La consolidación de la imaginería cristiana
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Datos principales
Rango
Arte Otoniano
Desarrollo
Durante el período justinianeo se había desarrollado una importante imaginería cristiana que desaparecería con las luchas de iconódulos e iconoclastas. A partir de entonces, tendrá que ser en Occidente donde se creen las bases de las imágenes de culto. Conocemos experiencias carolingias, pero serán los otonianos los que darán el impulso definitivo a los principales prototipos, Virgen-madre y Cristo crucificado.La crisis de los iconoclastas orientales condicionó el culto de las imágenes en la Europa carolingia. De estas figuras los fieles no podían esperar ningún tipo de favor espiritual o material, pues, como decían los teólogos de Carlomagno , no eran el santo mismo que representaban. Esto se solucionó promocionando el culto a las reliquias, nadie podía poner en duda que en estos restos de los santos eran ellos realmente. Las cajas-relicario fueron adquiriendo cada vez formas más elaboradas y, sobre todo, intentando recrear una iconografía acorde con su contenido. En la obra sobre los "Milagros de Saint-Denis" se habla de un relicario con forma de mano, fabricado por un orfebre en tiempos del abad Fardulfo (783-806), para conservar en él un dedo de la mano del santo. La producción de este tipo de objetos, cabezas, pies y manos, se continuaba realizando por los artistas del Imperio germánico.La pequeña estatuilla ecuestre de un emperador carolingio podía ser una buena ilustración de esa estatuaria de bulto redondo a la que aluden los textos -crucificados, imágenes de nobles, etc.
-. Los Hubert han demostrado que el origen de estas figuras, en la mayoría de las ocasiones estatuas-relicario, está relacionado con la aristocracia, tanto laica como eclesiástica, pero que pronto transcendería de este enclave elitista a un ámbito popular, en el que manifestarán su fervor, ahora sí absolutamente idolátrico, las multitudes. Estas imágenes con reliquias recibieron el nombre de majestades. La más famosa de ellas, la de Santa Fe de Conques, creada en la novena centuria, adquiriría su forma fetichista un siglo después.Un texto muy conocido de Bernardo de Angers, el "Libro de los milagros de Santa Fe", nos informa de la gran difusión que las majestades habían alcanzado por todos los lugares. En este fragmento se alude a un viaje realizado por Bernardo a Conques y Auvernia en 1013: "Viejo uso y de una antigua costumbre -se refiere a las majestades-, extendidos por toda la región de Auvernia, Rouergue y Toulouse y comarcas vecinas. Cualquiera hace erigir a su santo patrón una estatua de oro, plata u otro metal, encerrando en su interior la cabeza del santo u otra parte de su cuerpo".Ciertas referencias expresadas por Bernardo sobre estas costumbres han hecho suponer a algunos especialistas que éstas eran unas prácticas realizadas por gentes bárbaras del Sur, donde la incultura y el fanatismo habían propiciado el desarrollo de hábitos idolátricos. Si esto pudo ser alguna vez cierto, la realidad es que, en las proximidades del milenio, se trata ya de un fenómeno generalizado por todas las tierras del Imperio.
Cada vez adquiría un desarrollo mayor la figura, mientras que el espacio destinado a relicario iba disminuyendo.Precisamente en relación con estas formas de lujoso fetiche debemos estudiar la primera de las imágenes de culto otonianas, la Virgen dorada de Essen. Realizada en torno al 1000, era un auténtico relicario figurado, que los fieles transportaban en solemnes procesiones, llenos de fervor devocional. Es una obra de setenta y cuatro centímetros de altura, con un alma de madera enchapada con placas de plata dorada. La Virgen, que ofrece una manzana al Niño, dispuesto de forma lateral sobre sus rodillas, representa, con esta actitud, la imagen de una nueva Eva, esta vez la representación de la mujer que redimió a su especie. Existen en esta figura algunas formas que la dotan de un cierto dinamismo emocional; sin embargo, esto se pierde totalmente al contemplar los ojos saltones e inexpresivos que le confieren un aire de ídolo totémico.El obispo Imad donó otra virgen dorada a su catedral de Paderborn, en 1058. Perdido el oro del revestimiento, tan sólo conservamos su alma leñosa, de una altura de 112 centímetros. Es una obra hierática, muy simétrica, dotada de una gran solemnidad, acentuada por su inexpresividad. Responde esta forma ya a una plástica románica, lo mismo que otra imagen de este tipo, muy deteriorada, conservada en Hildesheim .La serie de crucifijos otonianos constituye la mejor aportación conservada a la configuración de la iconografía románica.
El más antiguo, y uno de los más bellos, es el Crucificado del arzobispo Cero, actualmente en la catedral de Colonia. Es una escultura exenta, de tamaño natural, representando a un Cristo de gran expresividad emocional. Las formas anatómicas son amplias y acentuadas con un suave modelado, algo más acusado en la definición de los músculos y nervios de las rodillas y brazos. Todo en esta imagen, incluso el paño de pureza meramente ornamental para no distraer la expresividad de la anatomía, tiene como finalidad subrayar una iconografía dramático-pasional característica, no ya del Dios de la Iglesia triunfante, sino del Cristo-hombre tan acorde con los principios cristológicos que se empezaban a gestar en aquella época entre los teólogos. Creada esta obra antes de 976, ejercerá una gran influencia en multitud de crucifijos realizados desde fines de esta centuria y durante la totalidad de la siguiente, entre los que cabe destacar los dos relacionados con Bernward en Hildesheim, realizados en madera y plata respectivamente.Era tal el valor expresivo de estas imágenes que, una vez más, los padres de la iglesia se vieron obligados a llamar la atención de sus fieles, advirtiéndoles que aquellos conmovedores crucificados no eran el mismo Jesucristo. Así el sínodo de Arras, en 1025 recomendaba:"Es Cristo quien se adora en el crucifijo y no el tronco de madera. Las imágenes visibles del Salvador y de los santos no deben ser adorados en tanto que objetos fabricados por la mano del hombre, sino que han sido hechas para suscitar una emoción interior, la contemplación de la manifestación de la gracia divina".Pero en esta recomendación sinodal hay una novedad con respecto a la teoría clásica de la iglesia referida a las imágenes, "han sido hechos paró suscitar una emoción interior". Basta contemplar cualquiera de los rostros de estos crucificados otonianos para ver cuál ha sido el reto de los artistas que lo han hecho posible: trasmitir a la materia formas expresivas de estados emocionales que inciten a quienes los contemplan a la piedad.
