Estudio crítico de "La Florida del Inca"
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Estudio crítico de "La Florida del Inca" Estando ya Garcilaso de la Vega en España, y habiendo fracasado en sus intentos de obtener mercedes reales en virtud de los servicios prestados por su padre a la Corona, su primera reacción fue pedir permiso para regresar al Perú, por lo que no parece sostenerse la idea de que en estos años de 1561 1563, al coincidir en Madrid con Gonzalo Silvestre, un antiguo amigo de su padre y conocido por el joven ya en el Cuzco, le viniera a la mente a Garcilaso el proyecto de escribir una historia de Florida29. Aunque fuera muy probable que Silvestre se encontrase en Madrid precisamente en aquellos años, llamado por el Consejo de Indias para recabar de él información sobre sus andanzas en América, y aunque topase el uno con el otro, e incluso aunque charlasen no sólo de las cosas pasadas que tuviesen en común sino también de las más recientes noticias sobre un intento francés de asentar una colonia de hugonotes en Florida, la verdad es que Garcilaso tenía otros muchos problemas en que pensar en esos momentos, antes que escribir una historia de Florida. Qué duda cabe de que en los años siguientes pudo pasar fugazmente por el pensamiento del joven mestizo la idea de intentar ganar con la pluma alguna protección noble o regia, o tal vez algún cargo oficial, como hacían otros muchos; pero su formación se había centrado más en las armas y los caballos que en las letras, como él mismo explicó muchos años después: En mis niñeces oí una poca de gramática mal enseñada por siete preceptores que a temporadas tuvimos, y peor aprendida por pocos más discípulos que éramos, por la revolución de las guerras que en la patria había, que ayudaban a la inquietud de los maestros.
Cuando se cansó el postrero de ellos, que seríamos de trece a catorce años, nos pasamos mis condiscípulos y yo al ejercicio de la jineta de caballos y armas hasta que vine a España, donde también ha habido el mismo ejercicio en la guerra y en la paz; hasta que la ingratitud de algún príncipe, y ninguna gratificación del Rey me encerraron en mi rincón# Por tanto suplico a V. M. me trate como a soldado que, perdido por mala paga y tarde, se ha hecho estudiante30. El definitivo encierro en su rincón es razonable suponer que se pueda fechar a partir de 1570; es decir, después de sus intentos de destacar en una carrera militar, y después de la muerte de su tío y cariñoso protector, Alonso de Vargas31. Desde entonces, y en sus largos ratos de ocio, Garcilaso se entregó a la lectura y pensó en dedicarse él mismo a escribir. Cuando aparece, en 1586, una referencia concreta a sus actividades como escritor, Garcilaso ya tenía un plan de trabajo que le iba a ocupar el resto de sus días. Efectivamente, en relación con la traducción de Diálogos de amor, Garcilaso escribió dos dedicatorias de la obra a Felipe II y dos cartas a Maximiliano de Austria. Por ellas se aprecia con claridad que esa traducción representaba un esfuerzo preliminar y preparatorio para empresas literarias de mayor envergadura, pues ya en la primera dedicatoria, del 19 de enero de 1586, anunció que pensaba escribir la historia de la expedición de Soto a Florida. Después, en sus dos cartas a Maximiliano, fechadas el 18 de septiembre de 1586 y el 2 de marzo de 1587, habló de estar trabajando en ello, y concretamente en la segunda de ellas afirmó que tenía ya escrita más de la cuarta parte.
Esta cuarta parte bien pudo ser la que envió Garcilaso a su amigo Ambrosio de Morales para que éste la cotejara con una relación que obraba en su poder; y en fin, la segunda dedicatoria al rey, con fecha del 7 de noviembre de 1589, comunicaba que la obra estaba terminada y que faltaba sólo pasarla a limpio32. Sin embargo, Garcilaso tardó más de lo que pudo prever en poner el punto final a la obra, pues se puede leer en ella: Este año de noventa y uno, en que estoy sacando de mano propia en limpio esta historia, supe, por el mes de febrero, que todavía vivía este caballero en su patria33. Es más, todavía el 31 de diciembre de 1592 escribió en una carta a Juan Fernández Franco: La historia de La Florida tengo acabada, gracias a Nuestro Señor, aunque se detiene por falta de escribientes, que la saquen en limpio34. Esta situación duraba todavía el 31 de diciembre de 1593, porque en esta fecha Garcilaso escribió al marqués de Priego prometiendo enviarle en 1594 una copia de la obra, que estaba acabada pero sin pasar a limpio todavía. En esta misma carta se lamentaba de no haber podido obtener ningún apoyo en la Corte, y tras ponderar la falta de un protector y la muerte de su amigo Ambrosio de Morales, solicitó el amparo del propio marqués de Priego. Desde luego que el cuerpo principal del texto tuvo que haberse escrito antes de 1592, porque en ese año murió Gonzalo Silvestre, la fuente de información de Garcilaso. En efecto, Garcilaso había conocido a Silvestre en el Perú, adonde había dirigido sus pasos después de la expedición a Florida.
Silvestre acabó regresando a España, y pudo haber coincidido con Garcilaso en Madrid en los años 1561 1563; pero donde sin duda alguna volvieron a verse fue en Las Posadas, una aldea cercana a Córdoba, donde el viejo y tullido soldado fijó su residencia, y donde le visitaba con frecuencia Garcilaso, precisamente con el propósito de tomar por escrito sus recuerdos del desarrollo de la expedición de 1539 a la Florida. Es evidente que la vieja amistad entre Silvestre y Garcilaso y la cercanía geográfica de sus respectivas residencias fueron dos importantes motivos que impulsaron a Garcilaso a elegir el tema de Soto en Florida. Sin embargo, cayeron en sus manos dos pequeños manuscritos referidos a la expedición de Soto, y decidió incorporar la información que contenían a su propio relato, explicando: Y aunque es verdad que yo había acabado de escribir esta historia, viendo estos dos testigos de vista tan conformes con ella, me pareció, volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos en sus lugares y referir en muchos pasos las mismas palabras que ellos dicen sacadas a la letra35. Por esta razón, y por tener que hacerlo personalmente, tardó tanto tiempo en dejar el texto perfectamente acabado. Los dos manuscritos que utilizó Garcilaso habían sido redactados por dos soldados veteranos de la expedición de Soto. Uno de ellos, Alonso de Carmona, se fue al Perú después de su periplo por Norteamérica (al igual que hizo Gonzalo Silvestre), y alrededor del año 1572 regresó a su villa natal de Priego.
Escribió su versión de la expedición de Florida, poniéndola por título Peregrinaciones, y se la envió directamente a Garcilaso. Carmona murió en Priego en 1591. El otro manuscrito, titulado simplemente Relación, fue escrito por Juan Coles, natural de Zafra, a petición del cronista franciscano Pedro Aguado, quien lo despositó, junto con otros muchos papeles de temática similar, en casa de un impresor de Córdoba, donde los halló Garcilaso, según él mismo cuenta36. No obstante, para el 5 de mayo de 1596 ya debió de tener la obra terminada, porque ésa es la fecha de la Relación de la descendencia de Garcí Pérez de Vargas, escrita por Garcilaso, y en donde dice será razón que V. M. entre ya a ver el nuevo edificio mal trazado y peor labrado que de la historia de la Florida, con mis propias fuerzas y menos habilidad, he fabricado, para se la ofrecer y dedicar. A continuación describe la obra, y luego dice recíbala V. M. como se lo tengo suplicado y las faltas que lleva me las perdone37, por lo cual se deduce claramente que enviaba al descendiente homónimo del mentado Garcí Pérez de Vargas una copia, evidentemente limpia, de La Florida del Inca, en ese año de 1596. Posteriormente, Garcilaso cambió de parecer y desechó la idea de dedicar la obra a Garcí Pérez, aunque aprovechó algunos párrafos de la Relación para incorporarlos a su Proemio al lector que va impreso al comienzo de La Florida del Inca. Empezó las gestiones para publicar la obra en 1599, dando en un poder a Juan de Morales, fechado el día primero de marzo de ese año, el encargo de intentar obtener permiso para reimprimir Diálogos de amor y al mismo tiempo para editar la historia de Soto en Florida.
Hubo dificultades, y en torno al año 1602 la obra parece que fue bastante corregida, después de lo cual Garcilaso tuvo que dar otro poder a Domingo de Silva, en 1604, para gestionar la licencia. Al fin, setecientos cincuenta ejemplares de La Florida del Inca salieron de la imprenta de Pedro Crasbeeck en Lisboa, el año 160538. Después de tantas infructuosas peticiones de protección y promesas de dedicación, La Florida del Inca fue dedicada finalmente al excelentísimo señor don Teodosio de Portugal, duque de Braganza y de Barcelos, el hijo de Catalina de Portugal y rival de Felipe II por la corona portuguesa. Quizás fue un gesto de despecho de Garcilaso hacia toda la corte española, que no le había prestado la atención y ayuda que él anhelaba, o simplemente encontró mayores facilidades para publicar su obra en Portugal que en España. La Florida del Inca tuvo una edición corregida en 1723, dos ediciones en el siglo XIX (1803 y 1829), y ya en el siglo XX ha sido editada tres veces (en 1956, 1965 y 1982). Fue traducida al francés y publicada en 1670, y después otras cinco veces en versión completa en el siglo XVIII (1709, 1711, 1715, 1731 y 1735). Asimismo, se han publicado traducciones alemanas, holandesas e inglesas, además de diferentes versiones abreviadas y antologías39. Se trata de un libro importante pero polémico. Por un lado es una obra sumamente apreciada por el hecho de estar escrita por el primer americano nativo que llegó a publicar obras sobre el descubrimiento y conquista de América; se la aprecia porque su autor fue un mestizo emparentado con el noble linaje de los Incas del Perú, y permanecen él y su obra, por lo tanto, como símbolo vibrante de la fusión de dos culturas; y en fin, La Florida del Inca se ensalza, y se lee hoy como ayer con sumo placer, por su limpia y reluciente belleza literaria, pues es, sin duda, la más perfectamente construida y la más poética de las obras de Garcilaso.
Ahora bien, esa misma belleza formal ha dado lugar a la controversia existente sobre el valor de la obra como fuente histórica fidedigna. Pasemos, pues, revista a los razonamientos utilizados a favor y en contra de la veracidad de esta versión de la historia de Soto en Florida. Contradictores Fue en el siglo XIX cuando se empezó a desconfiar por norma de la exactitud de las obras históricas de Garcilaso, aunque las más sospechosas eran las relacionadas con el Perú. Ticknor, Tschundi y Menéndez Pelayo concedían poco valor historiográfico a las obras en general, y la opinión de Menéndez Pelayo ha pesado mucho, por ser él quien fue, en la crítica de Garcilaso. Llamó a sus obras novelas históricas o historias noveladas y consideró que el Inca era ante todo un escritor literario cuyos relatos reflejaban su credulidad y deformaban la realidad. Otro tanto hizo George Bancroft (cuya propia versión patriótica y romántica de la historia estadounidense ha soportado duras críticas), quien entendió que La Florida del Inca era una pura novela. En el siglo XX, esta corriente desfavorable ha encontrado eco en Manuel González de la Rosa (1907-9), el Final Report of the U.S. de Soto Expedition Commission (1939), y Roberto Levillier (1942), pero quizás la frase más desafortunada en este sentido (aunque fuera concebida más para elogiar la belleza de La Florida que para despreciar su valor historiográfico) sea la de Ventura García Calderón, quien describió esta obra como "una Araucana en prosa" (1914), frase que ha sido citada hasta la saciedad por todos los que se han acercado a la obra.
Para precisar más exactamente los aspectos literarios presentes en La Florida, se suelen señalar influencias de la novela bizantina, la novela renacentista italiana y los libros de caballerías. Son escenas de novela bizantina al principio, con pérdidas, encuentros, naufragios, reconciliaciones, desventuras. Por paisajes insólitos, avanzando y luchando por entre arcabucos y pantanos, desfilan los bravos caballeros, triunfadores del sueño y la fatiga, abriéndose el camino con la espada para ganar un Reino, dominar a un cacique, deslumbrarse con perlas fabulosas, o complacerse en la arrogancia de arrancarle laureles a la gloria40. Otro ejemplo de la influencia novelesca bizantina sería la historia de Diego de Guzmán, quien perdió en el juego sus armas, su dinero, su caballo y por fin una india a la que amaba; pero se negó a entregarla y huyó con ella para quedarse a vivir entre los indios41. En cuanto a la novela italiana, se podría percibir su influencia en las escenas de fiestas, la cortesía medieval y renacentista al mismo tiempo, escenas de aguas tranquilas, con dulce y fresco viento, del ritmo apacible y la grácil gentileza del estilo que adopta Garcilaso en un pasaje para luego trocarlo por un estilo más vivo con los acentos dramáticos de los altos poetas del Orlando, Ariosto y Boyardo42. Por último, la crítica más grave quizás señala la influencia en La Florida de los libros de caballerías, en donde todo son fantasías e idealizaciones. Allí están los ritos del combate, las promesas del señor y la dama y los mensajes de la mujer amada al caballero, la gallardía y la reciedumbre de los mozos, los saludos corteses, las descripciones de templos y palacios, las "cosas de encantamiento", los desafíos, los regalos; hasta la hipérbole humorística, como en el estornudo del cacique Guachoya.
