones, y no más, la de cada uno de los navíos que se arman, aunque en el número excedan, sería bastante una sola escuadra de tres navíos regulares de sesenta cañones, para deshacer todos los del mar del Sur y ser dueños de aquellas costas y mares, como así se lo hicimos presente al mismo virrey marqués de Villagarcía el citado año de 1741, proponiéndole que lo más conveniente para la defensa de aquellos reinos, en el estado que tenían las cosas entonces, era el mandar fabricar en Guayaquil dos navíos de sesenta cañones, cuyo costo no excedería en mucho al de las carenas y apresto de los navíos marchantes que se disponían en guerra para hacer las campañas, de los cuales no se podía esperar suceso favorable después de tanto gasto, y sí de los navíos grandes, en los cuales resultaría ganancioso S.
M., porque siempre quedaban para su real servicio. Esta proposición fue oída por el virrey con bastante gusto, e hizo que en 1744 se le diese un estado del costo que tendría un navío de sesenta cañones, como se ha advertido en la sesión pasada; pero hasta nuestra salida de aquel reino no se puso en ejecución alguna otra diligencia más conducente a este fin, y quedaron las fuerzas marítimas en el estado que antes, con sólo el acrecentamiento de la fragata "La Esperanza". 30. En la misma plaza del Callao había también una armería al cargo de un capitán, nombrado de la sala de armas, donde se recibía y entregaba todo lo perteneciente a municiones de guerra y armas de fuego y corte para el servicio de los navíos; pero tan mal proveída que, para armar cualquier navío, era necesario buscar escopetas viejas, pistolas malas y, por lo que corresponde a las de corte, mandarlas hacer, porque se carecía de ellas totalmente. Hasta que llegamos allí acostumbraban, en lugar de sables, a hacer machetes de monte, y, a este respecto, ni hachuelas ni otro útil alguno había con formalidad, y aunque dimos modelos e instruimos a los armeros para hacer las armas, no se pudo conseguir que saliesen enteramente buenas, porque no aciertan a darles buen temple. 31. Al respecto del desorden que hay allí en los utensilios y provisiones, sucede lo mismo con los pertrechos y municiones de guerra; las armas las desaparecen al tiempo de desembarcarlas en tierra para su entrega, cuando se desarman los navíos, y hasta con las balas y palanquetas de la artillería es necesario gran cuidado, porque se pierden muchas.
Esto proviene de que todas las cosas que son de hierro, acero o metal tienen valor allí, y aun cuando en los almacenes estén seguras del principal que está hecho cargo de ellas, no lo están de todos los demás que las manejan en los embarques y desembarques, de suerte que sin más que llevarlas, o traerlas a bordo, es bastante para que se pierda mucho. Las balas de la artillería están expuestas a esta périda por ser de cobre, y aunque se les ha mezclado plomo para hacer un bronce que no sea propio para muchas cosas, con todo eso no dejan de sustraerlas siempre que pueden. Y, en fin, no hay cosa de cuantas pertenecen al arsenal, y se emplean en el servicio y armamento de los navíos, que no padezca disminución por los que las manejan, siendo todas allí de consideración por el crecido precio a que cuestan, pues no habiendo cosa más despreciable en España y en toda Europa, que un pedernal, o piedra de escopeta, en el Perú vale dos reales de aquella moneda, que son cinco de la de acá, y en ocasiones más, y en otras no las hay totalmente; y a este respecto se debe considerar en todo lo demás.
