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Desarrollo


INTRODUCCIÓN Entre los antepasados y parientes del matrimonio formado por doña Blanca de Sotomayor y Figueroa y Alonso Hinestrosa de Vargas, brillan los ilustres nombres de los poetas marqués de Santillana, Gómez y Jorge Manrique, y el excelso toledano Garcilaso de la Vega, así como de los insignes caballeros Garcí Lasso el Viejo, privado de Alfonso XI, Garcí Lasso el Mozo, esforzado combatiente en la batalla del Salado, y Garcí Pérez de Vargas, que luchó al lado del rey San Fernando en la reconquista de Andalucía. Heredero, pues, de linajes cuyos vástagos habían destacado en las armas y en las letras, nació un hijo de doña Blanca y don Alonso en Badajoz en torno al año 1500, recibiendo por nombre Sebastián Garcí Lasso de la Vega Vargas. Al igual que otros muchos hidalgos extremeños de aquella época, este Sebastián Garcilaso de la Vega decidió probar fortuna en las Indias; si bien no se sabe todavía con certeza en qué año emprendió el viaje, o incluso si acaso realizó varias travesías del Atlántico antes de lanzarse definitivamente a la aventura americana. Cabe la posibilidad de que viajara a América alrededor del año 1525 y que hiciera campañas en México y Guatemala, pero el primer dato seguro sobre sus actividades militares en el Nuevo Mundo se refiere a su participación en la expedición al Perú en 1534 bajo las Órdenes de Pedro de Alvarado. Al regresar Alvarado a Guatemala, provincia de la cual era gobernador y capitán general, la mayoría de sus hombres se quedaron en el Perú a las órdenes de Francisco Pizarro.

A partir de entonces Sebastián Garcilaso luchó en las conquistas y guerras civiles del Perú, en el curso de las cuales entró por primera vez en el Cuzco, como prisionero de las fuerzas almagristas. En aquellos tiempos tan inciertos y revueltos el péndulo de la fortuna y las circunstancias colocaron al capitán Garcilaso en más de una situación difícil, pero supo salir con bien de todos los peligros políticos y militares, a pesar de haberse vinculado estrechamente al rebelde Gonzalo Pizarro. Sus continuos cambios de bando le valieron a Garcilaso el mote de el leal de tres horas, pero, al fin, además de lograr salvar su vida y su honor, consiguió hacerse con un patrimonio considerable. Sus primeros esfuerzos al lado de los pizarristas fueron premiados con la propiedad del rico repartimiento de Tapacari, en la zona de Cochabamba; tierras que, entre maíz, trigo e indios de mita, le iban a asegurar unas rentas de entre 13.000 y 21.000 pesos. Después de la batalla de Chupas (1542), donde Garcilaso luchó como capitán de caballería en el bando de Vaca de Castro contra el rebelde Diego de Almagro el Mozo, fue recompensado con los repartimientos de Gotanera y Huamampallpa, cerca de Cuzco, y otras propiedades menores, permitiéndole vivir con toda comodidad. Los parientes del capitán Garcilaso, que habían pasado a las Indias con los mismos propósitos que él, no tuvieron tanta suerte. Su primo Gómez de Luna fue ejecutado por amotinarse en La Plata; otro primo, Gómez de Tordoya, murió en la batalla de Chupas; y su hermano Juan de Vargas murió en 1547 en la batalla de Huarina.

Entre tanto, Garcilaso había conocido en el Cuzco a una princesa incaica llamada Chimpu Ocllo, bautizada con el nombre de Israel Suárez. Esta joven era hija del Inca Huallpa Tupac, cuarto hijo del emperador Inca Tupac Yupanqui. Era, por tanto, prima del emperador Huáscar, desposeído y muerto por orden de su hermano Atahualpa, antes de que la invasión española pusiera fin a estas luchas fratricidas. De la unión del capitán e Isabel nació el 12 de abril de 1539 (el mismo año en que emprendió Hernando de Soto su expedición a la Florida), un hijo, para quien se escogió un nombre que habían llevado varios antepasados del capitán Garcilaso: Gómez Suárez de Figueroa. Con este nombre el niño mestizo recibió las aguas del bautismo en la fe católica, teniendo como padrino a Francisco de Almendras. La posteridad, sin embargo, recogerá y exaltará el nombre que, andando los años, escogerá Gómez Suárez para sí mismo: Garcilaso de la Vega, el Inca. Gómez Suárez habría de residir unos veinte años en su ciudad natal del Cuzco. Sus primeras palabras y educación con toda seguridad fueron en la lengua quechua, pues su madre no supo otra (tuvo que dictar su testamento mediante un intérprete), y el propio Gómez Suárez afirmó que mi lengua natural materna es la general que se habla en todo el Perú1, diciendo asimismo que el runa simi o quechua, que en la leche mamó2, lo llegó a dominar perfectamente3. Esto resulta fácil de comprender al tener en cuenta que a la casa del capitán Garcilaso acudían muchos parientes y amigos de Isabel Chimpu Ocllo.