También se llama la atención en esta misma línea sobre la extraña sugestión y la gentil elegancia de los nombres propios de lugares y personas, como Florida, Cofachiqui, Hirrihiqua, Mauvila, Apalache, Vitachuco, Anilco y Tascaluza, que podrían recordar otros de similar exotismo hallados en los libros de caballerías43. En fin, también se ha señalado que la composición y la estructura de La Florida del Inca obedecen a imperativos más literarios que historiográficos. El equilibrio de sus divisiones y subdivisiones, cada una con su parcela de la historia bien delimitada, revelaría la preocupación de Garcilaso por el aspecto estético de la narración44, y en general, la estructura narrativa de La Florida es semejante a la novela en los siglos XVI y XVII: es decir, una narración configurada en torno a varios sucesos principales que a su vez admiten un amplio registro de acontecimientos paralelos45. Este problema de las influencias literarias en La Florida del Inca se roza íntimamente con el concepto de la historiografía que tuviera Garcilaso. La tentación, que él mismo admitió existía, de imitar las narraciones clásicas, aflora de diversas maneras. Las referencias directas de personajes y autores clásicos pueden ser orientativas. Al referir el encuentro de la señora de Cofachiqui con Soto, dice: Auto es éste bien al propio semejante, aunque inferior en grandeza y majestad, al de Cleopatra cuando por el río Cindo, en Cilicia, salió a recibir a Marco Antonio, # como larga y galanamente lo cuenta todo el maestro del gran español Trajano# del cual, pues se asemejan tanto los pasos de las historias, pudiéramos hurtar aquí lo que bien nos estuviera, como lo han hecho otros del mismo autor, que tiene para todos, si no temiéramos que tan al descubierto se había de descubrir brocado entre nuestro bajo sayal46.
La valerosa hazaña de los treinta caballeros que volvieron solos desde Apalache a la bahía del Espíritu Santo, movió a Garcilaso a decir: quisiera alcanzar juntamente la facundia historial del grandísimo César para gastar toda mi vida contando y celebrando sus grandes hazañas, que cuanto ellas han sido mayores que las de los griegos, romanos y otras naciones, tanto más desdichados han sido los españoles en faltarles quién las escribiese47. Narrando el comienzo de la navegación de los españoles por el río Mississippi, se pregunta si los indios no les atacaron por amistad, o por alguna superstición relacionada con las frases de la luna como la tenían los alemanes según escribe Julio César en sus Comentarios48. En la historia de los guerreros de Vitachuco que se arrojaron al lago por no rendirse dice que Soto mandó a doce españoles grandes nadadores que, llevando las espadas en las bocas a imitación de Julio César en Alejandría de Egipto y de los pocos españoles que, haciendo otro tanto en el río Albis, vencieron al duque de Sajonia, para rescatar a los últimos49. En fin, la persecución por el río Mississippi dio lugar al episodio en que Álvaro Nieto peleó solo en su canoa, si se puede decir, contra toda la armada de los indios, a imitación del famoso Horacio en la puente y del valiente centurión Sceva en Dirachio50. La duda que surge a la vista de estos ejemplos es hasta qué punto se dejó Garcilaso influir por sus lecturas de algunos autores clásicos a la hora de elaborar la redacción definitiva de los diferentes episodios de su historia.
Otro aspecto que pudo tener Garcilaso de la historiografía se ha relacionado con su herencia cultural incaica. Nos referimos a la ausencia en la obra de críticas objetivas sobre situaciones y actuaciones desagradables o reprochables. Es cierto que Garcilaso tiende a omitir noticias que puedan poner en entredicho el honor o la virtud de los protagonistas51, y la obra en general es elogiosa tanto hacia los españoles como hacia los indios. En un pasaje en concreto, donde Garcilaso cuenta la generosidad que mostró la señora Cofachiqui hacia los españoles, dando a entender siempre que era producto de su bondad natural52, se puede observar una contradicción con la versión del Hidalgo de Elvas, quien afirmó que Soto obligó a la señora a acompañarles y a servirles hasta que ella logró escapar53. Apenas menciona Garcilaso, como lo hace el Hidalgo de Elvas, indios encadenados para servir de porteadores y criados, ni habla de ciertos castigos que Soto mandó aplicar a algunos indios, como quemar a uno, cortar la mano derecha y las narices a otros, o echar a los perros sobre otros54. Basten estos ejemplos para indicar que bien pudo Garcilaso sentirse obligado a suprimir los aspectos ignominiosos e indignos de su historia, al igual que hacían los antiguos Incas, quienes intencionadamente borraban de la memoria colectiva todo lo malo que hubiera ocurrido, mediante el silencio y el olvido sistemáticos. Esto sería otro punto en contra de la total veracidad de La Florida del Inca.
Por último, se ha señalado que el testimonio histórico de Garcilaso podría considerarse como viciado, y mermado en su valor, a causa del amargo resentimiento y la melancólica nostalgia que embargaban su alma. Según este argumento, Garcilaso se sentía como un mestizo despreciado, pobre y perseguido por la fortuna. Alude frecuentemente a su condición mestiza y a la antigua grandeza de los Incas peruanos con quienes él estaba emparentado, con frases como: soy un indio, amor natural de la patria, mi patria (yo llamo así a todo el imperio que fue de los Incas), nuestros Incas acabados y nuestro Imperio perdido, dirán que por ser indio hablo apasionadamente, mi tierra el Perú, por ser yo indio antártico, etc. En cuanto a su pobreza y los malos tratos que dice haber recibido de la Fortuna, ya hemos visto el alcance de su amargura55. En definitiva, se acusa a Garcilaso de utilizar sus obras como medio para expresar sus propios resentimientos56, y para contrastar la nobleza y la justicia verdaderas (que por ser cualidades naturales pueden percibirse en el comportamiento de los indios, a pesar de que se les considere como bárbaros) con la falsa nobleza y la injusticia que pueden encontrarse entre cristianos y nobles españoles de linaje57. Esta preocupación por poner en evidencia la distinción entre nobleza natural y verdadera, y la nobleza sólo nominal, podría llevar a extremos de tergiversación histórica que comprometería gravemente el valor de cualquier obra escrita desde esa óptica.
Tras estas consideraciones sobre las influencias literarias en Garcilaso, y sobre su concepto de la labor historiográfica, el siguiente paso en esta línea crítica sería, evidentemente, revelar las deficiencias concretas de la obra en sí como fuente histórica y descubrir errores o exageraciones de la realidad. Una de las principales acusaciones en este sentido es que La Florida del Inca no es una fuente de primera mano, escrita por un participante o testigo presencial de los hechos, y por lo tanto pierde gran parte de su autoridad; y por si esto fuera poco, se señala que pasó mucho tiempo, demasiado, entre los hechos mismos (1539-43) y la publicación de la narración en 1605, debilitando también su posible valor como fuente primaria. Un error que aparece en la obra de Garcilaso, y que de allí fue repetido por muchos autores posteriores, es el lugar de nacimiento de Hernando de Soto. Garcilaso afirma que fue Villanueva de Barcarrota58, pero pruebas documentales indiscutibles indican que fue Jerez de los Caballeros. Respecto de otros expedicionarios nombrados por Garcilaso, para algunos críticos resulta inquietante que muchos de ellos no son mencionados por las otras crónicas que se conservan (Hidalgo de Elvas, Rodrigo Ranjel a través de Fernández de Oviedo, y Hernández de Biedma), y más aún que no aparecen en el registro de los hombres embarcados. Por otra parte, investigaciones recientes han revelado algunas inexactitudes como las siguientes: Garcilaso habla de un Antón Galván, vecino de Valverde, mientras que el registro de expedicionarios habla de un Juan Galván, vecino de Valverde; el Gaspar Caro, natural de Medellín, de Garcilaso, seguramente será el Alonso Caro, vecino de Medellín, del registro; Diego Maldonado podría ser el Francisco Maldonado del registro; y el Juan Páez, natural de Usagre o de Segovia, de Garcilaso, sin duda será el Juan Páez, vecino de Villanueva de Barcarrota, del registro59.
Por otro lado, se suele criticar La Florida del Inca por la escasez de datos cronológicos precisos y por la confusión de su información topográfica. Por lo general, distingue solamente los años y las estaciones a lo largo del relato, con algunas referencias aisladas al mes y día60, mientras que los topónimos aparecen en versiones ortográficas diferentes, como Mucozo y Mocozo, Urribarracuxi y Urribacaxi, Achalaque y Chalaque. También se aprecian diferencias entre la versión de Garcilaso de un nombre indígena y las que dan las otras fuentes: El Hirrihigua de Garcilaso es Orriygua en Ranjel; Urribarracuxi / Urribacaxi es Paracoxi o Paracoxis en el Hidalgo de Elvas y Hurripacuxi en Hernández de Biedma; Ocali se convierte en El Cale en el Hidalgo de Elvas; Etocale en Hernández de Biedma, y Ocale en Ranjel; Vitacucho es el Ivitacucho de Hernández de Biedma; Osachile se convierte en Uzachil, Veachile, y Uzachile; Achusi se convierte en Ochus, Chuse, y Chisi/Ichisi; Cofachiqui es Capachiqui para Ranjel; Capaha se convierte en Pacha/Pacaba, y Pacaha; etc. La dificultad mayor, sin embargo, reside en el intento de identificación de los lugares visitados por Soto, contando sólo con las señas o descripciones dadas por Garcilaso. Siguiendo con la crítica a la veracidad de La Florida del Inca, se sostiene que Garcilaso adolece de una clara tendencia a la exageración, con la interferencia de ciertos modelos literarios. Ejemplos que se suelen citar son: el elevado número de expedicionarios que embarcaron en Sanlúcar según Garcilaso61; las altísimas cifras de indígenas muertos en algunas batallas62; la historia de los guerreros indios que permanecieron un día entero en un lago por no dejarse capturar63; la descripción del templo de los señores de Cofachiqui en Talomeco, y las riquezas de Florida en general64; la pretensión de que Silvestre hubiera cortado a un indio en dos partes de un solo tajo de su espada65, hazaña que se ha relacionado con la influencia de leyendas caballerescas en las cuales Amadís de Grecia y el caballero Febo logran cortar en dos partes a gigantes66; el combate singular de Álvaro Nieto contra un gran ejército de indios67; y los altisonantes discursos y razonamientos puestos en boca de los indios68, mediante los cuales Garcilaso los hace aparecer como héroes greco-romanos o renacentistas: impresión fortalecida por el propio Garcilaso cuando, refiriéndose a las palabras de Vitacucho, dice ningunas de los más bravos caballeros que el divino Ariosto y el ilustrísimo y muy enamorado conde Mateo María Boyardo, su antecesor, y otros claros poetas introducen en sus obras, igualaran con las de este indio69.
Igualmente se destacan los ecos retóricos de la literatura española del siglo XVI en los razonamientos dados por los tres jóvenes guerreros indios, quienes glorifican el honor individual y colectivo, su lealtad a su señor, y la dignidad de los que profesan las armas en defensa de la virtud y la justicia70. En otro orden de consideraciones, se ha minusvalorado la veracidad de La Florida del Inca mediante la desautorización de sus fuentes. En primer lugar, el informador principal de Garcilaso no es identificado por éste en la obra. Su posterior identificación como Gonzalo Silvestre no deja lugar a dudas71, pero el hecho de no haberlo nombrado el propio Garcilaso, quien sin embargo repetidamente alude a mi autor y explica que esa persona le dio a él toda su información, puede inducir al lector a dudar de la verdad de la narración. Aun en el caso de admitir la intervención de Silvestre en la composición de La Florida, quedan todavía muchas posibles críticas. Todo el edificio de la obra resulta ser una apología de Hernando de Soto, lo cual contrasta con las versiones mucho más desfavorables para el Adelantado escritas por el Hidalgo de Elvas y Rodrigo Ranjel, y por lo tanto cabe tachar la versión Silvestre-Garcilaso de poco o nada objetiva y equilibrada. Por otra parte, se puede argüir que Silvestre, inspirado aún en sus años mozos por el espíritu caballeresco que había florecido durante la Baja Edad Media y que aún pudo tocar los corazones de los primeros conquistadores de América, al recordar para Garcilaso sus hazañas de aquellos años, era ya viejo, nostálgico, egocéntrico y algo dado a la exageración.