Y en ellos se recogían los utensilios al tiempo de desarmar, y se les volvían a suministrar los necesarios para su apresto cuando se disponían a hacer campaña, dándoseles asimismo todos los víveres que debían llevar; y, en fin, por aquellos almacenes corría toda la distribución de lo correspondiente a armada marítima, para cuya dirección y administración hay varios sujetos con distintos empleos, cuyos nombres son según el uso antiguo, y a este respecto el método de manejo correspondiente al ministerio de cada uno. 3. Consisten los empleos del arsenal, principalmente, en un veedor general, un proveedor general, un pagador general, un tenedor de bastimentos y un contador mayor. Además de estos cinco oficiales hay otros tantos que son sus tenientes o segundas personas de ellos, con lo cual no tienen los principales trabajo ni pensión, y cuando quieren le descargan en sus tenientes, que es lo que regularmente practican. 4. Estos empleos principales fueron beneficiados por tiempo de cien años, como sucedió con otros empleos que hay en el Perú, entre los cuales es el de administrador de la Casa de la Moneda, que viene a ser allí como superintendente de ella. Y habiendo dado sumas considerables los sujetos que los tienen en propiedad, se les confirieron para gozarlos por el tiempo determinado, con facultad de que cada uno pudiese nombrar por sí un teniente para que asistiese en el arsenal en caso de ausencia del propietario, pagándose del Real Erario los sueldos de ambos, en cuyas crecidas contribuciones está pensionado, como se irá reconociendo por lo que en particular se dirá de cada uno.
5. El ministerio del veedor es, como lo da a entender el mismo nombre, el de intervenir en todo lo que entra y sale de los almacenes, para lo cual tiene una llave: el de saber los fines en que se distribuyen, y el de llevar una individual razón de todo. De modo que viene a ser el que hace cabeza en el arsenal, porque además de la omnímoda intervención, es el primero que recibe las órdenes del virrey, y, en su consecuencia, toma la razón de ellas y manda que se cumplan, con cuya circunstancia se recibe y sale de los almacenes lo que se ordena, correspondiendo sus funciones y autoridad a las de los intendentes de departamento. 6. Es del cargo del proveedor general el comprar todos los efectos que se necesitan para los navíos, hacer los ajustes y tenerlos prontos para cuando sean menester. Las órdenes que expide el virrey, después de recibidas por el veedor y tomada la razón por él, y en la Contaduría del Sueldo (que así se nombra la de Marina) pasan al proveedor, que es el que las pone en ejecución, y tiene la segunda llave de los almacenes, como que dentro de ellos se ha de ir poniendo todo lo que se compra para el servicio del rey, o lo que se retira de los navíos cuando se desarman. 7. A los dos antecedentes sigue el pagador general, el cual, por los libramientos que da el proveedor con intervención del veedor, satisface a los sujetos a quienes se les ha comprado alguna cosa. Este pagador recibe de las Cajas Reales las cantidades que libra el virrey, después que se ha tomado razón de ellas por el veedor y por el contador mayor, y después las distribuye en la forma expresada.
8. El tenedor de bastimentos y utensilios toma razón de todo lo que entra y sale en los almacenes, de que tiene la tercera llave, porque hecho cargo de ellos, es responsable en caso de falta. 9. Ultimamente, el contador mayor tiene el cargo de llevar la razón de todos los despachos y órdenes que expiden los virreyes, y de tenerlos archivados para la formalidad de ministerio, y para que conste siempre todo lo que es de cargo y data a los que obtienen los demás empleos; este contador tiene un oficial mayor en quien descarga el peso de su ministerio, que es el que, a imitación de los tenientes que nombran los de otros empleos, asiste al despacho de aquellas oficinas. Los sueldos de los que tienen estos empleos en propiedad son bien crecidos, y proporcionados los de sus tenientes. Además de estos empleos hay un fiel balanzario, cuya obligación es asistir al peso y medida de todo lo que entra y sale en los almacenes; dos ayudantes para las diligencias del servicio del rey que se ofreciesen en el arsenal, y otros empleos de menor consideración, que son correspondientes al manejo de lo que allí se guarda. 10. Ya se ha visto que los que obtienen los tres empleos principales de veedor, proveedor y pagador generales descargan todo lo que les es correspondiente en los tenientes que nombran, y que son éstos los que corren con lo que pertenece a arsenales, porque ellos reciben los utensilios de los navíos cuando se desarman, compran pertrechos y víveres cuando se necesitan para aprestar a los navíos que deben salir a navegar, y hacen la entrega de ellos, disponiéndolo todo con entera libertad; y del mismo modo lo practican cuando están en carena.
