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Datos principales
Rango
Paréntesis
Desarrollo
Los excavadores tuvieron dificultades para entrar en la tumba por hallarse ocupada en su casi totalidad, y hasta el techo mismo, por un enorme armario de madera de roble chapada en oro. El mueble tenía que haber sido introducido en la tumba por piezas y montado en su emplazamiento definitivo antes de que se levantase el tabique que separaba esta cámara de la antecámara, o mejor, cuando estas dos piezas aún eran una sola. El poco espacio que quedaba libre explica que los decoradores que pintaron las paredes de la cámara después del sepelio, no pudieran esmerarse como de costumbre en la ejecución de sus pinturas. Aquí los intrusos hicieron poco daño. Al abrir el primer armario y encontrarse con que tenía otro dentro, perdieron la calma y desistieron de continuar, consolándose con parte de los tesoros de la cámara aneja, que ni siquiera tenía la puerta cerrada. En el angosto pasillo que rodeaba al armario estaban los numerosos remos mágicos con que el faraón habría de bogar por el océano del Más Allá, y otros objetos relacionados con ese viaje, erizado de peligros: dos perchas con emblemas de Anubis , una trompeta de plata con los nombres del rey y de los tres dioses, Amón , Re y Ptah, conque eran designadas las tres legiones del ejército real; el son ensordecedor de esta trompeta podría llenar todo el ámbito del Valle; una elegante lámpara de tres brazos, rematados en tazas lotiformes, símbolo de la trinidad tebana; un ganso negro, de Amón, tallado en madera, etc.
Es dudoso que quienes depositaron todos estos objetos en la tumba supieran dar razón de los mismos. Su verdadero significado podía haberse olvidado mucho antes de que Tutankhamon viniese al mundo, y sólo por respeto a la tradición se continuaba utilizándolos como algo bueno y necesario para la defensa o el bienestar de los muertos. Cuando los exploradores abrieron las puertas del armario, se encontraron ante las puertas de un segundo. Delante de ellas, en el suelo, el maravilloso vaso de perfumes de los reyes, del que los ladrones arrancaron probablemente las estatuillas que remataban el tapón, labrado en alabastro con aplicaciones de oro y de marfil. El lapidario regio se había superado a sí mismo en la ejecución del siempre complicado símbolo de la unificación mediante los enlaces de lirios y papiros, añadiéndoles dos deliciosas estatuillas de Hapi, personificación andrógina de los dos Nilos, el del Alto y el del Bajo Egipto, y los emblemas acostumbrados de la realeza con sus respectivas coronas. "Mezclados al temor a los mismos dioses y demonios creados por su imaginación -comenta Carter con mente laica- uno se percata de la sinceridad del sentimiento y del afecto que se tenía a los muertos". Sí, seguramente Ankhesenamón se sacrificó, depositando tantas piezas únicas en la última morada de su esposo. Los armarios resultaron ser cuatro, unos dentro de otros, y compuestos de un total de ochenta piezas, de entre 250 y 750 kilos cada una, que fue preciso desmontar antes de extraer.
La operación se realizó después de demoler todo el tabique que separaba la cámara de la antecámara y requirió ochenta y cuatro días de trabajo. Sin duda el montaje de los armarios había resultado difícil para los antiguos; pero no tanto como lo fue el desmontaje para los modernos, pues cuando aquéllos hicieron la instalación, las maderas estaban frescas y flexibles, y el oro fuerte y consistente. Aun así, Carter y su equipo han podido presumir de que si sus cabezas y extremidades recibieron muchos coscorrones y arañazos, las piezas rescatadas, incluidas las telas de los sudarios (algunas hechas ya jirones por el peso de sus adornos metálicos), salieron indemnes del proceso. Concluido éste, quedó al descubierto un sarcófago de cuarcita, con tapa de granito rojo, de los más hermosos en su género, todo cubierto de inscripciones y símbolos (el Died y el Thet en gran profusión), y abrazado desde sus cuatro esquinas por los brazos y alas extendidas de Isis , Nephtys, Neith y Selket con sus respectivos símbolos en lo alto de la cabeza (trono, plano de edificio, flechas y escorpión). Ante aquella "perfecta elegía en piedra" -como Carter la califica-, uno desearía que el faraón hubiese tenido una feliz travesía por los lóbregos túneles del otro mundo y alcanzado una felicidad tan completa como aquellas cuatro diosas, esculpidas a su alrededor, parecen implorar mientras custodian el cuerpo que se les ha confiado. En un noble gesto de respeto hacia quien era dueño de los tesoros que hoy custodia el Museo de El Cairo, el sarcófago de Tutankhamon sigue en el lugar al que estaba destinado, y en él la momia, en uno de los tres ataúdes en que estaba sepultada.
