Las rutas mediterráneas
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Datos principales
Rango
Aragón Baja Edad Media
Desarrollo
Para los mercaderes de los reinos peninsulares de la Corona, Cerdeña, Sicilia, Nápoles y el norte de Africa eran mucho más que escalas del comercio con el Mediterráneo oriental. Desde el siglo XIII los mercaderes catalanes controlaron buena parte del comercio en la zona, preponderancia económica que se reforzó con el dominio político . Puesto que se trataba de países con escaso desarrollo industrial, resultaron excelentes compradores de productos manufacturados y proveedores de primeras materias. En suma: la prosperidad del gran comercio catalanoaragonés se forjó tanto en el Ultramar de las especias (el Mediterráneo oriental) como en las escalas de la llamada diagonal insular (el Mediterráneo occidental). Los mercados de Cerdeña debían ser los menos atractivos. La economía de la isla, ha dicho M. Del Treppo, tenía connotaciones coloniales. Era, en efecto, una especie de dominio colonial de los catalanes. Habitada por una clientela más bien pobre y poco numerosa, constituía una escala de la navegación catalana. Es posible, por tanto, que su conquista obedeciera más a razones de estrategia política que a imperativos comerciales. Con todo, los mercaderes no desaprovechaban la ocasión para comerciar: descargaban un poco de todo y en pequeñas cantidades y adquirían trigo, coral, y en menor cuantía sal, queso, cueros, pieles y metales. Para los mercaderes de la Corona, el reino de Nápoles era sobre todo un mercado consumidor y una zona internacional de intercambio (ferias de Nápoles, Gaeta y Salerno), todo lo cual no parece justificar la tardía y costosa conquista de Alfonso el Magnánimo , a mediados del siglo XV.
El montante de las importaciones de tierras napolitanas era modesto (trigo, algodón, azufre, esclavos y vino), no así las ventas. Los mercaderes catalanes vendían en el reino de Nápoles lana, cueros, azafrán, cera, sal de Ibiza, algunos productos sicilianos (azúcar, queso) y, sobre todo, paños de la industria catalana, valenciana y mallorquina. La mayor parte de estos productos exportados a Nápoles debían ser reexportados por mercaderes italianos (genoveses y venecianos) y por catalanes que operaban en Ultramar, y que así se proveían cómodamente en los mercados napolitanos. Como indica J. Heers, Nápoles no era más que una etapa del gran tráfico hacia el Levante mediterráneo, a lo largo del eje catalán Barcelona-Nápoles-Sicilia-Rodas. El norte de Africa fue el taller experimental del comercio catalanoaragonés y el ámbito de creación de las primeras fortunas mercantiles de la Corona. Siempre fue una ruta relativamente modesta, en cierto sentido popular, hecha de un comercio de pequeñas cantidades y muchas comandas . No obstante, y a pesar del riesgo del corsarismo (vinculado al comercio de esclavos), en esta zona se sumaban ventajas económicas y políticas: la debilidad de las flotas africanas dejaba el transporte en manos catalanas, y las divisiones y rivalidades entre los sultanes facilitaban la imposición de una especie de protectorado militar del rey de Aragón en la zona. Los mercaderes de Barcelona , Valencia , Mallorca y Sicilia iban a los mercados del norte de Africa (Túnez, Bona, Bugía, Argel) a vender paños y productos muy diversos, agrícolas e industriales, y adquirir cera, cuero, coral, esclavos y oro, además de productos exóticos.
La ruta ofrecía un saldo favorable, y proporcionaba primeras materias para los talleres catalanes y oro para las compras de especias en el Mediterráneo oriental. Sicilia, aunque incorporada a la Corona por intereses puramente dinásticos de la monarquía, desde finales del siglo XIII ocupó un lugar destacado en la navegación y el comercio exterior catalanoaragonés. Los monarcas otorgaron privilegios a los mercaderes catalanes, que formaron colonias numerosas (en Palermo, Mesina, Catania y Siracusa) y, desde hacia 1350, dieron preponderancia al comercio catalán en la isla, donde practicaron la compraventa, el comercio del dinero y el negocio de los seguros. Compraban trigo, coral, seda, azúcar y algodón, y vendían productos catalanoaragoneses (paños , azafrán, cueros) y de reexportación (tejidos de lujo ingleses y flamencos). Para los catalanes la balanza comercial era favorable y la isla se situaba en el centro de su compleja red de intercambios, ya sea como eslabón de la ruta de las especias o larga diagonal insular, ya sea como parte de relaciones triangulares en el Mediterráneo occidental. Más allá de Sicilia y del estrecho de Mesina empezaba el Mediterráneo oriental, el ámbito que las fuentes llaman Oriente, Levante y Ultramar, esencialmente delimitado por Constantinopla al norte y Alejandría al sur, y formado por las costas griegas, Asia Menor, las islas de Creta, Quíos, Rodas y Chipre y los puertos sirios de Jaffa y Beirut.
