La pirámide de Kefrén
Compartir
Datos principales
Rango
Pirámides
Desarrollo
Con sus 143,5 metros de alto y sus 215,25 de base, la pirámide de Kefrén (2521?2495 a. C.) es sólo tres metros más baja que la de su padre , pero ocupa una superficie bastante menor. La diferencia real entre las dos queda atemperada por el mayor ángulo de inclinación de sus muros y por la superior altura de su emplazamiento, de tal manera que hoy parece la mayor de las pirámides, cuando sólo es la que mejor se conserva. Por dentro difiere mucho de la Gran Pirámide . La cámara del sarcófago está tallada en la roca y sólo el techo, de losas colocadas oblicuamente a dos aguas y el revestimiento de sus muros, son obra de cantería. Antes de la construcción de la entrada definitiva tuvo otra que conducía a una cámara de sarcófago más profunda. Esta zona fue cegada y aún hoy es inaccesible. El cambio de programa obedece seguramente a que el emplazamiento de la superestructura fue trasladado más al sur al ser descubierto en la roca un asiento mejor para la calzada. El templo del valle tiene planta cuadrada, de 45 metros de lado, y gruesos muros con el exterior en talud. Estos alcanzaban originariamente una altura entre 12 y 13 metros. Sus dos entradas se encuentran en el muro de fachada, el oriental, que estaba precedido de un quiosco o naos cuadrado, donde había una estatua del rey, y de dos pares de esfinges, uno ante cada puerta. De todo ello quedan señales en el suelo de roca. La entrada se efectúa por profundos vestíbulos que parecen callejones sin salida, pero que cerca del fondo ofrecen sendos pasadizos de acceso a la antecámara.
En estos accesos tortuosos y poco acogedores persiste el afán prehistórico de ocultar lo sagrado a ojos profanos e impuros. Por la misma razón, la calzada estaba techada, de modo que nadie podía ver desde fuera el cortejo fúnebre del faraón, cuyos componentes habían sido objeto de purificación ritual. De la antecámara se pasa a una sala hipóstila en forma de T invertida, con una hilera de pilares monolíticos en la rama transversal y dos en la longitudinal. Esta sala es una obra maestra tanto por la armonía de sus proporciones como por la perfecta ordenación de los grandes bloques monolíticos, de granito rojo de Assuán, con que está construida y revestida. Es de suponer que esta misma perfección resplandeciese en el templo funerario, pero éste se ha conservado mucho peor. El templo del valle de Kefrén acaso sea el ejemplo de arquitectura arquitrabada más claro y más sencillo del mundo. Un niño podría reproducirlo con un juego de tacos. El piso, de placas de alabastro, reflejaba la luz proyectándola indirectamente sobre las 23 estatuas del rey que rodeaban los muros. Esa luz entraba por ranuras abiertas en lo alto de los muros y en las losas de granito del techo. Los tonos originales de aquel ambiente eran, pues, el rojo y el blanquecino, fundidos en una suave penumbra. Hoy el templo se halla descubierto y, por tanto, la luz es fuerte y en el juego de colores irrumpe con intensidad el azul del cielo. Sólo en los crepúsculos se restablece el misterio con que aquel ámbito había sido concebido.
Una de las estatuas de Kefrén fue enterrada en la antecámara cuando alguna amenaza que nosotros ignoramos se cernió sobre el templo. Allí permaneció oculta hasta que Mariette la descubrió hace más de un siglo. Hoy es uno de los tesoros del Museo de El Cairo. En esta sala se verificaban las ceremonias de la purificación del cadáver y de la apertura de la boca, o animación de las estatuas. La momificación ritual se realizaba fuera, en el techo del edificio, al que se subía por una de las escalera (la momificación efectiva, que podía durar meses, se realizaba en un taller especializado). Las vísceras, guardadas en vasos canópicos, se depositaban en cuatro de las seis celdas alargadas, repartidas en grupos de tres y en dos pisos, a las que se llega por un corredor situado en el extremo sur de la nave transversal. Cuando todas estas ceremonias se habían realizado, el cortejo fúnebre tomaba el camino de la calzada en dirección al templo funerario; al hacerlo, pasaba ante la cámara de alabastro, cuyo destino se desconoce (¿depósito de alimentos, casa de un guarda?). La calzada mide 496 metros de longitud y 4,50 de ancho. Su única luz se filtraba por las ranuras del techo. Es posible que sus muros tuviesen relieves, a diferencia del templo del valle, donde no hay más que paramentos lisos. El templo funerario es un rectángulo de más de cien metros de largo dividido entre las cinco partes que desde ahora serán preceptivas en los templos funerarios del Imperio Antiguo: a) salón de entrada, b) patio descubierto, c) cinco nichos para estatuas, d) almacenes, e) santuario.
