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Datos principales


Desarrollo


PUNTO CUARTO Trátase de la maestranza que ha habido siempre en el arsenal del Callao, y de los oficiales de que se compone, y de los efectos que se consumen, tanto en los navíos de guerra como en los marchantes, y de sus calidades 1. No es la maestranza del Callao lo que estaba en peor pie en aquel puerto, pues era a correspondencia de la que hay en el astillero de Guayaquil, y una y otra eran buenas. Componíase la de este arsenal de un capitán de maestranza, que tenía grado de teniente de navío; de un maestro mayor de carpintero, otro de calafate, y otro de herrero, los cuales formaban lo principal de la maestranza; y después había otros varios maestros y oficiales de carpintería y calafatería, bastantes para el trabajo y obras que se ofrecen en aquel puerto, y para llenar el número de los que regularmente llevan todos los navíos cuando van a viaje. No había más contramaestre que los que servían en los navíos de guerra, y éstos bastaban para atender a las obras que se ofrecían. 2. Toda esta maestranza, a excepción del capitán de ella, que es oficial del cuerpo de aquella marina, se componía de gente de castas, entre quienes no era el menor número indios. Y así éstos, como los demás, trabajaban en su oficio, cada uno con inteligencia y habilidad, pues en el conjunto de todos había, antes que se perdiese El Callao, oficiales tan buenos como pueden encontrarse en los arsenales de Europa. El jornal de estos oficiales, así de la carpintería como de calafatería, es más crecido que el que ganan en Guayaquil, porque los que trabajaban de oficiales tienen tres pesos diarios, y a proporción de éstos, los que se siguen.

3. Fuera de las obras de carena, que han sido siempre la más regular ocupación de aquella maestranza, también se empleaba en fabricar embarcaciones menores para el tráfico de la costa, cuyas ligazones se hacían con la madera de Chincha, y todo el resto, parte con la de Guayaquil y parte con la de Valdivia, que sirve para entablar, como se ha dicho. Esta maestranza se ocupa también en algunas obras de la plaza, como son las de la fábrica de cureñas para la artillería, y el capitán de maestranza estaba hecho cargo, asimismo, por falta de ingeniero, de no cesar en la obra de los redientes y paralelas de estacadas, en que se trabajaba siempre para estorbar que las olas del mar, con la fuerza de su agitado movimiento, no llegasen a perjudicar las murallas. Cuyo asunto no ocasionaba pocas discordias en aquella plaza, pues el gobernador de ella, y en su lugar el maestre de campo, como tales, pretendían tener bajo de su jurisdicción, y a sus órdenes, el capitán de maestranza, con el fundamento de que estaba empleado en obra de la plaza, y éste, como de un cuerpo distinto, lo resistía; de que nacía desunión y competencias, y mucho atraso en el servicio del rey. 4. Además de los almacenes, de que queda hecha mención, para pertrechos, para víveres y para municiones de guerra, había también en El Callao atarazanas grandes, cerradas, donde se recogían las maderas y otras cosas voluminosas pertenecientes a los navíos de guerra como palos, vergas, anclas y maderas sin trabajar, que se llevan de Guayaquil para cuando fuese necesario servirse de ellas.

En este almacén no se experimentaba menos desorden que en los otros, porque a correspondencia del fraude que se hacía en aquéllos, era el que se practicaba con lo que se recogía en éste, y con tanto exceso que se resolvió no tener respuestos algunos, ni comprar más que aquello que instaba, para evitar el extravío. Y de esta falta de legalidad resultaba también el grave perjuicio a la Real Hacienda de que, pudiendo tener las cosas por precios cómodos, era preciso pagarlas por los más subidos, por no ser posible aprovecharse de las ocasiones en que costaban menos, ni tenerlos reservados en los almacenes para cuando llegase el caso de ser preciso gastarlos. 5. El astillero del Callao se surte, como el de Guayaquil, del hierro que se lleva de España; la brea y alquitrán se conduce de los puertos de El Realejo y Sonsonate, en la costa de Nueva España; las lonas, de Cajamarca y Chachapoyas, en la sierra; la jarcia, de Chile, y asimismo el sebo; las maderas para carenas se llevaban, en la mayor parte, de Guayaquil, y otras de Valdivia y del golfo de Chiloé. Siendo, pues, estos materiales los que hacen cara, o barata, la carena y el armamento de un navío, fácilmente haremos ver que su costo podría reducirse, con corta diferencia, a la mitad del que tienen ahora, si el temor del extravío no obligase a perder las ocasiones de tenerlos a los más acomodados precios. 6. Cómpranse todos los materiales para las carenas y armamentos dentro del puerto del Callao, o en Lima, que es donde sus precios son los más altos que pueden tener en todo el mar del Sur, por ser ya la última venta; de modo que todos estos géneros pudieran tenerse de primera mano, y con ella el ahorro que se deja comprender.

