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Datos principales
Desarrollo
PUNTO QUINTO Hácese relación del estado del Cuerpo de Marina en la mar del Sur; grados de los que comandan y de los demás oficiales; guarnición que llevan los navíos de guerra, y su tripulación de marinería cuando van a campaña; modo de hacer el servicio a bordo y el de suministrarse los víveres por raciones, y sus especies. Hácese también relación del estado de los hospitales 1. No será de extrañar que la marina del mar del Sur se haya mantenido hasta ahora en el pie en que estaba en la antigua de España, respecto que el ministerio de ella, o el método de su gobierno, lo estaba también, procediendo esto de no haber llegado a aquellos reinos el nuevo reglamento en que se ha puesto la de España, y de no haber pasado a aquellos mares algún jefe o comandante que la reformase y la redujese a la uniformidad con la de acá. Permaneciendo, pues, la marina del Perú en la forma que se ha dicho, y consistiendo sus fuerzas navales solamente en tres navíos, de los cuales servían los dos, manteniéndose siempre desarmado el tercero, se reducía todo su cuerpo militar a un comandante, un almirante y corto número de oficiales, a cuyo respecto lo eran también los de mar, alguna tropa que guarnecía los navíos cuando salían a campaña y, finalmente, toda la marinería que servía en los navíos de guerra, sobre lo cual iremos diciendo lo necesario para su más completa comprensión. 2. El oficial general era distinguido de los demás oficiales, y conocido en el Perú, por el nombre de General de la Mar del Sur, bastantemente distintivo, y con particularidad habiendo allí otro comandante de tierra.
La graduación de este general no estaba muy aclarada, ni positivamente la que le debía corresponder, pues sólo cuando concurría a los consejos de guerra que se hacían en Lima con asistencia del virrey, y a los que acudía también el general de tierra, precedía en el asiento el que de los dos llegaba primero, lo que acredita la igualdad entre el empleo de general de tierra y el de general de mar. Los generales de las armas del Perú, o gobernadores del Callao, tenían regularmente graduación de mariscales de campo mientras mandasen, pero legítimamente en el ejército no tenían más que el grado de brigadier. A este ejemplar, no hay duda de que la graduación de general de la mar del Sur debe ser correspondiente a mariscal de campo, y su sueldo era de cinco mil pesos al año, al que se agregaba la gratificación de mesa, cuando estaba en campaña. 3. Este empleo de general de la mar del Sur ha mucho tiempo que está vacante y en su lugar había un oficial graduado de capitán de navío, y dado a conocer por comandante de aquella armada; pero no gozaba más sueldo que el que le correspondía como capitán de navío. 4. El segundo empleo de aquella marina es el de Almirante de la Armada; y no habiendo en ésta más que dos navíos, venían a ser recíprocamente estos dos oficiales comandante y almirante uno de otro, y el carácter de los empleos no tenía ni otros navíos, ni otros oficiales de comando sobre quienes extenderse. La graduación de este almirante ha sido siempre de capitán de navío, y como tal tenía 150 pesos de sueldo mensuales, y los mismos gozaba el que hacía oficio de general, sin nombramiento formal de tal.
5. Los capitanes de navío tenían en la mar del Sur, por gratificación para la mesa, doscientos cincuenta pesos mensuales, y la misma se les daba al general interino y al almirante de la Armada. 6. Los oficiales subalternos que se embarcaban en los navíos de aquella armada consistían en sólo dos clases, a saber: tenientes de navío y alférez de navío; los primeros con setenta y cinco pesos de sueldo mensual, y los segundos con cincuenta. 7. Los sueldos de los oficiales de mar eran correspondientes a los de guerra y a los de las marinerías y tropa, en esta forma: el artillero de mar gana veinticuatro pesos al mes, el marinero dieciocho, el grumete doce y el paje seis; los soldados rasos tienen quince pesos al mes, y estos pesos son de ocho reales, moneda corriente de aquellos reinos, que ahora distinguimos con el nombre de pesos fuertes. 8. Aunque parecen crecidos los sueldos de los oficiales y la gratificación de los capitanes, no lo son atendida la carestía del país, pues los ciento cincuenta pesos que tiene de sueldo el capitán de navío no bastan para mantenerse con aquella mediana decencia que correspon-de a su carácter, cuando está en tierra; y a este respecto sucede lo mismo con todos los demás oficiales. Las gratificaciones de doscientos cincuenta pesos no son tampoco excesivas, porque así lo necesario para el servicio de la mesa, como las provisiones correspondientes a rancho, son muy caras en todo el Perú, y aunque estas últimas no lo sean tanto en los puertos de Chile, lo son con extremo en toda la costa de Panamá, y mucho más en lo perteneciente a Nueva España, y compensando la baratura del paraje con la carestía que hay en otros, de ningún modo sería la gratificación suficiente si no tuvieran los capitanes el auxilio de las raciones, con las cuales son más soportables los gastos, pues, además de las que les corresponden por su grado, les ceden las suyas todos los oficiales y, percibidas en dinero, acrecientan la cantidad y facilitan el que los capitanes puedan costear la mesa, ciñéndose a una cosa regular y sin ninguna profusión.
9. El número de capitanes de navío que había en El Callao estaba reducido a los dos que hacían de comandante y almirante; el de teniente de navío, a cuatro o cinco, y otros tantos de alféreces de navío, los cuales eran suficientes para los dos navíos que se armaban por lo regular; y cuando se ofrecía mayor número, hacía el virrey creación de oficiales que servían la campaña, y después quedaban reformados. Este método se practicaba siempre hasta el año de 1745, que dejamos aquellos reinos, y de él se seguían los perjuicios que son regulares contra el real servicio, pues nombrando para los empleos personas que no tenían inteligencia en el servicio de la marina, no se dstinguen los navíos de guerra de los mercantes, y así eran correspondientes los sucesos de la campaña, cuyos ejemplares aún no han podido borrarse de la memoria, porque el tiempo que ha pasado después que sucedieron, no es bastante para desfigurarlos. 10. Como en estos navíos se provee todo lo tocante a víveres y utensilios por cuenta de Su Majestad, no llevan más que un maestre que va hecho cargo de todo lo perteneciente a las dos especies, y del dinero, o cualquier otra cosa que se embarque a bordo. Y para obtener este empleo es correspondiente que den fianzas, y en esta forma recae en ellos el nombramiento del virrey, precediendo para este fin propuesta del capitán a favor del sujeto. 11. Una de las prácticas antiguas que se conservan en la armada del Sur y, a nuestro parecer, muy acertada si los capitanes de aquel mar no abusaran de ella, era la de proponer éstos al virrey, los sujetos que eran de su aprobación para oficiales de mar; y sacándose los condestables y artilleros de brigada para el servicio de la marina de los de la plaza del Callao, se observaba en ellos lo mismo, como también con las tripulaciones, que cada uno juntaba según las que necesitaba para su navío, y de este modo sabía la calidad de toda la gente que llevaba y la confianza que podía hacer de ellas.
Y es lo mismo que se practica todavía en Inglaterra, aunque con la diferencia de que las marinerías que cada capitán juntaba en la mar del Sur, desde artilleros hasta pajes de escoba; era de gente voluntaria, en lugar de que en Inglaterra, por lo regular, es precisada, o sacándola de los navíos mercantes o tomándola de leva en las poblaciones vecinas a los puertos del mar. 12. En cuanto al número y clases de los oficiales de mar y tripulación marinera, no había mucha diferencia en su método al que se ha practicado en España últimamente, y la poca que había se reformó en nuestro tiempo, porque procuramos equipar los navíos en la mejor forma que fue posible, siguiendo el estilo de España. Y así en este asunto no hay ahora diferencia digna de notar. 13. A imitación de los artilleros de brigada que hay en España para servir a bordo de los navíos de guerra, a cuyo fin se embarca un pequeño número en cada uno, el suficiente para el cuidado de la artillería y para atender en el combate a su buen servicio, se embarcan allá artilleros de los que tiene la plaza del Callao; y de esta misma compañía de artilleros de la plaza del Callao se nombran condestables para los navíos de guerra. 14. Del mismo modo se sacaba de la plaza del Callao la tropa que iba de guarnición en los navíos, como ya se ha dicho en otra parte, de la misma que aquella plaza tiene por dotación; éstas compañías son llamadas "del número", porque existen tanto en tiempo de guerra como en el de paz, y se distinguen de las otras tropas que se acrecientan cuando hay guerras y temores de enemigos en aquella mar, en que éstas se reforman luego que cesa el motivo.
En cada navío se embarca un destacamento de sesenta hombres con un capitán y un alférez, y éstos no hacían servicio alguno a bordo de los navíos, ni otra cosa que cuidar de la infantería y comandarla, entendiéndose allí esto de tal modo que la tropa de infantería obedecía lo que mandaban sus dos oficiales, y no lo que disponían el teniente o alférez de navío que estaba de guardia; y le era forzoso al capitán del navío dar la orden de lo que había de ejecutar la tropa a los oficiales de infantería, para que éstos lo mandasen observar; de cuyo mal régimen no eran pocos los ruidos que se ofrecían. Y siempre estaban sujetos los capitanes de los navíos a dar satisfacción a los de infantería de todo lo que se mandaba tocante al servicio de la tropa, y con la autoridad que éste tenía, solía no convenir en lo que se le ordenaba, y aun negar la superioridad al que comandaba el navío, de que resultaban las discordias que suelen ser regulares cuando son dos los que mandan en un mismo asunto. 15. Desde el punto que los navíos que habíamos de mandar se empezaron a equipar, y se trató sobre destinar la infantería que habían de llevar, se le representó al virrey lo que convenía sobre este asunto. Y para evitar la repugnancia que podrían tener los capitanes de infantería de hacer servicio a bordo como los oficiales de marina; de estar sujetos a obedecer, estando acostumbrados a mandar; y de no ser más absolutos en la superioridad de su tropa que todos los demás oficiales en cuanto perteneciese a servicio, y no a aquellos particulares asuntos de gobierno económico, porque éstos siempre se dejaban reservados a su conocimiento y autoridad, se dispuso que no se embarcase capitán, sino, en su lugar, un teniente y el alférez, y que se escogiesen de aquellos oficiales que hubiese más inclinados a la marina, a fin de que pudiesen ser de alguna utilidad a bordo de los navíos.