Esta impresión se ve confirmada al comprobar el número y el carácter heroico de los pasos de armas u otras actuaciones atribuidos a Silvestre en La Florida del Inca72, y el propio Garcilaso afirma que Silvestre no disponía de apuntes coetáneos a los hechos, sino que todos los datos dependían de su memoria73. Otro flanco vulnerable de Silvestre como fuente histórica pudo ser su amistad con Garcilaso, pues sabiendo que éste era mestizo, orgulloso de su linaje incaico y a la vez resentido por el destino suyo propio y de su pueblo, Silvestre quizás deliberadamente ensalzó la valentía, la inteligencia y la virtud de los indios, cargando las tintas en este sentido, para complacer a su amigo mestizo y también para así aumentar la gloria de la expedición española que trató y combatió con semejantes indígenas. En fin, también se ha señalado que, según se deduce de las explicaciones de Garcilaso, la iniciativa para acometer la empresa de escribir La Florida partió de él y no de Silvestre: importuné muchas veces a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente74. Este hecho cobra especial importancia al comprobar que Garcilaso no era un simple escribiente sino que intervino activa y constantemente en la fase oral de la historia -preguntando, indagando, encauzando-, de manera que pudo influir seriamente en la línea del pensamiento y en la hilazón de los recuerdos de Silvestre75. Así, aunque Garcilaso insiste en que Silvestre en todo momento controlaba la exactitud de lo que estaba escribiendo, se podría pensar que esto no es más que un recurso literario para defender la solvencia histórica del texto76.
En cuanto a las otras fuentes manuscritas que Garcilaso dice haber utilizado, es cierto que no se ha conservado ninguna de ellas, y por lo tanto Garcilaso es el único que da noticia de su existencia. Este hecho ha llevado a algunos críticos a sugerir que pudieran ser invenciones del autor de La Florida; teniendo en cuenta por un lado que el supuesto hallazgo accidental de un manuscrito curioso era una conocida y bastante practicada treta literaria de aquella época, y por otro lado el hecho de que Alonso de Carmona no figura en el registro de la Casa de Contratación de los participantes en la expedición de Soto, ni lo nombra ningún otro cronista77. Defensores En defensa de la esencial veracidad de La Florida del Inca como fuente de conocimiento histórico, han destacado en el siglo XX precisamente aquellos autores que se han dedicado a estudiar en profundidad la vida y la obra de Garcilaso de la Vega. Su primer defensor serio fue José de la Riva Agüero, seguido por los dos grandes expertos Aurelio Miró Quesada y José Durand, apoyados por John Jeanette Varner, quienes afirman que La Florida es básicamente fidedigna con los hechos excepto en lo antropológico-cultural. El primer punto que requiere una clarificación es la noción de que la belleza literaria de la obra, de alguna manera, merma su valor historiográfico. A esto se contesta que la hermosura no es la razón de ser del libro sino que, muy al contrario, está al servicio de la verdad histórica.
Parece evidente que la brillante expresión y la habilidad narrativa no están reñidas con el afán de exactitud, ni se debe confundir la belleza literaria con la ficción novelesca pura78. Por otra parte, las críticas que se centran en las influencias literarias en La Florida en realidad afectan al aspecto estético o la forma de narrar más que al contenido de la obra. Efectivamente, las pérdidas, reconciliaciones y desventuras, los encuentros, naufragios y paisajes insólitos, las marchas y luchas, la fatiga y el valor derrochados en la búsqueda de la gloria o de premios más materiales; las fiestas, las aguas tranquilas, el dulce y fresco viento; los ritos del combate, los mensajes y promesas de enamorados, los saludos corteses, los mozos gallardos y recios, los desafíos, los regalos, y los templos; todas estas cosas pudieron ocurrir o existir en la realidad, y no era para menos si se repara, aunque sea sólo por algunos momentos, en las circunstancias geográficas e históricas en que se produjeron estas primeras gestas españolas en América. Y ¿por qué no habría de enamorarse un español de una india hasta el extremo de permanecer a su lado entre los indios? No parece necesario dudar de su veracidad sólo porque suena a novela bizantina. Casi se podría decir: cosas más extrañas han ocurrido, y están perfectamente documentadas y aceptadas. En este caso concreto, el detalle de que, según Garcilaso, lo corrobore Carmona, aunque llama al protagonista Francisco en vez de Diego79, parecería prestar mayor solvencia al episodio.
En definitiva, aun concediendo la semejanza de cierto tipo de episodio o situaciones entre las novelas bizantinas (o de aventuras) y La Florida, falta el tema fundamental de aquéllas, que era el amor entre dos personas que daba principio a la obra, que daba pie y significado a todas las aventuras que se sucedían, y que encontraba su culminación cuando, al final de la obra, se reunían los seres amados80. Respecto de las posibles influencias de los libros de caballerías en concreto, habría que matizar que lo que distinguía a ese tipo de obras (como Amadís de Gaula) era precisamente lo fantástico e irreal, en contraste con la novela caballeresca (como Tirante el Blanco) donde la trama era ficticia, pero siempre dentro de los límites de lo posible en la vida real81. En La Florida del Inca no aparecen en absoluto dragones, endriagos, serpientes, enanos y gigantes desmesurados, edificios construidos por arte de magia, exageradísima fuerza física de los caballeros, ambiente de misterio, ni se desarrollan los acontecimientos en un remotísimo pasado82. Por lo tanto, sin estos elementos maravillosos La Florida no cumple los requisitos necesarios para ser calificada de libro de caballerías, y tendremos que conformarnos con algunas posibles analogías entre aquélla y las novelas caballerescas. Pero henos aquí que estas novelas ofrecen muy poca diferencia respecto a otros libros franceses que relatan las históricas aventuras y proezas de auténticos caballeros, y son crónicas particulares de grandes militares contemporáneos83; es decir, que apenas se podía distinguir en el siglo XV una novela caballeresca de una crónica histórica, y por lo tanto si se pueden aducir argumentos y datos fidedignos de que La Florida del Inca se refiere a hechos históricos, y que la intención de su autor era ajustarse a la verdad, no habría razón alguna para calificar la obra de novela.
En primer lugar, conviene comprobar si el autor hizo alguna declaración relacionada con su quehacer historiográfico; y encontramos que, efectivamente, Garcilaso insistió en repetidas ocasiones, con diferentes formas de juramento solemne, que (al menos hasta donde él fue capaz de averiguar) siempre decía la verdad. El mayor cuidado que se hubo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron; y si alguno dijere lo que se suele decir queriendo motejar de cobardes o mentirosos a los que dan buena cuenta de los particulares hechos que pasaron en las batallas en que se hallaron, porque dicen que, si pelearon, cómo vieron todo lo que en la batalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon, porque dos oficios juntos, como mirar y pelear, no se pueden hacer bien; a esto se responde que era común costumbre, entre los soldados, como lo es en todas las guerras del mundo, volver a referir delante del general y de los demás capitanes los trances más notables que en las batallas habían pasado. Y muchas veces, cuando lo que contaba algún capitán o soldado era muy hazañoso o difícil de creer, lo iban a ver los que habían oído, por certificarse del hecho por vista de ojos. Y de esta manera pudo haber noticia de todo lo que me relató, para que yo lo escribiese84. Después de explicar su utilización de diferentes fuentes, dice Garcilaso: Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa85.
Más adelante, en el cuerpo del libro, cada vez que narraba algo que pudiese parecer dudoso, según los conceptos de la época, Garcilaso volvía a asegurar que decía la verdad: antes me hallo con falta de palabras necesarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con la abundancia de ellas para encarecer las que no pasaron. E insistió: nuestro primer propósito es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado y, con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo por venir86. En cuanto a las influencias que puedan rastrearse en La Florida del Inca de las amplias lecturas de Garcilaso, es lógico que las hubiera, pues, como todo escritor, trabajaba dentro de un contexto cultural y literario; pero lo importante es que Garcilaso no sólo no pretendía escribir una obra de ficción, sino que, según sus propias palabras, toda mi vida# fui enemigo de ficciones como son los libros de caballería y otras semejantes. Las gracias de esto debo dar al ilustre caballero Pedro Mexía de Sevilla, porque# me quitó el amor que como muchacho les podía tener y me hizo aborrecerlos para siempre87. Esta actitud de rechazo a los libros de caballerías era, por otra parte, común entre los humanistas españoles desde la segunda mitad del siglo XVI, y no tiene nada de extraño que Garcilaso participara de ella. El hecho de que Garcilaso haga referencia a Trajano, César, Cleopatra, Marco Antonio y Horacio, al rey godo Alarico y al Cid, a Pedro Mexía, a Ariosto y Boyardo tampoco tiene nada de particular.
Todos los cronistas e historiadores de Indias procuraban trazar comparaciones con hechos y personajes conocidos, así como con utensilios, edificios, fauna, flora y costumbres del Viejo Mundo, en un intento de hacer más accesible a la comprensión ese Nuevo Mundo desconocido y extraño. Se trataba de buscar analogías en la experiencia cultural euro asiática para describir y explicar las inauditas realidades americanas. En ese sentido, dichas alusiones fueron concebidas para amenizar y sobre todo para ayudar a la comprensión, no para enturbiar o tergiversar la veracidad de lo que se contaba88. Además es preciso recordar, en relación con las posibles influencias de otros autores, que entre las lecturas de Garcilaso se encontraban obras de los historiadores clásicos Tucídides, Polibio, Plutarco y Flavio Josefo; Salustio, César, Cornelio Tácito, Quinto Curcio y Suetonio; y de los renacentistas Andrea Fulvio, Pandolfo Collenuccio y Francesco Guicciardini, y estudió otros historiadores renacentistas como Jean Bodin, Carlo Sigonio y Sabellico89. Esto indica que una fuerte influencia en su labor historiográfica pudo ser el afán de escudriñar y contar la verdad, tal como el propio Garcilaso aseveraba repetidamente. Este afán de verdad iba unido a un profundo sentido del deber moral que le obligaba a rescatar los hechos para la posteridad: me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido90.
Por otro lado, se aprecia la influencia renacentista en el sesgo pragmático y utilitario que reveló Garcilaso en su concepto de la historia, al afirmar que el motivo principal de escribir su obra era el deseo de impulsar la colonización y evangelización de Florida, para llevar los beneficios de la Iglesia a aquellas gentes, y para que los esfuerzos de Soto y de otros españoles no hubiesen sido en vano91. Que la evangelización de Florida le preocupaba a Garcilaso es indudable, pues, aparte de sus propias afirmaciones generales en este sentido, resulta significativo que hubiera terminado la obra con una relación de los cristianos seglares y misioneros que murieron en Florida hasta el año 1568. No hay que olvidar tampoco que conoció en Córdoba al padre Jerónimo de Oré, muy vinculado a la historia misionera de Florida. Por último, la piedad cristiana de Garcilaso queda fuera de toda duda92 y, unida a su condición de mestizo, ayuda a explicar este aspecto teleológico de su historiografía. A ello debía obedecer también el afán de Garcilaso de poner de manifiesto las riquezas de Florida. Esperaba que la combinación de provecho material junto con el espiritual lanzase nuevos intentos de colonización de aquellas tierras93. A la acusación de que Garcilaso tenía un concepto viciado de la historiografía porque utilizaba sus obras como medio de atacar a la sociedad española y de expresar su propio resentimiento, se puede contestar por un lado que en el siglo XVI todo el mundo pedía mercedes al rey, a los diferentes organismos e instituciones de gobierno, o a los nobles más ricos y poderosos, y si no se concedían (lo que ocurría con frecuencia) se quejaban los interesados viva y públicamente.