Y en ésta y en aquéllos no es corto el desorden de su conducta, porque unidos entre sí todos los que manejan estos empleos, se hacen los fraudes con grandísima desenvoltura, propensión muy común en aquellos países, pues como se ha dicho en las sesiones donde se trata de su gobierno y estado presente, es flaqueza a que están sujetos todos los que disfrutan empleos, creyendo que la autoridad les da arbitrio para ello; y no debe mirarse como cosa extraña que concurran en el mismo extravío los ministros de Marina, ni causar escándalo una culpa que se viste con el título de costumbre. 11. Es muy regular en aquel arsenal el desaparecerse, al cabo de seis meses de haberse desarmado un navío, lo que se sacó de él y se depositó en los almacenes, particularmente si son cosas nuevas, como jarcias, lonas y otros utensilios, siendo preciso, para volverlos a armar, reponerlo todo, comprándolo todo de nuevo por cuenta del rey. A este respecto se experimentaba lo mismo con los víveres, y unos y otros se despachan disimuladamente entre los particulares dueños de navío, de modo que la mayor parte de los desarmes de los navíos se convertía en beneficio de los que manejaban el arsenal. Las ventas se hacían (aunque se ha dicho que disimuladamente) con tanta publicidad que era testigo de ellas todo El Callao. Lo mismo sucedía con los armamentos, porque así en las compras como en la distribución de jornales de los trabajadores se cometían iguales fraudes, de modo que un armamento costaba sumas muy excesivas.
Y con todo esto se hacía tan mal el apresto, que cuando salían del puerto los navíos empezaban a echar de menos lo que se decía que llevaban en abundancia, por ser éstos los renglones que embebían las sumas que teóricamente se habían librado. 12. El fraude de aquellos arsenales en los armamentos se hacía de dos modos: el uno, en la cantidad, y el otro, en la calidad de los efectos. En la cantidad, aumentando el número de lo que se compraba, y esto era general en víveres, utensilios y jornales; y en cuanto a la calidad, comprando lo peor que se encontraba, y poniéndolo después al precio que tenía el mismo género siendo bueno. Si eran víveres los que se compraban, hacían el perjuicio a las tripulaciones, y siendo pertrechos para carena o para viaje, recaía todo el gravamen que resultaba de la mala compra o del acrecentamiento de la cantidad incierta contra la Real Hacienda y en perjuicio del servicio de S. M., pues las lonas malas y la jarcia de mala calidad no aguantan tanto como la buena; la falta de alquitrán pierde las jarcias, y las que habían de servir dos o tres campañas no pueden aguantar ni una; la falta de respetos, suponiéndose suministrados los regulares sin ser así, precisan a que se compren después en otro puerto y a que se haga segundo desembolso. Y siendo a este modo lo demás, resulta que por precisión serán duplicados los costos de una campaña, y que debiéndose suministrar a los navíos todo aquello que se sabe que es preciso en ellos, según lo ha determinado la práctica, tanto cuanto falta de esto recaerá en perjuicio del navío y de su destino, o será forzoso reemplazarlo.
Y todo en menoscabo de la Real Hacienda y contra el bien del Estado. 13. No pretendemos dar a entender que sólo en el arsenal del Callao había el desorden, y falta de fidelidad en los que lo tenían a su cargo, pues suele ser éste un achaque de que adolecen también a veces los arsenales de España, y aun los de todas las demás naciones, a lo menos en alguno de los individuos que los componen, porque ninguno hay en donde sus dependientes sean tan uniformes que todos corresponden a las obligaciones de sus ministerios con un mismo desinterés y honor. Pero lo que se puede asegurar del arsenal del Callao, sin reparo, es que la corrupción de los sujetos llegaba ya a tal extremo que todos los que estaban comprendidos en su manejo lo eran igualmente en el fraude, sin distinción de carácter ni de graduación, y que se cometía esto con tanto desahogo que ya no era necesario cautelarse para vender lo que se sustraía de los almacenes, ni buscar pretextos para aprovecharse de todo cuanto les venía a bien. 14. Con el motivo de habérsenos ofrecido la ocasión de mandar navíos en aquella mar, pudimos más bien conocer el punto adonde llegaba el fraude que se cometía en aquellos arsenales, y en dos renglones, que fueron el vino y el aceite, se descubrió que faltaba algo más que el tercio, aunque menos que la mitad de la cantidad, de suerte que lo que le entregaban al maestre por una arroba sólo era poco más de media. Y esto lo practicaban aun en el pleno conocimiento de que no se les disimularía nada, porque desde los principios se les había prevenido que todo había de ir en justicia, pero nada bastó a evitar que hiciesen tentativa en estas dos especies, pareciéndoles que en ellas podría disimularse mejor el hurto, por estar en botijas cerradas; pero con el recelo de que lo pudiera haber, se hicieron abrir en presencia de ellos mismos, y padecieron el bochorno de ser testigos de su extravío y reos convencidos de la falta de legalidad.