En cuanto al alquitrán y brea, no hay embarazo para que cuando pase a la costa de Nueva España alguno de los navíos de guerra, como sucede algunas veces con varios motivos, cargue en ellas de estos géneros, y los conduzca al Callao, en lugar de volverse de vacío, como sucede. Y por este medio, no sólo tendría el rey con baratura todo lo que necesitase de los dos géneros para el servicio de sus navíos, sino que le sobraría mucho, que podría vender a los particulares si pareciese conveniente, en cuyo caso vendría a costarle muy poco lo que se consumiese en los navíos de guerra. 7. Los navíos de guerra bajan a Guayaquil a carenar, cuando se considera que tienen obra grande en la tablazón de sus fondos y costados, porque aunque la madera sea incorruptible, a fuerza de limpiarlos y de apretarles la estopa, se les gastan los cantos a los tablones y no pueden mantener las últimas estopas de la costura; lo mismo sucede por la parte de adentro, con el continuo choque del lastre, que las descantilla igualmente; y junto con la continuación del reclavado, pone de tal calidad las tablazones que se hace preciso mudar los fondos, o parte de ellos, cuya obra, por ser muy costosa en El Callao, obliga a enviar los navíos a Guayaquil. Y habiendo carenado allí, vuelven al Callao de vacío, pudiendo retornar cargados de madera, como lo practican todos los marchantes que salen de aquel río, y entonces tendría madera aquel arsenal al mismo costo que se vende en la ribera de Guayaquil, y se minorarían unos gastos tan crecidos como los que se ocasionan de comprarla en El Callao, dejando las ganancias de su mayor valor al particular, siendo más propio que se aprovecharse de ellas la Real Hacienda.

8. Lo mismo se debería hacer con la jarcia y el sebo que baja de Chile al Callao. El quintal de jarcia comprado en Valparaíso, siendo de la mejor calidad, cuesta de catorce a dieciséis pesos, y vendido en El Callao vale veintiocho y treinta pesos, que es el doble, y aún excede cuando hay escasez de ella. Los navíos de guerra van a Chile a hacer sus campañas, o a llevar los situados en tiempo de paz, y se vuelven de vacío; con que sin hacer viaje determinadamente para este fin, ni atraso a su principal destino, sería muy conveniente que llevasen jarcia de todas menas, y sebo, con lo cual sucede lo mismo que con la jarcia, y de esta forma habría todo lo necesario de una y otra especie a precios bajos. Y podía ordenarse que se vendiese al público, por precios corrientes, lo que cargasen de más los navíos y no se necesitase en los arsenales, pues así, estando provistos de una porción de efectos correspondientes al consumo regular, no debería conservarse más cantidad para evitar que se echase a perder; sobre cuyo particular deberían informar al virrey, mensualmente, el capitán de maestranza, el veedor, proveedor, y los demás a cuyo cargo está el arsenal, de lo que hubiese existente en los almacenes, y de lo que considerasen en ellos con exceso o escasez, para que en su inteligencia pudiese disponer la venta de lo que estuviese por demás en los almacenes, y que se repusiese lo que faltase. 9. Pero en aquel país es impracticable esta providencia, sin que precedan otras tales que contengan el fraude; porque lo que resultaría de ella sería mayor atraso contra la Real Hacienda y nuevo motivo de ingreso para los que manejasen el arsenal.

