Introducción. Misionero
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Datos principales
Desarrollo
Misionero En estas condiciones, parece obvio resaltar que Motolinia es una fuente de primera mano en lo que concierne a describir la vida y los acontecimientos indígenas, desde su llegada a México, tanto porque vivió los acontecimientos que narra como porque los clasificó en función de categorías organizadas, aunque fuera dentro de los intereses específicos de su actividad religiosa. De hecho, Motolinia llegó a México con el objetivo concreto de redimir a los indígenas de su estado religioso dominado por el espíritu del demonio, y según esta perspectiva, lo decisivo de su enfoque, ciertamente antropológico en su mayor parte, consiste en desarrollar él mismo su sentido trascendente de la existencia vinculándose al trabajo de evangelización. Vale por eso decir que las informaciones de más peso, en lo que atañe a los indígenas de su tiempo, corresponden a los sucesos que resultaban de su trabajo, tanto en sus éxitos como en sus fracasos, de convertirlos y bautizarlos en forma consciente. Para el cumplimiento de esta finalidad, es indudable que Motolinia y otros frailes de la época eran profundamente apasionados y creyentes: condenaban inequívocamente a quienes no suscribían su pensamiento religioso. En cierto modo, al mismo tiempo que racionalizaban sus discusiones teológicas, eran intolerantes en estas materias, sobre todo cuando se enfrentaban con competidores funcionalmente iguales de otras religiones. Eran, asimismo, generosos e indulgentes con los indígenas, aunque estuviesen endemoniados, que se acercaban humildemente a recibir el Evangelio.
Motolinia es representativo de una tipología frailuna desbordante de pasión cristiana, éticamente incorruptible y convencida, hasta el sacrificio de la propia vida, de que ser cristiano implicaba la culpabilidad original de la especie ante Dios y asumir, si era necesario, el martirio cuando la razón impuesta en la palabra del Verbo fuesen contestadas con la violencia o muerte. Motolinia predicaba su devoción y acentuaba su personalidad de misionero entrando en el seno de las multitudes indígenas que, como si los frailes fueran cristos redivivos, parecían acogerlos con parigual devoción. De hecho, y el fenómeno es muy importante, las relaciones misioneras que nos llegan de esta época coinciden en mostrar a los indígenas como muy propensos a recibir la fe cristiana. Algunas causas parecen obvias: en realidad, el mensaje cristiano exaltaba la humildad en el ser y el premio en la otra vida, y condenaba la violencia contra las personas. Nadie mejor que los propios frailes para constituir este ejemplo en sus personas, y con sus mismas renuncias personales a los bienes temporales. Y pues los soldados y guerreros, españoles e indígenas, por su función represiva y violenta, no podían ejercer este mensaje, eran los misioneros quienes la divulgaban haciéndose más pasionalmente racionales que quienes capitalizaban el poder temporal. En tales circunstancias, la palabra cristiana entraba entre los indígenas en momentos de gran crisis cultural, social y de personalidad.
Esto es, entraba cuando su mundo estaba siendo condenado y destruido, y cuando la misma derrota militar de los mexica indicaba que el poder tradicional se desmoronaba, incluidas sus convicciones religiosas y su misma cosmovisión. La penetración evangelizadora entró en esta crisis disipando autoridades, y derrumbando prestigios y valores pragmáticos admitidos. Y mientras esta crisis se manifestaba también en forma de catarsis religiosa, los frailes aparecían, con su capital racionalizador, con su fe, por una parte, y con el poder temporal, el del papa y el del rey, en su apoyo. Motolinia es un ejemplo de este sentimiento de fuerza espiritual desplegada que se funde fácilmente con los indígenas, precisamente porque las grandes masas sociales representaban ser, en su austeridad existencial, en la simplicidad de sus medios económicos, frente al poder de contraste que exhibían los señores, la masa proclive a la credulidad mágica tradicional, que pasaba a otra dimensión, también potencialmente mágica a través del rito, y milagrera como dice Motolinia ocurriera en ocasiones de calamidades como sequías y pestilencias. De hecho, y en estas condiciones, es obvio que los misioneros, a menudo, se limitaron a sustituir unos conceptos por otros, y asimismo unas formas por otras, pues si reconocemos en los indígenas la existencia de ideas de comunión en el mismo sacrificio humano, los santos vistos como soluciones específicas de sus males, divinidades ejerciendo el poder superior desde el Más Allá, la ofrenda festival a los dioses, el mismo sufrimiento y el sacrificio personales como formas de identificación con las fuerzas sobrenaturales, así como la idea de una permanente dependencia del hombre respecto de los designios de los dioses, se configura de este modo una ideación trascendente de la vida muy inclinada a ser fácilmente desplazada a otros conceptos religiosos, en este caso los del Cristianismo, aunque tuviera que pasar por el cambio de los signos ##la serpiente por la Cruz## y de los símbolos ##Quetzalcóatl y Tonantzin por Cristo y la Virgen María##, y en conjunto asumir el bautismo y los sacramentos en el contexto de una liturgia tan barroca como lo fuera la suya prehispánica.