Con cuya disposición se dio principio a establecer el método del servicio de la infantería y de sus oficiales a bordo de los navíos en el mismo modo que se practica en España, y que quedó reformado el antiguo, que hasta entonces se había observado con detrimento del servicio del rey. 16. Habiendo tratado del modo de tripular los navíos en aquella mar, tanto de marinería como de infantería, no debemos omitir las noticias correspondientes a la calidad de estas tripulaciones, y su disciplina, cuyos asuntos son los más principales para que se haga entero juicio de lo que es la armada del Sur, o de lo que era antes que El Callao se destruyese. 17. Las marinerías se componen allí de toda suerte de gentes, esto es: blancos, indios y mestizos, que son las generaciones de blanco y de indio, cuyo color se diferencia muy poco de los españoles; hay, asimismo, mulatos y también negros. Y así, la tripulación de un navío es un conjunto de castas de europeos, americanos y africanos. Entre todos éstos no deja de haber algunos buenos marineros, porque muchos son de los que van de España que, no pudiendo mejorar de fortuna por otra parte, al fin paran en este ejercicio. Entre los marineros criollos hay muchos que, además de ser hombres con arrestos para hacer cualquier faena, tienen conocimiento de su ejercicio, y trabajan en él con propiedad, aunque regularmente están poseídos de la desidia; y sucede que cuando la ocasión pide más prontitud para una faena, ellos se apresuran menos, y no haciendo caso ni del castigo, ni estimulándolos al agrado y la persuasión, unos por otros se dejan estar, sin que alguno se adelante a hacer lo que se manda, y más si es de noche y con algún poco de viento más que el regular; por esto se hace forzoso disponer la maniobra al tiempo de anochecer, para evitar, en cuanto sea posible, verse precisados a hacerla de noche, no siendo prudente confiar en la lentitud y flojedad de la marinería.
Esto se hace más reparable sabiendo que toda esta gente es muy resuelta y poco temerosa del peligro, por lo cual no se puede decir que proviene de temor, sino de la pereza que contraen en los navíos marchantes, sobre cuyo particular se dirá, asimismo, lo correspondiente en su lugar. 18. La infantería es tan descuidada y omisa como la marinería, de suerte que parece que, confederada toda aquella gente a no obedecer, bien que no a oponerse descubiertamente a lo que se les manda, ningún castigo ni reprensión es bastante para hacerlos puntuales en lo que les corresponde por obligación. Y así sirven las centinelas de tan poco que, sólo porque no falte en los navíos esta circunstancia como propia formalidad de los de guerra, se mantienen en ella, porque en lo restante nunca se observan las órdenes que se les dan con la formalidad que piden, ni tienen resolución para cumplirlas. Este defecto no es corregible en aquella tropa con diligencia alguna, ni toda la eficacia del que manda puede bastar para conseguir el fin. La poca formalidad de aquella tropa nace de que como desde sus principios le falta disciplina, no es fácil el dársela cuando se halla envejecida en el descuido; de que nace que un soldado que conoce que toda la pena de dormirse estando de centinela se ha de reducir allí, cuando más, a ponerlo de plantón o darle otro castigo equivalente, la sufre con gran resignación, y no por eso deja de volver a cometer el delito. Esto mismo sucede en todos los demás asuntos del servicio, que son propios efectos, como se ha dicho, de la falta de disciplina.
19. El defecto de aquella tropa no podrá corregirse, ni ella entrar en buena disciplina, si no se envía de España tropa que sirva algún tiempo, y se remude dentro de poco, porque sin esta disposición se echa a perder la que va de España, después que se ha detenido en aquellos países algunos años. La demora les hace perder el temor al castigo; pierde enteramente la vergüenza y se vicia tanto como la criolla, y en lugar de contribuir, la que se envíe de acá, a poner la del Perú en el pie de una buena disciplina, ella toma, con aquella mala, todas las costumbres contrarias a la bien arreglada milicia, y queda enteramente abandonada al descuido y al desorden a que lo está regularmente la criolla, a quien las costumbres y modales ya envejecidos del país, y el no salir casi nunca del albergue de sus parientes y conocidos que los protegen y libertan, hace que no puedan llegar a perfeccionarse en su ministerio. 20. No porque esta tropa del Perú tenga tanta falta de disciplina, ni porque aquella marinería sea por naturaleza floja y descuidada, puede decirse que no es buena para un combate; porque aunque padece los defectos notados, tiene toda la gente criolla bastante coraje, y teme la muerte tan poco, que se arroja al peligro sin reparo. Y aunque no sea buena para el servicio de los navíos de guerra navegando, puede serlo combatiendo; pues naciendo aquellos defectos en la falta de disciplina y del mal método de navegar que aprenden en los navíos marchantes, y no habiendo en ellos falta de ánimo para arrojarse al peligro con intrepidez, se podrá bien esperar de ellos que en la ocasión de un combate lo practiquen, aunque no se nos ofrecen ejemplares que acrediten lo uno, ni casos que den a entender lo otro, debiendo suponer, asimismo, que hay diferencia entre el valor con que se riñe un agravio propio contra un enemigo que ha ofendido, y el que se necesita para portarse en un combate con ardor y desenfado, y sin que la ceguedad del coraje haga perder la prudente reflexión que se necesita para que todos los lances salgan conforme los premedita el juicio.
Y así, debemos concluir que aquellas tripulaciones pueden ser valerosas de hombre a hombre, y que se acorten cuando, con un ánimo tranquilo, tengan que batallar; no obstante, siempre debemos inclinarnos a que, siendo naturalmente briosos, con mejor disciplina que la que tienen, serán muy a propósito para el servicio militar de la marina y para el de la marinería. 21. Aunque todos los puertos de mar que hay en aquellas costas se componen, por lo general, de marinería, hay algunos en donde sobresale más que en otros, como sucede, y ya se ha dicho, de los vecinos de Colán; los de Chiloé tienen, asimismo, mucha fama; después de éstos, los de Valparaíso y El Callao, y luego entran los de otros puertos que no son tan acreditados. La infantería del Callao, que lo es también de marina, se compone, por lo general, de gente de Lima, toda ella de castas blancas, excediendo algunos en lo blanco a los españoles, y sólo sabiendo que no lo son, se pueden tener por mestizos. 22. A correspondencia de la marinería, es igualmente de castas la mayor parte de los oficiales de mar, y así no es extraño ver un contramaestre indio, otro mestizo, un carpintero mulato o un calafatero negro. Regularmente suelen ser mulatos oscuros los cirujanos y barberos, porque son oficios que en Lima los ejerce la gente de esta casta, de que procede que cuando pasan a aquellos reinos algunos cirujanos españoles hábiles en este ejercicio, lo dejan luego que llegan allá por no concurrir en las juntas y curaciones con mulatos oscuros y conocidos por tales.
Para aquella armada podría ser disimulable la casta de los cirujanos, puesto que no se extraña en Lima, pero el mal está en que no saben su oficio poco ni mucho, y sus curaciones no se aventajan a las que el barbero pudiera hacer por sí solo. 23. La marinería abunda bastantemente en toda aquella costa, porque así los indios vecinos de los puertos principales que se nombraron en el primer discurso, como los que habitan en los pequeños puertos y lugares de ella, se emplean todos en el ejercicio de la mar. Y si se hiciera matrícula y numeración de ellos, sería muy cuantiosa, y al presente no parece tan considerable porque están repartidos, y porque cuando concluyen su viaje o acaban de hacer la pesca, se aplican a la labor del campo, al ejercicio de arrieros y a otros, como ya queda dicho. Pero nunca se dio el caso de que en el puerto del Callao (que es verdaderamente el principal de la mar del Sur) faltase marinería para armar los navíos de guerra al mismo tiempo que los marchantes, pues ambos tenían la que necesitaban sin que fuese necesario hacerla embarcar por fuerza en los de guerra, lo cual nace de que regularmente están bien pagados, pues antes de salir a navegar se les dan, por lo común, seis pagas. La campaña dura poco más de los seis meses, y como los alcances son cortos, se les satisfacen después que la concluyen; y está puesto en estilo que, ínterin se arman o desarman los navíos, la marinería que se ocupa en esto trabaja por jornal, que se les suministra diariamente, y de otra forma no convienen en ello; por esto deben entenderse los pagamentos y soldadas desde que los navíos salen a navegar hasta que se restituyan para invernar a su puerto.
24. Así como hemos dicho que son moderados los sueldos de los oficiales de marina, tanto de guerra como algunos de los de mar, es consiguiente advertir que los de la marinería son excesivos. De que nace que en la mar del Sur no se puede mantener escuadra formal, y que en tiempo de guerras, en que es preciso que la haya, debe ser corta, para no consumir en ella todos los haberes reales. Los sueldos de los artilleros están en veinticuatro pesos, y a este respecto en disminución hasta los pajes de escoba, que tienen seis. Estos sueldos son muy crecidos para una gente que está mantenida con ración diaria, y que no mantiene decencia alguna; a que se agrega que su vestuario consiste en un par de camisetas, otras dos o tres chamarras y otros tantos pares de calzones, todo de bayeta de la tierra, porque no usan medias ni zapatos, y todo el gasto de su vestuario, cuando salen a campaña, no llega a una docena de pesos, y reciben, si es artillero, ciento cuarenta y cuatro pesos de socorro, que es otro tanto dinero perdido, porque inmediatamente empiezan a distribuirlo mal, y si son casados, sus mujeres e hijos suelen ser los que menos participan de ello. 25. Claro es que no deben ceñirse las soldadas de esta gente a sólo lo que necesitan para su gasto personal ínterin que permanecen en la campaña, sino también para mantener sus familias, que es para el fin que se debe suponer trabajan. Pero aún bajo de esta consideración, nos parecen excesivas las soldadas que ganan, ya que con doce pesos al mes que tuviese un artillero, sería bastante para mantenerse él y su mujer, pues debemos suponer que ella ha de trabajar y ganar algo, ínterin que el marido está ausente, y todo junto es suficiente para mantenerse y para vestirse, y aún le sobrará dinero si no lo desperdicia.