Era éste el primero de tres ataúdes de madera y oro con incrustaciones de esmalte representando al rey como un Osiris yacente, joven, bello y sereno, confiado y seguro de haber alcanzado la inmortalidad. Es asombroso que en las altas esferas del Imperio Nuevo se hubiese impuesto la costumbre de encerrar al muerto no en uno, sino en varios ataúdes momiformes, de granito, alabastro, madera e incluso oro como en el presente caso. Era lógico: el faraón, identificado ya con Re, cambiaba su carne en oro, sus cabellos en lapislázuli. No contentos con eso, los encargados de las exequias no ahorraron medios ni imaginación para dotar al finado no sólo de las insignias de su dignidad, sino de todos los abalorios y medios profilácticos que lo resguardasen -joven de diecinueve años como era- de las asechanzas que lo esperaban. El féretro, repujado en oro de 2,5 a 3,5 mm. de espesor, fue encerrado en otros dos mayores de madera con abundantes complementos de oro, piedras semipreciosas y esmaltes. El faraón viste una túnica manicata y talar, con la habitual decoración de plumas, y como Osiris es portador del báculo heqa y del flagelo nekhakha, en sus manos cruzadas sobre el pecho, cubierto de collares y pectoral. Como faraón cubre su cabeza con el nemes listado, la cobra y la cabeza del buitre en la frente, la barba postiza en la barbilla. La cobra y el buitre, ahora de cuerpo entero, abrazan al rey con sus alas desplegadas sobre el torso de éste, y lo mismo las diosas Isis y Nephtys sobre las piernas. Una segunda representación de Isis vela por él a los pies del ataúd. Por último, la momia, envuelta en el sudario, repleta de amuletos, acompañada de las alocuciones de todos los dioses dando la bienvenida al difunto, en inscripciones grabadas en láminas de oro: la cabeza tapada por una maravillosa máscara de oro y vidrio del color del lapislázuli, con un pectoral de piedras varias y vidrios de colores; los pies calzados de sandalias de oro y sus dedos forrados de oro.
Es dudoso que quienes depositaron todos estos objetos en la tumba supieran dar razón de los mismos. Su verdadero significado podía haberse olvidado mucho antes de que Tutankhamon viniese al mundo, y sólo por respeto a la tradición se continuaba utilizándolos como algo bueno y necesario para la defensa o el bienestar de los muertos. Cuando los exploradores abrieron las puertas del armario, se encontraron ante las puertas de un segundo. Delante de ellas, en el suelo, el maravilloso vaso de perfumes de los reyes, del que los ladrones arrancaron probablemente las estatuillas que remataban el tapón, labrado en alabastro con aplicaciones de oro y de marfil. El lapidario regio se había superado a sí mismo en la ejecución del siempre complicado símbolo de la unificación mediante los enlaces de lirios y papiros, añadiéndoles dos deliciosas estatuillas de Hapi, personificación andrógina de los dos Nilos, el del Alto y el del Bajo Egipto, y los emblemas acostumbrados de la realeza con sus respectivas coronas. "Mezclados al temor a los mismos dioses y demonios creados por su imaginación -comenta Carter con mente laica- uno se percata de la sinceridad del sentimiento y del afecto que se tenía a los muertos". Sí, seguramente Ankhesenamón se sacrificó, depositando tantas piezas únicas en la última morada de su esposo. Los armarios resultaron ser cuatro, unos dentro de otros, y compuestos de un total de ochenta piezas, de entre 250 y 750 kilos cada una, que fue preciso desmontar antes de extraer.
