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Datos principales
Rango
Mundo islámico
Desarrollo
La península arábiga tuvo una influencia primordial en la difusión y triunfo del mensaje religioso de Muhammad y en la identidad de la civilización islámica, por ser el medio geográfico e histórico en que vivió y actuó el profeta, y porque, al surgir en él, la lengua y los valores culturales árabes han tenido siempre un prestigio y aceptación inmensos en tierra de Islam. La Arabia del siglo VI no era un mundo cerrado ni homogéneo. Tenía fuertes contactos con otras tierras a través de la actividad mercantil y caravanera. El Yemen, al sudoeste, era escala importante en la navegación hacia o desde el Mar Rojo, el Océano Índico y la costa oriental de África, y servía de enlace entre las rutas marítimas y las caravaneras de la península que, por La Meca , llegaban hasta los principados del Norte, de población semisedentaria, relacionados con Persia y Bizancio , los de Lajmíes y Gassaníes, respectivamente. Después de tiempos mejores, que culminan entre los años 530 y 540, el Yemen y los principados del Norte desaparecieron como entidades políticas independientes ante la presión persa. La Meca, en cambio, y otras ciudades del Hiyaz o desierto centro-occidental, aumentaron su prosperidad y sus funciones como escalas en las rutas caravaneras. En ellas se combinaron procesos de sedentarización y de acumulación de riqueza mueble con otros de diversificación social en los que los viejos valores de los beduinos nómadas se contraponían a los nuevos de los mercaderes enriquecidos de algunos grupos tribales Quraysíes, como los 'Abd Sams o los Ibn Hasim (hachemíes), de cuya familia formó parte Muhammad .
Aquella efervescencia social y la importancia que tenían en La Meca las peregrinaciones y el culto al santuario de la piedra negra, podían ser un caldo de cultivo apropiado para acoger sus predicaciones pero nada hacía prever una explosión religiosa como la que se avecinaba. Porque, además, el mensaje del profeta se difundió ante todo entre los beduinos nómadas del desierto, y hubo de compaginarse con sus ideas sociales y morales que, a través del vehículo de la nueva religión, alcanzarían gran difusión y prestigio. La unidad social máxima de aquellos nómadas era la tribu, de unos 3.000 miembros, dividida en facciones y familias, pero unida por una solidaridad de sangre o 'asabiyya, que se transmitía por vía paterna, de la que se beneficiaban también los mawali o clientes . Los marcos de relación más amplios, como eran las confederaciones entre tribus, fueron siempre muy inestables. Los valores morales de los beduinos, habitantes de un medio natural hostil en condiciones económicas difíciles basadas en la cría de camellos y en el uso de pastos y agua muy escasos, eran más simples y, en cierto modo, más fuertes que los de los sedentarios. El humanismo tribal (Rodinson) se basaba no sólo en la solidaridad de sangre y en el sentido de la hospitalidad, sino también en la noción de honor y valor guerreros (muruwwa), manifestado en continuas violencias intertribales, y en el aprecio a la poesía y la elocuencia como formas de memoria colectiva.
La religiosidad de los beduinos se satisfacía con la veneración a lugares sagrados -piedras, árboles, astros- que concretaban sus vagas creencias en dioses, demonios y yins a pesar de su proximidad, las religiones monoteístas apenas habían penetrado entre ellos, lo que facilitaría, tal vez, la recepción de un mensaje, como el islámico, más simple en su formulación popular. La fuerza de los nómadas bien encauzada y la posibilidad de adaptar sus tácticas de combate y su agresividad a nuevos designios fueron aspectos de especial eficacia para el triunfo del Islam sobre los grandes imperios sedentarios, sus vecinos. En la historia de siglos futuros se repetiría la aportación, muy destructiva pero también vitalizadora, de nuevos nómadas a un mundo islámico organizado según patrones sedentarios y urbanos pero que, en el recuerdo de sus orígenes, mitificaba la figura del beduino como elemento restaurador de la perfección primitiva.
Aquella efervescencia social y la importancia que tenían en La Meca las peregrinaciones y el culto al santuario de la piedra negra, podían ser un caldo de cultivo apropiado para acoger sus predicaciones pero nada hacía prever una explosión religiosa como la que se avecinaba. Porque, además, el mensaje del profeta se difundió ante todo entre los beduinos nómadas del desierto, y hubo de compaginarse con sus ideas sociales y morales que, a través del vehículo de la nueva religión, alcanzarían gran difusión y prestigio. La unidad social máxima de aquellos nómadas era la tribu, de unos 3.000 miembros, dividida en facciones y familias, pero unida por una solidaridad de sangre o 'asabiyya, que se transmitía por vía paterna, de la que se beneficiaban también los mawali o clientes . Los marcos de relación más amplios, como eran las confederaciones entre tribus, fueron siempre muy inestables. Los valores morales de los beduinos, habitantes de un medio natural hostil en condiciones económicas difíciles basadas en la cría de camellos y en el uso de pastos y agua muy escasos, eran más simples y, en cierto modo, más fuertes que los de los sedentarios. El humanismo tribal (Rodinson) se basaba no sólo en la solidaridad de sangre y en el sentido de la hospitalidad, sino también en la noción de honor y valor guerreros (muruwwa), manifestado en continuas violencias intertribales, y en el aprecio a la poesía y la elocuencia como formas de memoria colectiva.
La religiosidad de los beduinos se satisfacía con la veneración a lugares sagrados -piedras, árboles, astros- que concretaban sus vagas creencias en dioses, demonios y yins a pesar de su proximidad, las religiones monoteístas apenas habían penetrado entre ellos, lo que facilitaría, tal vez, la recepción de un mensaje, como el islámico, más simple en su formulación popular. La fuerza de los nómadas bien encauzada y la posibilidad de adaptar sus tácticas de combate y su agresividad a nuevos designios fueron aspectos de especial eficacia para el triunfo del Islam sobre los grandes imperios sedentarios, sus vecinos. En la historia de siglos futuros se repetiría la aportación, muy destructiva pero también vitalizadora, de nuevos nómadas a un mundo islámico organizado según patrones sedentarios y urbanos pero que, en el recuerdo de sus orígenes, mitificaba la figura del beduino como elemento restaurador de la perfección primitiva.