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Datos principales
Desarrollo
LIBRO CUARTO DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA Trata del combate del fuerte de Alibamo; la muerte de muchos españoles por falta de sal; cómo llegan a Chisca y pasan el Río Grande; indios y españoles hacen una solemne procesión para adorar la cruz, pidiendo a Dios mercedes; la cruel guerra y saco entre Capaha y Casquin; hallan los españoles invención para hacer sal; la fiereza de los tulas, en figuras y armas; un regalado invierno que los castellanos tuvieron en Utiangue. Contiene dieciséis capítulos CAPÍTULO I Salen los españoles del alojamiento Chicaza y combaten el fuerte de Alibamo El gobernador y sus capitanes, viendo que era ya pasado el mes de marzo y que era ya tiempo de pasar adelante en su descubrimiento, consultaron salir de aquel alojamiento y provincia de Chicaza, y la demás gente lo deseaba por verse fuera de aquella tierra donde tanta guerra y daño les habían hecho, y siempre de noche, que en todos los cuatro meses que allí estuvieron los españoles invernando, no faltaron los indios cuatro noches sin darles rebatos y arma continua. Con esta determinación común, salieron los nuestros de aquel puesto a los primeros de abril del año mil y quinientos y cuarenta y uno, y, habiendo caminado el primer día cuatro leguas de tierra llana, poblada de muchos pueblos pequeños de a quince y de veinte casas, pararon un cuarto de legua fuera de todo lo poblado, pareciéndoles que los indios de Chicaza, que tan molestos les habían sido en su tierra, viéndolos ya fuera de sus pueblos, les dejarían de perseguir.
Mas ellos tenían otros pensamientos muy diferentes y ajenos de toda paz, como luego veremos. Como los españoles parasen para alojarse en aquel campo, enviaron por todas partes caballos que corriesen la tierra y viesen lo que había en circuito del alojamiento. Los cuales volvieron con aviso que cerca de allí había un fuerte hecho de madera, con gente de guerra muy escogida, que, al parecer, serían como cuatro mil hombres. El general, eligiendo cincuenta de a caballo, fue a reconocer el fuerte y, habiéndolo visto, volvió a los suyos y les dijo: "Caballeros, conviene, antes que la noche cierre, echemos del fuerte donde se han fortalecido, nuestros enemigos, los cuales, no contentos con la molestia y pesadumbre que tan porfiadamente en su tierra nos han dado, quieren, aunque estamos fuera de ella, molestarnos todavía por mostrar que no temen vuestras armas, pues las vienen a buscar fuera de sus términos. Por lo cual será bien que los castiguemos y que no queden esta noche donde están, porque, si allí los dejamos, saliendo por sus tercios en rueda, nos flecharán toda la noche sin dejarnos reposar." A todos pareció bien lo que el gobernador había dicho y así, dejando la tercia parte de la gente de infantes y caballos para guarda del real, fue toda la demás con el gobernador a combatir el fuerte llamado Alibamo, el cual era cuadrado, de cuatro lienzos iguales, hecho de maderos hincados, y cada lienzo de pared tenía cuatrocientos pasos de largo. Por de dentro en este cuadro había otros dos lienzos de madera que atravesaban el fuerte de una pared a otra.
El lienzo de la frente tenía tres puertas pequeñas y tan bajas que no podía entrar hombre de a caballo por ellas. La una puerta estaba en medio del lienzo y las otras dos a los lados, junto a las esquinas. En derecho de estas tres puertas, había en cada lienzo otras tres, para que, si los españoles ganasen las primeras, se defendiesen en las del segundo lienzo, y en las del tercero y cuarto. Las puertas del postrer lienzo salían a un río que pasaba por las espaldas del fuerte. El río, aunque era angosto, era muy hondo y de barrancas muy altas, que con dificultad las podían subir y bajar a pie y de ninguna manera a caballo. Y éste fue el intento de los indios: hacer un fuerte donde pudiesen asegurarse de que los castellanos no les ofendiesen con los caballos entrando por las puertas o pasando el río, sino que peleasen a pie como ellos, porque a los infantes, como ya hemos dicho otras veces, no les habían temor alguno por parecerles que les eran iguales y aun superiores. Sobre el río tenían puentes hechas de madera, flacas y ruines, que con dificultad podían pasar por ellas. A los lados del fuerte no había puerta alguna. El gobernador, habiendo visto y considerado bien el fuerte, mandó que se apeasen cien caballeros de los más bien armados y, hechos tres escuadrones de a tres hombres por hilera, acometiesen el fuerte y que los infantes, que no iban tan bien armados de armas defensivas como los caballeros, fuesen en pos de ellos, y todos procurasen ganar las puertas.