Allí charlaban su hermano Huallpa Tupac, su anciano tío Cusi Huallpa, y los viejos capitanes de la guardia del emperador Huayna Capac, otro tío de Isabel. El joven Gómez Suárez conoció en su propia casa, luego en la escuela y por último en la casa que acabó habitando su madre al separarse del capitán, a más de doscientos descendientes de la familia real incaica, según su propio testimonio; y pudo así escuchar sus conversaciones y enterarse de muchas cosas relacionadas con la parte incaica de su herencia mestiza. Años más tarde lo explicó así: Residiendo mi madre en el Cozco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades y tiranías de Atahualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido que no la trajesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas; # En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales oír fábulas4.

Por otra parte, el niño no vivía ajeno a los peligros y lances de las guerras civiles que azotaban el Perú. Cuando el capitán Garcilaso salió del Cuzco huyendo de las tropas de Gonzalo Pizarro, con la intención de unirse a las fuerzas del virrey Blasco Núñez Vela en Lima, en 1544, dejó en su casa a Chimpu Ocllo y Gómez Suárez, junto con Leonor de la Vega, una hija mestiza del capitán, bajo el cuidado del ayo mestizo Juan de Alcobaza. Al poco tiempo un grupo de gonzalistas intentó incendiar la casa, quitó a la familia sus indios de servicio, e incluso bombardeó la casa (aunque afortunadamente con poco efecto) hasta que algunos vecinos lograron disuadir al responsable, Hernando Bachicao. A partir de entonces la familia de Garcilaso vivió atemorizada, sin apenas atreverse a salir a la calle, y recibieron alimentos gracias a amigos como Juan de Escobar, quien vivía enfrente, e invitaba a comer a Gómez Suárez todos los días, y gracias a los indios, parientes y amigos, quienes llevaron comida a la casa en secreto5. De esta situación pudo librarse la familia gracias a una breve tregua producida al efectuarse cambios en el gobierno de la ciudad, lo que aprovecharon para abandonar la casa y trasladarse a vivir a un repartimento que era propiedad del capitán6. El desfile de personajes ante sus propios ojos debió de confundir y excitar a la vez al pequeño Gómez Suárez. Vio a Diego Centeno, quien por un día arrebató audazmente la ciudad del Cuzco de manos de los gonzalistas.

Luego salió a las afueras con otros vecinos para presenciar la llegada del propio Gonzalo Pizarro, victorioso en la batalla de Huarina contra Centeno; y pudo gozar el niño de nuevo con la presencia de su padre, reconciliado ahora, en apariencia al menos, con Pizarro. Siguieron días alegres, con fiestas, juegos y banquetes, hasta que el rebelde se vio obligado a salir al encuentro del enviado especial de Carlos V, Pedro de La Gasca; cosa que hizo convirtiendo su partida en una impresionante exhibición de orden militar. La batalla no llegó a producirse porque los soldados de Pizarro (y el capitán Garcilaso entre los primeros) le abandonaron en masa; pero los rebeldes más destacados no escaparon de castigos ejemplares, y Gómez Suárez vio los latigazos, los hombres ahorcados, los cuerpos descuartizados, y las cabezas clavadas en picotas. También presenció la entrada triunfal de La Gasca en el Cuzco, y las ceremonias y fiestas que siguieron. Es más, La Gasca quiso favorecer al capitán Garcilaso presenciando las corridas de toros y juegos de cañas que se celebraban en la plaza de Cusipata, hoy plaza del Regocijo, desde el balcón de su casa, cuando pudo haberlos visto perfectamente bien desde la ventana de la casa de Tomás Vásquez, donde se alojaba7. Corría el año de 1548 y Gómez Suárez acababa de cumplir nueve años. Hemos dicho que la formación infantil de Gómez se había llevado a cabo en gran medida bajo la influencia de su madre y sus parientes, pero el amigo Alcobaza ya le iba preparando para estudios de otro tipo y, después de pasar por manos de diferentes maestros, empezó a perfeccionar sus conocimientos de la cultura española, junto con otros niños mestizos del Cuzco, bajo la tutela del canónigo de la catedral, Juan de Cuéllar, quien soñaba con enviar a sus mejores alumnos a estudiar a Salamanca8.