No será fácil el reducir aquella marinería a menos soldada que las que tienen asignadas al presente, ínterin que no se les prohíba a los dueños de navíos marchantes el que puedan pagarles más que una cierta cantidad, menor siempre que la que corresponda a la plaza de artilleros, porque no haciéndose así, no habrá marinero que quiera ir a servir en un navío de guerra por la mitad, o menos, de lo que les dan en los navíos marchantes, y, privándose al mismo tiempo de la libertad que tienen éstos, entrar en la sujeción que es correspondiente a los de guerra. Y ésta es la razón que hay para no poderse reformar las soldadas de la gente de mar en los navíos de guerra, poniéndolas en un pie más regular. 26. La infantería tiene de prest quince pesos al mes, y como estando en tierra se incluye en este dinero el pan, es lo menos que se le puede asignar para que se mantengan. Cuando están embarcados tienen los mismos quince pesos y la ración regular de armada, y aunque entonces pudiera descontárseles alguna cosa, no nos parece que se debe hacer, atendiendo a que, estando embarcados, debe dárseles más prest que en tierra por ser mayor el trabajo, pues en la mar es preciso que tengan la guardia un día sí y otro no, lo que no sucede en tierra si no es por algún caso extraordinario; que si se navega son de su obligación las faenas que se hacen encima del alcázar, de cuyo trabajo, o de otro equivalente, están exentos cuando están en tierra, y, finalmente, que hallándose desembarcados, tienen libertad de trabajar cada uno en su oficio, porque todos saben alguno, y ganan lo bastante para que, junto con lo que se les da de prest, puedan mantener sus mujeres e hijos los que son casados, que, por ser tropa patricia, todos o la mayor parte de ella lo están, y cuando tienen destino en los navíos carecen de este subsidio, por lo que siempre parece que es justo el no hacerles mucho descuento de este prest, para que puedan dejar socorros a sus mujeres para mantenerse con los hijos que tuviesen.
Pero esto no embaraza el que se les rebajase una tercera parte estando embarcados, porque todavía les quedaría suficiente con los dos tercios, que serían diez pesos cada mes, y el daño que resultaría de esta rebaja no lo padecerían las tripulaciones ni sus dependientes tan sensiblemente como los capitanes y contramaestres de los navíos, que son en quien por último se refunde la mayor parte de lo que importan los pagamentos. 27. Entre aquellos antiguos usos que se conservan en la Armada del mar del Sur, lo era la taberna, y más propiamente la tienda que allí llaman pulpería, que por costumbre nunca reformada en aquella mar les está permitido tener no sólo a los contramestres o sargentos, sino también a los capitanes, y entre otras utilidades que redundan en su beneficio por el comando del navío lo era la pulpería. Redúcese ésta a una tienda en donde se encuentra todo lo que se puede imaginar de comestibles y de aquellos géneros que gasta la gente de mar; el pan tierno, sacando crecida porción de él cuando salen de los puertos, tienen para vender los primeros días de navegación; a imitación de esto llevan tarros de dulces y de picantes y, a correspondencia, vinos, aguardientes y frutas secas; y por la correspondiente a géneros se encuentran en estas tiendas paños y pañetes de la tierra, bayetas, tocuyos, cintas, hilo, agujas y otras menudencias de esta calidad. Desde que se hacen los pagamentos en aquel puerto empiezan a hacer lucro estas pulperías, y al fin de a campaña se resumen en ellas todo lo que el pagamento ha importado, excepto aquellas pequeñas porciones que los marineros o soldados dejan a sus mujeres y otras personas.
Y terminada la campaña le quedan al dueño de la pulpería de tres a cuatro mil pesos de ganancias o más. 28. No hay duda en que siendo el capitán del navío el dueño de la acción, podrá prohibir la venta a los demás para que todas las ganancias resulten a su favor. Y así, cuando lo ejecutan los contramaestres, o es con licencia suya para hacerlo con tales y tales géneros determinadamente, o con el disimulo necesario para que el capitán no lo sepa; también sucede que éste hace parcería con el contramaestre, y se convienen a mitad de ganancias, en cuya forma les tiene más cuenta a los capitanes, porque se libertan de lo que sus criados les pueden extraviar, y tienen la seguridad de que los contramaestres, que en tal caso corren con la pulpería, celarán bien la hacienda de entrambos. Aún fuera menos injusto el que los capitanes prohibieran ya que siguiendo la antigua costumbre debe haber tiendas en los navíos el que algún otro las pudiese tener, si al mismo tiempo no se opusiesen a que, cuando entran en algún puerto, acuda la gente de él a vender comestibles a bordo; pero como esto no les tendría cuenta, lo defienden con tal rectitud que las tripulaciones están reducidas, aun dentro del puerto, a comprar de las pulperías, con una usura tan considerable como que las rutas, las carnes y el pan, que en la población vale como uno, llevado a bordo se vende por cuatro o más, a cuya proporción aumenta el precio tan considerablemente luego que los navíos salen del puerto, que un panecillo, que en tierra costaba medio real de aquella moneda, levanta el precio, y ya vale cuatro rales, que es medio peso; y a este respecto sucede lo mismo con las frutas, con lo salado y con todo lo demás.
Y finalmente allí se venden dados y naipes, y hay juego público, con el grave perjuicio de que, durando éste de noche, se mantiene una luz que, siendo peligrosa por todos títulos, lo es con particularidad en lugar tan ocasionado como las tabernas y lugar de juego. 29. Bien mirado todo, se hallará que el monto de las soldadas de aquellas tripulaciones es beneficio del capitán y del contramaestre, y a éstos es a quien principalmente les tiene cuenta que sean crecidas las que estén asignadas a cada clase de la tripulación, porque tanto mayor es la utilidad que les debe quedar. Sin diferencia alguna, seguían la misma conducta los capitanes de aquella mar que los corregidores de tierra, porque en todo seguían igual régimen. 30. Lo que se pudo reformar de todo este desorden en nuestro tiempo y comando fue renunciar el fuero de tener aquella tienda o pulpería que, según la costumbre, podía sernos lícita; no admitir la parcería del contramaestre, prohibir que éstos pudiesen vender naipes y dados, ni tener luz en las tabernas, o admitir en ellas jugadores, y dar amplia facultad para que entrasen a bordo de los navíos, cuando estaban en los puertos, todos los portadores de comestibles que fuesen de tierra. Con lo cual se dio libertad para que las tripulaciones pudiesen comprar con conveniencia lo que necesitaban, sin estar sujetos a las tiranías que antes experimentaban. Bien hubiéramos querido reformarlo todo, pero no se pudo hacer más, porque siempre es difícil en los principios reducir la libertad a los términos de la estrechez y ceñirla a la razón; y por esto fue preciso, aunque con repugnancia, disimular mucho para evitar mayor daño, y contentarnos con dar principio a la reforma de los desórdenes, no siendo éste ni el primero ni el único que se corrigió entonces, pues ya le había precedido otro no menos pernicioso.
Porque a imitación de la conducta que se ha dicho en las sesiones donde se trata de este asunto, tienen en el Perú los gobernadores de las plazas, o los otros cabos militares de ellas, era la de los capitanes de navío en aquel mar; y así como aquéllos hacen fraude en la tropa por distintos modos, éstos lo practicaban en las tripulaciones vendiendo, para decirlo en sus propios términos, las plazas de ellas, porque antes de darlas se convenía con el capitán el marinero, dándole un tanto porque le hiciese sentar plaza de artillero, o de marinero, o porque lo hiciese oficial de mar. De lo cual sacaban sumas muy crecidas, pues a excepción de los oficiales de guerra, del proveedor y veedor, y del escribano, que eran nombrados con independencia del capitán, todos los demás le debían contribuir forzosamente con cierta cantidad proporcionada a cada plaza del navío. Y así el mandar navío era en aquel mar de tanto ingreso como el gobernar un corregimiento, y uno y otro bien perjudicial al bien público y al servicio del rey, cuando la conducta de los que manejaban tales empleos no seguía distinto rumbo que el corriente del país. 31. Este arbitrio de vender las plazas ha sido más usado en los viajes de armada a Panamá, que en las campañas de tiempo de guerra, porque las utilidades de aquellos son más crecidas; pero no obstante, así en unos viajes como en otros se practicaba este desorden sin cautela ni reparo. Este inconveniente, que verdaderamente es grande, trae consigo el fuero que tienen allí los capitanes para poner por sí las tripulaciones, dando a cada uno la plaza que le parece, proponiendo personas para oficiales de mar, y haciendo, sin intervención de nuestro ministerio, las listas de las tripulaciones.
Si los capitanes no se apartasen de la razón y de lo que deben hacer como hombres de honor, no habría mejor método para tripular bien los navíos. Los dos que nosotros mandamos lo fueran perfectamente, porque hubo gente en que escoger, y admitiendo para cada clase a aquella que era propia para ella, a ninguno se le dio más plaza que la que merecía; y por este cuidado salieron del Callao los dos navíos dejando admirados al virrey, a su comitiva y a lo más principal de Lima que fue a visitarlos, y a los mismos ministros del arsenal, que todos unánimes convenían en que, hasta entonces, no se había hecho armamento de igual calidad ni a menos costa. 32. Aunque son los capitanes los que forman las tripulaciones de los navíos que mandan, se asientan las plazas en la contaduría del sueldo y en la veeduría. Pero el régimen que se tenia era que, en virtud de una papeleta que el capitán daba a cada artillero, ocurría con ella adonde se le debía sentar la plaza; y no se podía hacer de otra forma, porque para dar las plazas es necesario tener conocimiento de los que las solicitan, y saber si son a propósito para ello, lo cual no es regular que se sepa en la Contaduría de Marina ni en la Veeduría, y sí muy propio del capitán, el cual, informándose de los oficiales de mar cuando él por sí no conozca la gente, sabe cuáles son buenos para una cosa y cuáles para otra. 33. Las tripulaciones que llevaron los dos navíos, "Belén" y "La Rosa", fueron tan buenas e iguales que, al sentir de todos, no había sacado otras semejantes ningunos navíos de los que se armaron en El Callao.