Así se ordenó en un punto. Al capitán Juan de Guzmán le cupo la una puerta, y al capitán Alonso Romo de Cardeñosa, la otra, y a Gonzalo Silvestre, la tercera, los cuales se pusieron en sus escuadrones en derecho de las puertas para las acometer. Los indios que hasta entonces habían estado encerrados en su fuerte, viendo los españoles apercibidos para los combatir, salieron cien hombres por cada puerta a escaramuzar con ellos. Traían grandes plumajes sobre las cabezas y, para parecer más feroces, venían todos ellos pintados a bandas las caras y los cuerpos, brazos y piernas, con tintas o betún de diversas colores, y con toda la gallardía que se puede imaginar arremetieron a los españoles. Y de las primeras flechas derribaron a Diego de Castro, natural de Badajoz, y a Pedro de Torres, natural de Burgos, ambos nobles y valientes, los cuales iban en la primera hilera, a los lados de Gonzalo Silvestre. A Diego de Castro hirieron encima de la rodilla, en el lagarto de la pierna derecha, con un arpón de pedernal a Pedro de Torres atravesaron una pierna por entre las dos canillas. Francisco de Reinoso, caballero natural de Astorga, viendo solo a Gonzalo Silvestre, que era su caudillo, se pasó de la segunda fila, donde iba, a la primera por no le dejar ir solo. En el segundo escuadrón, donde iba por capitán Juan de Guzmán, derribaron de otro flechazo con arpón de pedernal a otro caballero llamado Luis Bravo de Jerez, que iba al lado del capitán, y le hirieron en el lagarto del muslo.
Al capitán Alonso Romo de Cardeñosa, que iba a combatir la tercera puerta, le quitaron de su lado uno de sus dos compañeros que había por nombre Francisco de Figueroa, muy noble en sangre y en virtud, natural de Zafra, el cual fue asimismo herido por el lagarto del muslo y también con arpón de pedernal, que estos indios, como gente plática en la guerra, tiraban a los españoles de los muslos abajo, que era lo que llevaban sin armas defensivas, y tirábanles con arpones de pedernal por poder hacer mayor daño porque, si no hiriesen de punta, cortasen de filo al pasar. Estos tres caballeros murieron poco después de la batalla, y todos en una hora, porque las heridas habían sido iguales. Causaron con su muerte mucha lástima, porque eran nobles, valientes y mozos, porque ninguno de ellos llegaba a los veinte y cinco años. Sin las heridas que hemos dicho, hubo otras muchas, porque los indios peleaban valentísimamente y tiraban a las piernas a sus enemigos. Lo cual, visto por los nuestros, dieron a una todos un alarido diciendo que cerrasen de golpe con los contrarios y no les diesen lugar a que gastasen sus flechas, con que tanto daño les hacían, y así los acometieron con toda furia y presteza y los llevaron retirando hasta las puertas del fuerte.
Mas ellos tenían otros pensamientos muy diferentes y ajenos de toda paz, como luego veremos. Como los españoles parasen para alojarse en aquel campo, enviaron por todas partes caballos que corriesen la tierra y viesen lo que había en circuito del alojamiento. Los cuales volvieron con aviso que cerca de allí había un fuerte hecho de madera, con gente de guerra muy escogida, que, al parecer, serían como cuatro mil hombres. El general, eligiendo cincuenta de a caballo, fue a reconocer el fuerte y, habiéndolo visto, volvió a los suyos y les dijo: "Caballeros, conviene, antes que la noche cierre, echemos del fuerte donde se han fortalecido, nuestros enemigos, los cuales, no contentos con la molestia y pesadumbre que tan porfiadamente en su tierra nos han dado, quieren, aunque estamos fuera de ella, molestarnos todavía por mostrar que no temen vuestras armas, pues las vienen a buscar fuera de sus términos. Por lo cual será bien que los castiguemos y que no queden esta noche donde están, porque, si allí los dejamos, saliendo por sus tercios en rueda, nos flecharán toda la noche sin dejarnos reposar." A todos pareció bien lo que el gobernador había dicho y así, dejando la tercia parte de la gente de infantes y caballos para guarda del real, fue toda la demás con el gobernador a combatir el fuerte llamado Alibamo, el cual era cuadrado, de cuatro lienzos iguales, hecho de maderos hincados, y cada lienzo de pared tenía cuatrocientos pasos de largo. Por de dentro en este cuadro había otros dos lienzos de madera que atravesaban el fuerte de una pared a otra.
