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Datos principales
Rango
Arte Antiguo de España
Desarrollo
Merece la pena tener en cuenta estos datos a la hora de enfrentarnos con los edificios destinados a espectáculos en Hispania; porque, si bien es cierto que, a lo largo de todo el Imperio, pudieron mantenerse, en ciudades menores, teatros ambulantes con sus escenas de madera, circos reducidos a meros llanos con dos postes clavados en tierra, y foros acondicionados para los breves días que durasen los combates gladiatorios, parece evidente, en principio, que la monumentalización de los edificios de espectáculos es reflejo de la que se da en Italia, y que, por tanto, los teatros, anfiteatros y circos de nuestra península que han dejado huellas hasta hoy han de ser todos -salvo algún caso aislado que merece especial análisis- de época imperial. Ahora bien, ¿cuáles son esos monumentos? Antes de centrarnos en los efectivamente conservados, cabría aludir a otros que debieron o pudieron existir, dadas las noticias que han llegado hasta nosotros. Cierto que no nos valen como testimonio todos los epígrafes que hablan de juegos -puesto que éstos pudieron celebrarse en ámbitos efímeros-, y que lo mismo puede decirse de hallazgos muy sugestivos a primera vista -los graffiti con figuras de gladiadores en Gades, las armas gladiatorias de Pollentia (Alcudia)-, pero hay lápidas y textos antiguos de particular valor, por lo concreto de sus alusiones. En Castulo, por ejemplo, podemos recordar cómo un procurador de Augusto puso estatuas junto al teatro, y sabemos por otro epígrafe que el seviro L.
Licinio Abascantión, en el siglo II d. C., pagó dos sesiones en el anfiteatro y unos recitales en el teatro. Algo semejante ocurre en Hispalis, si no se equivoca el Pasionario Hispano cuando relata que el cuerpo de Santa Rufina fue llevado al anfiteatro para ser quemado; y más claro aún es el caso de Balsa (Tavira) y Zafra, donde unas inscripciones dan los nombres de quienes pagaron la construcción de sectores concretos del muro del podium en los circos locales: acaso en tales circos sólo fuese de piedra este elemento, quedando todo el resto en madera o tierra, pero al menos hay un indicio seguro de monumentalización, igual que en Siarum (cerca de Utrera), donde otro personaje levanta con piedras, desde el suelo, una grada para ver espectáculos, ignoramos de qué tipo. Si la arqueología actual aún no ha solucionado estos problemas, lo mismo ocurre con el -aún más curioso- que plantean los múltiples circos , teatros y anfiteatros que han sido vistos, o imaginados, por escritores de pasados siglos, y que todavía hoy esperan su confirmación o (como ha ocurrido ya con los pretendidos teatro y anfiteatro de Barcelona) una desmentida clara. ¿Quién sabe si hubo en Toledo un teatro, aparte del probable anfiteatro del barrio de Covachuelas?, ¿qué pensar de los posibles anfiteatros de Bracara Augusta, Calagurris, Ilici y Malaca?, ¿fue anfiteatro, o circo, la ruina que se destruyó en Gades en el siglo XVIII?, ¿dónde estuvieron en realidad los circos y los anfiteatros que sin duda, y dada su entidad, tuvieron las ciudades de Hispalis y Corduba, y que han sido hallados en diversos puntos? Por desgracia, carecemos aquí de espacio para tratar por separado de estos monumentos aún misteriosos.