Aunque toda ella, o la mayor parte, había navegado en navíos de guerra, estaba no obstante tan ignorante de lo que a cada uno le correspondía por su obligación, que no se encontraba ni oficial, ni artillero de mar, ni marinero, que supiese lo que debía hacer en caso de combate, ni lo que era de su obligación navegando, o estando en puerto, porque unos y otros estaban totalmente faltos de disciplina; y, en fin, aun en aquel régimen económico que debían guardar entre sí, no acertaban a entenderse. De suerte que fue preciso instruirles en todo, como si siempre hubiesen navegado en navíos marchantes, en que se conoció bien el mal orden que tenían los de guerra de aquella armada. 34. Habiendo concluido con lo perteneciente al cuerpo de marina, tripulaciones y modo de hacer el servicio en campaña, concluiremos este discurso con la noticia de las raciones de armada que se suministran al capitán, a los oficiales y a todas las tripulaciones, y las de las especies que se embarcan para este fin. 35. Tiene, en el mar del Sur, el capitán de navío, según el antiguo reglamento que se ha seguido, ocho raciones diarias; una cada oficial, y una cada persona de la tripulación, hasta los pajes inclusive. Estas raciones son lo mismo que las que se dan en España a la armada en cuanto a la cantidad, y por lo que mira a la calidad hay alguna diferencia, como explicaremos. 36. Las especies que se suministran en las raciones de armada consisten en carne salada y fresca, bizcocho, tocino, arroz, menestras, aceite, vinagre y, en lugar de tocino y del aceite, se da grasa, que es la manteca de vacas.
Además de éstas se da vino con las raciones de algunos sujetos, en esta forma: al capitán del navío, cinco botijas de vino al mes; una a cada oficial militar de marina, y una a cada oficial de mar primero, que son el primer piloto, el primer contramaestre y el primer condestable; al maestre de navío, al cirujano, y al capellán, otra, pero ni el carpintero primero, ni el calafate, ni los otros oficiales de mar tienen ración de vino. Y por esto es casi indispensable el que a bordo de los navíos haya taberna, porque acostumbrada toda aquella gente de mar a la bebida del aguardiente, tan común en todas las Indias, que aun los más arreglados suelen estar comprendidos en su uso, si no se les permitiera en los navíos la libertad de tenerlo y poderse proveer de él como en tierra, lo tomarían de las dietas, o del que cada particular llevase para su uso, de que podría resultar mucho mayor perjuicio y desorden, por no ser posible el que todos lleven provisión para sí suficiente a la que necesitan en todo el viaje. El único medio que podría aplicarse sería el disponer que se le diese a cada uno ración de aguardiente, como se practica en los navíos ingleses y en los franceses cuando van a las colonias de las Indias, y para ello hacerles descuento de lo que importase la ración de aguardiente, de la soldada. Y con esta providencia correría sin inconvenientes la prohibición de las tabernas en aquellos navíos. 37. La provisión de la carne salada para el consumo de la armada, cuando es en El Callao, se hace de una de las dos partes siguientes: o de la serranía o del reino de Chile; y ésta se prefiere a la otra, porque, sin tener tanta sal, es más gustosa y de más aguante, y su precio en El Callao no es grande.
38. El bizcocho, que se hace parte en Lima y parte en El Callao, es de las harinas y trigo que baja de Chile; y aunque es de buena calidad, es de poco aguante, porque lo hacen en costra, y con facilidad le entra la polilla, lo cual no sucedería si lo hiciesen en galletas. 39. El tocino se lleva al Callao de la serranía en hojas bien curadas. De éste se da ración a las tripulaciones hasta que llegan a Chile o a la costa de Panamá; pero después que continúan los navíos en uno u otro destino, y que están consumidos los víveres que sacaron del Callao, se da otra cosa en su lugar, por no haber este género en aquellos parajes. 40. El arroz se lleva de Guayaquil y es muy bueno; las menestras van de la sierra, y el vino y el aceite, de Pisco y Nasca. 41. Cuando los navíos de guerra hacen campaña a las costas de Chile, les provee el país abundantemente de todo lo necesario, porque a excepción del tocino, aceite y azúcar para las dietas, porque no lo produce el país, hay en él con suma abundancia de todo lo demás, porque es la tierra del trigo, de las carnes, de las semillas, y la que produce vinos más exquisitos que otro ninguno terreno del Perú. Y de estos géneros es correspondiente a la abundancia, la baratura. 42. Luego que los navíos de la armada llegan a algún puerto de Chile, se da carne fresca a las tripulaciones; y como su baratura es tanta que, aun comprada ya de tercera mano, no excede cada vaca de cuatro pesos, y baja de aquí alguna cosa, y es tan gorda que toda ella es manteca, no se da la carne por ración, sino que, matándose diariamente una o dos vacas en cada navío, según la tripulación que tiene, se les deja que tomen a discreción cuanta carne quieran.
Y aunque hacen tres comidas de carnes al día, no se les reparte menestra ni otra cosa más que bizcocho. 43. Aunque en Chile hay escasez de tocino y de aceite, lo suple la mucha abundancia de grasa, y se da a las tripulaciones ración de esta especie para componer la menestra; y entonces toman diariamente ración de carne salada. 44. En el bizcocho que se hace en Chile para el servicio de los navíos de guerra hay un abuso en que se perjudica bastantemente la Real Hacienda. Y consiste en tener establecido que el bizcocho para el servicio de los navíos de guerra lo hagan entre los particulares del vecindario, pagándoseles a cuatro pesos cada quintal, no obstante que la fanega de trigo, del que llaman blanquillo en aquel reino, que es de la mejor calidad, constando de seis arrobas y seis libras, no tiene de valor más de que cinco a seis reales cuando más; desde este precio hasta el de cuatro pesos por el quintal de bizcocho, se ve el exceso, y más cuando ni la leña, ni los jornales para trabajarlo son subidos. Para ocurrir a este desorden convendría disponer que cuando vayan navíos de guerra a hacer campaña en aquellas costas, que lleven un panadero, y que tomando un horno arrendado por el tiempo que fuese necesario, o fabricándolo por cuenta del rey para que sirviese cuando se ofreciese, se hiciese en él bizcocho. En cuya forma saldría por un costo tan moderado que no llegaría ni aun a la mitad del que hoy tiene, con mermas y todo; pero sería necesario, para que sucediese así, que los que manejasen esta fábrica lo hiciesen con toda legalidad, porque faltando ésta, sería aún más costoso que el que ahora se compra por los cuatro pesos.
45. Otra pérdida sufre el rey en este asunto del bizcocho, también algo crecida, y consiste en que, luego que las tripulaciones llegan a Chile, suelen, con el motivo de ser bizcocho antiguo el que van gastando los navíos, aunque no tiene más tiempo que el que pasa desde que salen del Callao hasta que llegan a aquellos puertos, decir que está dañado, y precisan tan vez a que se eche al agua una crecida porción, parte porque en realidad empieza a picarse y parte porque, en llegando a aquel reino, se les hace cosa ardua el comer bizcocho del Callao, por cuya razón conviene que los navíos no lleven más que aquella porción que se juzga precisa para el viaje hasta llegar allá, y la que prudentemente deben tener asimismo por reserva; lo mismo sucede con la carne salada, y por eso conviene ejecutar con ella lo mismo. 46. En Panamá sucede todo al contrario, y los navíos que pasan a aquella ensenada, si se detienen en ella, causan unos costos muy exorbitantes en su manutención, y fuera de éstos, otros muy crecidos, después que salen de allí, en el reparo de los cascos y aparejos. Porque faltando todo en Panamá, es preciso que del Callao o de Lima se les envíe bizcocho, y harina para hacerlo, vino y aceite, menestras, jarcias y todo lo demás, a excepción de carne, que es lo que se tiene allí. Además de esto, las aguas continuas y los soles en tiempo de invierno, no dejan de dañar las maderas, y con particularidad padece la tablazón del fondo, pues, como ya se ha dicho, desde el puerto del Perico y toda la ensenada de Panamá, hacia la costa de Nueva España, hay bastante broma, pero es cosa particular y digna de notarse que desde aquella misma ensenada hacia el Perú, en ninguna parte de la costa se experimenta semejante accidente, ni padecen por esta causa las embarcaciones.
47. Los puertos de Nueva España son aún más escasos de víveres que Panamá, y se infiere de que de esta plaza se llevan a ellos los que sobran. Pero como esto no sucede muy de continuo, están escasos por lo regular, y pocas veces se les ofrece el tener que suministrar algunos a los navíos de guerra, porque sólo va uno cuando lo pide la causa, o casualidad de los asuntos. Y no siendo esto tan ordinario, no tenemos para qué dilatarnos más en ello, y tocando algo sobre los hospitales en que se cura la gente de marina, concluiremos nuestro discurso. 48. Había en la plaza del Callao, antes que se arruinase, un hospital de San Juan de Dios que determinadamente se había fundado allí, después de poco tiempo, para la curación de los enfermos de los navíos de guerra. Pero ya fuese porque no tenía toda la providencia y asistencia necesarias para este fin, o porque toda la marinería tenía sus casas y familias allí, u otras de conocidos y amigos en donde curarse con más formalidad, eran muy raros los que se valían del hospital, acudiendo cuando la ocasión o la necesidad les instaba, al de Lima, donde tenía toda la gente de mar, así de los navíos de guerra, como de los marchantes, un hospital fundado y dotado para su curación, con el título de Espíritu Santo, el cual se administraba por los mismos navegantes. Y además de las enfermerías que tenía para los marineros, había en él otras piezas separadas para oficiales de mar, y gente de alguna más distinción.
