Lo taumatúrgico
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Lo taumatúrgico La resistencia de los soldados cronistas a admitir sucesos milagrosos contrasta con su facilidad para aceptar prodigios de naturaleza más oscura, más tenebrosa. Aguilar, Díaz del Castillo y el mismo López de Gómara relatan con crédula seriedad misteriosas taumaturgias, fantasmagóricas apariciones e imposibles curaciones. Estos fenómenos, que tiñen de esoterismo la onírica atmósfera de la Conquista, despiden un penetrante tufillo a azufre, aunque curiosamente las historias no les atribuyen un carácter maligno. De hecho, algún autor se empeñó en demostrar lo contrario. Así, el bueno de Aguilar calificó de providencial la actuación de unos curanderos que le salvaron la vida con sus heterodoxos remedios: Y aquí milagrosamente nuestro Señor obró, porque dos italianos, con ensalmos y un poco de aceite y lana de Escocia, sanaban en tres a cuatro días, y el que esto escribe pasó por ello, porque, estando muy herido, con aquellos ensalmos fue en breve curado12. Si la actuación de los taumaturgos toscanos puede situarse en la difusa frontera que separa el bien del mal, las prácticas del siniestro Blas Botello Puerto de Plata, augur oficial de la hueste, merecen sin duda la etiqueta de diabólicas. Curioso e interesante personaje el tal Botello. Hijo de padres hidalgos, este misterioso cántabro, que residió algún tiempo en Roma y conocía la lengua de Virgilio, era un hombre de bien13 aficionado a desvelar los arcanos astrológicos.
Al parecer, el montañés vaticinaba incansablemente14; pero sus pronósticos sólo se tomaron en consideración cuando un inesperado acontecimiento confirmó la bondad de las suertes y astrologías. Tras la derrota de Narváez, el taumaturgo se presentó ante don Hernán y solemnemente le dijo: Señor, no os detengáis mucho, porque sabed que don Pedro de Alvarado, vuestro capitán, que dejasteis en la ciudad de México, está en muy gran peligro, porque le han dado gran guerra, y le entran con escalas por manera que os conviene dar prisa15. El lúgubre augurio, corroborado a las pocas horas por dos exhaustos correos tlaxcalteca, levantó una ola de habladurías en el real, pues tan increíble profecía sólo podía proceder de un nigromántico o de un brujo que tuviera un demonio familiar16. Por supuesto, los maledicentes tenían razón, ya que el enigmático personaje poseía una mandrágora en forma de pícaro olisbos donde habitaba una --supongo-- hermosa diablesa17: Y también se halló en la petaca una natura como de hombre, de obra de un jeme, hecha de baldrés, ni más ni menos, al parecer, de natura de hombre, y tenía dentro como una borra de lana de tundidor18. Transformado en aliado del Maligno por obra y gracia de la supersticiosa hueste, Blas Botello jugaría un papel decisivo en los dramáticos sucesos que hoy conocemos como la Noche Triste. Al finalizar el mes de junio de 1520, la situación de los castellanos se volvió insostenible, y Cortés se vio en la obligación de tener que abandonar Tenochtitlan.
El día 30, el ejército castellano, amparado por las sombras nocturnas, iniciaba una retirada que se convertiría en sangrienta degollina. Aquéllos que escaparon al macuahuitl mexicano nunca olvidarían al cabalista, pues éste jugó un papel clave en el desbarato: Sucedió un día que Alonso de Ávila, capitán de la guardia del capitán Hernando Cortés, se fue a su aposento cansado y triste, y tenía por compañero a Botello Puerto de Plata Y así como entró, le halló llorando fuertemente, y le dijo estas palabras: "¡Oh!, señor, ¿ahora es tiempo de llorar?" Respondióle: "¿Y no os parece que tengo razón? Sabed que esta noche no quedará hombre de nosotros vivo, si no se tiene algún medio para poder salir". Lo cual oído por Alonso de Ávila, se fue a Hernando Cortés y le contó lo que pasaba, pero, como era magnánimo, le dijo que no le creyese, que debía ser un hechicero. Y así Alonso de Ávila dio parte del negocio a don Pedro de Alvarado y a otros caballeros capitanes, los cuales todos juntos se fueron al aposento donde estaba el capitán Hernando Cortés y se lo dijeron, de los cuales el capitán hizo muy poco caso; pero juntándose todos ellos y habiendo llamado a otros, tuvieron consejo sobre ello, y se determinaron de salir aquella noche19. Desgraciadamente para él, Puerto de Plata jamás degustaría las mieles del triunfo. Como suele ocurrir a los auspices de los planetas20, no le aprovechó su astrología, que también allí murió con su caballo21.