En este ámbito había dos rutas, la del Imperio bizantino o Romanía, y la de Siria y Egipto. La del Imperio bizantino, con centro en Constantinopla, era la menos frecuentada. Aquí los mercaderes de la Corona, generalmente catalanes, vendían productos agrícolas (azafrán, aceite) y de fabricación (paños, armas, coral trabajado) y adquirían primeras materias (cera, alumbre, cobre, algodón) y esclavos. "La ruta más importante del comercio internacional de Barcelona, que le debía todas sus fortunas y la prosperidad de su clase dirigente" (M. Del Treppo) era la de Siria y Egipto. En esta ruta, Rodas, con una importante colonia de mercaderes catalanes, era escala y almacén. En función de la coyuntura política, los mercaderes se dirigían a Siria (Beirut, Damasco) o a Egipto (Alejandría), con el objetivo principal de adquirir especias (gengibre, pimienta, canela, laca, incienso) y secundariamente productos industriales de lujo (tejidos finos) y materias primas (lino, algodón). A cambio vendían coral y paños, productos de reexportación (estaño, telas de cáñamo) y algunos productos agropecuarios (miel, fruta seca, aceite). En las rutas de Ultramar se invertían sumas considerables, pero de este comercio dependía, en gran medida, la prosperidad de los mercaderes catalanes y de otros sectores sociales y pueblos de la Corona: las especias de Oriente, reexportadas hacia Flandes, Languedoc, Provenza, Aragón y Castilla, servían para comprar lana, trigo, azafrán (en parte en Aragón y Valencia) y tejidos ricos (en las rutas continentales y del Atlántico norte), productos que en parte eran consumidos en la Corona, en parte transformados (fabricación de paños ) y en parte reexportados (ventas de azafrán en el Languedoc, de lana en Venecia y de paños en todo el Mediterráneo), y claro está, con los ingresos de las ventas de lana y paños, trabajaban los talleres textiles rurales y urbanos, y de ello vivían, al menos parcialmente, mercaderes, artesanos y campesinos de todos los reinos de la Corona. Se trataba de un sistema económico complejo cuyo funcionamiento dependía de muchos factores engarzados. El fallo de una pieza importante, como el aprovisionamiento o la venta de especias, azafrán o paños, ponía en peligro a todo el conjunto, que es lo que sucedió en distintos momentos durante el siglo XV.
El montante de las importaciones de tierras napolitanas era modesto (trigo, algodón, azufre, esclavos y vino), no así las ventas. Los mercaderes catalanes vendían en el reino de Nápoles lana, cueros, azafrán, cera, sal de Ibiza, algunos productos sicilianos (azúcar, queso) y, sobre todo, paños de la industria catalana, valenciana y mallorquina. La mayor parte de estos productos exportados a Nápoles debían ser reexportados por mercaderes italianos (genoveses y venecianos) y por catalanes que operaban en Ultramar, y que así se proveían cómodamente en los mercados napolitanos. Como indica J. Heers, Nápoles no era más que una etapa del gran tráfico hacia el Levante mediterráneo, a lo largo del eje catalán Barcelona-Nápoles-Sicilia-Rodas. El norte de Africa fue el taller experimental del comercio catalanoaragonés y el ámbito de creación de las primeras fortunas mercantiles de la Corona. Siempre fue una ruta relativamente modesta, en cierto sentido popular, hecha de un comercio de pequeñas cantidades y muchas comandas . No obstante, y a pesar del riesgo del corsarismo (vinculado al comercio de esclavos), en esta zona se sumaban ventajas económicas y políticas: la debilidad de las flotas africanas dejaba el transporte en manos catalanas, y las divisiones y rivalidades entre los sultanes facilitaban la imposición de una especie de protectorado militar del rey de Aragón en la zona. Los mercaderes de Barcelona , Valencia , Mallorca y Sicilia iban a los mercados del norte de Africa (Túnez, Bona, Bugía, Argel) a vender paños y productos muy diversos, agrícolas e industriales, y adquirir cera, cuero, coral, esclavos y oro, además de productos exóticos.