49. En La Concepción y en Panamá hay hospital de San Juan de Dios, pero no en Valparaíso. A ellos se llevan los enfermos de los navíos de guerra solamente cuando se infectan de enfermedades, porque la asistencia y cuidado que tienen con los enfermos es tan poco que siempre es mejor el que hay a bordo de los navíos, con ser por naturaleza incómodo el paraje para enfermos. En Guayaquil hay otro hospital, sin renta ni asistencia, con sólo la obra material, sin otra cosa. Este mal estado de los hospitales es uno de los defectos generales que se padece en todo el Perú, porque es sumo el descuido que hay en los que los administran, y mucha su codicia, de que resulta que los pobres están mal asistidos, y que se les defrauden las rentas y limosnas que deberían emplearse en su curación y alimentos. La marina participa de esta falta de providencia, e igualmente la tropa de infantería de tierra, y todo el público.
La graduación de este general no estaba muy aclarada, ni positivamente la que le debía corresponder, pues sólo cuando concurría a los consejos de guerra que se hacían en Lima con asistencia del virrey, y a los que acudía también el general de tierra, precedía en el asiento el que de los dos llegaba primero, lo que acredita la igualdad entre el empleo de general de tierra y el de general de mar. Los generales de las armas del Perú, o gobernadores del Callao, tenían regularmente graduación de mariscales de campo mientras mandasen, pero legítimamente en el ejército no tenían más que el grado de brigadier. A este ejemplar, no hay duda de que la graduación de general de la mar del Sur debe ser correspondiente a mariscal de campo, y su sueldo era de cinco mil pesos al año, al que se agregaba la gratificación de mesa, cuando estaba en campaña. 3. Este empleo de general de la mar del Sur ha mucho tiempo que está vacante y en su lugar había un oficial graduado de capitán de navío, y dado a conocer por comandante de aquella armada; pero no gozaba más sueldo que el que le correspondía como capitán de navío. 4. El segundo empleo de aquella marina es el de Almirante de la Armada; y no habiendo en ésta más que dos navíos, venían a ser recíprocamente estos dos oficiales comandante y almirante uno de otro, y el carácter de los empleos no tenía ni otros navíos, ni otros oficiales de comando sobre quienes extenderse. La graduación de este almirante ha sido siempre de capitán de navío, y como tal tenía 150 pesos de sueldo mensuales, y los mismos gozaba el que hacía oficio de general, sin nombramiento formal de tal.
5. Los capitanes de navío tenían en la mar del Sur, por gratificación para la mesa, doscientos cincuenta pesos mensuales, y la misma se les daba al general interino y al almirante de la Armada. 6. Los oficiales subalternos que se embarcaban en los navíos de aquella armada consistían en sólo dos clases, a saber: tenientes de navío y alférez de navío; los primeros con setenta y cinco pesos de sueldo mensual, y los segundos con cincuenta. 7. Los sueldos de los oficiales de mar eran correspondientes a los de guerra y a los de las marinerías y tropa, en esta forma: el artillero de mar gana veinticuatro pesos al mes, el marinero dieciocho, el grumete doce y el paje seis; los soldados rasos tienen quince pesos al mes, y estos pesos son de ocho reales, moneda corriente de aquellos reinos, que ahora distinguimos con el nombre de pesos fuertes. 8. Aunque parecen crecidos los sueldos de los oficiales y la gratificación de los capitanes, no lo son atendida la carestía del país, pues los ciento cincuenta pesos que tiene de sueldo el capitán de navío no bastan para mantenerse con aquella mediana decencia que correspon-de a su carácter, cuando está en tierra; y a este respecto sucede lo mismo con todos los demás oficiales. Las gratificaciones de doscientos cincuenta pesos no son tampoco excesivas, porque así lo necesario para el servicio de la mesa, como las provisiones correspondientes a rancho, son muy caras en todo el Perú, y aunque estas últimas no lo sean tanto en los puertos de Chile, lo son con extremo en toda la costa de Panamá, y mucho más en lo perteneciente a Nueva España, y compensando la baratura del paraje con la carestía que hay en otros, de ningún modo sería la gratificación suficiente si no tuvieran los capitanes el auxilio de las raciones, con las cuales son más soportables los gastos, pues, además de las que les corresponden por su grado, les ceden las suyas todos los oficiales y, percibidas en dinero, acrecientan la cantidad y facilitan el que los capitanes puedan costear la mesa, ciñéndose a una cosa regular y sin ninguna profusión.
9. El número de capitanes de navío que había en El Callao estaba reducido a los dos que hacían de comandante y almirante; el de teniente de navío, a cuatro o cinco, y otros tantos de alféreces de navío, los cuales eran suficientes para los dos navíos que se armaban por lo regular; y cuando se ofrecía mayor número, hacía el virrey creación de oficiales que servían la campaña, y después quedaban reformados. Este método se practicaba siempre hasta el año de 1745, que dejamos aquellos reinos, y de él se seguían los perjuicios que son regulares contra el real servicio, pues nombrando para los empleos personas que no tenían inteligencia en el servicio de la marina, no se dstinguen los navíos de guerra de los mercantes, y así eran correspondientes los sucesos de la campaña, cuyos ejemplares aún no han podido borrarse de la memoria, porque el tiempo que ha pasado después que sucedieron, no es bastante para desfigurarlos. 10. Como en estos navíos se provee todo lo tocante a víveres y utensilios por cuenta de Su Majestad, no llevan más que un maestre que va hecho cargo de todo lo perteneciente a las dos especies, y del dinero, o cualquier otra cosa que se embarque a bordo. Y para obtener este empleo es correspondiente que den fianzas, y en esta forma recae en ellos el nombramiento del virrey, precediendo para este fin propuesta del capitán a favor del sujeto. 11. Una de las prácticas antiguas que se conservan en la armada del Sur y, a nuestro parecer, muy acertada si los capitanes de aquel mar no abusaran de ella, era la de proponer éstos al virrey, los sujetos que eran de su aprobación para oficiales de mar; y sacándose los condestables y artilleros de brigada para el servicio de la marina de los de la plaza del Callao, se observaba en ellos lo mismo, como también con las tripulaciones, que cada uno juntaba según las que necesitaba para su navío, y de este modo sabía la calidad de toda la gente que llevaba y la confianza que podía hacer de ellas.
Y es lo mismo que se practica todavía en Inglaterra, aunque con la diferencia de que las marinerías que cada capitán juntaba en la mar del Sur, desde artilleros hasta pajes de escoba; era de gente voluntaria, en lugar de que en Inglaterra, por lo regular, es precisada, o sacándola de los navíos mercantes o tomándola de leva en las poblaciones vecinas a los puertos del mar. 12. En cuanto al número y clases de los oficiales de mar y tripulación marinera, no había mucha diferencia en su método al que se ha practicado en España últimamente, y la poca que había se reformó en nuestro tiempo, porque procuramos equipar los navíos en la mejor forma que fue posible, siguiendo el estilo de España. Y así en este asunto no hay ahora diferencia digna de notar. 13. A imitación de los artilleros de brigada que hay en España para servir a bordo de los navíos de guerra, a cuyo fin se embarca un pequeño número en cada uno, el suficiente para el cuidado de la artillería y para atender en el combate a su buen servicio, se embarcan allá artilleros de los que tiene la plaza del Callao; y de esta misma compañía de artilleros de la plaza del Callao se nombran condestables para los navíos de guerra. 14. Del mismo modo se sacaba de la plaza del Callao la tropa que iba de guarnición en los navíos, como ya se ha dicho en otra parte, de la misma que aquella plaza tiene por dotación; éstas compañías son llamadas "del número", porque existen tanto en tiempo de guerra como en el de paz, y se distinguen de las otras tropas que se acrecientan cuando hay guerras y temores de enemigos en aquella mar, en que éstas se reforman luego que cesa el motivo.
En cada navío se embarca un destacamento de sesenta hombres con un capitán y un alférez, y éstos no hacían servicio alguno a bordo de los navíos, ni otra cosa que cuidar de la infantería y comandarla, entendiéndose allí esto de tal modo que la tropa de infantería obedecía lo que mandaban sus dos oficiales, y no lo que disponían el teniente o alférez de navío que estaba de guardia; y le era forzoso al capitán del navío dar la orden de lo que había de ejecutar la tropa a los oficiales de infantería, para que éstos lo mandasen observar; de cuyo mal régimen no eran pocos los ruidos que se ofrecían. Y siempre estaban sujetos los capitanes de los navíos a dar satisfacción a los de infantería de todo lo que se mandaba tocante al servicio de la tropa, y con la autoridad que éste tenía, solía no convenir en lo que se le ordenaba, y aun negar la superioridad al que comandaba el navío, de que resultaban las discordias que suelen ser regulares cuando son dos los que mandan en un mismo asunto. 15. Desde el punto que los navíos que habíamos de mandar se empezaron a equipar, y se trató sobre destinar la infantería que habían de llevar, se le representó al virrey lo que convenía sobre este asunto. Y para evitar la repugnancia que podrían tener los capitanes de infantería de hacer servicio a bordo como los oficiales de marina; de estar sujetos a obedecer, estando acostumbrados a mandar; y de no ser más absolutos en la superioridad de su tropa que todos los demás oficiales en cuanto perteneciese a servicio, y no a aquellos particulares asuntos de gobierno económico, porque éstos siempre se dejaban reservados a su conocimiento y autoridad, se dispuso que no se embarcase capitán, sino, en su lugar, un teniente y el alférez, y que se escogiesen de aquellos oficiales que hubiese más inclinados a la marina, a fin de que pudiesen ser de alguna utilidad a bordo de los navíos.
