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Javier Tusell nos ofrece una experta explicación de las causas que condujeron a la derrota de Alemania: "La segunda guerra mundial guarda todavía (y seguirá guardando durante mucho tiempo) un número muy considerable de secretos, pero uno de ellos no es ya la razón de la derrota alemana. A los historiadores se nos presenta en el momento actual la derrota alemana como algo por completo inevitable e incluso previsible desde el comienzo mismo de las hostilidades, si éstas duraban lo suficiente como para que se acabara por imponer el peso objetivo de las fuerzas en presencia. Y ello a pesar de que durante meses pudo dar la sensación de que la resistencia británica constituía un acto de locura. En efecto, ya desde 1939 era patente para todos los beligerantes, incluida la propia Alemania, que el adversario aliado era superior. Lo era, por supuesto, en lo que respecta a la potencia económica: Alemania, a lo largo de todo el conflicto, no sólo dependió del petróleo rumano, sino también del mineral de hierro sueco para alimentar su industria bélica. Inclusa lo era desde el punto de vista militar: los aliados eran claramente superiores en el mar, pero en tierra, en el momento inicial podían disponer de más de noventa divisiones, mientras que Alemania no llegaba a 70. Los aliados, en fin, eran también superiores en bombarderos estratégicos y no estaban por debajo de los alemanes en lo que respecta al número de carros de combate. Alemania había hecho un gran esfuerzo militar (en 1938 su presupuesto militar era cinco veces el inglés), pero Hitler era perfectamente consciente de que su país no estaría listo para la guerra sino en 1942-43, por eso no quería el comienzo de las hostilidades en el momento en que se produjo.

De ahí también su estrategia de "guerra relámpago": no era sólo una muestra de la brillantez de las concepciones estratégicas de los planificadores alemanes, sino que, además, constituía una obligación. Ahora bien, en 1940 y 1941 dio la sensación de que, gracias a la "guerra relámpago", la inicial superioridad de los aliados había sido hecha añicos por los alemanes. Sin contar con Estados Unidos, que no habían entrado en la guerra, como tampoco la Rusia soviética, antes de la agresión hitleriana, la superioridad en todos los terrenos se decantaba en contra de Gran Bretaña. Esto hizo que en ella se reaccionara de una forma totalmente contrapuesta a la de Alemania, que pecó, en esta circunstancia, de un exceso de confianza, que se pagaría después, pero que por el momento parecía fundamentado. Gran Bretaña llevó a cabo entonces una movilización para la guerra total que impuso enormes sacrificios, se concretó en una austeridad draconiana y demostró una voluntad resistente y tenaz. Lo que Alemania demostró entonces fue una total confianza en el triunfo, explicable por las victorias, pero que resultaría mortal con el paso del tiempo. No sólo no se preparó para la guerra total, cuando por las características del régimen podía hacerlo con mayor facilidad que una democracia, sino que en parte se desmovilizó en el terreno militar y vio cómo en 1941 aumentaba su consumo interno. La guerra total no la conocería Alemania hasta una fecha tan tardía como 1944, cuando ya era demasiado tarde; sólo en 1943 el Ejército alemán se acercó a los diez millones de combatientes, lo que casi duplicaba la cifra de 1940.

La industria militar alcanzó su máximo de producción en ese período final de la guerra, cuando la acumulación de adversarios ya lo hacía innecesario, porque la victoria era simplemente imposible: de los 113.000 aviones producidos por Alemania durante la guerra, 40.593 lo fueron en el año 1944; en los cuatro meses finales de la guerra, en 1945, con Alemania ya invadida, se fabricaron tantos aviones como en 1943. El esfuerzo tardío fue también baldío. Cuando entró en guerra Estados Unidos, la situación cambió dramáticamente para Alemania. Baste con un sólo ejemplo para probarlo. De 1939 a 1942, la flota submarina alemana se quintuplicó, y en este último año había logrado, mediante un eficaz bloqueo de las costas británicas, reducir a menos de la mitad el monto de las importaciones inglesas. Este año, sin embargo, Estados Unidos, a pesar de ser el momento del ápice de la campaña submarina, fabricaba ya más barcos que los alemanes eran capaces de hundir en el Atlántico. Si Alemania hubiera movilizado la totalidad de sus recursos en el momento oportuno y no hubiera emprendido su agresión a la Rusia soviética, lo más probable es que hubiera llegado a conseguir la victoria militar. No lo hizo, y cuando había acumulado un número de adversarios claramente excesivo para sus fuerzas, se mostró, además, que una potencia militarista y teóricamente volcada a unos propósitos imperiales, como era la Alemania nazi, tenía también sus gravísimos inconvenientes para una conducción correcta de la guerra: ni el Estado parecía lo eficiente que decía ser ni la supuesta genialidad estratégica de Hitler dio ahora resultado, sino que se tradujo en propósitos imposibles y en sueños delirantes que cada vez se alejaban más y más de la realidad hasta el trágico final del Führer.

El régimen nazi demostró, en efecto, no ser un Estado rígidamente centralizado para unos propósitos bélicos, sino más bien el producto de una anarquía autoritaria y de una especie de feudalismo burocrático, en el que cada uno de los clanes que formaba la clase dirigente luchaba, carente de coordinación, por conseguir el máximo poder para sí, sin que el propio Hitler llevara a cabo el mínimo de coordinación. Esa es una de las razones por las cuales la movilización de la maquinaria industrial alemana fue tardía. Esa también pudo ser la razón de que ese empleo de nuevas armas, del que, en su fase final, el régimen nazi hizo propaganda, hasta el punto de constituir su última esperanza, no resultó posible, porque no había sido facilitado previamente por un funcionamiento eficiente de la Administración. En materias como los aviones a reacción, los misiles o la propia bomba atómica, Alemania iba más adelantada en su investigación que los aliados, peor ese adelanto no pudo ser utilizado en el momento decisivo. El propio Hitler fue el principal culpable de que no se hiciera en el caso concreto de los aviones a reacción, cuya construcción retrasó, con graves consecuencias para su causa. Sin duda, sin embargo, su error fue más grave aún, hasta convertirse en verdadera locura a la hora de plantear la guerra contra la Unión Soviética en la fase final de 1944 y 1945. Seguía pensando que el Ejército ruso era un "bluff", "el más grande desde Gengis Khan", y por ello alimentó hasta el final la esperanza ilusa de que le sería posible enderezar la situación militar en el Este. Esto es lo que explica que no tuviera inconveniente en distraer parte de sus efectivos en frentes secundarios o que obligara a resistencias imposibles a tropas aisladas. Pero ya todo esto no tenía ningún sentido: en la fase final de la ofensiva rusa, cuando todavía se mantenían en pie los Ejércitos alemanes, eran superados por los soviéticos, que contaban, al menos, con diez veces más carros".

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