Compartir
Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO II Prosigue la batalla del fuerte hasta el fin de ella El gobernador, que con otros veinte de a caballo se había puesto al un lado de los escuadrones, y los capitanes Andrés de Vasconcelos y Juan de Añasco al otro lado, con otros treinta caballeros, arremetieron todos a los indios. Uno de ellos tiró una flecha al general, que iba delante de los suyos, y le dio sobre la celada, encima de la frente, un golpe tan recio que la flecha surtió de la celada más de una pica en alto, y el gobernador confesaba después haberle hecho ver relámpagos. Pues como los caballeros y los infantes arremetiesen todos a una, los indios se retiraron hasta la pared del fuerte, donde, por ser las puertas tan pequeñas y no poderse acoger dentro los indios, fue grande la mortandad de ellos. Los españoles, con la misma furia que habían cerrado con los enemigos en el llano, con esa misma entraron por las puertas revueltos con ellos y tan igualmente que no se pudo averiguar cuál de los tres capitanes hubiese entrado primero. Dentro en el fuerte fue grande la matanza de indios, que, como los españoles los viesen encerrados y se acordasen de las muchas pesadumbres que en el alojamiento pasado sin cesar les habían dado, los apretaron malamente con la ira y enojo que contra ellos tenían, y a cuchilladas y a estocadas, con gran facilidad, como a gente que no llevaban armas defensivas, mataron gran número de ellos. Muchos indios, no pudiendo salir por las puertas al río por la prisa que les daban, confiados en su ligereza, saltaron por cima de las cercas y cayeron en poder de los caballeros que andaban en el campo, donde los alancearon todos.
Otros muchos indios, que pudieron salir al río por las puertas, lo pasaron por las puentes de madera, empero muchos de ellos, con la prisa que unos a otros se daban al pasar, cayeron en el río, y era gracioso ver los golpazos que daban en el agua porque caían de mucha altura. Otros, que no pudieron tomar los puentes, ni la furia de los enemigos les daba tanto espacio, se echaron de las barrancas abajo y pasaron el río a nado. De esta manera desembarazaron el fuerte en poco espacio, y los que pudieron pasar el río, como que estuvieran ya seguros, se pusieron en escuadrón, y los nuestros quedaron destotra parte. Un indio de los que se habían escapado, viéndose fuera de aprieto, deseando mostrar la destreza que en su arco y flechas tenía, se apartó de los suyos y dio voces a los castellanos dándoles a entender por señas y algunas palabras que se apartase un ballestero de ellos en desafío singular y se tirasen sendos tiros a ver cuál de ellos era mejor tirador. Uno de los nuestros, que había nombre Juan de Salinas, hidalgo montañés, salió muy a prisa de entre los españoles (los cuales, por asegurarse de las flechas, se habían puesto al reparo de unos árboles que tenían por delante), y fue el río abajo a ponerse en derecho de donde estaba el indio, y, aunque uno de sus compañeros le dio voces que esperase que quería ir con él a hacerle escudo con una rodela, no quiso, diciendo que pues su enemigo no traía ventajas para sí no quería llevarlas contra él.
Y luego puso una jara en su ballesta y apuntó al indio para le tirar, el cual hizo lo mismo con su arco, habiendo escogido una flecha de las de su carcaj. Amigos soltaron los tiros a un mismo tiempo. El montañés dio al indio por medio de los pechos, de manera que fue a caer, mas antes que llegase al suelo llegaron los suyos a socorrerle y se lo llevaron en brazos más muerto que vivo, porque llevaba toda la jara metida por los pechos. El indio acertó al español por el pescuezo, en derecho del oído izquierdo, que por hacer buena puntería el enemigo y también por darle el lado del cuerpo, que tiene menos través que la delantera, había estado ladeado al tirar de la ballesta, y le atravesó la flecha por la cerviz, echándole tanto de una parte como de otra, y así la trajo atravesada y volvió a los suyos muy contento del tiro que había hecho en su enemigo. Los indios (aunque pudieron) no quisieron tirar a Juan de Salinas, porque el desafío había sido uno a uno. El adelantado, que había deseado castigar la desvergüenza y atrevimiento de aquellos indios, apellidando a los de a caballo y pasando el río por un buen vado que estaba arriba del fuerte, los llevaron alanceando por un llano adelante más de una legua, y no cesaran hasta acabarlos todos, si la noche no les atajara con quitarles la luz del día. Mas con todo eso murieron en este trance más de dos mil indios, y pagaron bien su osadía para que no pudiesen quedar loándose de los castellanos que en su tierra habían muerto ni de la mucha molestia que en todo el invierno pasado les habían dado. Habiendo seguido al alcance, se volvieron los españoles a su alojamiento y curaron los heridos, que fueron muchos, por cuya necesidad pararon allí cuatro días, que no pudieron caminar.