-. Los Hubert han demostrado que el origen de estas figuras, en la mayoría de las ocasiones estatuas-relicario, está relacionado con la aristocracia, tanto laica como eclesiástica, pero que pronto transcendería de este enclave elitista a un ámbito popular, en el que manifestarán su fervor, ahora sí absolutamente idolátrico, las multitudes. Estas imágenes con reliquias recibieron el nombre de majestades. La más famosa de ellas, la de Santa Fe de Conques, creada en la novena centuria, adquiriría su forma fetichista un siglo después.Un texto muy conocido de Bernardo de Angers, el "Libro de los milagros de Santa Fe", nos informa de la gran difusión que las majestades habían alcanzado por todos los lugares. En este fragmento se alude a un viaje realizado por Bernardo a Conques y Auvernia en 1013: "Viejo uso y de una antigua costumbre -se refiere a las majestades-, extendidos por toda la región de Auvernia, Rouergue y Toulouse y comarcas vecinas. Cualquiera hace erigir a su santo patrón una estatua de oro, plata u otro metal, encerrando en su interior la cabeza del santo u otra parte de su cuerpo".Ciertas referencias expresadas por Bernardo sobre estas costumbres han hecho suponer a algunos especialistas que éstas eran unas prácticas realizadas por gentes bárbaras del Sur, donde la incultura y el fanatismo habían propiciado el desarrollo de hábitos idolátricos. Si esto pudo ser alguna vez cierto, la realidad es que, en las proximidades del milenio, se trata ya de un fenómeno generalizado por todas las tierras del Imperio.
Cada vez adquiría un desarrollo mayor la figura, mientras que el espacio destinado a relicario iba disminuyendo.Precisamente en relación con estas formas de lujoso fetiche debemos estudiar la primera de las imágenes de culto otonianas, la Virgen dorada de Essen. Realizada en torno al 1000, era un auténtico relicario figurado, que los fieles transportaban en solemnes procesiones, llenos de fervor devocional. Es una obra de setenta y cuatro centímetros de altura, con un alma de madera enchapada con placas de plata dorada. La Virgen, que ofrece una manzana al Niño, dispuesto de forma lateral sobre sus rodillas, representa, con esta actitud, la imagen de una nueva Eva, esta vez la representación de la mujer que redimió a su especie. Existen en esta figura algunas formas que la dotan de un cierto dinamismo emocional; sin embargo, esto se pierde totalmente al contemplar los ojos saltones e inexpresivos que le confieren un aire de ídolo totémico.El obispo Imad donó otra virgen dorada a su catedral de Paderborn, en 1058. Perdido el oro del revestimiento, tan sólo conservamos su alma leñosa, de una altura de 112 centímetros. Es una obra hierática, muy simétrica, dotada de una gran solemnidad, acentuada por su inexpresividad. Responde esta forma ya a una plástica románica, lo mismo que otra imagen de este tipo, muy deteriorada, conservada en Hildesheim .La serie de crucifijos otonianos constituye la mejor aportación conservada a la configuración de la iconografía románica.
El más antiguo, y uno de los más bellos, es el Crucificado del arzobispo Cero, actualmente en la catedral de Colonia. Es una escultura exenta, de tamaño natural, representando a un Cristo de gran expresividad emocional. Las formas anatómicas son amplias y acentuadas con un suave modelado, algo más acusado en la definición de los músculos y nervios de las rodillas y brazos. Todo en esta imagen, incluso el paño de pureza meramente ornamental para no distraer la expresividad de la anatomía, tiene como finalidad subrayar una iconografía dramático-pasional característica, no ya del Dios de la Iglesia triunfante, sino del Cristo-hombre tan acorde con los principios cristológicos que se empezaban a gestar en aquella época entre los teólogos. Creada esta obra antes de 976, ejercerá una gran influencia en multitud de crucifijos realizados desde fines de esta centuria y durante la totalidad de la siguiente, entre los que cabe destacar los dos relacionados con Bernward en Hildesheim, realizados en madera y plata respectivamente.Era tal el valor expresivo de estas imágenes que, una vez más, los padres de la iglesia se vieron obligados a llamar la atención de sus fieles, advirtiéndoles que aquellos conmovedores crucificados no eran el mismo Jesucristo. Así el sínodo de Arras, en 1025 recomendaba:"Es Cristo quien se adora en el crucifijo y no el tronco de madera. Las imágenes visibles del Salvador y de los santos no deben ser adorados en tanto que objetos fabricados por la mano del hombre, sino que han sido hechas para suscitar una emoción interior, la contemplación de la manifestación de la gracia divina".Pero en esta recomendación sinodal hay una novedad con respecto a la teoría clásica de la iglesia referida a las imágenes, "han sido hechos paró suscitar una emoción interior". Basta contemplar cualquiera de los rostros de estos crucificados otonianos para ver cuál ha sido el reto de los artistas que lo han hecho posible: trasmitir a la materia formas expresivas de estados emocionales que inciten a quienes los contemplan a la piedad.