15. Los modos o arbitrios de que usaban para hacer el fraude más a su salvo eran de este modo: si era en carena de embarcación, aumentaba el número de oficiales que trabajaban, así de carpintería como de calafatería, y por este medio quedaba a beneficio de cada uno de los sujetos que tenían los arsenales a su cargo, el importe de cuatro o seis jornales, que siendo crecidos allí y continuos ínterin que hay que armar los navíos de guerra, llegan a sumas muy considerables, como se deja comprender. Estas cantidades eran las que se consideraban como seguras o fijas, y a ellas después se agregaban las contingentes o casuales, que consistían en la brea, alquitrán, estopa, hierro y madera que se compraba para el servicio de la embarcación que estaba en carena; en cuyos efectos, la diferencia del precio y la alteración de la cantidad los dejaba una segunda y no poco crecida utilidad. 16. Todo este fraude se reduplicaba después al tiempo de pertrechar y provisionar los navíos para salir a campaña, porque después de tener evacuado todo el embarque y de estar el navío para hacerse a la vela, le hacen al maestre que firme un recibe en blanco para llevarlo ellos después, y así lo hacían bien a su satisfacción. Al maestre no se le seguía perjuicio de que aumentasen en el arsenal su cargo, porque nunca se ofrecía el caso de tomarle cuentas con formalidad, y él daba las que le parecían, según le convenía mejor, a cuyo fin concurrían los mismos del arsenal.
Y en esta forma, obrando todos mal, quedaban todos bien, porque el uno daba por consumido lo que nunca había entrado a bordo del navío, y el otro lo certificaba, y de este modo se admitían por descargo las partidas que usurpaba cada uno de la Real Hacienda. 17. Este desorden, que parece excesivo, y más siendo en un arsenal donde está tan a la vista el virrey, no causa allí novedad, porque siendo tan repetido se ha hecho ya uso tan envejecido que se reputa por costumbre. Lo más notable es que se desaparezca, como se ha dicho, lo que se pone en los almacenes, en especial aquellas materias que tienen aguante, y no son dispuestas a breve corrupción, como las lomas, jarcia, el alquitrán y otros utensilios de esta calidad. 18. Se puede creer que todo este desorden nace, en la mayor parte, de que los propietarios de los empleos pertenecientes al arsenal no les sirven por sí, porque no nos hemos de persuadir a que unos sujetos que gozan por los empleos tan sobresalientes sueldos como los que corresponden a veedor, proveedor, pagador, y así los demás, defraudasen a la Real Hacienda en lugar de celar la mejor distribución de ella, que es el legítimo objeto de sus obligaciones; esto no se proporciona bien con los tenientes, porque siendo cortos los sueldos, y hallándose absolutamente en un manejo de intereses en donde hay tantas vías abiertas para poder aplicarse a sí parte de ellos, no se detenían en aprovecharse de las ocasiones, y faltar al cumplimiento de su obligación.