Otros muchos indios, que pudieron salir al río por las puertas, lo pasaron por las puentes de madera, empero muchos de ellos, con la prisa que unos a otros se daban al pasar, cayeron en el río, y era gracioso ver los golpazos que daban en el agua porque caían de mucha altura. Otros, que no pudieron tomar los puentes, ni la furia de los enemigos les daba tanto espacio, se echaron de las barrancas abajo y pasaron el río a nado. De esta manera desembarazaron el fuerte en poco espacio, y los que pudieron pasar el río, como que estuvieran ya seguros, se pusieron en escuadrón, y los nuestros quedaron destotra parte. Un indio de los que se habían escapado, viéndose fuera de aprieto, deseando mostrar la destreza que en su arco y flechas tenía, se apartó de los suyos y dio voces a los castellanos dándoles a entender por señas y algunas palabras que se apartase un ballestero de ellos en desafío singular y se tirasen sendos tiros a ver cuál de ellos era mejor tirador. Uno de los nuestros, que había nombre Juan de Salinas, hidalgo montañés, salió muy a prisa de entre los españoles (los cuales, por asegurarse de las flechas, se habían puesto al reparo de unos árboles que tenían por delante), y fue el río abajo a ponerse en derecho de donde estaba el indio, y, aunque uno de sus compañeros le dio voces que esperase que quería ir con él a hacerle escudo con una rodela, no quiso, diciendo que pues su enemigo no traía ventajas para sí no quería llevarlas contra él.
Y luego puso una jara en su ballesta y apuntó al indio para le tirar, el cual hizo lo mismo con su arco, habiendo escogido una flecha de las de su carcaj. Amigos soltaron los tiros a un mismo tiempo. El montañés dio al indio por medio de los pechos, de manera que fue a caer, mas antes que llegase al suelo llegaron los suyos a socorrerle y se lo llevaron en brazos más muerto que vivo, porque llevaba toda la jara metida por los pechos. El indio acertó al español por el pescuezo, en derecho del oído izquierdo, que por hacer buena puntería el enemigo y también por darle el lado del cuerpo, que tiene menos través que la delantera, había estado ladeado al tirar de la ballesta, y le atravesó la flecha por la cerviz, echándole tanto de una parte como de otra, y así la trajo atravesada y volvió a los suyos muy contento del tiro que había hecho en su enemigo. Los indios (aunque pudieron) no quisieron tirar a Juan de Salinas, porque el desafío había sido uno a uno. El adelantado, que había deseado castigar la desvergüenza y atrevimiento de aquellos indios, apellidando a los de a caballo y pasando el río por un buen vado que estaba arriba del fuerte, los llevaron alanceando por un llano adelante más de una legua, y no cesaran hasta acabarlos todos, si la noche no les atajara con quitarles la luz del día. Mas con todo eso murieron en este trance más de dos mil indios, y pagaron bien su osadía para que no pudiesen quedar loándose de los castellanos que en su tierra habían muerto ni de la mucha molestia que en todo el invierno pasado les habían dado. Habiendo seguido al alcance, se volvieron los españoles a su alojamiento y curaron los heridos, que fueron muchos, por cuya necesidad pararon allí cuatro días, que no pudieron caminar.