En aras de la objetividad histórica me apresuraré a añadir que el siniestro hidalgo era consciente del sino que el futuro le deparaba. Al menos, eso se murmuró en la hueste: Se hallaron en una petaca deste Botello, después que estuvimos en salvo, unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía en ellas: ¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros indios? Y decía en otras rayas y cifras más adelante: No morirás. Y tornaba a decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: Sí, morirás. Y respondía la otra raya: No morirás. Y decía en otra parte: Si me han de matar también mi caballo. Decía adelante: Sí, matarán. Y de esta manera tenía otras como cifras y a manera de suertes que hablaban unas letras con otras en aquellos papeles, que era como libro chico22. La curiosa vida del astrólogo cántabro saca a la luz el tibio sentimiento, rayano en la más absoluta de las indiferencias, que el castellano laico experimentaba ante las fuerzas del mal. En strictu sensu, Blas Botello, nigromántico con ribetes y puntas de aliado del Diablo, provocó una importante derrota, que ponía en peligro los planes de la Providencia, empeñada en arrebatar al Enemigo sus dominios de Anahuac. Sin embargo, ningún soldado cronista intentó justificar la sangrienta derrota --por otra parte inevitable--, culpando al brujo de ella, aunque fuera público y notorio en el real que servía al Príncipe de las Tinieblas.
Sorprendente conducta la de estos hombres, cuya tolerancia con la taumaturgia, encarnación del Mal, contrasta con sus sinceras creencias religiosas, plasmadas en el fervor proselitista que muestran en todo momento. Los soldados cortesianos convivieron jornada tras jornada con brujos del más variado pelaje, pero nunca pusieron en práctica ninguna de las arbitrarias medidas inquisitoriales tan de moda en la vieja metrópoli. Por el contrario, cabe añadir que sintieron una soterrada admiración por los magos, aprovechando sus talentos cuanto pudieron. Sorprendente, mas no atípica, porque en la España carolina el adversario del Todopoderoso no era Satán, como hubiera sido lo lógico y natural, sino Jehová, la deidad del pueblo hebreo. Para Fernando, Isabel y Carlos, empeñados en la ardua tarea de dar un alma al engendro resultante de la unificación peninsular, lo metafísico estaba subordinado a lo físico y lo teleológico a la celebérrima raison d'Etat. Por eso, la Inquisición centró su actividad en la persecución de las minorías culturales y étnicas23, dejando en paz a curanderos, astrólogos, nigromantes y demás practicantes de artes nefandas, los cuales podían vivir tranquilos siempre y cuando acreditaran una añeja cristiandad. La ortodoxia purista, el maniqueísmo trentino y la intransigencia religiosa --características que burla burlando tienen más de hebreo que de cristiano-- vendrán después, cuando el número de judaizantes disminuya de forma alarmante.
Pero en el primer cuarto del siglo XVI no existía tal problema, y los cristianos viejos que militaban en la hueste cortesiana podían permitirse el lujo de creer en augurios y astrologías, creencias que, si bien estaban reñidas con el sentido común, no entraban en contradicción con los preceptos de la Santa Madre Iglesia. La postura de Francisco de Aguilar resulta paradigmática al respecto. Aunque era un ferviente cristiano, como demostraría posteriormente al ingresar en la orden dominica, admitía de buen grado los augurios: Aconteció --escribe Francisco de Aguilar-- que un soldado estaba retraído en la iglesia que teníamos por cierta travesura que había hecho, el cual allí a la media noche salió huyendo de la iglesia y dando voces que había visto andar saltando por la iglesia hombres muertos y cabezas de hombres y entre ellos la suya. Lo mismo pasó con las velas que velaban, que habían venido huyendo a decir que habían visto caer en la acequia piernas y cabezas de hombres muertos. Todo lo cual salió después verdad, porque así el soldado que había visto su cabeza, como muchas de las velas que aquello dijeron murieron todos la noche que salimos. Cosa de espantar. Digo que los que velaban en las azoteas a las esquinas veían a las patonas24 dejarse caer en la acequia del agua. Y esto y lo arriba dicho pudo ser seis días antes que saliésemos, dando a entender lo que nos aconteció de tantos muertos como en la salida murieron25. Para Cortés, quien por lo visto era la única persona del real con sentido común, la actitud supersticiosa de sus hombres debió de ser un verdadero problema, pues los agüeros desmoralizaban a la tropa y echaban a perder cuidadas estrategias.