Por otro lado, el ser mestizo no tenía por qué ser motivo de complejos sino, al contrario, fue motivo de orgullo para Garcilaso descender del linaje de los incas, a pesar de la aparente humildad con que se expresaba a veces, obligado por los convencionalismos de aquella época. Las pequeñas quejas no provenían de un profundo y amargo resentimiento, sino que, aceptando las afirmaciones del propio autor, servían como testimonio de una serena y equilibrada resignación94. Lo cierto es que Garcilaso lo relacionaba todo con su propio ser mestizo y con su patria el Perú. Vivía intensamente su doble herencia cultural y aun se veía a sí mismo como símbolo de la comunidad peruana: sería noble artificio y generosa industria favorecer en mí, aunque yo no lo merezca, a todos los indios, mestizos y criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced que los discretos y sabios hacían a su principiante, se animasen a pasar adelante en cosas semejantes, sacados de sus no cultivados ingenios95. También hay que recordar que al mismo tiempo que escribía y pasaba a limpio La Florida del Inca, Garcilaso estaba trabajando en su historia del Perú, y por lo tanto no es de extrañar que se produjesen algunas interferencias como, por ejemplo, el distinguir entre los expedicionarios de Florida a los que estuvieron alguna vez en el Perú96, el intento de relacionar algunos vocablos floridanos con el quechua, o el traer a colación sucesos o descripciones de costumbres propias del Perú97.
Ahora bien, todo esto no induce a suponer que un amargo pesimismo embargaba el alma de Garcilaso hasta el punto de empujarle a exteriorizarlo o aliviarlo a través de sus obras en perjuicio de la veracidad. Otro aspecto del concepto que tenía Garcilaso de la historiografía era su tendencia a silenciar u omitir ciertas actuaciones o situaciones indignas. Ya hemos dicho que esto era un procedimiento practicado por los incas, y que seguramente Garcilaso lo adoptó alguna vez porque su intención al escribir La Florida era contar las grandezas y hazañas tanto de los españoles como de los indios, y no deseaba presentar a ninguna de las partes con ventaja: Porque la verdad de la historia nos obliga a que digamos las hazañas, así hechas por los indios como las que hicieron los españoles, y que no hagamos agravio a los unos por los otros, dejando de decir las valentías de la una nación por contar solamente las de la otra98. Ahora bien, la omisión de noticias ingratas era también una característica de la historiografía clásica99, y después de todo, la obra de Garcilaso fue un producto de su contexto cultural. No obstante, conviene señalar que La Florida del Inca contiene muchos pasajes que ilustran la cobardía, la soberbia, la avaricia, la necedad, y otras cualidades innobles o actitudes hostiles de españoles e indios por igual, mientras que la contradicción entre Garcilaso y el Hidalgo de Elvas sobre las relaciones con la señora de Cofachiqui no resulta tan grande al comprobar que el Hidalgo coincide con Garcilaso en que eran buenas hasta el momento de partir, y sólo entonces, según el Hidalgo, Soto mandó apresar a la cacica con el fin de asegurarse provisiones, porteadores y un desplazamiento libre del peligro de un ataque indio.
En resumen, pues, es posible que Garcilaso (o Silvestre) silenciase algunos aspectos ignominiosos de las relaciones entre españoles e indios, concretamente tratándose del propio Soto, pero no cabe duda de que abundan en su obra ejemplos de noticias ingratas que dan fe de la intención primordial de Garcilaso de decir la verdad. Tampoco resulta convincente sostener que las escuetas pinceladas psicológicas en La Florida la invalida como fuente histórica. Es verdad que adornan la obra con una extraordinaria brillantez literaria, que ameniza y humaniza sobremanera su lectura: así vemos a un Pedro López, soberbio y rústico; a un Esteban Añez, de naturaleza rústica y villana, que andaba desvanecido y loco, y ciego en su desatino; los alegres y regocijados Francisco Sebastián y Andrés Moreno; Juan Vego, hombre harto rústico, tosco y grosero, que daba en ser gracioso; Vasco Porcallo de Figueroa, amigo de burlas; el escribano Baltasar Hernández, hidalgo de mucha bondad y religión; Gonzalo Cuadrado Jaramillo, hombre hábil y práctico en todas las cosas, de quien seguramente se podía fiar cualquier grave negocio de paz o de guerra; Juan de Villalobos, amicísimo de ver antes que otro de sus compañeros lo que en el descubrimiento había. Ahora bien, pese a su evidente carga de subjetividad, no dejan de ser elementos de enriquecimiento y profundización de la verdad, según Silvestre, habida cuenta de que en cualquier caso la verdad absoluta no existe, y que la interpretación imaginativa del pasado caracterizaba también las historiografías clásicas y renacentistas que Garcilaso tenía delante de sí como modelos100.
Una vez discutidos los distintos aspectos del concepto que tenía Garcilaso de la historiografía, y su funcionamiento en La Florida del Inca, pasemos a considerar el papel de Gonzalo Silvestre como informador principal, y las críticas concretas que se han hecho a la obra. La identificación de Silvestre como fuente verdadera de la historia de la expedición de Soto hoy no deja lugar a dudas, pero ¿por qué no lo nombró llanamente Garcilaso? Una explicación podría ser que, muerto Silvestre en 1591, tuvo la pequeña vanidad de figurar él solo como autor de la obra; o pudo haberse decidido de común acuerdo entre los dos amigos, al objeto de contar con mayor libertad y efecto las hazañas que protagonizó Silvestre en Florida, logrando su inmortalización por las armas, y dejando a Garcilaso el mérito de haberlo escrito. Sea como fuere, Garcilaso se esmeró en asegurar la perfecta credibilidad de Silvestre, pues afirmó que era hombre de mucha verdad, a quien se debe todo el crédito, era hombre noble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratar verdad en toda cosa, en toda cosa es digno de fe, y si no lo tuviera por tan hijodalgo y fidedigno, como lo es#, no presumiera yo que escribía tanta verdad, como la presumo y certifico por tal101. Explicó por más señas que el Consejo Real de las Indias, por hombre fidedigno, le llamaba muchas veces, como yo lo vi, para certificarse de él así las cosas que en esta jornada pasaron como de otras en que él se había hallado102.
Lo cierto es que Gonzalo Silvestre existió. Aparece su nombre en el registro de la Casa de la Contratación como uno de los expedicionarios con Soto, y el mismo dato figura en la hoja de servicios del propio Silvestre. Figura asimismo en varios documentos sobre el Perú y, lo que es más importante, consta documentalmente que Silvestre trabajó en estrecha colaboración con Garcilaso en La Florida del Inca, e incluso en los Comentarios reales. Está comprobado igualmente por otras fuentes que Silvestre fue un buen soldado103. Centrémonos, pues, en este hombre y en su memoria a través de La Florida. Se le acusa de haber tergiversado la verdad de los hechos para favorecer su propia imagen, al presentarse en varias ocasiones como protagonista de valerosas hazañas. En primer lugar, habría que puntualizar que Rodrigo Ranjel, otra fuente sobre la expedición de Soto, se autonombró y se autoelogió tanto si no más que Silvestre, y en cambio escatimó noticias sobre otros destacados miembros de la hueste, defecto que no se le puede imputar a Silvestre. En realidad, existen numerosos ejemplos de autoelogio y de alabanzas más o menos interesadas en la mayoría de las crónicas antiguas, y aunque esto no concuerda con las exigencias de la historiografía actual, tampoco constituye un defecto exclusivo o una invalidación total de La Florida del Inca como fuente histórica104. Por último, tampoco era todo hazañoso cuando se autonombraba Silvestre. La primera vez fue para hacerse responsable de los cañonazos que se tiraron a la nao que se adelantó a la capitana de Soto, episodio que si bien pone de manifiesto la obediencia activa de este personaje, está muy lejos de ensalzar su valor105.
La segunda vez fue para nombrarse como uno de los cuatro mensajeros a caballo, sin que en el camino se les ofreciese cosa digna de memoria106. Otra vez Silvestre dijo simplemente que iba delante de un pequeño cuerpo de exploración, junto con Gómez Arias, y que apresaron a dos indios cerca de Aute para intentar averiguar el camino hacia la costa107. En otra ocasión Silvestre recordó las circunstancias de la muerte de su caballo108, suceso que cualquier soldado recordaría, y aun en otra ocasión contó cómo les gastó una broma a unos compañeros hambrientos109. En fin, las restantes menciones se refieren todas a diferentes lances, pequeños y no tan pequeños, perfectamente verosímiles dentro del contexto de la narración, sin que se requieran grandes alardes de imaginación para asimilar los sucesos contados110. Únicamente destaca un episodio, en donde contó Silvestre cómo a un indio le dio una cuchillada por la cintura que, por la poca o ninguna resistencia de armas ni vestidos que el indio llevaba, ni aun de hueso que por aquella parte el cuerpo tenga, y también por el buen brazo del español, se la partió toda con tanta velocidad y buen cortar de la espada que, después de haber ella pasado, quedó el indio en pie y dijo al español: "Quédate en paz". Y dichas estas palabras, cayó muerto en dos medios111. Tan criticado como burda exageración112, este episodio todavía permanece dentro de los límites de lo físicamente posible, excepto en lo referente a la frase supuestamente pronunciada por el indio, y aun cabe pensar en algún grito de batalla que Silvestre, acalorado y aturdido por la pelea, confundió e interpretó a su manera.
En realidad, se trata sólo de un pequeño desliz que puede corregir el sentido común y que no debe empañar la credibilidad esencial de la narración entera. En cuanto a la línea crítica que intenta poner a salvo la sinceridad y buena fe de Garcilaso, culpándose solamente de ser crédulo frente a las exageraciones caballerescas de Silvestre, habría que matizar que no inventaba necesariamente este soldado las actuaciones de los expedicionarios de 1539, ni tampoco el prisma peculiar a través del cual contemplaban sus experiencias americanas, pues todos ellos estarían influidos por los valores caballerescos que hubiesen leído u oído113. Es decir, que los elementos de novela caballeresca que se puedan rastrear en La Florida no tienen por qué ser pura ficción (sea por parte de Silvestre, sea Garcilaso), sino que probablemente reflejan aspectos reales de aquella expedición. Se ha dicho que, para ser fidedigna, La Florida del Inca se publicó demasiado tiempo -sesenta y dos años- después de los hechos narrados. Sin embargo, ahora se sabe que el cuerpo principal de la obra se había escrito ya hacia 1589, lo cual disminuye considerablemente el tiempo transcurrido. Es posible que los modernos medios de comunicación y conservación de noticias hayan contribuido al desprecio de la capacidad de la memoria humana, pero en tiempos pasados el principal entretenimiento cotidiano sin duda sería la charla amigable, y en la charla de los hombres que hubieran participado en lejanas guerras y exploraciones, ¿cómo no iban a rememorar una y otra vez las cosas que vieron e hicieron entonces? Sólo queda, pues, comprobar la actitud de Silvestre ante el esfuerzo de memoria que Garcilaso le exigía y cotejar la información dada por Silvestre con otras fuentes documentales para intentar calibrar el grado de exactitud de sus recuerdos.
Ya hemos dicho que la iniciativa para escribir la obra partió sin duda de Garcilaso, pero no es menos cierto que a Silvestre le agradaría la idea. Dice Garcilaso que de ambas partes se deseaba el efecto y, en plural, atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió114. Entonces deja entrever el método que siguieron los dos amigos para estimular la memoria de Silvestre: no le ayudaban poco, para volver a la memoria los sucesos pasados, las muchas preguntas y repreguntas que yo sobre ellos y sobre las particularidades y calidades de aquella tierra le hacía115. Este dato resulta muy significativo, porque explica la extraordinaria riqueza de detalles que encierra La Florida del Inca; detalles que un soldado por sí solo posiblemente no habría escrito -por las prisas por acabar la narración de los acontecimientos principales, por juzgar que muchas anécdotas no tenían suficiente interés para molestarse en escribirlas, o por no ocurrírsele pensar siquiera en que pudiera interesar describir aspectos del mundo indígena y de las relaciones entre españoles e indios-; detalles que, en cambio, encandilarían a Garcilaso, por su conciencia de mestizo y por el espíritu encauzado, a falta de otras actividades, hacia el estudio y la observación de los hombres y sus obras. Podemos imaginarnos a Garcilaso indagando, insistiendo, reconstruyendo pieza a pieza, día a día, todo un mundo perdido, el caleidoscopio de aquella aventura única. Preguntaría una y otra vez: ¿Qué hicisteis entonces? ¿Qué visteis? ¿Y cómo era el pueblo? ¿Y qué dirección tomasteis? ¿Y cómo se llamaba aquel lugar? ¿Y cuántas leguas anduvisteis? ¿Y qué aspecto tenía aquel templo? ¿Y cómo era el terreno? ¿Y cómo se llamaba el español que hizo aquello o lo otro?, etc.