El lienzo de la frente tenía tres puertas pequeñas y tan bajas que no podía entrar hombre de a caballo por ellas. La una puerta estaba en medio del lienzo y las otras dos a los lados, junto a las esquinas. En derecho de estas tres puertas, había en cada lienzo otras tres, para que, si los españoles ganasen las primeras, se defendiesen en las del segundo lienzo, y en las del tercero y cuarto. Las puertas del postrer lienzo salían a un río que pasaba por las espaldas del fuerte. El río, aunque era angosto, era muy hondo y de barrancas muy altas, que con dificultad las podían subir y bajar a pie y de ninguna manera a caballo. Y éste fue el intento de los indios: hacer un fuerte donde pudiesen asegurarse de que los castellanos no les ofendiesen con los caballos entrando por las puertas o pasando el río, sino que peleasen a pie como ellos, porque a los infantes, como ya hemos dicho otras veces, no les habían temor alguno por parecerles que les eran iguales y aun superiores. Sobre el río tenían puentes hechas de madera, flacas y ruines, que con dificultad podían pasar por ellas. A los lados del fuerte no había puerta alguna. El gobernador, habiendo visto y considerado bien el fuerte, mandó que se apeasen cien caballeros de los más bien armados y, hechos tres escuadrones de a tres hombres por hilera, acometiesen el fuerte y que los infantes, que no iban tan bien armados de armas defensivas como los caballeros, fuesen en pos de ellos, y todos procurasen ganar las puertas.
Así se ordenó en un punto. Al capitán Juan de Guzmán le cupo la una puerta, y al capitán Alonso Romo de Cardeñosa, la otra, y a Gonzalo Silvestre, la tercera, los cuales se pusieron en sus escuadrones en derecho de las puertas para las acometer. Los indios que hasta entonces habían estado encerrados en su fuerte, viendo los españoles apercibidos para los combatir, salieron cien hombres por cada puerta a escaramuzar con ellos. Traían grandes plumajes sobre las cabezas y, para parecer más feroces, venían todos ellos pintados a bandas las caras y los cuerpos, brazos y piernas, con tintas o betún de diversas colores, y con toda la gallardía que se puede imaginar arremetieron a los españoles. Y de las primeras flechas derribaron a Diego de Castro, natural de Badajoz, y a Pedro de Torres, natural de Burgos, ambos nobles y valientes, los cuales iban en la primera hilera, a los lados de Gonzalo Silvestre. A Diego de Castro hirieron encima de la rodilla, en el lagarto de la pierna derecha, con un arpón de pedernal a Pedro de Torres atravesaron una pierna por entre las dos canillas. Francisco de Reinoso, caballero natural de Astorga, viendo solo a Gonzalo Silvestre, que era su caudillo, se pasó de la segunda fila, donde iba, a la primera por no le dejar ir solo. En el segundo escuadrón, donde iba por capitán Juan de Guzmán, derribaron de otro flechazo con arpón de pedernal a otro caballero llamado Luis Bravo de Jerez, que iba al lado del capitán, y le hirieron en el lagarto del muslo.
Al capitán Alonso Romo de Cardeñosa, que iba a combatir la tercera puerta, le quitaron de su lado uno de sus dos compañeros que había por nombre Francisco de Figueroa, muy noble en sangre y en virtud, natural de Zafra, el cual fue asimismo herido por el lagarto del muslo y también con arpón de pedernal, que estos indios, como gente plática en la guerra, tiraban a los españoles de los muslos abajo, que era lo que llevaban sin armas defensivas, y tirábanles con arpones de pedernal por poder hacer mayor daño porque, si no hiriesen de punta, cortasen de filo al pasar. Estos tres caballeros murieron poco después de la batalla, y todos en una hora, porque las heridas habían sido iguales. Causaron con su muerte mucha lástima, porque eran nobles, valientes y mozos, porque ninguno de ellos llegaba a los veinte y cinco años. Sin las heridas que hemos dicho, hubo otras muchas, porque los indios peleaban valentísimamente y tiraban a las piernas a sus enemigos. Lo cual, visto por los nuestros, dieron a una todos un alarido diciendo que cerrasen de golpe con los contrarios y no les diesen lugar a que gastasen sus flechas, con que tanto daño les hacían, y así los acometieron con toda furia y presteza y los llevaron retirando hasta las puertas del fuerte.