Motolinia registra el esfuerzo de los misioneros por bautizar a los indígenas y por inclinarles a las devociones y al cumplimiento de la liturgia católica. Y mientras describe lo que ocurría en aquellos momentos de difusión de la fe cristiana, en su entusiasmo nos habla de hasta 15 millones de indígenas bautizados durante los años en que vivió con éstos o que, por lo menos, compartió esta actividad misionera con sus compañeros de grupo. En sí, pues, las descripciones atienden a mostrarnos este ángulo de la vida espiritual y de su experiencia por los indígenas, pero también por los mismos frailes. En su discurso, Motolinia describe la transformación de la crisis como el paso de la violencia dramática de la vida con el demonio, a la paz evangélica de la vida con el Cristo. Así considerado, el relato expresa el patetismo interno de la transición desde el polo espiritual de los indígenas, y el carácter fervoroso de su disposición a recibir el bautismo, y con éste asumir la conversión al Cristianismo. Este contexto se nos revela como el núcleo en torno del cual se desenvuelve la Historia que Motolinia nos narra. Por eso, si por una parte aparece una historia prehispánica, contada y registrada por los indígenas, por otra tenemos una historia contemporánea que cubre todo el segundo cuarto del siglo XVI y parte del tercero, mientras constituye, en lo esencial, un documento precioso, no sólo por su valor literario, sino también por la índole de su información antropológica.
En lo fundamental, es el relato del proceso de aculturación, sobre todo en lo religioso, experimentado por una parte sustancial de los indígenas mesoamericanos, en especial de las naciones de habla nahuatl. La obra de Motolinia es, por lo tanto, fuente de estudio etnohistórico de primera mano, y es singularmente notable por sus noticias sobre el proceso reactivo derivado de la aplicación de políticas misioneras a los indígenas, siendo también una fuente directa de conocimiento de las condiciones en que se produjeran los diferentes acontecimientos relacionados con la vocación religiosa de los nativos. Tiene, por eso, el interés histórico de acercarnos al conocimiento de cómo eran los modos de vivir prehispánicos. Y por añadidura, establece información sobre el papel de los españoles, de todos en conjunto, respecto de la hispanización de los indígenas, tanto como los grados en que esto resultó ser posible. En este sentido, conviene retener que Motolinia recogió noticias de muchas partes y que su experiencia fue muy variada. Incluso para el caso, sabemos que estuvo cautivo, junto con otros tres compañeros, y durante siete años, de los indios del sureste de los actuales Estados Unidos, y en ocasión del fracaso de la armada de Pánfilo de Narváez (1528 y ss.), hasta que pudo huir, y ayudado por otros indios, se reencontró con los españoles después de realizar un viaje de regreso de 700 leguas por parajes muy diferentes. Esta cautividad se produjo, al decir de Motolinia, porque los indígenas consideraron que este grupo de españoles eran hombres caídos del cielo.
Ya en esta ocasión, Motolinia tuvo la experiencia del suroeste de Estados Unidos, pues se hallaba, según sus noticias, recorriendo el territorio de Cibola, aquel que codiciaban dominar los españoles a causa de las noticias que les informaban de la existencia de siete ciudades bruñidas sus casas por el oro, todo ello alimentado por la fantasía de abundancias paradisíacas. El Nuevo México ya figuraba en la mente de estos frailes, y mientras hasta finales del siglo XVI, en 1598, no fuera realmente conquistado y poblado por Juan de Oñate, criollo o español nacido ya en México e hijo del conquistador Cristóbal de Oñate, no se produciría la desilusión de una realidad que contradecía las expectativas creadas en torno a la fácil posesión de estas riquezas suntuarias. Lo cierto es que estas experiencias15 contribuyeron a enriquecer el conocimiento profundo y directo que se revela en las informaciones de Motolinia, y son una prueba de que siendo muy variadas sus relaciones con el mundo mesoamericano, esto implicó que también su Historia pudiera ser el cómputo acelerado de sucesos que son también la historia de los franciscanos en Nueva España. Por estas cualidades, la Historia es un complemento indispensable para el estudio de esta época. Cabe añadir que su estilo es muy propio del que distinguió a los hombres de su tiempo en el ambiente americano: es sobrio, directo y comprometido en las ideas. En muchos de sus momentos, limita con sentimientos de grandeza, pero esta tendencia pronto es eliminada por la intervención de una conciencia de humildad con la que Motolinia intenta disminuir, lográndolo, su papel personal en el proceso de conversión de los indígenas.