Asimismo nos lo dio a entender el virrey marqués de Villagarcía, cuando el año de 1742 nos ordenó que pasásemos al mando de dos navíos de guerra a hacer el corso en las costas de Chile, pues con el motivo de haberse embarcado 10.000 pesos en plata en cada uno de ellos para sufragar los gastos de la campaña en lo que se ofreciese de pertrechos y víveres para los navíos, y con el de habernos dado, por particular confianza que le merecimos, la intervención en el dinero y en su distribución, previendo nosotros que podría sobrar bastante cantidad de él, se le propuso si gustaba que se emplease en jarcia y sebo para el servicio de los navíos, el cual traerían los mismos navíos cuando llegase el caso de restituirse al Callao; y no convino en ello con el fundamento de que si las velas, los palos, vergas, toda suerte de pertrechos, de municiones y de víveres que se recogían en los almacenes al desarmo de los navíos, se desaparecían en ellos, con cuanta más razón sucedería lo mismo con la jarcia en pieza, y en blanco, y con el sebo enzurronado. Y así se le volvió a traer al Callao el dinero que sobró en plata, siendo ésta la única vez en que se experimentó la sobra, porque en iguales campañas no habían bastado las sumas que se les daban a prevención (aun no siendo menores) para completar los gastos de ella, y en esta ocasión, habiendo sido más crecida la tripulación y mantenídonos ocho meses en la campaña, volvieron los navíos al Callao con poco menos de la mitad del dinero que se les asignó, con porción de víveres que sobraron de los que se tomaron en Chile, y con todo lo perteneciente a su aparejo, respetos y armamentos completos, aunque envejecido lo que había servido, y consumido lo que debía serlo.

Cuyo ejemplar causó admiración a todos en El Callao y en Lima, porque hasta entonces no habían oído cosa semejante, ni en esta ocasión se hubiera experimentado sin la nueva providencia que dio el virrey y otras que se tomaron después para evitar el extravío del dinero. 10. Sólo el hierro y las lonas son los dos géneros en que no se puede hacer ahorro. Porque el hierro se lleva de España y su valor es conforme a la ocasión, y algunas veces sube a cien pesos el quintal, como sucedió cuando se armaron en 1742 los dos navíos Belén y La Rosa, que fueron los que mandamos, y el precio ínfimo era noventa pesos; pero cuando está barato no baja de treinta a cuarenta pesos, y hasta cincuenta. Estando pues, en aquel subido precio al tiempo que se hizo el armamento de estos dos navíos marchantes para convertirlos en dos de guerra, en lo cual y en su carena entró mucho hierro, y no habiendo hasta entonces salido del Callao dos navíos tan bien armados y proveídos de todo como éstos, su armamento llegó apenas a la mitad del que habían costado los antecedentes, cuyo milagro, y el de la sobra del dinero de vuelta de la campaña, dio a conocer el crecido fraude que en todo recibía la Real Hacienda. 11. Las lonas se compran en Lima a los mercaderes de las dos provincias de Chachapoyas y Cajamarca, y no puede hacerse ahorro en su costo, pues aunque se comprasen en las mismas fábricas, conducidas después al Callao, llegaría con poca diferencia su valor al mismo en que las venden los comerciantes.

12. No obstante lo que se ha dicho tocante al valor del hierro, pudiera arbitrarse de modo que nunca fuese necesario comprarlo a tan crecido precio para el servicio de aquel arsenal, pues siguiendo el método que se usaba hasta el principio de la guerra presente de realizar feria en Portobelo, cuando pasen a Panamá, con la armada de aquellos reinos de Perú, los navíos de guerra, no hay embarazo de que, con el importe de los fletes de la plata que ganan los mismos navíos, y con el de los derechos de salida que paga en El Callao toda ella, o con otras sumas que entonces contribuyese el comercio a Su Majestad, se comprase una porción de hierro, la que se considerase necesaria para que durase hasta que hubiese otra armada, y de ella se iría gastando conforme fuese necesitándose; en cuya forma, aunque su precio creciese, como sucede siempre, nunca lo haría para el servicio del arsenal, ni la Real Hacienda tendría que hacer unos desembolsos tan considerables como los que se ocasionan en las carenas por causa de la carestía de hierro. Y si el comercio se hiciera por el Cabo de Hornos, y hubiesen de ir navíos de guerra a aquel mar, llevando enjunque de hierro por cuenta de Su Majestad, del mismo se podría separar aquella porción que pareciese necesaria para que, ínterin que entrasen otros navíos, no se viesen precisados a comprar a sesenta o setenta pesos el quintal, habiéndolo vendido un año antes por la mitad de este valor. Pero todas estas providencias son impracticables mientras haya la falta de legalidad que hoy hay.