Los tres primeros elementos constituyen el sector público; los dos últimos, el privado, sólo accesible a los sacerdotes. La calzada no lleva directamente al salón de entrada sino a un corredor que desemboca en un vestíbulo con dos pilares centrales. En el lado meridional de ésta se hallaban las dos cámaras alargadas para las coronas de Sais y de Buto, mientras que por el lado contrario se accedía a las cuatro celdas de alabastro destinadas a las vísceras. Este grupo de estancias estaba, pues, destinado a los ritos funerarios que se realizaban en nombre de Sais y Buto, las dos ciudades del Delta. El salón de entrada consta también de dos partes, unidas por un angosto pasadizo: una transversal y otra longitudinal. Sus techos estaban sostenidos por pilares monolíticos como los del templo del valle. A cada lado de la nave transversal se abren sendas galerías que penetran profundamente en el macizo de piedra del edificio. Ricke cree que cada una de ellas estaba destinada a las maquetas de las barcas del sol, las de sus navegaciones diurna y nocturna, aquélla en el lado sur y ésta en el norte. El patio descubierto está pavimentado de alabastro y rodeado de una galería de anchos macizos de granito rojo. Tras los vanos del fondo se abren las cinco capillas para las cinco estatuas, correspondientes probablemente a los cinco nombres protocolarios del faraón. A partir de aquí, sólo los sacerdotes podían internarse en el resto del templo. Un largo corredor llevaba a esta parte, compuesta por el sancta sanctórurn y los almacenes.
El primero consistía en una puerta falsa con un altar de poca altura al pie de su umbral. Aquí se depositaban diariamente los alimentos prescritos. Frente a ellos se encontraban los cinco almacenes para los vasos de piedra y la despensa de provisiones. Del otro lado del patio sale el corredor que lleva al recinto de circunvalación de la pirámide. Ha de entenderse que el acceso a ésta no estaba vedado a los profanos. El alto muro de circunvalación del recinto de la pirámide obligaba a cuantos quisieran ponerse en contacto con ella a entrar por el templo del valle, recorrer la calzada y atravesar el templo funerario. Otro acceso no había. En este recorrido el visitante iba contemplando una sucesión de aposentos y de objetos (entre éstos, obras de arte tan excelentes como la estatua de Kefrén) que lo predisponían para compenetrarse con la gran montaña de piedra que lo esperaba al término de su ascensión, donde se fundían perfectamente lo natural y lo sobrenatural.
En estos accesos tortuosos y poco acogedores persiste el afán prehistórico de ocultar lo sagrado a ojos profanos e impuros. Por la misma razón, la calzada estaba techada, de modo que nadie podía ver desde fuera el cortejo fúnebre del faraón, cuyos componentes habían sido objeto de purificación ritual. De la antecámara se pasa a una sala hipóstila en forma de T invertida, con una hilera de pilares monolíticos en la rama transversal y dos en la longitudinal. Esta sala es una obra maestra tanto por la armonía de sus proporciones como por la perfecta ordenación de los grandes bloques monolíticos, de granito rojo de Assuán, con que está construida y revestida. Es de suponer que esta misma perfección resplandeciese en el templo funerario, pero éste se ha conservado mucho peor. El templo del valle de Kefrén acaso sea el ejemplo de arquitectura arquitrabada más claro y más sencillo del mundo. Un niño podría reproducirlo con un juego de tacos. El piso, de placas de alabastro, reflejaba la luz proyectándola indirectamente sobre las 23 estatuas del rey que rodeaban los muros. Esa luz entraba por ranuras abiertas en lo alto de los muros y en las losas de granito del techo. Los tonos originales de aquel ambiente eran, pues, el rojo y el blanquecino, fundidos en una suave penumbra. Hoy el templo se halla descubierto y, por tanto, la luz es fuerte y en el juego de colores irrumpe con intensidad el azul del cielo. Sólo en los crepúsculos se restablece el misterio con que aquel ámbito había sido concebido.