Así iría recordando Silvestre; pero no se quedaba satisfecho con la sola aportación de sus palabras y quiso controlar la versión escrita por Garcilaso, tal como explica éste: Y en lo que toca al particular de nuestros indios y a la verdad de nuestra historia, como dije al principio, yo escribo de relación ajena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como se iba escribiendo, los iba corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltaba o sobraba de lo que él había dicho, que ni una palabra ajena por otra de las suyas nunca las consintió, de manera que yo no puse más de la pluma, como escribiente116. Esto no hay que entenderlo en sentido literal en cuanto a la forma estética de la redacción, que es sin duda obra de Garcilaso, sino en cuanto a la verdad esencial del contenido, pues es razonable suponer que Silvestre se interesaría vivamente por ir viendo el resultado de sus esfuerzos memorísticos y por comprobar su fidelidad.
Cuando se cansó el postrero de ellos, que seríamos de trece a catorce años, nos pasamos mis condiscípulos y yo al ejercicio de la jineta de caballos y armas hasta que vine a España, donde también ha habido el mismo ejercicio en la guerra y en la paz; hasta que la ingratitud de algún príncipe, y ninguna gratificación del Rey me encerraron en mi rincón# Por tanto suplico a V. M. me trate como a soldado que, perdido por mala paga y tarde, se ha hecho estudiante30. El definitivo encierro en su rincón es razonable suponer que se pueda fechar a partir de 1570; es decir, después de sus intentos de destacar en una carrera militar, y después de la muerte de su tío y cariñoso protector, Alonso de Vargas31. Desde entonces, y en sus largos ratos de ocio, Garcilaso se entregó a la lectura y pensó en dedicarse él mismo a escribir. Cuando aparece, en 1586, una referencia concreta a sus actividades como escritor, Garcilaso ya tenía un plan de trabajo que le iba a ocupar el resto de sus días. Efectivamente, en relación con la traducción de Diálogos de amor, Garcilaso escribió dos dedicatorias de la obra a Felipe II y dos cartas a Maximiliano de Austria. Por ellas se aprecia con claridad que esa traducción representaba un esfuerzo preliminar y preparatorio para empresas literarias de mayor envergadura, pues ya en la primera dedicatoria, del 19 de enero de 1586, anunció que pensaba escribir la historia de la expedición de Soto a Florida. Después, en sus dos cartas a Maximiliano, fechadas el 18 de septiembre de 1586 y el 2 de marzo de 1587, habló de estar trabajando en ello, y concretamente en la segunda de ellas afirmó que tenía ya escrita más de la cuarta parte.
Esta cuarta parte bien pudo ser la que envió Garcilaso a su amigo Ambrosio de Morales para que éste la cotejara con una relación que obraba en su poder; y en fin, la segunda dedicatoria al rey, con fecha del 7 de noviembre de 1589, comunicaba que la obra estaba terminada y que faltaba sólo pasarla a limpio32. Sin embargo, Garcilaso tardó más de lo que pudo prever en poner el punto final a la obra, pues se puede leer en ella: Este año de noventa y uno, en que estoy sacando de mano propia en limpio esta historia, supe, por el mes de febrero, que todavía vivía este caballero en su patria33. Es más, todavía el 31 de diciembre de 1592 escribió en una carta a Juan Fernández Franco: La historia de La Florida tengo acabada, gracias a Nuestro Señor, aunque se detiene por falta de escribientes, que la saquen en limpio34. Esta situación duraba todavía el 31 de diciembre de 1593, porque en esta fecha Garcilaso escribió al marqués de Priego prometiendo enviarle en 1594 una copia de la obra, que estaba acabada pero sin pasar a limpio todavía. En esta misma carta se lamentaba de no haber podido obtener ningún apoyo en la Corte, y tras ponderar la falta de un protector y la muerte de su amigo Ambrosio de Morales, solicitó el amparo del propio marqués de Priego. Desde luego que el cuerpo principal del texto tuvo que haberse escrito antes de 1592, porque en ese año murió Gonzalo Silvestre, la fuente de información de Garcilaso. En efecto, Garcilaso había conocido a Silvestre en el Perú, adonde había dirigido sus pasos después de la expedición a Florida.
Silvestre acabó regresando a España, y pudo haber coincidido con Garcilaso en Madrid en los años 1561 1563; pero donde sin duda alguna volvieron a verse fue en Las Posadas, una aldea cercana a Córdoba, donde el viejo y tullido soldado fijó su residencia, y donde le visitaba con frecuencia Garcilaso, precisamente con el propósito de tomar por escrito sus recuerdos del desarrollo de la expedición de 1539 a la Florida. Es evidente que la vieja amistad entre Silvestre y Garcilaso y la cercanía geográfica de sus respectivas residencias fueron dos importantes motivos que impulsaron a Garcilaso a elegir el tema de Soto en Florida. Sin embargo, cayeron en sus manos dos pequeños manuscritos referidos a la expedición de Soto, y decidió incorporar la información que contenían a su propio relato, explicando: Y aunque es verdad que yo había acabado de escribir esta historia, viendo estos dos testigos de vista tan conformes con ella, me pareció, volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos en sus lugares y referir en muchos pasos las mismas palabras que ellos dicen sacadas a la letra35. Por esta razón, y por tener que hacerlo personalmente, tardó tanto tiempo en dejar el texto perfectamente acabado. Los dos manuscritos que utilizó Garcilaso habían sido redactados por dos soldados veteranos de la expedición de Soto. Uno de ellos, Alonso de Carmona, se fue al Perú después de su periplo por Norteamérica (al igual que hizo Gonzalo Silvestre), y alrededor del año 1572 regresó a su villa natal de Priego.
Escribió su versión de la expedición de Florida, poniéndola por título Peregrinaciones, y se la envió directamente a Garcilaso. Carmona murió en Priego en 1591. El otro manuscrito, titulado simplemente Relación, fue escrito por Juan Coles, natural de Zafra, a petición del cronista franciscano Pedro Aguado, quien lo despositó, junto con otros muchos papeles de temática similar, en casa de un impresor de Córdoba, donde los halló Garcilaso, según él mismo cuenta36. No obstante, para el 5 de mayo de 1596 ya debió de tener la obra terminada, porque ésa es la fecha de la Relación de la descendencia de Garcí Pérez de Vargas, escrita por Garcilaso, y en donde dice será razón que V. M. entre ya a ver el nuevo edificio mal trazado y peor labrado que de la historia de la Florida, con mis propias fuerzas y menos habilidad, he fabricado, para se la ofrecer y dedicar. A continuación describe la obra, y luego dice recíbala V. M. como se lo tengo suplicado y las faltas que lleva me las perdone37, por lo cual se deduce claramente que enviaba al descendiente homónimo del mentado Garcí Pérez de Vargas una copia, evidentemente limpia, de La Florida del Inca, en ese año de 1596. Posteriormente, Garcilaso cambió de parecer y desechó la idea de dedicar la obra a Garcí Pérez, aunque aprovechó algunos párrafos de la Relación para incorporarlos a su Proemio al lector que va impreso al comienzo de La Florida del Inca. Empezó las gestiones para publicar la obra en 1599, dando en un poder a Juan de Morales, fechado el día primero de marzo de ese año, el encargo de intentar obtener permiso para reimprimir Diálogos de amor y al mismo tiempo para editar la historia de Soto en Florida.
Hubo dificultades, y en torno al año 1602 la obra parece que fue bastante corregida, después de lo cual Garcilaso tuvo que dar otro poder a Domingo de Silva, en 1604, para gestionar la licencia. Al fin, setecientos cincuenta ejemplares de La Florida del Inca salieron de la imprenta de Pedro Crasbeeck en Lisboa, el año 160538. Después de tantas infructuosas peticiones de protección y promesas de dedicación, La Florida del Inca fue dedicada finalmente al excelentísimo señor don Teodosio de Portugal, duque de Braganza y de Barcelos, el hijo de Catalina de Portugal y rival de Felipe II por la corona portuguesa. Quizás fue un gesto de despecho de Garcilaso hacia toda la corte española, que no le había prestado la atención y ayuda que él anhelaba, o simplemente encontró mayores facilidades para publicar su obra en Portugal que en España. La Florida del Inca tuvo una edición corregida en 1723, dos ediciones en el siglo XIX (1803 y 1829), y ya en el siglo XX ha sido editada tres veces (en 1956, 1965 y 1982). Fue traducida al francés y publicada en 1670, y después otras cinco veces en versión completa en el siglo XVIII (1709, 1711, 1715, 1731 y 1735). Asimismo, se han publicado traducciones alemanas, holandesas e inglesas, además de diferentes versiones abreviadas y antologías39. Se trata de un libro importante pero polémico. Por un lado es una obra sumamente apreciada por el hecho de estar escrita por el primer americano nativo que llegó a publicar obras sobre el descubrimiento y conquista de América; se la aprecia porque su autor fue un mestizo emparentado con el noble linaje de los Incas del Perú, y permanecen él y su obra, por lo tanto, como símbolo vibrante de la fusión de dos culturas; y en fin, La Florida del Inca se ensalza, y se lee hoy como ayer con sumo placer, por su limpia y reluciente belleza literaria, pues es, sin duda, la más perfectamente construida y la más poética de las obras de Garcilaso.
Ahora bien, esa misma belleza formal ha dado lugar a la controversia existente sobre el valor de la obra como fuente histórica fidedigna. Pasemos, pues, revista a los razonamientos utilizados a favor y en contra de la veracidad de esta versión de la historia de Soto en Florida. Contradictores Fue en el siglo XIX cuando se empezó a desconfiar por norma de la exactitud de las obras históricas de Garcilaso, aunque las más sospechosas eran las relacionadas con el Perú. Ticknor, Tschundi y Menéndez Pelayo concedían poco valor historiográfico a las obras en general, y la opinión de Menéndez Pelayo ha pesado mucho, por ser él quien fue, en la crítica de Garcilaso. Llamó a sus obras novelas históricas o historias noveladas y consideró que el Inca era ante todo un escritor literario cuyos relatos reflejaban su credulidad y deformaban la realidad. Otro tanto hizo George Bancroft (cuya propia versión patriótica y romántica de la historia estadounidense ha soportado duras críticas), quien entendió que La Florida del Inca era una pura novela. En el siglo XX, esta corriente desfavorable ha encontrado eco en Manuel González de la Rosa (1907-9), el Final Report of the U.S. de Soto Expedition Commission (1939), y Roberto Levillier (1942), pero quizás la frase más desafortunada en este sentido (aunque fuera concebida más para elogiar la belleza de La Florida que para despreciar su valor historiográfico) sea la de Ventura García Calderón, quien describió esta obra como "una Araucana en prosa" (1914), frase que ha sido citada hasta la saciedad por todos los que se han acercado a la obra.
Para precisar más exactamente los aspectos literarios presentes en La Florida, se suelen señalar influencias de la novela bizantina, la novela renacentista italiana y los libros de caballerías. Son escenas de novela bizantina al principio, con pérdidas, encuentros, naufragios, reconciliaciones, desventuras. Por paisajes insólitos, avanzando y luchando por entre arcabucos y pantanos, desfilan los bravos caballeros, triunfadores del sueño y la fatiga, abriéndose el camino con la espada para ganar un Reino, dominar a un cacique, deslumbrarse con perlas fabulosas, o complacerse en la arrogancia de arrancarle laureles a la gloria40. Otro ejemplo de la influencia novelesca bizantina sería la historia de Diego de Guzmán, quien perdió en el juego sus armas, su dinero, su caballo y por fin una india a la que amaba; pero se negó a entregarla y huyó con ella para quedarse a vivir entre los indios41. En cuanto a la novela italiana, se podría percibir su influencia en las escenas de fiestas, la cortesía medieval y renacentista al mismo tiempo, escenas de aguas tranquilas, con dulce y fresco viento, del ritmo apacible y la grácil gentileza del estilo que adopta Garcilaso en un pasaje para luego trocarlo por un estilo más vivo con los acentos dramáticos de los altos poetas del Orlando, Ariosto y Boyardo42. Por último, la crítica más grave quizás señala la influencia en La Florida de los libros de caballerías, en donde todo son fantasías e idealizaciones. Allí están los ritos del combate, las promesas del señor y la dama y los mensajes de la mujer amada al caballero, la gallardía y la reciedumbre de los mozos, los saludos corteses, las descripciones de templos y palacios, las "cosas de encantamiento", los desafíos, los regalos; hasta la hipérbole humorística, como en el estornudo del cacique Guachoya.