Las principales diversiones de esta época consistían en montar a caballo y en practicar los deportes y artes militares relacionados con los caballos, o en explorar con los amigos las calles y las tierras circundantes del Cuzco, o bien en mirar e incluso participar en procesiones religiosas y fiestas y banquetes de todo tipo. Gómez Suárez vivía plenamente el inicio de la mestización de la sociedad, de la cultura y de las actividades agrarias del Perú. Veía cómo la ciudad imperial iba cambiando de fisonomía al ser modificadas, o construidas de nueva planta las casas que, con sus puertas blasonadas, sus ventanas, sus segundos pisos de relucientes paredes encaladas, sus balcones y sus rejas de hierro forjado, contrastaban con las herméticas construcciones pétreas de los incas. A partir de los años de 1550 los vecinos del Cuzco empezaban a experimentar los cambios efectuados al introducir diversos elementos de colonización agrícola y ganadera española: hicieron su aparición y comenzaron a prosperar el olivo, el trigo, la vid, el espárrago, el ganado asnal, el vacuno y el bovino. Todavía en 1552 hubo de vivir Gómez Suárez muy de cerca los últimos coletazos de la lucha entre el poder personal de los conquistadores encomenderos y el poder centralizado de la Corona, al promulgarse la real cédula que suprimía los servicios personales de los indios y producirse nuevas alteraciones en todo el Perú. De nuevo tuvo que huir el capitán Garcilaso, para ofrecer sus servicios a la Audiencia en Lima, dejando a su familia en el Cuzco.

Su hijo contaría al cabo de los años los sucesos de aquella peligrosa noche, con todo lujo de detalles, y podemos imaginarnos al joven corriendo para traer el mejor caballo de su padre, sólo para encontrarse al llegar a la casa con que el capitán, impaciente, había partido ya9. El capitán Garcilaso salió bien parado de esta revuelta, pues en 1554 fue nombrado corregidor y justicia mayor del Cuzco, con un salario de 3.000 pesos. La relación que unía al hijo con el padre en esta época debió de ser muy estrecha, por una serie de motivos. El amor que se profesaban mutuamente era innegable, pero además Gómez Suárez ya tenía edad y conocimientos suficientes para ayudar a su padre en varios menesteres. Le llevaba la contabilidad de los tributos que debían pagarle los indios, escribía sus cartas mientras le duró el cargo de corregidor, y le asistía en las ceremonias y fiestas que requerían su presencia10. En fin, hubo un motivo más que debió de empujar al joven Gómez Suárez a buscar refugio en el amor paterno, y fue la separación del contacto, bajo el techo familiar, con su madre. Efectivamente, el capitán Garcilaso hizo caso de la recomendación real de que los encomenderos se casasen con mujeres españolas, y se unió en matrimonio, en el año 1549, con la catorceañera Luisa Marte de los Ríos, con la cual tuvo el capitán dos hijas legítimas: Blanca de Sotomayor y Francisca de Mendoza, que murieron en plena juventud en el mes de mayo de 1560. A Isabel Chimpu Ocllo no se la podía echar a la calle sin más, así que se la casó con un modestísimo español, llamado Juan del Pedroche, con quien tendría Isabel dos hijas, Luisa de Herrera y Ana Ruiz.