Una de las estatuas de Kefrén fue enterrada en la antecámara cuando alguna amenaza que nosotros ignoramos se cernió sobre el templo. Allí permaneció oculta hasta que Mariette la descubrió hace más de un siglo. Hoy es uno de los tesoros del Museo de El Cairo. En esta sala se verificaban las ceremonias de la purificación del cadáver y de la apertura de la boca, o animación de las estatuas. La momificación ritual se realizaba fuera, en el techo del edificio, al que se subía por una de las escalera (la momificación efectiva, que podía durar meses, se realizaba en un taller especializado). Las vísceras, guardadas en vasos canópicos, se depositaban en cuatro de las seis celdas alargadas, repartidas en grupos de tres y en dos pisos, a las que se llega por un corredor situado en el extremo sur de la nave transversal. Cuando todas estas ceremonias se habían realizado, el cortejo fúnebre tomaba el camino de la calzada en dirección al templo funerario; al hacerlo, pasaba ante la cámara de alabastro, cuyo destino se desconoce (¿depósito de alimentos, casa de un guarda?). La calzada mide 496 metros de longitud y 4,50 de ancho. Su única luz se filtraba por las ranuras del techo. Es posible que sus muros tuviesen relieves, a diferencia del templo del valle, donde no hay más que paramentos lisos. El templo funerario es un rectángulo de más de cien metros de largo dividido entre las cinco partes que desde ahora serán preceptivas en los templos funerarios del Imperio Antiguo: a) salón de entrada, b) patio descubierto, c) cinco nichos para estatuas, d) almacenes, e) santuario.
Los tres primeros elementos constituyen el sector público; los dos últimos, el privado, sólo accesible a los sacerdotes. La calzada no lleva directamente al salón de entrada sino a un corredor que desemboca en un vestíbulo con dos pilares centrales. En el lado meridional de ésta se hallaban las dos cámaras alargadas para las coronas de Sais y de Buto, mientras que por el lado contrario se accedía a las cuatro celdas de alabastro destinadas a las vísceras. Este grupo de estancias estaba, pues, destinado a los ritos funerarios que se realizaban en nombre de Sais y Buto, las dos ciudades del Delta. El salón de entrada consta también de dos partes, unidas por un angosto pasadizo: una transversal y otra longitudinal. Sus techos estaban sostenidos por pilares monolíticos como los del templo del valle. A cada lado de la nave transversal se abren sendas galerías que penetran profundamente en el macizo de piedra del edificio. Ricke cree que cada una de ellas estaba destinada a las maquetas de las barcas del sol, las de sus navegaciones diurna y nocturna, aquélla en el lado sur y ésta en el norte. El patio descubierto está pavimentado de alabastro y rodeado de una galería de anchos macizos de granito rojo. Tras los vanos del fondo se abren las cinco capillas para las cinco estatuas, correspondientes probablemente a los cinco nombres protocolarios del faraón. A partir de aquí, sólo los sacerdotes podían internarse en el resto del templo. Un largo corredor llevaba a esta parte, compuesta por el sancta sanctórurn y los almacenes.
El primero consistía en una puerta falsa con un altar de poca altura al pie de su umbral. Aquí se depositaban diariamente los alimentos prescritos. Frente a ellos se encontraban los cinco almacenes para los vasos de piedra y la despensa de provisiones. Del otro lado del patio sale el corredor que lleva al recinto de circunvalación de la pirámide. Ha de entenderse que el acceso a ésta no estaba vedado a los profanos. El alto muro de circunvalación del recinto de la pirámide obligaba a cuantos quisieran ponerse en contacto con ella a entrar por el templo del valle, recorrer la calzada y atravesar el templo funerario. Otro acceso no había. En este recorrido el visitante iba contemplando una sucesión de aposentos y de objetos (entre éstos, obras de arte tan excelentes como la estatua de Kefrén) que lo predisponían para compenetrarse con la gran montaña de piedra que lo esperaba al término de su ascensión, donde se fundían perfectamente lo natural y lo sobrenatural.