El mundo islámico
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Datos principales
Desarrollo
En vísperas de la aparición del Islam, el Próximo Oriente mediterráneo y su entorno vivían totalmente ajenos a aquella posibilidad, que nadie habría podido prever, pero se hallaban en tal situación de debilidad defensiva y en tan difíciles circunstancias políticas que es relativamente comprensible el que la expansión islámica obtuviera unos resultados tan rápidos y contundentes. Sus principales víctimas fueron los imperios persa, sasánida y bizantino. Bizancio atravesaba por malos momentos desde el último tercio del siglo VI: la obra conquistadora de Justiniano se venía abajo por completo en Hispania , parcialmente en Italia, ante la entrada de los lombardos en la península, y, sobre todo, se derrumbaba la frontera del Danubio ante la agresividad de los ávaros y las migraciones de pueblos eslavos, que se consolidaron en los años finales del siglo VI y primeros del VII. La rivalidad con el imperio persa, el gran enemigo desde el siglo III, acababa de provocar momentos de máxima confrontación: Cosroes II (590-628) había conquistado Siria, Palestina y Egipto entre los años 613 y 619 sin encontrar grandes resistencias, y había llegado a asediar Constantinopla, en combinación con los ávaros, en el año 626. Pero tales éxitos agotaron la capacidad militar y financiera del Gran Rey persa y el emperador Heraclio recuperó todos los territorios perdidos, entre los años 627 y 630.
Armenia, como era habitual, había padecido la expansión persa en su propio territorio, pero lo había recuperado después, manteniéndose fiel a su identidad y a su cristianismo, que la aproximaba a Bizancio aunque estuviere fuera de su órbita política, lo que evitaba reacciones antiimperiales semejantes a las que se daban entre los monofisitas de Egipto o Siria. Porque, si el imperio sasánida estaba en proceso de descomposición política, como parece mostrarlo el hecho de que se sucedieran ocho emperadores entre los anos 629 y 632, el bizantino tampoco era lo que parecía: "La realidad del imperio -escribe A. Ducellier- no se corresponde con su extensión geográfica oficial. En torno a un reducto sólido, Anatolia, zona del Egeo, Tracia, litoral griego oriental, grandes islas desde Slcilia a Chipre, provincias de Italia meridional, gravita un enorme conjunto territorial trabajado por las disidencias internas, nacionales y religiosas en Siria y Egipto, étnicas y culturales en Africa, culturales y políticas en Italia, sin contar con el peso eslavo sobre los Balcanes y la amenaza lombarda sobre el Exarcado, Apulia e incluso Cerdeña". La expansión del Islam transformaría radicalmente los anteriores equilibrios de poder y escenarios de enfrentamientos: el imperio persa desapareció mientras que Bizancio se veía privado de sus provincias africanas y de Palestina y Siria; como consecuencia, se aceleró su transformación hacia un nuevo orden de cosas medieval basada en su raíz y componente griega y en la relación e influencia con los eslavos, a menudo en términos defensivos y muy conservadores, sin renunciar por ello ni a la universalidad de la idea imperial ni a su peculiar conjunción con la defensa del cristianismo ortodoxo.
Al cabo, el nacimiento y apogeo de la civilización bizantina entre los siglos VII y IX permitió la irradiación de influencias religiosas y culturales que contribuyeron decisivamente a establecer la identidad histórica de los pueblos de la Europa balcánica y oriental. En la expansión del Islam hay que valorar lo nuevo, que es el nacimiento de un espacio de civilización aglutinado en torno a una religión original y al poder que emana de ella, y las inmensas consecuencias históricas que se han derivado de aquellos hechos, ocurridos en tan breve tiempo. Pero, también, es preciso valorar cómo refundió una inmensa y heterogénea herencia cultural, convirtiéndose, segué expresión de F. Braudel, en "nueva forma del Próximo Oriente". Una forma no inmóvil sino en construcción y con fuertes diferencias regionales: a menudo se tiende a dar una imagen demasiado estática y cerrada de la historia islámica, y este peligro se acentúa en síntesis breves como lo es ésta.
Armenia, como era habitual, había padecido la expansión persa en su propio territorio, pero lo había recuperado después, manteniéndose fiel a su identidad y a su cristianismo, que la aproximaba a Bizancio aunque estuviere fuera de su órbita política, lo que evitaba reacciones antiimperiales semejantes a las que se daban entre los monofisitas de Egipto o Siria. Porque, si el imperio sasánida estaba en proceso de descomposición política, como parece mostrarlo el hecho de que se sucedieran ocho emperadores entre los anos 629 y 632, el bizantino tampoco era lo que parecía: "La realidad del imperio -escribe A. Ducellier- no se corresponde con su extensión geográfica oficial. En torno a un reducto sólido, Anatolia, zona del Egeo, Tracia, litoral griego oriental, grandes islas desde Slcilia a Chipre, provincias de Italia meridional, gravita un enorme conjunto territorial trabajado por las disidencias internas, nacionales y religiosas en Siria y Egipto, étnicas y culturales en Africa, culturales y políticas en Italia, sin contar con el peso eslavo sobre los Balcanes y la amenaza lombarda sobre el Exarcado, Apulia e incluso Cerdeña". La expansión del Islam transformaría radicalmente los anteriores equilibrios de poder y escenarios de enfrentamientos: el imperio persa desapareció mientras que Bizancio se veía privado de sus provincias africanas y de Palestina y Siria; como consecuencia, se aceleró su transformación hacia un nuevo orden de cosas medieval basada en su raíz y componente griega y en la relación e influencia con los eslavos, a menudo en términos defensivos y muy conservadores, sin renunciar por ello ni a la universalidad de la idea imperial ni a su peculiar conjunción con la defensa del cristianismo ortodoxo.
Al cabo, el nacimiento y apogeo de la civilización bizantina entre los siglos VII y IX permitió la irradiación de influencias religiosas y culturales que contribuyeron decisivamente a establecer la identidad histórica de los pueblos de la Europa balcánica y oriental. En la expansión del Islam hay que valorar lo nuevo, que es el nacimiento de un espacio de civilización aglutinado en torno a una religión original y al poder que emana de ella, y las inmensas consecuencias históricas que se han derivado de aquellos hechos, ocurridos en tan breve tiempo. Pero, también, es preciso valorar cómo refundió una inmensa y heterogénea herencia cultural, convirtiéndose, segué expresión de F. Braudel, en "nueva forma del Próximo Oriente". Una forma no inmóvil sino en construcción y con fuertes diferencias regionales: a menudo se tiende a dar una imagen demasiado estática y cerrada de la historia islámica, y este peligro se acentúa en síntesis breves como lo es ésta.