En sus obras escritas, el hijo de Isabel y Sebastián Garcilaso no dejó huella de la impresión que esta ruptura de su hogar pudo hacer en su corazón. Fiel a los modelos historiográficos y tradiciones que siguió, silenció todo recuerdo destructivo, aunque según al menos un estudioso del tema, este hecho supuso en la sensibilidad del joven un ultraje irreparable11. No obstante, en el aspecto externo la vida de Gómez Suárez transcurría en medio de la abundancia que aseguraban los cuantiosos ingresos de su padre y la alegría superficial de una casa donde frecuentemente se celebraban grandes fiestas y comidas, con la asistencia de muchos camaradas, gentes principales e invitados especiales. El capitán mantenía unas grandes caballerizas y Gómez Suárez cobró de joven una afición por los caballos que le iba a acompañar toda la vida. Viaje a España Hacia finales de 1556, el capitán Garcilaso proyectaba pedir permiso para regresar a España por un período de tres años. Felipe II concedió la licencia solicitada el 16 de marzo de 1557, pero el capitán no pudo emprender el viaje porque contrajo una enfermedad que le estuvo martirizando hasta su muerte, el 18 de mayo de 1559. En su testamento reconoció a Gómez Suárez como su hijo natural y, proclamando el amor que sentía por él, le dejó en herencia cuatro mil pesos para que fuese a estudiar a España. Algún autor ha sostenido que la intención del capitán con esta cláusula era que Gómez Suárez estudiara para clérigo, pero esto es un detalle discutido.

En cualquier caso, este dinero y la chacra de ocra llamada Havisca (en Antisuyo, región de Paucartambo), que su padre le había regalado en vida, constituían, pues, toda la riqueza material de Gómez Suárez en vísperas de su adiós definitivo a su patria natal. Entre los preparativos para el viaje, el joven recibió de su madre, Isabel Chimpu Ocllo, algo más de dinero para sus gastos, a cambio de lo cual él le dejó a ella el usufructo de la chacra de Havisca, en tanto que él no volviese al Perú. Asimismo se fue a despedir del corregidor del Cuzco, Polo de Ondegardo, simple cortesía que tomó un cariz emocionante al hacerle entrar el corregidor al joven mestizo en un cuarto donde temporalmente reposaban cinco momias incaicas recién descubiertas. No ha quedado del todo clara para la posteridad la identidad de las cinco personas momificadas12, pero estaban en un perfecto estado de conservación, sentadas, con las manos cruzadas y con sus cabelleras intactas, y Gómez Suárez creyó que se trataba de los emperadores Viracocha, Tupac Yupanqui (su propio bisabuelo) y Huayna Capac (su tío abuelo), y de las coyas Mama Runtu y Mama Ocllo (esposas de Viracocha y Tupac Yupanqui, respectivamente). Sea como fuere, la experiencia no pudo sino impresionar en lo más hondo a este joven, cuya sensibilidad era fuera de lo común. El adiós a los restos mortales de sus gloriosos antepasados pudo hacerle reflexionar sobre el triste destino del grandioso imperio incaico; pero también hay que recordar que Gómez Suárez tenía sólo veinte años, iba a emprender un viaje a España, iba a conocer a sus parientes españoles, iba a ampliar su cultura, y ¿quién sabe qué grandes esperanzas pensaba colmar? Tras cruzar a caballo las montañas y los valles que separan el Cuzco de Lima, en enero de 1560, tomó una nave del Callao a Panamá, pasó el istmo, y embarcó con la flota que, después de un breve alto en Cartagena de Indias, le llevaría a la Península Ibérica, arribando a Lisboa, desde donde volvería a embarcar para llegar a Sevilla.