Para eso atribuye sus éxitos cristianos al hecho de pertenecer a una civilización basada en el catolicismo y representada corporativamente por su orden misionera, tanto como a una iluminación espiritual que destacaba como fundada en la voluntad divina. El contexto de su Historia se nos aparece sublimado por la idea de que todo le ha sido inspirado, y de ahí el que los datos aparezcan como si estuvieran conducidos por el deseo de informar escuetamente, sin propósito adicional de impresionar. De hecho, a Motolinia parece bastarle la idea de que su discurso es verdadero en su voluntad de servir a su Dios. Y por añadidura, la documentación refleja lo que fueron los primeros cuarenta años españoles en Nueva España, y en particular en las regiones del centro de México, que fueron las que mayormente ocuparon la relación de Motolinia con el mundo indígena.
Motolinia es representativo de una tipología frailuna desbordante de pasión cristiana, éticamente incorruptible y convencida, hasta el sacrificio de la propia vida, de que ser cristiano implicaba la culpabilidad original de la especie ante Dios y asumir, si era necesario, el martirio cuando la razón impuesta en la palabra del Verbo fuesen contestadas con la violencia o muerte. Motolinia predicaba su devoción y acentuaba su personalidad de misionero entrando en el seno de las multitudes indígenas que, como si los frailes fueran cristos redivivos, parecían acogerlos con parigual devoción. De hecho, y el fenómeno es muy importante, las relaciones misioneras que nos llegan de esta época coinciden en mostrar a los indígenas como muy propensos a recibir la fe cristiana. Algunas causas parecen obvias: en realidad, el mensaje cristiano exaltaba la humildad en el ser y el premio en la otra vida, y condenaba la violencia contra las personas. Nadie mejor que los propios frailes para constituir este ejemplo en sus personas, y con sus mismas renuncias personales a los bienes temporales. Y pues los soldados y guerreros, españoles e indígenas, por su función represiva y violenta, no podían ejercer este mensaje, eran los misioneros quienes la divulgaban haciéndose más pasionalmente racionales que quienes capitalizaban el poder temporal. En tales circunstancias, la palabra cristiana entraba entre los indígenas en momentos de gran crisis cultural, social y de personalidad.
Esto es, entraba cuando su mundo estaba siendo condenado y destruido, y cuando la misma derrota militar de los mexica indicaba que el poder tradicional se desmoronaba, incluidas sus convicciones religiosas y su misma cosmovisión. La penetración evangelizadora entró en esta crisis disipando autoridades, y derrumbando prestigios y valores pragmáticos admitidos. Y mientras esta crisis se manifestaba también en forma de catarsis religiosa, los frailes aparecían, con su capital racionalizador, con su fe, por una parte, y con el poder temporal, el del papa y el del rey, en su apoyo. Motolinia es un ejemplo de este sentimiento de fuerza espiritual desplegada que se funde fácilmente con los indígenas, precisamente porque las grandes masas sociales representaban ser, en su austeridad existencial, en la simplicidad de sus medios económicos, frente al poder de contraste que exhibían los señores, la masa proclive a la credulidad mágica tradicional, que pasaba a otra dimensión, también potencialmente mágica a través del rito, y milagrera como dice Motolinia ocurriera en ocasiones de calamidades como sequías y pestilencias. De hecho, y en estas condiciones, es obvio que los misioneros, a menudo, se limitaron a sustituir unos conceptos por otros, y asimismo unas formas por otras, pues si reconocemos en los indígenas la existencia de ideas de comunión en el mismo sacrificio humano, los santos vistos como soluciones específicas de sus males, divinidades ejerciendo el poder superior desde el Más Allá, la ofrenda festival a los dioses, el mismo sufrimiento y el sacrificio personales como formas de identificación con las fuerzas sobrenaturales, así como la idea de una permanente dependencia del hombre respecto de los designios de los dioses, se configura de este modo una ideación trascendente de la vida muy inclinada a ser fácilmente desplazada a otros conceptos religiosos, en este caso los del Cristianismo, aunque tuviera que pasar por el cambio de los signos ##la serpiente por la Cruz## y de los símbolos ##Quetzalcóatl y Tonantzin por Cristo y la Virgen María##, y en conjunto asumir el bautismo y los sacramentos en el contexto de una liturgia tan barroca como lo fuera la suya prehispánica.