Con cuya disposición se dio principio a establecer el método del servicio de la infantería y de sus oficiales a bordo de los navíos en el mismo modo que se practica en España, y que quedó reformado el antiguo, que hasta entonces se había observado con detrimento del servicio del rey. 16. Habiendo tratado del modo de tripular los navíos en aquella mar, tanto de marinería como de infantería, no debemos omitir las noticias correspondientes a la calidad de estas tripulaciones, y su disciplina, cuyos asuntos son los más principales para que se haga entero juicio de lo que es la armada del Sur, o de lo que era antes que El Callao se destruyese. 17. Las marinerías se componen allí de toda suerte de gentes, esto es: blancos, indios y mestizos, que son las generaciones de blanco y de indio, cuyo color se diferencia muy poco de los españoles; hay, asimismo, mulatos y también negros. Y así, la tripulación de un navío es un conjunto de castas de europeos, americanos y africanos. Entre todos éstos no deja de haber algunos buenos marineros, porque muchos son de los que van de España que, no pudiendo mejorar de fortuna por otra parte, al fin paran en este ejercicio. Entre los marineros criollos hay muchos que, además de ser hombres con arrestos para hacer cualquier faena, tienen conocimiento de su ejercicio, y trabajan en él con propiedad, aunque regularmente están poseídos de la desidia; y sucede que cuando la ocasión pide más prontitud para una faena, ellos se apresuran menos, y no haciendo caso ni del castigo, ni estimulándolos al agrado y la persuasión, unos por otros se dejan estar, sin que alguno se adelante a hacer lo que se manda, y más si es de noche y con algún poco de viento más que el regular; por esto se hace forzoso disponer la maniobra al tiempo de anochecer, para evitar, en cuanto sea posible, verse precisados a hacerla de noche, no siendo prudente confiar en la lentitud y flojedad de la marinería.
Esto se hace más reparable sabiendo que toda esta gente es muy resuelta y poco temerosa del peligro, por lo cual no se puede decir que proviene de temor, sino de la pereza que contraen en los navíos marchantes, sobre cuyo particular se dirá, asimismo, lo correspondiente en su lugar. 18. La infantería es tan descuidada y omisa como la marinería, de suerte que parece que, confederada toda aquella gente a no obedecer, bien que no a oponerse descubiertamente a lo que se les manda, ningún castigo ni reprensión es bastante para hacerlos puntuales en lo que les corresponde por obligación. Y así sirven las centinelas de tan poco que, sólo porque no falte en los navíos esta circunstancia como propia formalidad de los de guerra, se mantienen en ella, porque en lo restante nunca se observan las órdenes que se les dan con la formalidad que piden, ni tienen resolución para cumplirlas. Este defecto no es corregible en aquella tropa con diligencia alguna, ni toda la eficacia del que manda puede bastar para conseguir el fin. La poca formalidad de aquella tropa nace de que como desde sus principios le falta disciplina, no es fácil el dársela cuando se halla envejecida en el descuido; de que nace que un soldado que conoce que toda la pena de dormirse estando de centinela se ha de reducir allí, cuando más, a ponerlo de plantón o darle otro castigo equivalente, la sufre con gran resignación, y no por eso deja de volver a cometer el delito. Esto mismo sucede en todos los demás asuntos del servicio, que son propios efectos, como se ha dicho, de la falta de disciplina.
19. El defecto de aquella tropa no podrá corregirse, ni ella entrar en buena disciplina, si no se envía de España tropa que sirva algún tiempo, y se remude dentro de poco, porque sin esta disposición se echa a perder la que va de España, después que se ha detenido en aquellos países algunos años. La demora les hace perder el temor al castigo; pierde enteramente la vergüenza y se vicia tanto como la criolla, y en lugar de contribuir, la que se envíe de acá, a poner la del Perú en el pie de una buena disciplina, ella toma, con aquella mala, todas las costumbres contrarias a la bien arreglada milicia, y queda enteramente abandonada al descuido y al desorden a que lo está regularmente la criolla, a quien las costumbres y modales ya envejecidos del país, y el no salir casi nunca del albergue de sus parientes y conocidos que los protegen y libertan, hace que no puedan llegar a perfeccionarse en su ministerio. 20. No porque esta tropa del Perú tenga tanta falta de disciplina, ni porque aquella marinería sea por naturaleza floja y descuidada, puede decirse que no es buena para un combate; porque aunque padece los defectos notados, tiene toda la gente criolla bastante coraje, y teme la muerte tan poco, que se arroja al peligro sin reparo. Y aunque no sea buena para el servicio de los navíos de guerra navegando, puede serlo combatiendo; pues naciendo aquellos defectos en la falta de disciplina y del mal método de navegar que aprenden en los navíos marchantes, y no habiendo en ellos falta de ánimo para arrojarse al peligro con intrepidez, se podrá bien esperar de ellos que en la ocasión de un combate lo practiquen, aunque no se nos ofrecen ejemplares que acrediten lo uno, ni casos que den a entender lo otro, debiendo suponer, asimismo, que hay diferencia entre el valor con que se riñe un agravio propio contra un enemigo que ha ofendido, y el que se necesita para portarse en un combate con ardor y desenfado, y sin que la ceguedad del coraje haga perder la prudente reflexión que se necesita para que todos los lances salgan conforme los premedita el juicio.
Y así, debemos concluir que aquellas tripulaciones pueden ser valerosas de hombre a hombre, y que se acorten cuando, con un ánimo tranquilo, tengan que batallar; no obstante, siempre debemos inclinarnos a que, siendo naturalmente briosos, con mejor disciplina que la que tienen, serán muy a propósito para el servicio militar de la marina y para el de la marinería. 21. Aunque todos los puertos de mar que hay en aquellas costas se componen, por lo general, de marinería, hay algunos en donde sobresale más que en otros, como sucede, y ya se ha dicho, de los vecinos de Colán; los de Chiloé tienen, asimismo, mucha fama; después de éstos, los de Valparaíso y El Callao, y luego entran los de otros puertos que no son tan acreditados. La infantería del Callao, que lo es también de marina, se compone, por lo general, de gente de Lima, toda ella de castas blancas, excediendo algunos en lo blanco a los españoles, y sólo sabiendo que no lo son, se pueden tener por mestizos. 22. A correspondencia de la marinería, es igualmente de castas la mayor parte de los oficiales de mar, y así no es extraño ver un contramaestre indio, otro mestizo, un carpintero mulato o un calafatero negro. Regularmente suelen ser mulatos oscuros los cirujanos y barberos, porque son oficios que en Lima los ejerce la gente de esta casta, de que procede que cuando pasan a aquellos reinos algunos cirujanos españoles hábiles en este ejercicio, lo dejan luego que llegan allá por no concurrir en las juntas y curaciones con mulatos oscuros y conocidos por tales.
Para aquella armada podría ser disimulable la casta de los cirujanos, puesto que no se extraña en Lima, pero el mal está en que no saben su oficio poco ni mucho, y sus curaciones no se aventajan a las que el barbero pudiera hacer por sí solo. 23. La marinería abunda bastantemente en toda aquella costa, porque así los indios vecinos de los puertos principales que se nombraron en el primer discurso, como los que habitan en los pequeños puertos y lugares de ella, se emplean todos en el ejercicio de la mar. Y si se hiciera matrícula y numeración de ellos, sería muy cuantiosa, y al presente no parece tan considerable porque están repartidos, y porque cuando concluyen su viaje o acaban de hacer la pesca, se aplican a la labor del campo, al ejercicio de arrieros y a otros, como ya queda dicho. Pero nunca se dio el caso de que en el puerto del Callao (que es verdaderamente el principal de la mar del Sur) faltase marinería para armar los navíos de guerra al mismo tiempo que los marchantes, pues ambos tenían la que necesitaban sin que fuese necesario hacerla embarcar por fuerza en los de guerra, lo cual nace de que regularmente están bien pagados, pues antes de salir a navegar se les dan, por lo común, seis pagas. La campaña dura poco más de los seis meses, y como los alcances son cortos, se les satisfacen después que la concluyen; y está puesto en estilo que, ínterin se arman o desarman los navíos, la marinería que se ocupa en esto trabaja por jornal, que se les suministra diariamente, y de otra forma no convienen en ello; por esto deben entenderse los pagamentos y soldadas desde que los navíos salen a navegar hasta que se restituyan para invernar a su puerto.
24. Así como hemos dicho que son moderados los sueldos de los oficiales de marina, tanto de guerra como algunos de los de mar, es consiguiente advertir que los de la marinería son excesivos. De que nace que en la mar del Sur no se puede mantener escuadra formal, y que en tiempo de guerras, en que es preciso que la haya, debe ser corta, para no consumir en ella todos los haberes reales. Los sueldos de los artilleros están en veinticuatro pesos, y a este respecto en disminución hasta los pajes de escoba, que tienen seis. Estos sueldos son muy crecidos para una gente que está mantenida con ración diaria, y que no mantiene decencia alguna; a que se agrega que su vestuario consiste en un par de camisetas, otras dos o tres chamarras y otros tantos pares de calzones, todo de bayeta de la tierra, porque no usan medias ni zapatos, y todo el gasto de su vestuario, cuando salen a campaña, no llega a una docena de pesos, y reciben, si es artillero, ciento cuarenta y cuatro pesos de socorro, que es otro tanto dinero perdido, porque inmediatamente empiezan a distribuirlo mal, y si son casados, sus mujeres e hijos suelen ser los que menos participan de ello. 25. Claro es que no deben ceñirse las soldadas de esta gente a sólo lo que necesitan para su gasto personal ínterin que permanecen en la campaña, sino también para mantener sus familias, que es para el fin que se debe suponer trabajan. Pero aún bajo de esta consideración, nos parecen excesivas las soldadas que ganan, ya que con doce pesos al mes que tuviese un artillero, sería bastante para mantenerse él y su mujer, pues debemos suponer que ella ha de trabajar y ganar algo, ínterin que el marido está ausente, y todo junto es suficiente para mantenerse y para vestirse, y aún le sobrará dinero si no lo desperdicia.