El primer deber era presentarse ante sus parientes. Su hermana mayor, Leonor, quien le había precedido a España, había muerto, así que se dispuso a conocer a sus dos tíos, Gómez Suárez de Figueroa y Vargas y Alonso de Vargas y Figueroa. Su tío Gómez Suárez era el encargado de administrar los cuatro mil pesos de la herencia del joven mestizo, pero fue en casa de don Alonso donde se le dispensó la bienvenida más cordial; allí, en la villa andaluza de Montilla, al poco tiempo se estableció, sin vislumbrar siquiera que este lugar habría de ser su hogar durante casi treinta años. Ciertamente, Gómez Suárez tenía otras ideas, pues traía el propósito de reclamar a la Corona algunas mercedes en reconocimiento de los esfuerzos de su padre, el capitán Garcilaso, al servicio del rey en las Indias. Así es que hacia finales de 1561 se puso en marcha hacia Madrid para exponer su caso ante el Consejo de Indias. Su estancia en la capital de España iba a prolongarse durante todo el año siguiente y buena parte de 1563, pero quedó decepcionado en sus pretensiones porque, justo cuando parecía que había logrado inclinar al Consejo a su favor, uno de sus miembros, Lope García de Castro, hizo saber a los demás que en la batalla de Huarina el capitán Garcilaso había dado su propio caballo, Salinillas, al rebelde Gonzalo Pizarro, quien se hallaba desmontado y en peligro de muerte, pero que, gracias a la ayuda de Garcilaso, pudo escapar y hasta acabar alzándose con la victoria.

De nada sirvió a Gómez Suárez intentar explicar que su padre cabalgaba con Pizarro no como amigo sino como prisionero, y que cedió su caballo en un gesto de generosidad hidalga al final de la batalla ya, y no en pleno combate. La anterior estrecha amistad entre Garcilaso y los Pizarro era notoria, y en definitiva se llegó a la conclusión de que el capitán harto hizo con salvar la vida, y eso gracias a la discreción del pacificador La Gasca. No hay duda de que este fracaso produjo una honda frustración en el ánimo del joven cuzqueño, tanto por el aspecto pecuniario como por la mancha que arrojaba sobre el buen nombre del amado padre; y parece ser que su primer pensamiento fue regresar al Perú, pues una real cédula fechada el 27 de junio de 1563 le daba licencia para ello. Sin embargo, de hecho no realizó este viaje, tal vez, como apunta Miró13, porque se enteró de que ese mismo año viajaba al Perú el nuevo gobernador, que era precisamente Lope García de Castro, y quizá pensó el joven que pocos favores podría esperar alcanzar de manos del hombre que se le había opuesto en el Consejo de Indias. Volvió, pues, a casa de su tío don Alonso en Montilla y, afianzándose en el cariño de éste, se puso a replantear los derroteros de su vida. Un cambio importante iba a producirse en noviembre de 1563, pues desde ese mes el mestizo peruano comenzó a hacerse llamar Garcilaso de la Vega. Los motivos que le impulsaron a tomar esta decisión pudieron ser varios.

De hecho, en el siglo XVI no eran infrecuentes los cambios de nombre, y el propio Alonso de Vargas, quien como tío y protector de Gómez Suárez tal vez pudo haberle aconsejado en este sentido, había servido como militar a la Corona española durante casi cuarenta años bajo el nombre de Francisco de Plasencia. Tal vez pensaron tío y sobrino que el nombre de Gómez Suárez de Figueroa era poco apropiado para un joven mestizo, desconocido y sin fortuna, teniendo en cuenta que era el nombre usado habitualmente por el primogénito de los condes de Feria, y en ese mismo momento lo llevaba el segundo de los hijos de los marqueses de Priego14. Tal vez el cambio de nombre era una forma de simbolizar y resaltar la voluntad del joven de cambiar todo su proyecto de vida, de cortar sus lazos con el pasado peruano, y de emprender un esfuerzo de integración en la sociedad española15. O bien pudo obrar poderosamente en su corazón el ardiente deseo de hacer revivir el nombre de su amado padre, e incluso de reivindicar el honor de Garcilaso mediante las hazañas del hijo. Sea como fuere, lo cierto es que si en su primera estancia en Montilla había actuado como padrino en el bautizo de una niña, con su nombre de Gómez Suárez de Figueroa, el 17 de noviembre de 1563 aparece como Gómez Suárez de la Vega, y a los cinco días queda registrado, también como padrino de bautizo, con el nombre de Garcilaso de la Vega. Su tío Alonso le iba introduciendo en la sociedad montillana y andaluza, y Garcilaso de la Vega iba a figurar con cierta frecuencia en el papel de padrino de bautismo, lo cual representaba un grado de aceptación y de asimilación por las familias locales.