La Noche Triste --ya lo hemos visto-- se gestó a raíz de las fantasías de un nigromante, los delirios de los centinelas destrozaron la moral de los castellanos sitiados en Tenochtitlan# Y, desde luego, no fueron casos aislados, porque lo taumatúrgico está presente de un modo u otro en todos los episodios de la Conquista. Así, por ejemplo, la marcha nocturna hacia Tzompantzinco --vital para la derrota de los tlaxcalteca-- estuvo a punto de fracasar al caer los caballos repentinamente enfermos: Y yendo como a una legua del real, súbitamente dio en los caballos una manera de torozón, que se caían al suelo sin poderlos menear. Y con el primero que se cayó y se lo dijeron al marqués, dijo: "Pues vuélvase su dueño con él al real". Y al segundo dijo lo mismo, y comenzámosle a decir algunos de los españoles: "Señor, mirad que es mal pronóstico, y mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por donde vamos". Y él dijo: "¿Por qué miráis en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que de ella se ha de seguir mucho bien esta noche, y el diablo por lo estorbar pone estos inconvenientes"26. En más de una ocasión he señalado que la historiografía de la Conquista se ha forjado con especies tópicas. Una de ellas, que goza de un gran predicamento entre los expertos, se complace en interpretar el enfrentamiento como un choque entre la psiquis mágica y simbólica del indígena y la mentalidad racional, tecnológica y utilitaria del castellano.
El aserto tal vez satisfará la faceta poética de Clío, pero violenta su espíritu científico. Lo mágico no es patrimonio exclusivo del guerrero azteca, también el conquistador está sumergido en un mundo sobrenatural y prodigioso, que obnubila ese famoso sentido práctico. Aunque bastaría lo arriba expuesto para confirmar mis afirmaciones, añadiré un último dato que, en mi opinión, resulta esclarecedor. A fines del siglo XVI, un fraile aficionado a las antiguallas indianas, fray Diego Durán, escribió una Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme, que reproducía una crónica indígena hoy en día perdida. Tratando de las desgracias padecidas por los castellanos durante el cerco que sufrieron, fray Diego escribió lo siguiente: En estos días que los españoles se vieron tan afligidos que no osaban salir, viendo Cuauhtemoctzin, nuevo rey de México, que los españoles no querían salir de aquellos aposentos, y que estaban fuertes, que no les podían entrar, a causa de la artillería, que tenían asentada a las puertas de las casas reales donde estaban, mandó llamar a todos los viejos de las provincias y encantadores y hechiceros, para que los asombrasen y les mostrasen algunas visiones de noche, y los asombrasen para que allí muriesen de espanto, los cuales venidos, les fue mandado con todo rigor. y así cada noche procuraban mostrarles visiones y cosas que ponían espanto; una vez veían cabezas de hombres, saltando sobre el patio; otras veces, veían andar un pie solo con un muslo; otras veces rodar cuerpos muertos; otras veces veían y oían aullidos y gemidos, de suerte que ya no lo podían sufrir. Las cuales visiones, antes que esta historia me lo declarase, me lo contó un conquistador religioso Francisco de Aguilar, espantándose de las visiones que entonces vieron, no sabiendo el misterio de donde habían procedido27.
Al parecer, el montañés vaticinaba incansablemente14; pero sus pronósticos sólo se tomaron en consideración cuando un inesperado acontecimiento confirmó la bondad de las suertes y astrologías. Tras la derrota de Narváez, el taumaturgo se presentó ante don Hernán y solemnemente le dijo: Señor, no os detengáis mucho, porque sabed que don Pedro de Alvarado, vuestro capitán, que dejasteis en la ciudad de México, está en muy gran peligro, porque le han dado gran guerra, y le entran con escalas por manera que os conviene dar prisa15. El lúgubre augurio, corroborado a las pocas horas por dos exhaustos correos tlaxcalteca, levantó una ola de habladurías en el real, pues tan increíble profecía sólo podía proceder de un nigromántico o de un brujo que tuviera un demonio familiar16. Por supuesto, los maledicentes tenían razón, ya que el enigmático personaje poseía una mandrágora en forma de pícaro olisbos donde habitaba una --supongo-- hermosa diablesa17: Y también se halló en la petaca una natura como de hombre, de obra de un jeme, hecha de baldrés, ni más ni menos, al parecer, de natura de hombre, y tenía dentro como una borra de lana de tundidor18. Transformado en aliado del Maligno por obra y gracia de la supersticiosa hueste, Blas Botello jugaría un papel decisivo en los dramáticos sucesos que hoy conocemos como la Noche Triste. Al finalizar el mes de junio de 1520, la situación de los castellanos se volvió insostenible, y Cortés se vio en la obligación de tener que abandonar Tenochtitlan.