13. Cuando sucediese que los navíos de guerra, o no fuesen a los puertos de la costa de Nueva España, o que dejasen de frecuentar los de Chile, porque no tuviesen motivo de hacer estos viajes, en tal caso convendría que hubiese una embarcación pequeña, a manera de patache de cien toneladas de buque, con corta diferencia, y ésta se podía enviar a solicitar la cargazón de brea y alquitrán a Nueva España, maderas de Guayaquil, cuando empezasen a estar escasas en los almacenes reales del Callao, y las jarcias, sebo y grasas a Chile; esta última, que viene a ser la manteca de vacas, tiene gran consumo en los armamentos, por darse de ración a las tripulaciones. Y bien administrados los efectos que esta fragata llevase al Callao por cuenta de Su Majestad, ellos mismos producirían lo necesario para costearse la embarcación, vendiendo los que sobrasen, como se ha dicho. Esta embarcación sería siempre muy útil en El Callao para despacharla con avisos a Panamá y a los puertos del reino de Nueva España, o para enviarla a Chiloé y Valdivia cuando no ocurriese asunto tan serio que precisase a que hubiese de ir otra de mayor fuerza con la comisión; y de esta manera se excusarían los crecidos gastos que en estos casos deberían ocasionarse en su armamento y viaje, sin dejar de hacer el servicio. 14. Además, convendría que hubiese esta pequeña embarcación para el servicio de la armada en aquel mar, porque no es acertado el enviar a las costas de Nueva España ningún navío de guerra, porque en aquellas costas, al contrario de lo que sucede en todas las restantes de la mar del Sur, hay tanta broma que pierde los navíos enteramente, y con poco tiempo que se detengan en sus puertos quedan destruidos sus fondos, lo que no sería de tanto perjuicio en la fragata, porque con pequeño costo se le repararía todo el daño.

15. Sobre la calidad de estos mismos materiales para el uso y apresto de los navíos, no sería necesario hacer mayor relación, mediante que cuando se trata de los astilleros en el punto segundo, se toca este punto por lo tocante a maderas de Guayaquil, Valdivia y Chiloé, y también en cuanto a brea y alquitrán, que se conduce de la costa de Nueva España. Y así se ceñirá al resto de nuestra narración a tratar de las jarcias de Chile y de las lonas, que son los dos géneros de que no se ha hablado con la extensión que conviene. 16. Fabrícanse, pues, las lonas que se gastan en la marina del mar del Sur para toda especie de navíos, así de guerra como marchantes, en las provincias de Cajamarca y de Chachapoyas, que son aquellas de la serranía que caen al Oriente, y alguna cosa más para el Norte de la de Trujillo. De estas provincias se llevan las lonas enfardeladas a Lima, y allí se venden por fardos, cuyo valor es regularmente, aunque con variedad, según la calidad y ocasión, de treinta pesos el fardo; y cada uno tiene doscientas ochenta varas, poco más o menos; porque hay algunos que suben a trescientas quince, y otros bajan a ciento setenta, y su ancho es de dos tercias, con corta diferencia. El material de que estas lonas se fabrican es algodón, aunque de poca duración, no tanto porque la materia es compuesta de una fibrazón endeble y corta, que así es la del algodón, cuanto por la flaqueza del tejido, pues ponen tan poco cuidado en el torcido del hilo, y las hacen tan flojas, que se clarean como si fuera una red, y al estirarlas se ensanchan hacia todos lados por defecto, también, del tejido y por no tupirlas lo bastante; pero pudieran hacerse de más aguante, e iguales a las lonas de Europa, con sólo poner más cuidado en los hilados, y con hacerlas más tupidas.

En la provincia de Quito se hacen algunas en esta conformidad, que sirven para encostalar harinas y llevarlas fuera, y su aguante y resistencia es tanta que parece excede al de las lonas de cáñamo. Pero si se hace reparo en lo que duran las de Cajamarca y Chachapoyas, se reconocerá que si estuvieran mejor hechas serían tan aventajadas como las otras, y puede ser que se hallasen en ellas tales circunstancias que las hiciesen preferibles, como por ejemplo la propiedad de elasticidad de que goza el algodón, y no el cáñamo, por lo cual la lona de algodón se ensancha cuando la fuerza del viento da en ella con violencia, y entonces forma otras tantas porosidades como hay concurrencia de hilos, por lo que se deshace por ellas parte de la fuerza del viento y, causando en la vela menos efecto, la liberta de que se rompa. Este sentir lo tiene tan acreditado la práctica en aquel mar, que rara vez les llega a suceder en él tal accidente, aunque sea con exceso la fuerza del viento, hay ráfagas repentinas, o sobrevengan otros accidentes semejantes, que son regularmente los que traen consigo tales contratiempos. 17. Es innegable que estando las lonas de algodón mal tejidas, como sucede con las de ahora, con poca fuerza que tenga el viento es suficiente para abrir sus porosidades y, perdiéndose por ellas, se acorta el andar que tendría el navío si fuese impelido por toda la fuerza unida del viento; en este caso son malas aquellas lonas, especialmente para navíos de guerra, que deben ser veleros para aprovecharse de la ocasión cuando penda de la ligereza el conseguirla.