19. De esto proviene que el rey tiene que hacer unos gastos increíbles siempre que se ofrece carenar alguno de los navíos de la armada, y que los armamentos sean tan costosos que no los pueda soportar aquel reino. Porque, además del intrínseco valor de cada cosa, entra después el crecido aumento en la cantidad, que se da por consumida sin haberlo estado, y en la calidad, que se supone buena y se carga en el precio de su valor como si lo fuese, siendo por el contrario bien mala y desengañada. 20. Siempre que se ofrecía disponer armamento en la mar del Sur de uno o de dos navíos, se embarcaba en ellos un teniente del veedor general y otro del proveedor, en cuyos empleos nombraban los propietarios a aquellos sujetos que eran de su beneplácito. Estos nombramientos los confirmaba el virrey, y desde que se hacía esta diligencia hasta que la campaña se acababa, gozaba cada uno cien pesos de sueldo al mes, el cual cesaba enteramente luego que los navíos se restituían al Callao. Como estos sujetos solicitaban los empleos para sacar de ellos alguna utilidad, no despreciaban medio alguno que pudiese proporcionarles un beneficio, imitando puntualmente el ejemplo de los que manejaban el arsenal en El Callao. 21. Los ministros mismos del arsenal eran los que intervenían en las revistas de la tropa de guarnición del Callao, y a su cuidado estaba la suministración de víveres a los forzados que se desterraban al trabajo de aquel presidio para las obras, tanto de sus murallas como del puerto.
Y en aquella plaza no había ni más Contaduría que la Mayor de Sueldos, por donde se ejecutaban y evacuaban todos los asuntos tocantes de Marina, y los pertenecientes a plaza igualmente, ni otro sujeto que hiciese oficio de intendente, sino el veedor general; y así en los demás empleos pertenecientes a aquellos oficios. 22. Además de estos empleos hay asimismo otro de escribano mayor de la Mar del Sur, que se benefició como aquéllos y está vinculado en una casa de las de Lima. Este tiene facultad para nombrar escribano en todos los navíos que navegan en aquel mar, sean de guerra o mercantiles, y lo mismo que con los del país practica con los que van de Europa de una y otra clase, aunque tenga escribano de Marina, o nombrados por el Consulado, porque su privilegio se extiende a todos, de tal modo que si los navíos que van de Europa, aunque sean de guerra, llevan escribano (como es regular), es necesario, para que continúen en su ejercicio, que los confirme este escribano mayor, sin cuya circunstancia no tiene autoridad nada de todo lo que hace. Esta facultad es muy exorbitante y dura, y parece extraño el que un particular tenga acción para quitar y poner en los navíos de guerra a los escribanos de su propia autoridad, y que un particular esté hecho cabeza de todos, interviniendo en lo que se embarca y desembarca en los navíos de guerra, de pertrechos, municiones y víveres, sin más derecho que el de ser escribano mayor de la Mar del Sur, porque en el nombramiento que les da les impone la obligación de darle parte de todo lo que entrare y saliere en el navío, ínterin que permanecieren usando del ejercicio que les confiere por el tiempo que dura la campaña o viaje.
23. Lo mismo que sucede con los escribanos de los navíos de guerra pasa con los de los navíos de registro que van de España, sin que alguno se exceptúe, aunque sean grandes los privilegios que el Consulado les haya concedido en su nombramiento, porque a todos se les da en el Perú la interpretación de que, no yendo derogado expresamente por el soberano el que se le tiene concedido al escribano mayor de aquella mar, no hay fuerza bastante en los privilegios que pueden tener los navíos de guerra o los de registro que entran de nuevo en ella, para embarazarle la acción de poner escribanos a su voluntad, en unos y en otros. Los virreyes, que son los que debieran saber el modo en que se ha de entender este privilegio, prestan su consentimiento a favor de la misma inteligencia, sin hacerse cargo de los perjuicios que trae consigo este abuso, ni informar a España lo conveniente para que, en su conocimiento, se dé la orden más acertada y se pueda disponer lo que convenga más, dejando correr este abuso en el mismo pie antiguo en que lo hallan; y lo mismo sucede en muchas materias del gobierno. 24. El empleo de escribano mayor de la Mar del Sur, por precisión, debe tener algunas utilidades, y son grandes las que le corresponden; y, además de las lícitas, hay las de los nombramientos de los escribanos particulares de aquellos navíos, los cuales deben contribuir con un tanto por el nombramiento. Y ésta es la razón porque no quiere consentir en dejar de ejercer su autoridad en toda suerte de navíos.