Por otro lado, don Alonso también se preocupó de gestionar para el joven Garcilaso la herencia de los bienes de su hermana difunta, Leonor de la Vega. Esta gestión le valió a Garcilaso un censo de más de mil ducados para suplementar los cuatro mil pesos que le había dejado su padre. Ahora bien, no era la intención de Garcilaso pasarse la vida asistiendo a bautizos en Montilla y, para colmo, viviendo con unos ingresos que él consideraba a todas luces insuficientes. Su primer pensamiento, en consonancia con sus pocos años, sus conocimientos, las oportunidades que ofrecía aquella época, y si acaso su deseo de seguir los pasos del padre, era emprender la carrera militar. Una ocasión se le presentó en 1568 al estallar la rebelión morisca en las Alpujarras de Granada. Cuando los nobles andaluces decidieron reunir hombres para acelerar el fin de esta guerra, Garcilaso se alistó en la mesnada señorial de su pariente el marqués de Priego, Alfonso Fernández de Córdoba y Figueroa, y participó en varias acciones militares la mayor parte del año 1570, aunque en ese tiempo también volvió a Montilla. Gracias a esta actuación Garcilaso fue nombrado capitán al mando de trescientos infantes, pero debió de ver muy difícil, o quizá poco apetecible, el intentar ascender más como militar, porque al final de la campaña granadina volvió a Montilla, esta vez para quedarse. Años después explicaría que regresó de esta empresa militar tan desvalijado y adeudado que no me fue posible volver a la Corte, sino acogerme a los rincones de la soledad y pobreza16.

Una de las razones que sin duda le influyó en la toma de esta decisión fue la muerte, en el verano de ese mismo año de 1570, y por grave enfermedad de su tío, Alonso de Vargas. Don Alonso declaró en su testamento no haber tenido hijos, y dejó sus bienes en usufructo mientras viviese a su mujer, Luisa Ponce de León, con quien se había casado en 1557, pero en propiedad a repartir entre su sobrino Garcilaso de la Vega y su hermana Isabel de Vargas. La generosidad de don Alonso mejoraba considerablemente la situación económica de Garcilaso, aunque los términos del testamento pudieron producir cierta tirantez en sus relaciones con la familia de su tía Luisa, e incluso hubo que sufrir las desagradables consecuencias de un pleito en torno a la herencia. Algún tiempo después, Garcilaso tuvo conocimiento del fallecimiento de su madre, Isabel Chimpu Ocllo, ocurrido hacia finales de 1571, la cual había declarado en su testamento (dictado el 22 de noviembre de 1571) que la chacra de coca de Havisca, cuyas rentas ella venía usufructuando, era propiedad de su hijo Gómez Suárez. Ese hijo, ahora residente en España y conocido como Garcilaso de la Vega, cumplió los ruegos que le hizo su madre a través de su testamento, y a continuación (en 1574) mandó vender la chacra y remitirle el dinero a Sevilla. No se sabe cuál pudo ser la relación sentimental de Garcilaso en este trance, porque sus escritos conservados sumen en el más profundo silencio sus más íntimos pensamientos y emociones.

De lo único que sí se quejaba en repetidas ocasiones es de su pobreza17. Se trata de un punto discutible, pues si por un lado está claro que Garcilaso disponía de suficientes ingresos para poder vivir cómodamente y sin trabajar, por otro lado es más que probable que creyera tener derecho a gozar de una situación económica mucho más holgada. Visto así el tema, la penuria de que se lamentaba Garcilaso pudo ser más relativa que real18, aunque también es posible que tuviera problemas para disponer de su dinero mientras su tía Luisa siguiera en el usufructo de la herencia de don Alonso, y parece ser verdad que tuvo dificultades para cobrar los censos semestrales impuestos sobre los bienes del marqués de Priego19. En cualquier caso, la muerte en 1586 de su tía Luisa tuvo que mejorar sensiblemente las finanzas de Garcilaso, puesto que podría entonces disponer libremente de la herencia de su tío Alonso. Entre tanto se dedicaba a la lectura y al estudio, así como a la cría de caballos, por los que sintió verdadera pasión toda su vida. De tal manera cuidó esta afición, que en 1579 un caballo suyo resultó elegido por un jurado experto, nombrado por el consejo de Montilla, como uno de los mejores sementales de aquel año. Por otra parte, Garcilaso había avanzado tanto en sus lecturas y estudios, ayudado por el teólogo Pedro Sánchez de Herrera, que decidió intentar alcanzar con su propia pluma los favores que no había podido obtener con su espada. Tenía la intención de escribir obras originales, pero antes, a modo de entrenamiento en el uso del lenguaje y para poner a prueba sus propias dotes de escritor, pensó en hacer una traducción.