Esperemos llegar a tener noticias futuras sobre ellos, igual que sobre otros con restos conocidos, y hasta analizados por arqueólogos en la actualidad, pero que siguen planteando dudas sobre su identidad, o que no han sido dados a conocer con detalles suficientes para permitir una definición indudable. Tal es el caso, del posible teatro de Castulo; o por ejemplo, del pretendido anfiteatro de Capera (Cáparra), cuya estructura circular sugiere más bien un depósito de agua; o de las huellas informes del posible anfiteatro de Acinippo (Ronda la Vieja); o de las curiosas gradas talladas en la roca de Termes, que pudieron servir de cavea para un rústico teatro o anfiteatro; o del posible circo de Itálica, que pudo ocupar un espacio junto al teatro, pero que exigiría excavaciones para ser reconocido; o, finalmente, del teatro de Corduba, que algunos han querido ver en los restos aparecidos con motivo de las obras del Tren de Alta Velocidad. Apartados, en fin, todos los monumentos dudosos, quedan ante nosotros los 21 teatros, 12 anfiteatros y 6 circos que, actualmente, componen el catálogo de los monumentos dedicados a espectáculos en la Hispania romana. Muchos de ellos serán conocidos por el lector por su asombroso tamaño o por la fortaleza de sus evocadoras y grandiosas estructuras.
Licinio Abascantión, en el siglo II d. C., pagó dos sesiones en el anfiteatro y unos recitales en el teatro. Algo semejante ocurre en Hispalis, si no se equivoca el Pasionario Hispano cuando relata que el cuerpo de Santa Rufina fue llevado al anfiteatro para ser quemado; y más claro aún es el caso de Balsa (Tavira) y Zafra, donde unas inscripciones dan los nombres de quienes pagaron la construcción de sectores concretos del muro del podium en los circos locales: acaso en tales circos sólo fuese de piedra este elemento, quedando todo el resto en madera o tierra, pero al menos hay un indicio seguro de monumentalización, igual que en Siarum (cerca de Utrera), donde otro personaje levanta con piedras, desde el suelo, una grada para ver espectáculos, ignoramos de qué tipo. Si la arqueología actual aún no ha solucionado estos problemas, lo mismo ocurre con el -aún más curioso- que plantean los múltiples circos , teatros y anfiteatros que han sido vistos, o imaginados, por escritores de pasados siglos, y que todavía hoy esperan su confirmación o (como ha ocurrido ya con los pretendidos teatro y anfiteatro de Barcelona) una desmentida clara. ¿Quién sabe si hubo en Toledo un teatro, aparte del probable anfiteatro del barrio de Covachuelas?, ¿qué pensar de los posibles anfiteatros de Bracara Augusta, Calagurris, Ilici y Malaca?, ¿fue anfiteatro, o circo, la ruina que se destruyó en Gades en el siglo XVIII?, ¿dónde estuvieron en realidad los circos y los anfiteatros que sin duda, y dada su entidad, tuvieron las ciudades de Hispalis y Corduba, y que han sido hallados en diversos puntos? Por desgracia, carecemos aquí de espacio para tratar por separado de estos monumentos aún misteriosos.
Esperemos llegar a tener noticias futuras sobre ellos, igual que sobre otros con restos conocidos, y hasta analizados por arqueólogos en la actualidad, pero que siguen planteando dudas sobre su identidad, o que no han sido dados a conocer con detalles suficientes para permitir una definición indudable. Tal es el caso, del posible teatro de Castulo; o por ejemplo, del pretendido anfiteatro de Capera (Cáparra), cuya estructura circular sugiere más bien un depósito de agua; o de las huellas informes del posible anfiteatro de Acinippo (Ronda la Vieja); o de las curiosas gradas talladas en la roca de Termes, que pudieron servir de cavea para un rústico teatro o anfiteatro; o del posible circo de Itálica, que pudo ocupar un espacio junto al teatro, pero que exigiría excavaciones para ser reconocido; o, finalmente, del teatro de Corduba, que algunos han querido ver en los restos aparecidos con motivo de las obras del Tren de Alta Velocidad. Apartados, en fin, todos los monumentos dudosos, quedan ante nosotros los 21 teatros, 12 anfiteatros y 6 circos que, actualmente, componen el catálogo de los monumentos dedicados a espectáculos en la Hispania romana. Muchos de ellos serán conocidos por el lector por su asombroso tamaño o por la fortaleza de sus evocadoras y grandiosas estructuras.