25. Siendo el nombramiento del escribano de los navíos en la conformidad que se ha dicho, y haciendo desembolso para que se les confiera el empleo, es claro que tanto en los navíos de guerra como en los marchantes, escrupulizará poco en concurrir a los fraudes que se ofrecen. Y así, convenidos el veedor, el proveedor, el escribano y el maestre o maestres de los navíos de guerra, disponen las cosas de suerte que se utilizan en todo lo que les parece, sin que después pueda resultar cargo contra al uno de ellos, porque todos están comprendidos en el fraude y son los jueces de los mismos desórdenes. 26. La armada de aquel mar, o las fuerzas marítimas de él, consistían hasta el año de 1730, en dos navíos que se fabricaron siendo virrey del Perú el conde de la Monclova, por los años de 1690, nombrados "La Concepción" y "El Sacramento"; porque aunque fueron tres los que se construyeron, se había perdido el uno. Su fábrica era tan irregular en todo, como la de los navíos marchantes, según se ha dicho, pues siendo el largo de sus quillas treinta y tres varas, que componen cuarenta y ocho codos, tenían de manga doce y media varas, que hacen dieciocho codos, con muy corta diferencia. Estos navíos, aunque de tan poco largo que casi viene a ser como el de una fragata de cuarenta cañones, fueron construidos con dos baterías y media en el astillero de Guayaquil, pero la de la andana baja no se pudo establecer nunca, por estar anegada. El Teniente General de la Armada don Blas de Lezo, cuando estuvo en aquel mar, dispuso arrasarlos quitándoles la una, en cuya obra se gastaron sumas tan considerables que excedieron a todo el valor de los navíos, y sin embargo quedaron siempre imperfectos y malos, porque nunca se pudo remediar, ni era posible, el defecto de sus gálibos.
Y así montaban treinta cañones de a doce libras, y con la falta de recogimientos y la desproporción de la manga, se quebrantaban y atormentaban mucho, aun siendo la artillería tan regular. 27. Además de los dos navíos expresados había hecho construir otro en Guayaquil el virrey marqués de Castelfuerte, nombrado "San Fermín", que es el que quedó varado con la salida del mar en el terremoto del año pasado de 1746. Tenía treinta y cuatro varas de quilla y once y un tercio de manga, y aunque estas proporciones tienen más regularidad, como los cortes del gálibo no eran los mejores, no se aventajaban a aquéllos. La artillería que montaba era asimismo treinta cañones de a seis libras de bala, porque aunque lo hicieron para dos baterías y la del alcázar, no fue posible que pudiese montar cañones en la andana baja, por haber quedado anegada. 28. A estos tres navíos estaban reducidas todas las fuerzas marítimas del Perú, hasta que entró la fragata "La Esperanza" el año de 1743; y entonces estaba ya excluido el navío "El Sacramento", porque, quedando al arrasarlo por orden del Teniente General don Blas de Lezo, falto de madera y de la ligación correspondiente para resistir al esfuerzo que hace la artillería en mares gruesas, se juntó este defecto con el de la construcción, a lo que hay que añadir que además tenía perdidos todos los maderos por la parte de afuera, de suerte que estaban incapaces de recibir clavos, y de mantenerlos con firmeza, por cuya razón no era posible carenarlo con formalidad ni salir a navegar armado en guerra, como se lo expusimos al virrey marqués de Villagarcía en el reconocimiento que hicimos de él, por orden particular que se nos confirió para ello, el año de 1741; y del propio sentir fue el Teniente General de la Armada don José Pizarro, y todo el cuerpo de la marina, en cuya compañía volvimos a concurrir, segunda vez, para reconocerlo el año de 1743.