La obra que escogió para esta empresa era Dialoghi di amore, escrito por el filósofo y médico judío-portugués Jehudah Abarbanel, mejor conocido en España bajo el nombre de León Hebreo. No se sabe con certeza dónde ni cuándo ni por qué aprendió Garcilaso el toscano, idioma original de los Dialoghi, pero se ha sugerido que pudo empezar su interés y aprendizaje al poco tiempo de venir a España, en Sevilla, donde residían muchos italianos20. En cualquier caso habría requerido muchas y pacientes lecturas en ese idioma para perfeccionar sus conocimientos y ponerse a la altura necesaria para enfrentarse con la tarea de traducir una obra neoplatónica de gran complejidad retórica y conceptual como Dialoghi di amore. Por otra parte, las razones que llevaron a Garcilaso a traducirla han de buscarse en las cualidades de la obra misma. En breves palabras se puede aducir que en ella encontró cierta afinidad espiritual con la sutileza intelectual, el sentido de la jerarquía con sus niveles bien diferenciados, y el equilibrio de calma de la vida y obra del propio Garcilaso21. La traducción quedó terminada en 1586 y fue publicada cuatro años más tarde bajo el título La traducción del Indio de los tres Diálogos de Amor de León Hebreo, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inga de la Vega22, etc. En el comienzo de este título destacan dos palabras significativas: Indio, e Inga o Inca. El mestizo peruano, consciente siempre de su doble herencia racial y cultural (de ambas naciones tengo prendas), desengañado ya de sus posibilidades de medrar como español dentro de la sociedad española, y tal vez acostumbrado a que las buenas gentes le llamasen el indio, asumió públicamente su condición, quizá pensando incluso en convertirla en ventaja al presentarse así como el primer peruano nativo que publicase un libro en Europa, fruto de la intensa labor de aculturación en que se hallaba empeñada España en América.

Las cartas y dedicatorias que escribió Garcilaso a Maximiliano de Austria y al propio Felipe II en relación con su traducción revelan que esperaba alcanzar protección y mercedes para proseguir con sus escritos, entre otras razones porque (según él) así se verían honrados y estimulados todos los indios, españoles y mestizos del Cuzco, del Perú y, en suma, de América entera. En cuanto a su autoadjudicación del título de Inca, aparte de la conveniencia secundaria de distinguirse del poeta toledano homónimo, Garcilaso sin duda quiso recordar y subrayar que en su caso no se trataba de cualquier indio o mestizo, sino de un descendiente de la familia que rigió los destinos de un inmenso imperio. De hecho, la línea materna no autorizaba a Garcilaso a utilizar el título de Inca, según la tradición incaica, pero él lo justificó diciendo que los Incas creyeron que los españoles eran descendientes del sol y, por lo tanto, merecían el tratamiento de Incas. En definitiva, como en todo caso ya no había verdaderos Incas en el Perú, Garcilaso se llamó Inca en recuerdo del alto linaje de su madre, y por lo tanto del suyo propio. La afición de Garcilaso por las letras era ya inapagable, y tras largos años de ocio más o menos forzado en Montilla, donde su único alivio eran sus lecturas y los estímulos que le proporcionaban sus amigos Sánchez de Herrera, el padre jesuita Jerónimo de Prado, el fraile agustino Fernández de Zárate, y sobre todo el decano de los humanistas andaluces Ambrosio de Morales, Garcilaso trazó un plan de trabajo que anunció ya en sus cartas y dedicatorias a Maximiliano de Austria y Felipe II, las cuales se publicaron al principio de Diálogos de amor, y que consistía en escribir la historia de la expedición de Soto a la Florida y una historia general del Perú.