El día 30, el ejército castellano, amparado por las sombras nocturnas, iniciaba una retirada que se convertiría en sangrienta degollina. Aquéllos que escaparon al macuahuitl mexicano nunca olvidarían al cabalista, pues éste jugó un papel clave en el desbarato: Sucedió un día que Alonso de Ávila, capitán de la guardia del capitán Hernando Cortés, se fue a su aposento cansado y triste, y tenía por compañero a Botello Puerto de Plata Y así como entró, le halló llorando fuertemente, y le dijo estas palabras: "¡Oh!, señor, ¿ahora es tiempo de llorar?" Respondióle: "¿Y no os parece que tengo razón? Sabed que esta noche no quedará hombre de nosotros vivo, si no se tiene algún medio para poder salir". Lo cual oído por Alonso de Ávila, se fue a Hernando Cortés y le contó lo que pasaba, pero, como era magnánimo, le dijo que no le creyese, que debía ser un hechicero. Y así Alonso de Ávila dio parte del negocio a don Pedro de Alvarado y a otros caballeros capitanes, los cuales todos juntos se fueron al aposento donde estaba el capitán Hernando Cortés y se lo dijeron, de los cuales el capitán hizo muy poco caso; pero juntándose todos ellos y habiendo llamado a otros, tuvieron consejo sobre ello, y se determinaron de salir aquella noche19. Desgraciadamente para él, Puerto de Plata jamás degustaría las mieles del triunfo. Como suele ocurrir a los auspices de los planetas20, no le aprovechó su astrología, que también allí murió con su caballo21.
En aras de la objetividad histórica me apresuraré a añadir que el siniestro hidalgo era consciente del sino que el futuro le deparaba. Al menos, eso se murmuró en la hueste: Se hallaron en una petaca deste Botello, después que estuvimos en salvo, unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía en ellas: ¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros indios? Y decía en otras rayas y cifras más adelante: No morirás. Y tornaba a decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: Sí, morirás. Y respondía la otra raya: No morirás. Y decía en otra parte: Si me han de matar también mi caballo. Decía adelante: Sí, matarán. Y de esta manera tenía otras como cifras y a manera de suertes que hablaban unas letras con otras en aquellos papeles, que era como libro chico22. La curiosa vida del astrólogo cántabro saca a la luz el tibio sentimiento, rayano en la más absoluta de las indiferencias, que el castellano laico experimentaba ante las fuerzas del mal. En strictu sensu, Blas Botello, nigromántico con ribetes y puntas de aliado del Diablo, provocó una importante derrota, que ponía en peligro los planes de la Providencia, empeñada en arrebatar al Enemigo sus dominios de Anahuac. Sin embargo, ningún soldado cronista intentó justificar la sangrienta derrota --por otra parte inevitable--, culpando al brujo de ella, aunque fuera público y notorio en el real que servía al Príncipe de las Tinieblas.
Sorprendente conducta la de estos hombres, cuya tolerancia con la taumaturgia, encarnación del Mal, contrasta con sus sinceras creencias religiosas, plasmadas en el fervor proselitista que muestran en todo momento. Los soldados cortesianos convivieron jornada tras jornada con brujos del más variado pelaje, pero nunca pusieron en práctica ninguna de las arbitrarias medidas inquisitoriales tan de moda en la vieja metrópoli. Por el contrario, cabe añadir que sintieron una soterrada admiración por los magos, aprovechando sus talentos cuanto pudieron. Sorprendente, mas no atípica, porque en la España carolina el adversario del Todopoderoso no era Satán, como hubiera sido lo lógico y natural, sino Jehová, la deidad del pueblo hebreo. Para Fernando, Isabel y Carlos, empeñados en la ardua tarea de dar un alma al engendro resultante de la unificación peninsular, lo metafísico estaba subordinado a lo físico y lo teleológico a la celebérrima raison d'Etat. Por eso, la Inquisición centró su actividad en la persecución de las minorías culturales y étnicas23, dejando en paz a curanderos, astrólogos, nigromantes y demás practicantes de artes nefandas, los cuales podían vivir tranquilos siempre y cuando acreditaran una añeja cristiandad. La ortodoxia purista, el maniqueísmo trentino y la intransigencia religiosa --características que burla burlando tienen más de hebreo que de cristiano-- vendrán después, cuando el número de judaizantes disminuya de forma alarmante.