También se llama la atención en esta misma línea sobre la extraña sugestión y la gentil elegancia de los nombres propios de lugares y personas, como Florida, Cofachiqui, Hirrihiqua, Mauvila, Apalache, Vitachuco, Anilco y Tascaluza, que podrían recordar otros de similar exotismo hallados en los libros de caballerías43. En fin, también se ha señalado que la composición y la estructura de La Florida del Inca obedecen a imperativos más literarios que historiográficos. El equilibrio de sus divisiones y subdivisiones, cada una con su parcela de la historia bien delimitada, revelaría la preocupación de Garcilaso por el aspecto estético de la narración44, y en general, la estructura narrativa de La Florida es semejante a la novela en los siglos XVI y XVII: es decir, una narración configurada en torno a varios sucesos principales que a su vez admiten un amplio registro de acontecimientos paralelos45. Este problema de las influencias literarias en La Florida del Inca se roza íntimamente con el concepto de la historiografía que tuviera Garcilaso. La tentación, que él mismo admitió existía, de imitar las narraciones clásicas, aflora de diversas maneras. Las referencias directas de personajes y autores clásicos pueden ser orientativas. Al referir el encuentro de la señora de Cofachiqui con Soto, dice: Auto es éste bien al propio semejante, aunque inferior en grandeza y majestad, al de Cleopatra cuando por el río Cindo, en Cilicia, salió a recibir a Marco Antonio, # como larga y galanamente lo cuenta todo el maestro del gran español Trajano# del cual, pues se asemejan tanto los pasos de las historias, pudiéramos hurtar aquí lo que bien nos estuviera, como lo han hecho otros del mismo autor, que tiene para todos, si no temiéramos que tan al descubierto se había de descubrir brocado entre nuestro bajo sayal46.
La valerosa hazaña de los treinta caballeros que volvieron solos desde Apalache a la bahía del Espíritu Santo, movió a Garcilaso a decir: quisiera alcanzar juntamente la facundia historial del grandísimo César para gastar toda mi vida contando y celebrando sus grandes hazañas, que cuanto ellas han sido mayores que las de los griegos, romanos y otras naciones, tanto más desdichados han sido los españoles en faltarles quién las escribiese47. Narrando el comienzo de la navegación de los españoles por el río Mississippi, se pregunta si los indios no les atacaron por amistad, o por alguna superstición relacionada con las frases de la luna como la tenían los alemanes según escribe Julio César en sus Comentarios48. En la historia de los guerreros de Vitachuco que se arrojaron al lago por no rendirse dice que Soto mandó a doce españoles grandes nadadores que, llevando las espadas en las bocas a imitación de Julio César en Alejandría de Egipto y de los pocos españoles que, haciendo otro tanto en el río Albis, vencieron al duque de Sajonia, para rescatar a los últimos49. En fin, la persecución por el río Mississippi dio lugar al episodio en que Álvaro Nieto peleó solo en su canoa, si se puede decir, contra toda la armada de los indios, a imitación del famoso Horacio en la puente y del valiente centurión Sceva en Dirachio50. La duda que surge a la vista de estos ejemplos es hasta qué punto se dejó Garcilaso influir por sus lecturas de algunos autores clásicos a la hora de elaborar la redacción definitiva de los diferentes episodios de su historia.
Otro aspecto que pudo tener Garcilaso de la historiografía se ha relacionado con su herencia cultural incaica. Nos referimos a la ausencia en la obra de críticas objetivas sobre situaciones y actuaciones desagradables o reprochables. Es cierto que Garcilaso tiende a omitir noticias que puedan poner en entredicho el honor o la virtud de los protagonistas51, y la obra en general es elogiosa tanto hacia los españoles como hacia los indios. En un pasaje en concreto, donde Garcilaso cuenta la generosidad que mostró la señora Cofachiqui hacia los españoles, dando a entender siempre que era producto de su bondad natural52, se puede observar una contradicción con la versión del Hidalgo de Elvas, quien afirmó que Soto obligó a la señora a acompañarles y a servirles hasta que ella logró escapar53. Apenas menciona Garcilaso, como lo hace el Hidalgo de Elvas, indios encadenados para servir de porteadores y criados, ni habla de ciertos castigos que Soto mandó aplicar a algunos indios, como quemar a uno, cortar la mano derecha y las narices a otros, o echar a los perros sobre otros54. Basten estos ejemplos para indicar que bien pudo Garcilaso sentirse obligado a suprimir los aspectos ignominiosos e indignos de su historia, al igual que hacían los antiguos Incas, quienes intencionadamente borraban de la memoria colectiva todo lo malo que hubiera ocurrido, mediante el silencio y el olvido sistemáticos. Esto sería otro punto en contra de la total veracidad de La Florida del Inca.
Por último, se ha señalado que el testimonio histórico de Garcilaso podría considerarse como viciado, y mermado en su valor, a causa del amargo resentimiento y la melancólica nostalgia que embargaban su alma. Según este argumento, Garcilaso se sentía como un mestizo despreciado, pobre y perseguido por la fortuna. Alude frecuentemente a su condición mestiza y a la antigua grandeza de los Incas peruanos con quienes él estaba emparentado, con frases como: soy un indio, amor natural de la patria, mi patria (yo llamo así a todo el imperio que fue de los Incas), nuestros Incas acabados y nuestro Imperio perdido, dirán que por ser indio hablo apasionadamente, mi tierra el Perú, por ser yo indio antártico, etc. En cuanto a su pobreza y los malos tratos que dice haber recibido de la Fortuna, ya hemos visto el alcance de su amargura55. En definitiva, se acusa a Garcilaso de utilizar sus obras como medio para expresar sus propios resentimientos56, y para contrastar la nobleza y la justicia verdaderas (que por ser cualidades naturales pueden percibirse en el comportamiento de los indios, a pesar de que se les considere como bárbaros) con la falsa nobleza y la injusticia que pueden encontrarse entre cristianos y nobles españoles de linaje57. Esta preocupación por poner en evidencia la distinción entre nobleza natural y verdadera, y la nobleza sólo nominal, podría llevar a extremos de tergiversación histórica que comprometería gravemente el valor de cualquier obra escrita desde esa óptica.
Tras estas consideraciones sobre las influencias literarias en Garcilaso, y sobre su concepto de la labor historiográfica, el siguiente paso en esta línea crítica sería, evidentemente, revelar las deficiencias concretas de la obra en sí como fuente histórica y descubrir errores o exageraciones de la realidad. Una de las principales acusaciones en este sentido es que La Florida del Inca no es una fuente de primera mano, escrita por un participante o testigo presencial de los hechos, y por lo tanto pierde gran parte de su autoridad; y por si esto fuera poco, se señala que pasó mucho tiempo, demasiado, entre los hechos mismos (1539-43) y la publicación de la narración en 1605, debilitando también su posible valor como fuente primaria. Un error que aparece en la obra de Garcilaso, y que de allí fue repetido por muchos autores posteriores, es el lugar de nacimiento de Hernando de Soto. Garcilaso afirma que fue Villanueva de Barcarrota58, pero pruebas documentales indiscutibles indican que fue Jerez de los Caballeros. Respecto de otros expedicionarios nombrados por Garcilaso, para algunos críticos resulta inquietante que muchos de ellos no son mencionados por las otras crónicas que se conservan (Hidalgo de Elvas, Rodrigo Ranjel a través de Fernández de Oviedo, y Hernández de Biedma), y más aún que no aparecen en el registro de los hombres embarcados. Por otra parte, investigaciones recientes han revelado algunas inexactitudes como las siguientes: Garcilaso habla de un Antón Galván, vecino de Valverde, mientras que el registro de expedicionarios habla de un Juan Galván, vecino de Valverde; el Gaspar Caro, natural de Medellín, de Garcilaso, seguramente será el Alonso Caro, vecino de Medellín, del registro; Diego Maldonado podría ser el Francisco Maldonado del registro; y el Juan Páez, natural de Usagre o de Segovia, de Garcilaso, sin duda será el Juan Páez, vecino de Villanueva de Barcarrota, del registro59.
Por otro lado, se suele criticar La Florida del Inca por la escasez de datos cronológicos precisos y por la confusión de su información topográfica. Por lo general, distingue solamente los años y las estaciones a lo largo del relato, con algunas referencias aisladas al mes y día60, mientras que los topónimos aparecen en versiones ortográficas diferentes, como Mucozo y Mocozo, Urribarracuxi y Urribacaxi, Achalaque y Chalaque. También se aprecian diferencias entre la versión de Garcilaso de un nombre indígena y las que dan las otras fuentes: El Hirrihigua de Garcilaso es Orriygua en Ranjel; Urribarracuxi / Urribacaxi es Paracoxi o Paracoxis en el Hidalgo de Elvas y Hurripacuxi en Hernández de Biedma; Ocali se convierte en El Cale en el Hidalgo de Elvas; Etocale en Hernández de Biedma, y Ocale en Ranjel; Vitacucho es el Ivitacucho de Hernández de Biedma; Osachile se convierte en Uzachil, Veachile, y Uzachile; Achusi se convierte en Ochus, Chuse, y Chisi/Ichisi; Cofachiqui es Capachiqui para Ranjel; Capaha se convierte en Pacha/Pacaba, y Pacaha; etc. La dificultad mayor, sin embargo, reside en el intento de identificación de los lugares visitados por Soto, contando sólo con las señas o descripciones dadas por Garcilaso. Siguiendo con la crítica a la veracidad de La Florida del Inca, se sostiene que Garcilaso adolece de una clara tendencia a la exageración, con la interferencia de ciertos modelos literarios. Ejemplos que se suelen citar son: el elevado número de expedicionarios que embarcaron en Sanlúcar según Garcilaso61; las altísimas cifras de indígenas muertos en algunas batallas62; la historia de los guerreros indios que permanecieron un día entero en un lago por no dejarse capturar63; la descripción del templo de los señores de Cofachiqui en Talomeco, y las riquezas de Florida en general64; la pretensión de que Silvestre hubiera cortado a un indio en dos partes de un solo tajo de su espada65, hazaña que se ha relacionado con la influencia de leyendas caballerescas en las cuales Amadís de Grecia y el caballero Febo logran cortar en dos partes a gigantes66; el combate singular de Álvaro Nieto contra un gran ejército de indios67; y los altisonantes discursos y razonamientos puestos en boca de los indios68, mediante los cuales Garcilaso los hace aparecer como héroes greco-romanos o renacentistas: impresión fortalecida por el propio Garcilaso cuando, refiriéndose a las palabras de Vitacucho, dice ningunas de los más bravos caballeros que el divino Ariosto y el ilustrísimo y muy enamorado conde Mateo María Boyardo, su antecesor, y otros claros poetas introducen en sus obras, igualaran con las de este indio69.
Igualmente se destacan los ecos retóricos de la literatura española del siglo XVI en los razonamientos dados por los tres jóvenes guerreros indios, quienes glorifican el honor individual y colectivo, su lealtad a su señor, y la dignidad de los que profesan las armas en defensa de la virtud y la justicia70. En otro orden de consideraciones, se ha minusvalorado la veracidad de La Florida del Inca mediante la desautorización de sus fuentes. En primer lugar, el informador principal de Garcilaso no es identificado por éste en la obra. Su posterior identificación como Gonzalo Silvestre no deja lugar a dudas71, pero el hecho de no haberlo nombrado el propio Garcilaso, quien sin embargo repetidamente alude a mi autor y explica que esa persona le dio a él toda su información, puede inducir al lector a dudar de la verdad de la narración. Aun en el caso de admitir la intervención de Silvestre en la composición de La Florida, quedan todavía muchas posibles críticas. Todo el edificio de la obra resulta ser una apología de Hernando de Soto, lo cual contrasta con las versiones mucho más desfavorables para el Adelantado escritas por el Hidalgo de Elvas y Rodrigo Ranjel, y por lo tanto cabe tachar la versión Silvestre-Garcilaso de poco o nada objetiva y equilibrada. Por otra parte, se puede argüir que Silvestre, inspirado aún en sus años mozos por el espíritu caballeresco que había florecido durante la Baja Edad Media y que aún pudo tocar los corazones de los primeros conquistadores de América, al recordar para Garcilaso sus hazañas de aquellos años, era ya viejo, nostálgico, egocéntrico y algo dado a la exageración.