No será fácil el reducir aquella marinería a menos soldada que las que tienen asignadas al presente, ínterin que no se les prohíba a los dueños de navíos marchantes el que puedan pagarles más que una cierta cantidad, menor siempre que la que corresponda a la plaza de artilleros, porque no haciéndose así, no habrá marinero que quiera ir a servir en un navío de guerra por la mitad, o menos, de lo que les dan en los navíos marchantes, y, privándose al mismo tiempo de la libertad que tienen éstos, entrar en la sujeción que es correspondiente a los de guerra. Y ésta es la razón que hay para no poderse reformar las soldadas de la gente de mar en los navíos de guerra, poniéndolas en un pie más regular. 26. La infantería tiene de prest quince pesos al mes, y como estando en tierra se incluye en este dinero el pan, es lo menos que se le puede asignar para que se mantengan. Cuando están embarcados tienen los mismos quince pesos y la ración regular de armada, y aunque entonces pudiera descontárseles alguna cosa, no nos parece que se debe hacer, atendiendo a que, estando embarcados, debe dárseles más prest que en tierra por ser mayor el trabajo, pues en la mar es preciso que tengan la guardia un día sí y otro no, lo que no sucede en tierra si no es por algún caso extraordinario; que si se navega son de su obligación las faenas que se hacen encima del alcázar, de cuyo trabajo, o de otro equivalente, están exentos cuando están en tierra, y, finalmente, que hallándose desembarcados, tienen libertad de trabajar cada uno en su oficio, porque todos saben alguno, y ganan lo bastante para que, junto con lo que se les da de prest, puedan mantener sus mujeres e hijos los que son casados, que, por ser tropa patricia, todos o la mayor parte de ella lo están, y cuando tienen destino en los navíos carecen de este subsidio, por lo que siempre parece que es justo el no hacerles mucho descuento de este prest, para que puedan dejar socorros a sus mujeres para mantenerse con los hijos que tuviesen.
Pero esto no embaraza el que se les rebajase una tercera parte estando embarcados, porque todavía les quedaría suficiente con los dos tercios, que serían diez pesos cada mes, y el daño que resultaría de esta rebaja no lo padecerían las tripulaciones ni sus dependientes tan sensiblemente como los capitanes y contramaestres de los navíos, que son en quien por último se refunde la mayor parte de lo que importan los pagamentos. 27. Entre aquellos antiguos usos que se conservan en la Armada del mar del Sur, lo era la taberna, y más propiamente la tienda que allí llaman pulpería, que por costumbre nunca reformada en aquella mar les está permitido tener no sólo a los contramestres o sargentos, sino también a los capitanes, y entre otras utilidades que redundan en su beneficio por el comando del navío lo era la pulpería. Redúcese ésta a una tienda en donde se encuentra todo lo que se puede imaginar de comestibles y de aquellos géneros que gasta la gente de mar; el pan tierno, sacando crecida porción de él cuando salen de los puertos, tienen para vender los primeros días de navegación; a imitación de esto llevan tarros de dulces y de picantes y, a correspondencia, vinos, aguardientes y frutas secas; y por la correspondiente a géneros se encuentran en estas tiendas paños y pañetes de la tierra, bayetas, tocuyos, cintas, hilo, agujas y otras menudencias de esta calidad. Desde que se hacen los pagamentos en aquel puerto empiezan a hacer lucro estas pulperías, y al fin de a campaña se resumen en ellas todo lo que el pagamento ha importado, excepto aquellas pequeñas porciones que los marineros o soldados dejan a sus mujeres y otras personas.
Y terminada la campaña le quedan al dueño de la pulpería de tres a cuatro mil pesos de ganancias o más. 28. No hay duda en que siendo el capitán del navío el dueño de la acción, podrá prohibir la venta a los demás para que todas las ganancias resulten a su favor. Y así, cuando lo ejecutan los contramaestres, o es con licencia suya para hacerlo con tales y tales géneros determinadamente, o con el disimulo necesario para que el capitán no lo sepa; también sucede que éste hace parcería con el contramaestre, y se convienen a mitad de ganancias, en cuya forma les tiene más cuenta a los capitanes, porque se libertan de lo que sus criados les pueden extraviar, y tienen la seguridad de que los contramaestres, que en tal caso corren con la pulpería, celarán bien la hacienda de entrambos. Aún fuera menos injusto el que los capitanes prohibieran ya que siguiendo la antigua costumbre debe haber tiendas en los navíos el que algún otro las pudiese tener, si al mismo tiempo no se opusiesen a que, cuando entran en algún puerto, acuda la gente de él a vender comestibles a bordo; pero como esto no les tendría cuenta, lo defienden con tal rectitud que las tripulaciones están reducidas, aun dentro del puerto, a comprar de las pulperías, con una usura tan considerable como que las rutas, las carnes y el pan, que en la población vale como uno, llevado a bordo se vende por cuatro o más, a cuya proporción aumenta el precio tan considerablemente luego que los navíos salen del puerto, que un panecillo, que en tierra costaba medio real de aquella moneda, levanta el precio, y ya vale cuatro rales, que es medio peso; y a este respecto sucede lo mismo con las frutas, con lo salado y con todo lo demás.
Y finalmente allí se venden dados y naipes, y hay juego público, con el grave perjuicio de que, durando éste de noche, se mantiene una luz que, siendo peligrosa por todos títulos, lo es con particularidad en lugar tan ocasionado como las tabernas y lugar de juego. 29. Bien mirado todo, se hallará que el monto de las soldadas de aquellas tripulaciones es beneficio del capitán y del contramaestre, y a éstos es a quien principalmente les tiene cuenta que sean crecidas las que estén asignadas a cada clase de la tripulación, porque tanto mayor es la utilidad que les debe quedar. Sin diferencia alguna, seguían la misma conducta los capitanes de aquella mar que los corregidores de tierra, porque en todo seguían igual régimen. 30. Lo que se pudo reformar de todo este desorden en nuestro tiempo y comando fue renunciar el fuero de tener aquella tienda o pulpería que, según la costumbre, podía sernos lícita; no admitir la parcería del contramaestre, prohibir que éstos pudiesen vender naipes y dados, ni tener luz en las tabernas, o admitir en ellas jugadores, y dar amplia facultad para que entrasen a bordo de los navíos, cuando estaban en los puertos, todos los portadores de comestibles que fuesen de tierra. Con lo cual se dio libertad para que las tripulaciones pudiesen comprar con conveniencia lo que necesitaban, sin estar sujetos a las tiranías que antes experimentaban. Bien hubiéramos querido reformarlo todo, pero no se pudo hacer más, porque siempre es difícil en los principios reducir la libertad a los términos de la estrechez y ceñirla a la razón; y por esto fue preciso, aunque con repugnancia, disimular mucho para evitar mayor daño, y contentarnos con dar principio a la reforma de los desórdenes, no siendo éste ni el primero ni el único que se corrigió entonces, pues ya le había precedido otro no menos pernicioso.
Porque a imitación de la conducta que se ha dicho en las sesiones donde se trata de este asunto, tienen en el Perú los gobernadores de las plazas, o los otros cabos militares de ellas, era la de los capitanes de navío en aquel mar; y así como aquéllos hacen fraude en la tropa por distintos modos, éstos lo practicaban en las tripulaciones vendiendo, para decirlo en sus propios términos, las plazas de ellas, porque antes de darlas se convenía con el capitán el marinero, dándole un tanto porque le hiciese sentar plaza de artillero, o de marinero, o porque lo hiciese oficial de mar. De lo cual sacaban sumas muy crecidas, pues a excepción de los oficiales de guerra, del proveedor y veedor, y del escribano, que eran nombrados con independencia del capitán, todos los demás le debían contribuir forzosamente con cierta cantidad proporcionada a cada plaza del navío. Y así el mandar navío era en aquel mar de tanto ingreso como el gobernar un corregimiento, y uno y otro bien perjudicial al bien público y al servicio del rey, cuando la conducta de los que manejaban tales empleos no seguía distinto rumbo que el corriente del país. 31. Este arbitrio de vender las plazas ha sido más usado en los viajes de armada a Panamá, que en las campañas de tiempo de guerra, porque las utilidades de aquellos son más crecidas; pero no obstante, así en unos viajes como en otros se practicaba este desorden sin cautela ni reparo. Este inconveniente, que verdaderamente es grande, trae consigo el fuero que tienen allí los capitanes para poner por sí las tripulaciones, dando a cada uno la plaza que le parece, proponiendo personas para oficiales de mar, y haciendo, sin intervención de nuestro ministerio, las listas de las tripulaciones.
Si los capitanes no se apartasen de la razón y de lo que deben hacer como hombres de honor, no habría mejor método para tripular bien los navíos. Los dos que nosotros mandamos lo fueran perfectamente, porque hubo gente en que escoger, y admitiendo para cada clase a aquella que era propia para ella, a ninguno se le dio más plaza que la que merecía; y por este cuidado salieron del Callao los dos navíos dejando admirados al virrey, a su comitiva y a lo más principal de Lima que fue a visitarlos, y a los mismos ministros del arsenal, que todos unánimes convenían en que, hasta entonces, no se había hecho armamento de igual calidad ni a menos costa. 32. Aunque son los capitanes los que forman las tripulaciones de los navíos que mandan, se asientan las plazas en la contaduría del sueldo y en la veeduría. Pero el régimen que se tenia era que, en virtud de una papeleta que el capitán daba a cada artillero, ocurría con ella adonde se le debía sentar la plaza; y no se podía hacer de otra forma, porque para dar las plazas es necesario tener conocimiento de los que las solicitan, y saber si son a propósito para ello, lo cual no es regular que se sepa en la Contaduría de Marina ni en la Veeduría, y sí muy propio del capitán, el cual, informándose de los oficiales de mar cuando él por sí no conozca la gente, sabe cuáles son buenos para una cosa y cuáles para otra. 33. Las tripulaciones que llevaron los dos navíos, "Belén" y "La Rosa", fueron tan buenas e iguales que, al sentir de todos, no había sacado otras semejantes ningunos navíos de los que se armaron en El Callao.