A partir de 1588, Garcilaso empezó a ausentarse de Montilla durante temporadas más o menos largas. Curiosamente aparece un capitán Garcilaso de la Vega en el tercio de infantería de Agustín de Mexía, que embarcó en la llamada Armada Invencible de aquel año23, pero otra mejor explicación es que Garcilaso viajaba con frecuencia en aquel tiempo a Córdoba y a Las Posadas, donde residía Gonzalo Silvestre, el veterano soldado que le estaba dictando sus recuerdos de la expedición de Soto a la Florida24. En 1591 decidió poner fin a su larga residencia en Montilla, vendiendo la casa que había heredado de su tío Alonso, y trasladándose a Córdoba, donde vivía su amigo y mentor Morales, y donde podría a buen seguro ampliar y consolidar sus contactos amistosos con hombres de letras y clérigos instruidos, como los jesuitas Juan de Pineda y Francisco de Castro, y el canónigo Bernardo de Alderete, cuya compañía y apoyo agradecía. Dos años después, la traducción de Garcilaso de Diálogos de amor fue prohibida por la Inquisición, por considerarse que no era un libro apropiado para circular en lengua del vulgo. Garcilaso aceptó el dictamen (aunque luego intentaría que la obra se reimprimiese) y siguió ocupándose de sus obras, en medio de repetidas frustraciones y sinsabores de tipo económico, pues el actual marqués de Priego se atrasaba siempre en el pago de los censos que constituían la principal fuente de ingresos de Garcilaso. Ya en plena madurez, y sin visos de verse en la posición social y económica que creía merecer, entregado por necesidad de su labor historiográfica a los recuerdos, parece como si su ánimo se fuera haciendo más nostálgico y más inclinado a los valores espirituales.

Recibió órdenes menores, apareciendo en un documento de 1597 como clérigo, y en 1601 alquiló una casa en la calle del Deán (o de los Deanes), cerca de la mezquita-catedral, adonde acudiría con frecuencia en consonancia con su condición clerical. Poco después, en 1605, fue nombrado mayordomo del Hospital de la Limpia Concepción y en consecuencia se trasladó desde su casa de alquiler al Hospital para residir allí. En ese mismo año de 1605 por fin vio la luz La Florida del Inca, tras un largo proceso de redacción y pulimiento. En 1608 volvió a vivir en su antigua casa de la calle del Deán, quizás para escapar de las continuas distracciones que entorpecían su trabajo historiográfico en el Hospital, y al año siguiente ya vio publicada la Primera parte de los Comentarios reales25. Las satisfacciones que pudo sentir en esta postrera etapa de su vida debían de relacionarse principalmente con la terminación de sus obras y el cariñoso apoyo de sus amigos. Uno de ellos, el jesuita Francisco de Castro, incluso dedicó a Garcilaso la edición de 1611 de su obra De Arte Rhetorica, Dialogi Quator, llamándole Principi Viro, Yncae Pervano Clarissimo, y colmándole de toda clase de elogios26. En 1612 le vino a visitar el célebre fraile franciscano Luis Jerónimo de Oré, quien era ya autor de varias obras, y en aquel momento estaba reclutando misioneros para la evangelización de Florida, por lo que pidió a Garcilaso que le diera algunos ejemplares de sus libros para instrucción de los frailes.

No obstante, la muerte andaba muy cerca y, consciente de ello, Garcilaso compró en 1612 la capilla de las Ánimas, en la mezquita-catedral de Córdoba, para que, una vez adecentada, le sirviese como lugar de sepultura. Estaba enfermo en agosto de 1615 y no debió de reponerse del todo. Dictó testamento el 18 de abril de 1616, y por este documento se intuye la existencia de un hijo natural de Garcilaso, llamado Diego de Vargas, habido con una criada de su casa, Beatriz de Vega, hacia el año 1594. En fin, no se sabe con certeza el día exacto en que falleció el Inca Garcilaso, pues la lápida de mármol colocada en su capilla dice el 22 de abril, el inventario de sus bienes se realizó el día 23, y la partida de defunción conservada en la catedral dice el día 24, aunque de todo ello parece que se pueda afirmar que murió en la noche del 22 al 23 de abril de 1616, a los setenta y siete años de edad27. Con posterioridad a su fallecimiento, en 1617, fue publicada la Historia general del Perú28, importantísima obra que Garcilaso había titulado en principio Segunda parte de los Comentarios reales.

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