29. Para suplir la falta de fuerzas navales se tomaban, en las ocasiones que se ofrecían, navíos marchantes de los mayores que navegaban en aquellos mares; y disponiéndolos para el servicio de las campañas, se llenaba con ellos el hueco del navío "El Sacramento", y aun se aumentaban las fuerzas, de suerte que, contando cada uno el mismo número de cañones, crecía el número de bajeles de guerra; y con este arbitrio hubo los suficientes para enviar a Panamá una escuadra, y para que pasasen dos navíos a la costa de Chile, el año de 1742, a oponerse y embarazar los progresos de la escuadra enemiga del vicealmirante Anson. Pero todos estos esfuerzos y disposiciones nunca bastan a proporcionar las fuerzas necesarias para poner aquellas costas a cubierto de los insultos de enemigos, porque, quedando ceñidas a treinta cañones, y no más, la de cada uno de los navíos que se arman, aunque en el número excedan, sería bastante una sola escuadra de tres navíos regulares de sesenta cañones, para deshacer todos los del mar del Sur y ser dueños de aquellas costas y mares, como así se lo hicimos presente al mismo virrey marqués de Villagarcía el citado año de 1741, proponiéndole que lo más conveniente para la defensa de aquellos reinos, en el estado que tenían las cosas entonces, era el mandar fabricar en Guayaquil dos navíos de sesenta cañones, cuyo costo no excedería en mucho al de las carenas y apresto de los navíos marchantes que se disponían en guerra para hacer las campañas, de los cuales no se podía esperar suceso favorable después de tanto gasto, y sí de los navíos grandes, en los cuales resultaría ganancioso S.
M., porque siempre quedaban para su real servicio. Esta proposición fue oída por el virrey con bastante gusto, e hizo que en 1744 se le diese un estado del costo que tendría un navío de sesenta cañones, como se ha advertido en la sesión pasada; pero hasta nuestra salida de aquel reino no se puso en ejecución alguna otra diligencia más conducente a este fin, y quedaron las fuerzas marítimas en el estado que antes, con sólo el acrecentamiento de la fragata "La Esperanza". 30. En la misma plaza del Callao había también una armería al cargo de un capitán, nombrado de la sala de armas, donde se recibía y entregaba todo lo perteneciente a municiones de guerra y armas de fuego y corte para el servicio de los navíos; pero tan mal proveída que, para armar cualquier navío, era necesario buscar escopetas viejas, pistolas malas y, por lo que corresponde a las de corte, mandarlas hacer, porque se carecía de ellas totalmente. Hasta que llegamos allí acostumbraban, en lugar de sables, a hacer machetes de monte, y, a este respecto, ni hachuelas ni otro útil alguno había con formalidad, y aunque dimos modelos e instruimos a los armeros para hacer las armas, no se pudo conseguir que saliesen enteramente buenas, porque no aciertan a darles buen temple. 31. Al respecto del desorden que hay allí en los utensilios y provisiones, sucede lo mismo con los pertrechos y municiones de guerra; las armas las desaparecen al tiempo de desembarcarlas en tierra para su entrega, cuando se desarman los navíos, y hasta con las balas y palanquetas de la artillería es necesario gran cuidado, porque se pierden muchas.
Esto proviene de que todas las cosas que son de hierro, acero o metal tienen valor allí, y aun cuando en los almacenes estén seguras del principal que está hecho cargo de ellas, no lo están de todos los demás que las manejan en los embarques y desembarques, de suerte que sin más que llevarlas, o traerlas a bordo, es bastante para que se pierda mucho. Las balas de la artillería están expuestas a esta périda por ser de cobre, y aunque se les ha mezclado plomo para hacer un bronce que no sea propio para muchas cosas, con todo eso no dejan de sustraerlas siempre que pueden. Y, en fin, no hay cosa de cuantas pertenecen al arsenal, y se emplean en el servicio y armamento de los navíos, que no padezca disminución por los que las manejan, siendo todas allí de consideración por el crecido precio a que cuestan, pues no habiendo cosa más despreciable en España y en toda Europa, que un pedernal, o piedra de escopeta, en el Perú vale dos reales de aquella moneda, que son cinco de la de acá, y en ocasiones más, y en otras no las hay totalmente; y a este respecto se debe considerar en todo lo demás.