Esta impresión se ve confirmada al comprobar el número y el carácter heroico de los pasos de armas u otras actuaciones atribuidos a Silvestre en La Florida del Inca72, y el propio Garcilaso afirma que Silvestre no disponía de apuntes coetáneos a los hechos, sino que todos los datos dependían de su memoria73. Otro flanco vulnerable de Silvestre como fuente histórica pudo ser su amistad con Garcilaso, pues sabiendo que éste era mestizo, orgulloso de su linaje incaico y a la vez resentido por el destino suyo propio y de su pueblo, Silvestre quizás deliberadamente ensalzó la valentía, la inteligencia y la virtud de los indios, cargando las tintas en este sentido, para complacer a su amigo mestizo y también para así aumentar la gloria de la expedición española que trató y combatió con semejantes indígenas. En fin, también se ha señalado que, según se deduce de las explicaciones de Garcilaso, la iniciativa para acometer la empresa de escribir La Florida partió de él y no de Silvestre: importuné muchas veces a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente74. Este hecho cobra especial importancia al comprobar que Garcilaso no era un simple escribiente sino que intervino activa y constantemente en la fase oral de la historia -preguntando, indagando, encauzando-, de manera que pudo influir seriamente en la línea del pensamiento y en la hilazón de los recuerdos de Silvestre75. Así, aunque Garcilaso insiste en que Silvestre en todo momento controlaba la exactitud de lo que estaba escribiendo, se podría pensar que esto no es más que un recurso literario para defender la solvencia histórica del texto76.
En cuanto a las otras fuentes manuscritas que Garcilaso dice haber utilizado, es cierto que no se ha conservado ninguna de ellas, y por lo tanto Garcilaso es el único que da noticia de su existencia. Este hecho ha llevado a algunos críticos a sugerir que pudieran ser invenciones del autor de La Florida; teniendo en cuenta por un lado que el supuesto hallazgo accidental de un manuscrito curioso era una conocida y bastante practicada treta literaria de aquella época, y por otro lado el hecho de que Alonso de Carmona no figura en el registro de la Casa de Contratación de los participantes en la expedición de Soto, ni lo nombra ningún otro cronista77. Defensores En defensa de la esencial veracidad de La Florida del Inca como fuente de conocimiento histórico, han destacado en el siglo XX precisamente aquellos autores que se han dedicado a estudiar en profundidad la vida y la obra de Garcilaso de la Vega. Su primer defensor serio fue José de la Riva Agüero, seguido por los dos grandes expertos Aurelio Miró Quesada y José Durand, apoyados por John Jeanette Varner, quienes afirman que La Florida es básicamente fidedigna con los hechos excepto en lo antropológico-cultural. El primer punto que requiere una clarificación es la noción de que la belleza literaria de la obra, de alguna manera, merma su valor historiográfico. A esto se contesta que la hermosura no es la razón de ser del libro sino que, muy al contrario, está al servicio de la verdad histórica.
Parece evidente que la brillante expresión y la habilidad narrativa no están reñidas con el afán de exactitud, ni se debe confundir la belleza literaria con la ficción novelesca pura78. Por otra parte, las críticas que se centran en las influencias literarias en La Florida en realidad afectan al aspecto estético o la forma de narrar más que al contenido de la obra. Efectivamente, las pérdidas, reconciliaciones y desventuras, los encuentros, naufragios y paisajes insólitos, las marchas y luchas, la fatiga y el valor derrochados en la búsqueda de la gloria o de premios más materiales; las fiestas, las aguas tranquilas, el dulce y fresco viento; los ritos del combate, los mensajes y promesas de enamorados, los saludos corteses, los mozos gallardos y recios, los desafíos, los regalos, y los templos; todas estas cosas pudieron ocurrir o existir en la realidad, y no era para menos si se repara, aunque sea sólo por algunos momentos, en las circunstancias geográficas e históricas en que se produjeron estas primeras gestas españolas en América. Y ¿por qué no habría de enamorarse un español de una india hasta el extremo de permanecer a su lado entre los indios? No parece necesario dudar de su veracidad sólo porque suena a novela bizantina. Casi se podría decir: cosas más extrañas han ocurrido, y están perfectamente documentadas y aceptadas. En este caso concreto, el detalle de que, según Garcilaso, lo corrobore Carmona, aunque llama al protagonista Francisco en vez de Diego79, parecería prestar mayor solvencia al episodio.
En definitiva, aun concediendo la semejanza de cierto tipo de episodio o situaciones entre las novelas bizantinas (o de aventuras) y La Florida, falta el tema fundamental de aquéllas, que era el amor entre dos personas que daba principio a la obra, que daba pie y significado a todas las aventuras que se sucedían, y que encontraba su culminación cuando, al final de la obra, se reunían los seres amados80. Respecto de las posibles influencias de los libros de caballerías en concreto, habría que matizar que lo que distinguía a ese tipo de obras (como Amadís de Gaula) era precisamente lo fantástico e irreal, en contraste con la novela caballeresca (como Tirante el Blanco) donde la trama era ficticia, pero siempre dentro de los límites de lo posible en la vida real81. En La Florida del Inca no aparecen en absoluto dragones, endriagos, serpientes, enanos y gigantes desmesurados, edificios construidos por arte de magia, exageradísima fuerza física de los caballeros, ambiente de misterio, ni se desarrollan los acontecimientos en un remotísimo pasado82. Por lo tanto, sin estos elementos maravillosos La Florida no cumple los requisitos necesarios para ser calificada de libro de caballerías, y tendremos que conformarnos con algunas posibles analogías entre aquélla y las novelas caballerescas. Pero henos aquí que estas novelas ofrecen muy poca diferencia respecto a otros libros franceses que relatan las históricas aventuras y proezas de auténticos caballeros, y son crónicas particulares de grandes militares contemporáneos83; es decir, que apenas se podía distinguir en el siglo XV una novela caballeresca de una crónica histórica, y por lo tanto si se pueden aducir argumentos y datos fidedignos de que La Florida del Inca se refiere a hechos históricos, y que la intención de su autor era ajustarse a la verdad, no habría razón alguna para calificar la obra de novela.
En primer lugar, conviene comprobar si el autor hizo alguna declaración relacionada con su quehacer historiográfico; y encontramos que, efectivamente, Garcilaso insistió en repetidas ocasiones, con diferentes formas de juramento solemne, que (al menos hasta donde él fue capaz de averiguar) siempre decía la verdad. El mayor cuidado que se hubo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron; y si alguno dijere lo que se suele decir queriendo motejar de cobardes o mentirosos a los que dan buena cuenta de los particulares hechos que pasaron en las batallas en que se hallaron, porque dicen que, si pelearon, cómo vieron todo lo que en la batalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon, porque dos oficios juntos, como mirar y pelear, no se pueden hacer bien; a esto se responde que era común costumbre, entre los soldados, como lo es en todas las guerras del mundo, volver a referir delante del general y de los demás capitanes los trances más notables que en las batallas habían pasado. Y muchas veces, cuando lo que contaba algún capitán o soldado era muy hazañoso o difícil de creer, lo iban a ver los que habían oído, por certificarse del hecho por vista de ojos. Y de esta manera pudo haber noticia de todo lo que me relató, para que yo lo escribiese84. Después de explicar su utilización de diferentes fuentes, dice Garcilaso: Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa85.
Más adelante, en el cuerpo del libro, cada vez que narraba algo que pudiese parecer dudoso, según los conceptos de la época, Garcilaso volvía a asegurar que decía la verdad: antes me hallo con falta de palabras necesarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con la abundancia de ellas para encarecer las que no pasaron. E insistió: nuestro primer propósito es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado y, con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo por venir86. En cuanto a las influencias que puedan rastrearse en La Florida del Inca de las amplias lecturas de Garcilaso, es lógico que las hubiera, pues, como todo escritor, trabajaba dentro de un contexto cultural y literario; pero lo importante es que Garcilaso no sólo no pretendía escribir una obra de ficción, sino que, según sus propias palabras, toda mi vida# fui enemigo de ficciones como son los libros de caballería y otras semejantes. Las gracias de esto debo dar al ilustre caballero Pedro Mexía de Sevilla, porque# me quitó el amor que como muchacho les podía tener y me hizo aborrecerlos para siempre87. Esta actitud de rechazo a los libros de caballerías era, por otra parte, común entre los humanistas españoles desde la segunda mitad del siglo XVI, y no tiene nada de extraño que Garcilaso participara de ella. El hecho de que Garcilaso haga referencia a Trajano, César, Cleopatra, Marco Antonio y Horacio, al rey godo Alarico y al Cid, a Pedro Mexía, a Ariosto y Boyardo tampoco tiene nada de particular.
Todos los cronistas e historiadores de Indias procuraban trazar comparaciones con hechos y personajes conocidos, así como con utensilios, edificios, fauna, flora y costumbres del Viejo Mundo, en un intento de hacer más accesible a la comprensión ese Nuevo Mundo desconocido y extraño. Se trataba de buscar analogías en la experiencia cultural euro asiática para describir y explicar las inauditas realidades americanas. En ese sentido, dichas alusiones fueron concebidas para amenizar y sobre todo para ayudar a la comprensión, no para enturbiar o tergiversar la veracidad de lo que se contaba88. Además es preciso recordar, en relación con las posibles influencias de otros autores, que entre las lecturas de Garcilaso se encontraban obras de los historiadores clásicos Tucídides, Polibio, Plutarco y Flavio Josefo; Salustio, César, Cornelio Tácito, Quinto Curcio y Suetonio; y de los renacentistas Andrea Fulvio, Pandolfo Collenuccio y Francesco Guicciardini, y estudió otros historiadores renacentistas como Jean Bodin, Carlo Sigonio y Sabellico89. Esto indica que una fuerte influencia en su labor historiográfica pudo ser el afán de escudriñar y contar la verdad, tal como el propio Garcilaso aseveraba repetidamente. Este afán de verdad iba unido a un profundo sentido del deber moral que le obligaba a rescatar los hechos para la posteridad: me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido90.
Por otro lado, se aprecia la influencia renacentista en el sesgo pragmático y utilitario que reveló Garcilaso en su concepto de la historia, al afirmar que el motivo principal de escribir su obra era el deseo de impulsar la colonización y evangelización de Florida, para llevar los beneficios de la Iglesia a aquellas gentes, y para que los esfuerzos de Soto y de otros españoles no hubiesen sido en vano91. Que la evangelización de Florida le preocupaba a Garcilaso es indudable, pues, aparte de sus propias afirmaciones generales en este sentido, resulta significativo que hubiera terminado la obra con una relación de los cristianos seglares y misioneros que murieron en Florida hasta el año 1568. No hay que olvidar tampoco que conoció en Córdoba al padre Jerónimo de Oré, muy vinculado a la historia misionera de Florida. Por último, la piedad cristiana de Garcilaso queda fuera de toda duda92 y, unida a su condición de mestizo, ayuda a explicar este aspecto teleológico de su historiografía. A ello debía obedecer también el afán de Garcilaso de poner de manifiesto las riquezas de Florida. Esperaba que la combinación de provecho material junto con el espiritual lanzase nuevos intentos de colonización de aquellas tierras93. A la acusación de que Garcilaso tenía un concepto viciado de la historiografía porque utilizaba sus obras como medio de atacar a la sociedad española y de expresar su propio resentimiento, se puede contestar por un lado que en el siglo XVI todo el mundo pedía mercedes al rey, a los diferentes organismos e instituciones de gobierno, o a los nobles más ricos y poderosos, y si no se concedían (lo que ocurría con frecuencia) se quejaban los interesados viva y públicamente.
Por otro lado, el ser mestizo no tenía por qué ser motivo de complejos sino, al contrario, fue motivo de orgullo para Garcilaso descender del linaje de los incas, a pesar de la aparente humildad con que se expresaba a veces, obligado por los convencionalismos de aquella época. Las pequeñas quejas no provenían de un profundo y amargo resentimiento, sino que, aceptando las afirmaciones del propio autor, servían como testimonio de una serena y equilibrada resignación94. Lo cierto es que Garcilaso lo relacionaba todo con su propio ser mestizo y con su patria el Perú. Vivía intensamente su doble herencia cultural y aun se veía a sí mismo como símbolo de la comunidad peruana: sería noble artificio y generosa industria favorecer en mí, aunque yo no lo merezca, a todos los indios, mestizos y criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced que los discretos y sabios hacían a su principiante, se animasen a pasar adelante en cosas semejantes, sacados de sus no cultivados ingenios95. También hay que recordar que al mismo tiempo que escribía y pasaba a limpio La Florida del Inca, Garcilaso estaba trabajando en su historia del Perú, y por lo tanto no es de extrañar que se produjesen algunas interferencias como, por ejemplo, el distinguir entre los expedicionarios de Florida a los que estuvieron alguna vez en el Perú96, el intento de relacionar algunos vocablos floridanos con el quechua, o el traer a colación sucesos o descripciones de costumbres propias del Perú97.