Pero no sucedería esto con las mismas lonas bien tejidas, porque en éstas, sólo siendo el viento muy fuerte, tendría poder suficiente para que la elasticidad hiciese su efecto, mediante que siendo mayor la fuerza del viento para separar los hilos de la tela, o darles mayor tensión que la resistencia de la tela, es consiguiente haya de ceder ésta, al paso que en iguales circunstancias la lona de otra materia no elástica debe flaquear. 18. A la imperfección en que están todavía las lonas de que se sirven en aquel mar, es igual la que padecen las jarcias que se fabrican en el reino de Chile, y no hay duda, como ya se dijo tratando del astillero de Guayaquil, que la calidad del cáñamo, atendiendo a ser largas y delgadas las fibras, excede al del Norte de Europa, pero lo trabajan tan mal que, dejándole la parte del cáñamo y de la paja en que se cría, hilándolo con desigualdad, y colchándolo mal, salen las jarcias desiguales y malas. Esto, no obstante, como es sobresaliente la calidad del cáñamo, aguantan bien, pero serían de mucha más duración y fortaleza si se cuidasen de corregir las imperfecciones del cáñamo, y las de su labor para hacer las jarcias. Y así lo da a entender la experiencia, pues en una de las fábricas que hay en Chile, perteneciente al marqués de la Pica, en la cual se trabajan los cáñamos con algún más cuidado, y aunque no con toda aquella perfección que se requiere, son las jarcias de ella mucho más fuertes, durables y permanentes.

19. Todas estas jarcias que se hacen en Chile, se colchan en blanco y se hacen vetas en distintas menas, en cuya forma se alquitranan después. Y es el modo de hacerlo el tener caliente el alquitrán y, estándolo suficientemente, pasar la veta por dentro de él, de que se sigue que, aunque exteriormente queda al parecer buena, no pudiendo ser penetrado el corazón de la veta, dentro de poco tiempo empieza a conocerse el mal efecto en la jarcia, porque blanquea toda, y se echa a perder con las aguas y los soles. El hacer así la jarcia nace de que los que la compran no la quisieran recibir en otra forma, porque habiendo variedad en el acrecentamiento del peso que toma por causa del alquitranado, no quieren exponerse a padecer engaño; y pudiendo asimismo haber fraude en la calidad del alquitrán, porque si es del copé que se saca en las jurisdicciones de Guayaquil y Amotape, la quema y hace perder su duración, les tiene más cuenta, y es de mayor seguridad, el que sea en blanco que alquitranada. También, por el contrario, a los dueños de las fábricas no les convendría alquitranar la jarcia en filástica y venderla después, porque el alquitrán no llega a Chile, o es muy poco el que va, y si hubieran de estar atenidos a él, estarían paradas sus fábricas lo más del tiempo, y habría escasez de jarcia, lo que no sucede haciéndose en blanco, porque en esta forma se lleva al Callao, en donde se almacenaba, y cada particular tenía cuidado de comprarla en blanco, y la alquitranaba a su modo; unas veces con alquitrán bueno, otras con alquitrán y cope mezclado, o también con este último, cuando no se puede conseguir el otro.

20. Aunque sea el estilo hacer veta en blanco en las fábricas de Chile, podrá disponerse (y convendría el hacerlo así) que se pesase la jarcia en filástica y, pagándola por el importe de su peso en blanco, se beneficiase con alquitrán, y de esta forma se colchasen las vetas de toda aquella porción que se comprase para el servicio de los navíos de guerra. Pues en el caso que sobrase de esta jarcia, y que fuese necesario venderla al público, sabiendo que era de la misma que se hacía por cuenta de Su Majestad, de buena calidad, y también el alquitrán, no sólo no faltarían compradores, sino que habría tantos que estarían a porfía esperando que se vendiesen estas jarcias para proveerse de ellas, pues no hay ninguno que, pudiendo comprar cosa que le adelante la utilidad, deje de hacerlo y se incline a lo que se la hace perder. Con esta providencia tendrían los navíos de guerra buenos aparejos, y sería menor el costo de sus armamentos. Pero en todo caso, sería siempre indispensable lo que llevamos dicho, y volvemos a repetir, tocante al buen régimen y economía del arsenal, que es la base principal en que consiste la reducción de los gastos que se hacen en la armada.

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