La operación se realizó después de demoler todo el tabique que separaba la cámara de la antecámara y requirió ochenta y cuatro días de trabajo. Sin duda el montaje de los armarios había resultado difícil para los antiguos; pero no tanto como lo fue el desmontaje para los modernos, pues cuando aquéllos hicieron la instalación, las maderas estaban frescas y flexibles, y el oro fuerte y consistente. Aun así, Carter y su equipo han podido presumir de que si sus cabezas y extremidades recibieron muchos coscorrones y arañazos, las piezas rescatadas, incluidas las telas de los sudarios (algunas hechas ya jirones por el peso de sus adornos metálicos), salieron indemnes del proceso. Concluido éste, quedó al descubierto un sarcófago de cuarcita, con tapa de granito rojo, de los más hermosos en su género, todo cubierto de inscripciones y símbolos (el Died y el Thet en gran profusión), y abrazado desde sus cuatro esquinas por los brazos y alas extendidas de Isis , Nephtys, Neith y Selket con sus respectivos símbolos en lo alto de la cabeza (trono, plano de edificio, flechas y escorpión). Ante aquella "perfecta elegía en piedra" -como Carter la califica-, uno desearía que el faraón hubiese tenido una feliz travesía por los lóbregos túneles del otro mundo y alcanzado una felicidad tan completa como aquellas cuatro diosas, esculpidas a su alrededor, parecen implorar mientras custodian el cuerpo que se les ha confiado. En un noble gesto de respeto hacia quien era dueño de los tesoros que hoy custodia el Museo de El Cairo, el sarcófago de Tutankhamon sigue en el lugar al que estaba destinado, y en él la momia, en uno de los tres ataúdes en que estaba sepultada.
Era éste el primero de tres ataúdes de madera y oro con incrustaciones de esmalte representando al rey como un Osiris yacente, joven, bello y sereno, confiado y seguro de haber alcanzado la inmortalidad. Es asombroso que en las altas esferas del Imperio Nuevo se hubiese impuesto la costumbre de encerrar al muerto no en uno, sino en varios ataúdes momiformes, de granito, alabastro, madera e incluso oro como en el presente caso. Era lógico: el faraón, identificado ya con Re, cambiaba su carne en oro, sus cabellos en lapislázuli. No contentos con eso, los encargados de las exequias no ahorraron medios ni imaginación para dotar al finado no sólo de las insignias de su dignidad, sino de todos los abalorios y medios profilácticos que lo resguardasen -joven de diecinueve años como era- de las asechanzas que lo esperaban. El féretro, repujado en oro de 2,5 a 3,5 mm. de espesor, fue encerrado en otros dos mayores de madera con abundantes complementos de oro, piedras semipreciosas y esmaltes. El faraón viste una túnica manicata y talar, con la habitual decoración de plumas, y como Osiris es portador del báculo heqa y del flagelo nekhakha, en sus manos cruzadas sobre el pecho, cubierto de collares y pectoral. Como faraón cubre su cabeza con el nemes listado, la cobra y la cabeza del buitre en la frente, la barba postiza en la barbilla. La cobra y el buitre, ahora de cuerpo entero, abrazan al rey con sus alas desplegadas sobre el torso de éste, y lo mismo las diosas Isis y Nephtys sobre las piernas. Una segunda representación de Isis vela por él a los pies del ataúd. Por último, la momia, envuelta en el sudario, repleta de amuletos, acompañada de las alocuciones de todos los dioses dando la bienvenida al difunto, en inscripciones grabadas en láminas de oro: la cabeza tapada por una maravillosa máscara de oro y vidrio del color del lapislázuli, con un pectoral de piedras varias y vidrios de colores; los pies calzados de sandalias de oro y sus dedos forrados de oro.