Ahora bien, todo esto no induce a suponer que un amargo pesimismo embargaba el alma de Garcilaso hasta el punto de empujarle a exteriorizarlo o aliviarlo a través de sus obras en perjuicio de la veracidad. Otro aspecto del concepto que tenía Garcilaso de la historiografía era su tendencia a silenciar u omitir ciertas actuaciones o situaciones indignas. Ya hemos dicho que esto era un procedimiento practicado por los incas, y que seguramente Garcilaso lo adoptó alguna vez porque su intención al escribir La Florida era contar las grandezas y hazañas tanto de los españoles como de los indios, y no deseaba presentar a ninguna de las partes con ventaja: Porque la verdad de la historia nos obliga a que digamos las hazañas, así hechas por los indios como las que hicieron los españoles, y que no hagamos agravio a los unos por los otros, dejando de decir las valentías de la una nación por contar solamente las de la otra98. Ahora bien, la omisión de noticias ingratas era también una característica de la historiografía clásica99, y después de todo, la obra de Garcilaso fue un producto de su contexto cultural. No obstante, conviene señalar que La Florida del Inca contiene muchos pasajes que ilustran la cobardía, la soberbia, la avaricia, la necedad, y otras cualidades innobles o actitudes hostiles de españoles e indios por igual, mientras que la contradicción entre Garcilaso y el Hidalgo de Elvas sobre las relaciones con la señora de Cofachiqui no resulta tan grande al comprobar que el Hidalgo coincide con Garcilaso en que eran buenas hasta el momento de partir, y sólo entonces, según el Hidalgo, Soto mandó apresar a la cacica con el fin de asegurarse provisiones, porteadores y un desplazamiento libre del peligro de un ataque indio.
En resumen, pues, es posible que Garcilaso (o Silvestre) silenciase algunos aspectos ignominiosos de las relaciones entre españoles e indios, concretamente tratándose del propio Soto, pero no cabe duda de que abundan en su obra ejemplos de noticias ingratas que dan fe de la intención primordial de Garcilaso de decir la verdad. Tampoco resulta convincente sostener que las escuetas pinceladas psicológicas en La Florida la invalida como fuente histórica. Es verdad que adornan la obra con una extraordinaria brillantez literaria, que ameniza y humaniza sobremanera su lectura: así vemos a un Pedro López, soberbio y rústico; a un Esteban Añez, de naturaleza rústica y villana, que andaba desvanecido y loco, y ciego en su desatino; los alegres y regocijados Francisco Sebastián y Andrés Moreno; Juan Vego, hombre harto rústico, tosco y grosero, que daba en ser gracioso; Vasco Porcallo de Figueroa, amigo de burlas; el escribano Baltasar Hernández, hidalgo de mucha bondad y religión; Gonzalo Cuadrado Jaramillo, hombre hábil y práctico en todas las cosas, de quien seguramente se podía fiar cualquier grave negocio de paz o de guerra; Juan de Villalobos, amicísimo de ver antes que otro de sus compañeros lo que en el descubrimiento había. Ahora bien, pese a su evidente carga de subjetividad, no dejan de ser elementos de enriquecimiento y profundización de la verdad, según Silvestre, habida cuenta de que en cualquier caso la verdad absoluta no existe, y que la interpretación imaginativa del pasado caracterizaba también las historiografías clásicas y renacentistas que Garcilaso tenía delante de sí como modelos100.
Una vez discutidos los distintos aspectos del concepto que tenía Garcilaso de la historiografía, y su funcionamiento en La Florida del Inca, pasemos a considerar el papel de Gonzalo Silvestre como informador principal, y las críticas concretas que se han hecho a la obra. La identificación de Silvestre como fuente verdadera de la historia de la expedición de Soto hoy no deja lugar a dudas, pero ¿por qué no lo nombró llanamente Garcilaso? Una explicación podría ser que, muerto Silvestre en 1591, tuvo la pequeña vanidad de figurar él solo como autor de la obra; o pudo haberse decidido de común acuerdo entre los dos amigos, al objeto de contar con mayor libertad y efecto las hazañas que protagonizó Silvestre en Florida, logrando su inmortalización por las armas, y dejando a Garcilaso el mérito de haberlo escrito. Sea como fuere, Garcilaso se esmeró en asegurar la perfecta credibilidad de Silvestre, pues afirmó que era hombre de mucha verdad, a quien se debe todo el crédito, era hombre noble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratar verdad en toda cosa, en toda cosa es digno de fe, y si no lo tuviera por tan hijodalgo y fidedigno, como lo es#, no presumiera yo que escribía tanta verdad, como la presumo y certifico por tal101. Explicó por más señas que el Consejo Real de las Indias, por hombre fidedigno, le llamaba muchas veces, como yo lo vi, para certificarse de él así las cosas que en esta jornada pasaron como de otras en que él se había hallado102.
Lo cierto es que Gonzalo Silvestre existió. Aparece su nombre en el registro de la Casa de la Contratación como uno de los expedicionarios con Soto, y el mismo dato figura en la hoja de servicios del propio Silvestre. Figura asimismo en varios documentos sobre el Perú y, lo que es más importante, consta documentalmente que Silvestre trabajó en estrecha colaboración con Garcilaso en La Florida del Inca, e incluso en los Comentarios reales. Está comprobado igualmente por otras fuentes que Silvestre fue un buen soldado103. Centrémonos, pues, en este hombre y en su memoria a través de La Florida. Se le acusa de haber tergiversado la verdad de los hechos para favorecer su propia imagen, al presentarse en varias ocasiones como protagonista de valerosas hazañas. En primer lugar, habría que puntualizar que Rodrigo Ranjel, otra fuente sobre la expedición de Soto, se autonombró y se autoelogió tanto si no más que Silvestre, y en cambio escatimó noticias sobre otros destacados miembros de la hueste, defecto que no se le puede imputar a Silvestre. En realidad, existen numerosos ejemplos de autoelogio y de alabanzas más o menos interesadas en la mayoría de las crónicas antiguas, y aunque esto no concuerda con las exigencias de la historiografía actual, tampoco constituye un defecto exclusivo o una invalidación total de La Florida del Inca como fuente histórica104. Por último, tampoco era todo hazañoso cuando se autonombraba Silvestre. La primera vez fue para hacerse responsable de los cañonazos que se tiraron a la nao que se adelantó a la capitana de Soto, episodio que si bien pone de manifiesto la obediencia activa de este personaje, está muy lejos de ensalzar su valor105.
La segunda vez fue para nombrarse como uno de los cuatro mensajeros a caballo, sin que en el camino se les ofreciese cosa digna de memoria106. Otra vez Silvestre dijo simplemente que iba delante de un pequeño cuerpo de exploración, junto con Gómez Arias, y que apresaron a dos indios cerca de Aute para intentar averiguar el camino hacia la costa107. En otra ocasión Silvestre recordó las circunstancias de la muerte de su caballo108, suceso que cualquier soldado recordaría, y aun en otra ocasión contó cómo les gastó una broma a unos compañeros hambrientos109. En fin, las restantes menciones se refieren todas a diferentes lances, pequeños y no tan pequeños, perfectamente verosímiles dentro del contexto de la narración, sin que se requieran grandes alardes de imaginación para asimilar los sucesos contados110. Únicamente destaca un episodio, en donde contó Silvestre cómo a un indio le dio una cuchillada por la cintura que, por la poca o ninguna resistencia de armas ni vestidos que el indio llevaba, ni aun de hueso que por aquella parte el cuerpo tenga, y también por el buen brazo del español, se la partió toda con tanta velocidad y buen cortar de la espada que, después de haber ella pasado, quedó el indio en pie y dijo al español: "Quédate en paz". Y dichas estas palabras, cayó muerto en dos medios111. Tan criticado como burda exageración112, este episodio todavía permanece dentro de los límites de lo físicamente posible, excepto en lo referente a la frase supuestamente pronunciada por el indio, y aun cabe pensar en algún grito de batalla que Silvestre, acalorado y aturdido por la pelea, confundió e interpretó a su manera.
En realidad, se trata sólo de un pequeño desliz que puede corregir el sentido común y que no debe empañar la credibilidad esencial de la narración entera. En cuanto a la línea crítica que intenta poner a salvo la sinceridad y buena fe de Garcilaso, culpándose solamente de ser crédulo frente a las exageraciones caballerescas de Silvestre, habría que matizar que no inventaba necesariamente este soldado las actuaciones de los expedicionarios de 1539, ni tampoco el prisma peculiar a través del cual contemplaban sus experiencias americanas, pues todos ellos estarían influidos por los valores caballerescos que hubiesen leído u oído113. Es decir, que los elementos de novela caballeresca que se puedan rastrear en La Florida no tienen por qué ser pura ficción (sea por parte de Silvestre, sea Garcilaso), sino que probablemente reflejan aspectos reales de aquella expedición. Se ha dicho que, para ser fidedigna, La Florida del Inca se publicó demasiado tiempo -sesenta y dos años- después de los hechos narrados. Sin embargo, ahora se sabe que el cuerpo principal de la obra se había escrito ya hacia 1589, lo cual disminuye considerablemente el tiempo transcurrido. Es posible que los modernos medios de comunicación y conservación de noticias hayan contribuido al desprecio de la capacidad de la memoria humana, pero en tiempos pasados el principal entretenimiento cotidiano sin duda sería la charla amigable, y en la charla de los hombres que hubieran participado en lejanas guerras y exploraciones, ¿cómo no iban a rememorar una y otra vez las cosas que vieron e hicieron entonces? Sólo queda, pues, comprobar la actitud de Silvestre ante el esfuerzo de memoria que Garcilaso le exigía y cotejar la información dada por Silvestre con otras fuentes documentales para intentar calibrar el grado de exactitud de sus recuerdos.
Ya hemos dicho que la iniciativa para escribir la obra partió sin duda de Garcilaso, pero no es menos cierto que a Silvestre le agradaría la idea. Dice Garcilaso que de ambas partes se deseaba el efecto y, en plural, atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió114. Entonces deja entrever el método que siguieron los dos amigos para estimular la memoria de Silvestre: no le ayudaban poco, para volver a la memoria los sucesos pasados, las muchas preguntas y repreguntas que yo sobre ellos y sobre las particularidades y calidades de aquella tierra le hacía115. Este dato resulta muy significativo, porque explica la extraordinaria riqueza de detalles que encierra La Florida del Inca; detalles que un soldado por sí solo posiblemente no habría escrito -por las prisas por acabar la narración de los acontecimientos principales, por juzgar que muchas anécdotas no tenían suficiente interés para molestarse en escribirlas, o por no ocurrírsele pensar siquiera en que pudiera interesar describir aspectos del mundo indígena y de las relaciones entre españoles e indios-; detalles que, en cambio, encandilarían a Garcilaso, por su conciencia de mestizo y por el espíritu encauzado, a falta de otras actividades, hacia el estudio y la observación de los hombres y sus obras. Podemos imaginarnos a Garcilaso indagando, insistiendo, reconstruyendo pieza a pieza, día a día, todo un mundo perdido, el caleidoscopio de aquella aventura única. Preguntaría una y otra vez: ¿Qué hicisteis entonces? ¿Qué visteis? ¿Y cómo era el pueblo? ¿Y qué dirección tomasteis? ¿Y cómo se llamaba aquel lugar? ¿Y cuántas leguas anduvisteis? ¿Y qué aspecto tenía aquel templo? ¿Y cómo era el terreno? ¿Y cómo se llamaba el español que hizo aquello o lo otro?, etc.
Así iría recordando Silvestre; pero no se quedaba satisfecho con la sola aportación de sus palabras y quiso controlar la versión escrita por Garcilaso, tal como explica éste: Y en lo que toca al particular de nuestros indios y a la verdad de nuestra historia, como dije al principio, yo escribo de relación ajena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como se iba escribiendo, los iba corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltaba o sobraba de lo que él había dicho, que ni una palabra ajena por otra de las suyas nunca las consintió, de manera que yo no puse más de la pluma, como escribiente116. Esto no hay que entenderlo en sentido literal en cuanto a la forma estética de la redacción, que es sin duda obra de Garcilaso, sino en cuanto a la verdad esencial del contenido, pues es razonable suponer que Silvestre se interesaría vivamente por ir viendo el resultado de sus esfuerzos memorísticos y por comprobar su fidelidad.