La ruta ofrecía un saldo favorable, y proporcionaba primeras materias para los talleres catalanes y oro para las compras de especias en el Mediterráneo oriental. Sicilia, aunque incorporada a la Corona por intereses puramente dinásticos de la monarquía, desde finales del siglo XIII ocupó un lugar destacado en la navegación y el comercio exterior catalanoaragonés. Los monarcas otorgaron privilegios a los mercaderes catalanes, que formaron colonias numerosas (en Palermo, Mesina, Catania y Siracusa) y, desde hacia 1350, dieron preponderancia al comercio catalán en la isla, donde practicaron la compraventa, el comercio del dinero y el negocio de los seguros. Compraban trigo, coral, seda, azúcar y algodón, y vendían productos catalanoaragoneses (paños , azafrán, cueros) y de reexportación (tejidos de lujo ingleses y flamencos). Para los catalanes la balanza comercial era favorable y la isla se situaba en el centro de su compleja red de intercambios, ya sea como eslabón de la ruta de las especias o larga diagonal insular, ya sea como parte de relaciones triangulares en el Mediterráneo occidental. Más allá de Sicilia y del estrecho de Mesina empezaba el Mediterráneo oriental, el ámbito que las fuentes llaman Oriente, Levante y Ultramar, esencialmente delimitado por Constantinopla al norte y Alejandría al sur, y formado por las costas griegas, Asia Menor, las islas de Creta, Quíos, Rodas y Chipre y los puertos sirios de Jaffa y Beirut.
En este ámbito había dos rutas, la del Imperio bizantino o Romanía, y la de Siria y Egipto. La del Imperio bizantino, con centro en Constantinopla, era la menos frecuentada. Aquí los mercaderes de la Corona, generalmente catalanes, vendían productos agrícolas (azafrán, aceite) y de fabricación (paños, armas, coral trabajado) y adquirían primeras materias (cera, alumbre, cobre, algodón) y esclavos. "La ruta más importante del comercio internacional de Barcelona, que le debía todas sus fortunas y la prosperidad de su clase dirigente" (M. Del Treppo) era la de Siria y Egipto. En esta ruta, Rodas, con una importante colonia de mercaderes catalanes, era escala y almacén. En función de la coyuntura política, los mercaderes se dirigían a Siria (Beirut, Damasco) o a Egipto (Alejandría), con el objetivo principal de adquirir especias (gengibre, pimienta, canela, laca, incienso) y secundariamente productos industriales de lujo (tejidos finos) y materias primas (lino, algodón). A cambio vendían coral y paños, productos de reexportación (estaño, telas de cáñamo) y algunos productos agropecuarios (miel, fruta seca, aceite). En las rutas de Ultramar se invertían sumas considerables, pero de este comercio dependía, en gran medida, la prosperidad de los mercaderes catalanes y de otros sectores sociales y pueblos de la Corona: las especias de Oriente, reexportadas hacia Flandes, Languedoc, Provenza, Aragón y Castilla, servían para comprar lana, trigo, azafrán (en parte en Aragón y Valencia) y tejidos ricos (en las rutas continentales y del Atlántico norte), productos que en parte eran consumidos en la Corona, en parte transformados (fabricación de paños ) y en parte reexportados (ventas de azafrán en el Languedoc, de lana en Venecia y de paños en todo el Mediterráneo), y claro está, con los ingresos de las ventas de lana y paños, trabajaban los talleres textiles rurales y urbanos, y de ello vivían, al menos parcialmente, mercaderes, artesanos y campesinos de todos los reinos de la Corona. Se trataba de un sistema económico complejo cuyo funcionamiento dependía de muchos factores engarzados. El fallo de una pieza importante, como el aprovisionamiento o la venta de especias, azafrán o paños, ponía en peligro a todo el conjunto, que es lo que sucedió en distintos momentos durante el siglo XV.