Pero en el primer cuarto del siglo XVI no existía tal problema, y los cristianos viejos que militaban en la hueste cortesiana podían permitirse el lujo de creer en augurios y astrologías, creencias que, si bien estaban reñidas con el sentido común, no entraban en contradicción con los preceptos de la Santa Madre Iglesia. La postura de Francisco de Aguilar resulta paradigmática al respecto. Aunque era un ferviente cristiano, como demostraría posteriormente al ingresar en la orden dominica, admitía de buen grado los augurios: Aconteció --escribe Francisco de Aguilar-- que un soldado estaba retraído en la iglesia que teníamos por cierta travesura que había hecho, el cual allí a la media noche salió huyendo de la iglesia y dando voces que había visto andar saltando por la iglesia hombres muertos y cabezas de hombres y entre ellos la suya. Lo mismo pasó con las velas que velaban, que habían venido huyendo a decir que habían visto caer en la acequia piernas y cabezas de hombres muertos. Todo lo cual salió después verdad, porque así el soldado que había visto su cabeza, como muchas de las velas que aquello dijeron murieron todos la noche que salimos. Cosa de espantar. Digo que los que velaban en las azoteas a las esquinas veían a las patonas24 dejarse caer en la acequia del agua. Y esto y lo arriba dicho pudo ser seis días antes que saliésemos, dando a entender lo que nos aconteció de tantos muertos como en la salida murieron25. Para Cortés, quien por lo visto era la única persona del real con sentido común, la actitud supersticiosa de sus hombres debió de ser un verdadero problema, pues los agüeros desmoralizaban a la tropa y echaban a perder cuidadas estrategias.
La Noche Triste --ya lo hemos visto-- se gestó a raíz de las fantasías de un nigromante, los delirios de los centinelas destrozaron la moral de los castellanos sitiados en Tenochtitlan# Y, desde luego, no fueron casos aislados, porque lo taumatúrgico está presente de un modo u otro en todos los episodios de la Conquista. Así, por ejemplo, la marcha nocturna hacia Tzompantzinco --vital para la derrota de los tlaxcalteca-- estuvo a punto de fracasar al caer los caballos repentinamente enfermos: Y yendo como a una legua del real, súbitamente dio en los caballos una manera de torozón, que se caían al suelo sin poderlos menear. Y con el primero que se cayó y se lo dijeron al marqués, dijo: "Pues vuélvase su dueño con él al real". Y al segundo dijo lo mismo, y comenzámosle a decir algunos de los españoles: "Señor, mirad que es mal pronóstico, y mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por donde vamos". Y él dijo: "¿Por qué miráis en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que de ella se ha de seguir mucho bien esta noche, y el diablo por lo estorbar pone estos inconvenientes"26. En más de una ocasión he señalado que la historiografía de la Conquista se ha forjado con especies tópicas. Una de ellas, que goza de un gran predicamento entre los expertos, se complace en interpretar el enfrentamiento como un choque entre la psiquis mágica y simbólica del indígena y la mentalidad racional, tecnológica y utilitaria del castellano.
El aserto tal vez satisfará la faceta poética de Clío, pero violenta su espíritu científico. Lo mágico no es patrimonio exclusivo del guerrero azteca, también el conquistador está sumergido en un mundo sobrenatural y prodigioso, que obnubila ese famoso sentido práctico. Aunque bastaría lo arriba expuesto para confirmar mis afirmaciones, añadiré un último dato que, en mi opinión, resulta esclarecedor. A fines del siglo XVI, un fraile aficionado a las antiguallas indianas, fray Diego Durán, escribió una Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme, que reproducía una crónica indígena hoy en día perdida. Tratando de las desgracias padecidas por los castellanos durante el cerco que sufrieron, fray Diego escribió lo siguiente: En estos días que los españoles se vieron tan afligidos que no osaban salir, viendo Cuauhtemoctzin, nuevo rey de México, que los españoles no querían salir de aquellos aposentos, y que estaban fuertes, que no les podían entrar, a causa de la artillería, que tenían asentada a las puertas de las casas reales donde estaban, mandó llamar a todos los viejos de las provincias y encantadores y hechiceros, para que los asombrasen y les mostrasen algunas visiones de noche, y los asombrasen para que allí muriesen de espanto, los cuales venidos, les fue mandado con todo rigor. y así cada noche procuraban mostrarles visiones y cosas que ponían espanto; una vez veían cabezas de hombres, saltando sobre el patio; otras veces, veían andar un pie solo con un muslo; otras veces rodar cuerpos muertos; otras veces veían y oían aullidos y gemidos, de suerte que ya no lo podían sufrir. Las cuales visiones, antes que esta historia me lo declarase, me lo contó un conquistador religioso Francisco de Aguilar, espantándose de las visiones que entonces vieron, no sabiendo el misterio de donde habían procedido27.