Aunque toda ella, o la mayor parte, había navegado en navíos de guerra, estaba no obstante tan ignorante de lo que a cada uno le correspondía por su obligación, que no se encontraba ni oficial, ni artillero de mar, ni marinero, que supiese lo que debía hacer en caso de combate, ni lo que era de su obligación navegando, o estando en puerto, porque unos y otros estaban totalmente faltos de disciplina; y, en fin, aun en aquel régimen económico que debían guardar entre sí, no acertaban a entenderse. De suerte que fue preciso instruirles en todo, como si siempre hubiesen navegado en navíos marchantes, en que se conoció bien el mal orden que tenían los de guerra de aquella armada. 34. Habiendo concluido con lo perteneciente al cuerpo de marina, tripulaciones y modo de hacer el servicio en campaña, concluiremos este discurso con la noticia de las raciones de armada que se suministran al capitán, a los oficiales y a todas las tripulaciones, y las de las especies que se embarcan para este fin. 35. Tiene, en el mar del Sur, el capitán de navío, según el antiguo reglamento que se ha seguido, ocho raciones diarias; una cada oficial, y una cada persona de la tripulación, hasta los pajes inclusive. Estas raciones son lo mismo que las que se dan en España a la armada en cuanto a la cantidad, y por lo que mira a la calidad hay alguna diferencia, como explicaremos. 36. Las especies que se suministran en las raciones de armada consisten en carne salada y fresca, bizcocho, tocino, arroz, menestras, aceite, vinagre y, en lugar de tocino y del aceite, se da grasa, que es la manteca de vacas.
Además de éstas se da vino con las raciones de algunos sujetos, en esta forma: al capitán del navío, cinco botijas de vino al mes; una a cada oficial militar de marina, y una a cada oficial de mar primero, que son el primer piloto, el primer contramaestre y el primer condestable; al maestre de navío, al cirujano, y al capellán, otra, pero ni el carpintero primero, ni el calafate, ni los otros oficiales de mar tienen ración de vino. Y por esto es casi indispensable el que a bordo de los navíos haya taberna, porque acostumbrada toda aquella gente de mar a la bebida del aguardiente, tan común en todas las Indias, que aun los más arreglados suelen estar comprendidos en su uso, si no se les permitiera en los navíos la libertad de tenerlo y poderse proveer de él como en tierra, lo tomarían de las dietas, o del que cada particular llevase para su uso, de que podría resultar mucho mayor perjuicio y desorden, por no ser posible el que todos lleven provisión para sí suficiente a la que necesitan en todo el viaje. El único medio que podría aplicarse sería el disponer que se le diese a cada uno ración de aguardiente, como se practica en los navíos ingleses y en los franceses cuando van a las colonias de las Indias, y para ello hacerles descuento de lo que importase la ración de aguardiente, de la soldada. Y con esta providencia correría sin inconvenientes la prohibición de las tabernas en aquellos navíos. 37. La provisión de la carne salada para el consumo de la armada, cuando es en El Callao, se hace de una de las dos partes siguientes: o de la serranía o del reino de Chile; y ésta se prefiere a la otra, porque, sin tener tanta sal, es más gustosa y de más aguante, y su precio en El Callao no es grande.
38. El bizcocho, que se hace parte en Lima y parte en El Callao, es de las harinas y trigo que baja de Chile; y aunque es de buena calidad, es de poco aguante, porque lo hacen en costra, y con facilidad le entra la polilla, lo cual no sucedería si lo hiciesen en galletas. 39. El tocino se lleva al Callao de la serranía en hojas bien curadas. De éste se da ración a las tripulaciones hasta que llegan a Chile o a la costa de Panamá; pero después que continúan los navíos en uno u otro destino, y que están consumidos los víveres que sacaron del Callao, se da otra cosa en su lugar, por no haber este género en aquellos parajes. 40. El arroz se lleva de Guayaquil y es muy bueno; las menestras van de la sierra, y el vino y el aceite, de Pisco y Nasca. 41. Cuando los navíos de guerra hacen campaña a las costas de Chile, les provee el país abundantemente de todo lo necesario, porque a excepción del tocino, aceite y azúcar para las dietas, porque no lo produce el país, hay en él con suma abundancia de todo lo demás, porque es la tierra del trigo, de las carnes, de las semillas, y la que produce vinos más exquisitos que otro ninguno terreno del Perú. Y de estos géneros es correspondiente a la abundancia, la baratura. 42. Luego que los navíos de la armada llegan a algún puerto de Chile, se da carne fresca a las tripulaciones; y como su baratura es tanta que, aun comprada ya de tercera mano, no excede cada vaca de cuatro pesos, y baja de aquí alguna cosa, y es tan gorda que toda ella es manteca, no se da la carne por ración, sino que, matándose diariamente una o dos vacas en cada navío, según la tripulación que tiene, se les deja que tomen a discreción cuanta carne quieran.
Y aunque hacen tres comidas de carnes al día, no se les reparte menestra ni otra cosa más que bizcocho. 43. Aunque en Chile hay escasez de tocino y de aceite, lo suple la mucha abundancia de grasa, y se da a las tripulaciones ración de esta especie para componer la menestra; y entonces toman diariamente ración de carne salada. 44. En el bizcocho que se hace en Chile para el servicio de los navíos de guerra hay un abuso en que se perjudica bastantemente la Real Hacienda. Y consiste en tener establecido que el bizcocho para el servicio de los navíos de guerra lo hagan entre los particulares del vecindario, pagándoseles a cuatro pesos cada quintal, no obstante que la fanega de trigo, del que llaman blanquillo en aquel reino, que es de la mejor calidad, constando de seis arrobas y seis libras, no tiene de valor más de que cinco a seis reales cuando más; desde este precio hasta el de cuatro pesos por el quintal de bizcocho, se ve el exceso, y más cuando ni la leña, ni los jornales para trabajarlo son subidos. Para ocurrir a este desorden convendría disponer que cuando vayan navíos de guerra a hacer campaña en aquellas costas, que lleven un panadero, y que tomando un horno arrendado por el tiempo que fuese necesario, o fabricándolo por cuenta del rey para que sirviese cuando se ofreciese, se hiciese en él bizcocho. En cuya forma saldría por un costo tan moderado que no llegaría ni aun a la mitad del que hoy tiene, con mermas y todo; pero sería necesario, para que sucediese así, que los que manejasen esta fábrica lo hiciesen con toda legalidad, porque faltando ésta, sería aún más costoso que el que ahora se compra por los cuatro pesos.
45. Otra pérdida sufre el rey en este asunto del bizcocho, también algo crecida, y consiste en que, luego que las tripulaciones llegan a Chile, suelen, con el motivo de ser bizcocho antiguo el que van gastando los navíos, aunque no tiene más tiempo que el que pasa desde que salen del Callao hasta que llegan a aquellos puertos, decir que está dañado, y precisan tan vez a que se eche al agua una crecida porción, parte porque en realidad empieza a picarse y parte porque, en llegando a aquel reino, se les hace cosa ardua el comer bizcocho del Callao, por cuya razón conviene que los navíos no lleven más que aquella porción que se juzga precisa para el viaje hasta llegar allá, y la que prudentemente deben tener asimismo por reserva; lo mismo sucede con la carne salada, y por eso conviene ejecutar con ella lo mismo. 46. En Panamá sucede todo al contrario, y los navíos que pasan a aquella ensenada, si se detienen en ella, causan unos costos muy exorbitantes en su manutención, y fuera de éstos, otros muy crecidos, después que salen de allí, en el reparo de los cascos y aparejos. Porque faltando todo en Panamá, es preciso que del Callao o de Lima se les envíe bizcocho, y harina para hacerlo, vino y aceite, menestras, jarcias y todo lo demás, a excepción de carne, que es lo que se tiene allí. Además de esto, las aguas continuas y los soles en tiempo de invierno, no dejan de dañar las maderas, y con particularidad padece la tablazón del fondo, pues, como ya se ha dicho, desde el puerto del Perico y toda la ensenada de Panamá, hacia la costa de Nueva España, hay bastante broma, pero es cosa particular y digna de notarse que desde aquella misma ensenada hacia el Perú, en ninguna parte de la costa se experimenta semejante accidente, ni padecen por esta causa las embarcaciones.
47. Los puertos de Nueva España son aún más escasos de víveres que Panamá, y se infiere de que de esta plaza se llevan a ellos los que sobran. Pero como esto no sucede muy de continuo, están escasos por lo regular, y pocas veces se les ofrece el tener que suministrar algunos a los navíos de guerra, porque sólo va uno cuando lo pide la causa, o casualidad de los asuntos. Y no siendo esto tan ordinario, no tenemos para qué dilatarnos más en ello, y tocando algo sobre los hospitales en que se cura la gente de marina, concluiremos nuestro discurso. 48. Había en la plaza del Callao, antes que se arruinase, un hospital de San Juan de Dios que determinadamente se había fundado allí, después de poco tiempo, para la curación de los enfermos de los navíos de guerra. Pero ya fuese porque no tenía toda la providencia y asistencia necesarias para este fin, o porque toda la marinería tenía sus casas y familias allí, u otras de conocidos y amigos en donde curarse con más formalidad, eran muy raros los que se valían del hospital, acudiendo cuando la ocasión o la necesidad les instaba, al de Lima, donde tenía toda la gente de mar, así de los navíos de guerra, como de los marchantes, un hospital fundado y dotado para su curación, con el título de Espíritu Santo, el cual se administraba por los mismos navegantes. Y además de las enfermerías que tenía para los marineros, había en él otras piezas separadas para oficiales de mar, y gente de alguna más distinción.
49. En La Concepción y en Panamá hay hospital de San Juan de Dios, pero no en Valparaíso. A ellos se llevan los enfermos de los navíos de guerra solamente cuando se infectan de enfermedades, porque la asistencia y cuidado que tienen con los enfermos es tan poco que siempre es mejor el que hay a bordo de los navíos, con ser por naturaleza incómodo el paraje para enfermos. En Guayaquil hay otro hospital, sin renta ni asistencia, con sólo la obra material, sin otra cosa. Este mal estado de los hospitales es uno de los defectos generales que se padece en todo el Perú, porque es sumo el descuido que hay en los que los administran, y mucha su codicia, de que resulta que los pobres están mal asistidos, y que se les defrauden las rentas y limosnas que deberían emplearse en su curación y alimentos. La marina participa de esta falta de providencia, e igualmente la tropa de infantería de tierra, y todo el público.