Motolinia registra el esfuerzo de los misioneros por bautizar a los indígenas y por inclinarles a las devociones y al cumplimiento de la liturgia católica. Y mientras describe lo que ocurría en aquellos momentos de difusión de la fe cristiana, en su entusiasmo nos habla de hasta 15 millones de indígenas bautizados durante los años en que vivió con éstos o que, por lo menos, compartió esta actividad misionera con sus compañeros de grupo. En sí, pues, las descripciones atienden a mostrarnos este ángulo de la vida espiritual y de su experiencia por los indígenas, pero también por los mismos frailes. En su discurso, Motolinia describe la transformación de la crisis como el paso de la violencia dramática de la vida con el demonio, a la paz evangélica de la vida con el Cristo. Así considerado, el relato expresa el patetismo interno de la transición desde el polo espiritual de los indígenas, y el carácter fervoroso de su disposición a recibir el bautismo, y con éste asumir la conversión al Cristianismo. Este contexto se nos revela como el núcleo en torno del cual se desenvuelve la Historia que Motolinia nos narra. Por eso, si por una parte aparece una historia prehispánica, contada y registrada por los indígenas, por otra tenemos una historia contemporánea que cubre todo el segundo cuarto del siglo XVI y parte del tercero, mientras constituye, en lo esencial, un documento precioso, no sólo por su valor literario, sino también por la índole de su información antropológica.
En lo fundamental, es el relato del proceso de aculturación, sobre todo en lo religioso, experimentado por una parte sustancial de los indígenas mesoamericanos, en especial de las naciones de habla nahuatl. La obra de Motolinia es, por lo tanto, fuente de estudio etnohistórico de primera mano, y es singularmente notable por sus noticias sobre el proceso reactivo derivado de la aplicación de políticas misioneras a los indígenas, siendo también una fuente directa de conocimiento de las condiciones en que se produjeran los diferentes acontecimientos relacionados con la vocación religiosa de los nativos. Tiene, por eso, el interés histórico de acercarnos al conocimiento de cómo eran los modos de vivir prehispánicos. Y por añadidura, establece información sobre el papel de los españoles, de todos en conjunto, respecto de la hispanización de los indígenas, tanto como los grados en que esto resultó ser posible. En este sentido, conviene retener que Motolinia recogió noticias de muchas partes y que su experiencia fue muy variada. Incluso para el caso, sabemos que estuvo cautivo, junto con otros tres compañeros, y durante siete años, de los indios del sureste de los actuales Estados Unidos, y en ocasión del fracaso de la armada de Pánfilo de Narváez (1528 y ss.), hasta que pudo huir, y ayudado por otros indios, se reencontró con los españoles después de realizar un viaje de regreso de 700 leguas por parajes muy diferentes. Esta cautividad se produjo, al decir de Motolinia, porque los indígenas consideraron que este grupo de españoles eran hombres caídos del cielo.
Ya en esta ocasión, Motolinia tuvo la experiencia del suroeste de Estados Unidos, pues se hallaba, según sus noticias, recorriendo el territorio de Cibola, aquel que codiciaban dominar los españoles a causa de las noticias que les informaban de la existencia de siete ciudades bruñidas sus casas por el oro, todo ello alimentado por la fantasía de abundancias paradisíacas. El Nuevo México ya figuraba en la mente de estos frailes, y mientras hasta finales del siglo XVI, en 1598, no fuera realmente conquistado y poblado por Juan de Oñate, criollo o español nacido ya en México e hijo del conquistador Cristóbal de Oñate, no se produciría la desilusión de una realidad que contradecía las expectativas creadas en torno a la fácil posesión de estas riquezas suntuarias. Lo cierto es que estas experiencias15 contribuyeron a enriquecer el conocimiento profundo y directo que se revela en las informaciones de Motolinia, y son una prueba de que siendo muy variadas sus relaciones con el mundo mesoamericano, esto implicó que también su Historia pudiera ser el cómputo acelerado de sucesos que son también la historia de los franciscanos en Nueva España. Por estas cualidades, la Historia es un complemento indispensable para el estudio de esta época. Cabe añadir que su estilo es muy propio del que distinguió a los hombres de su tiempo en el ambiente americano: es sobrio, directo y comprometido en las ideas. En muchos de sus momentos, limita con sentimientos de grandeza, pero esta tendencia pronto es eliminada por la intervención de una conciencia de humildad con la que Motolinia intenta disminuir, lográndolo, su papel personal en el proceso de conversión de los indígenas.
Para eso atribuye sus éxitos cristianos al hecho de pertenecer a una civilización basada en el catolicismo y representada corporativamente por su orden misionera, tanto como a una iluminación espiritual que destacaba como fundada en la voluntad divina. El contexto de su Historia se nos aparece sublimado por la idea de que todo le ha sido inspirado, y de ahí el que los datos aparezcan como si estuvieran conducidos por el deseo de informar escuetamente, sin propósito adicional de impresionar. De hecho, a Motolinia parece bastarle la idea de que su discurso es verdadero en su voluntad de servir a su Dios. Y por añadidura, la documentación refleja lo que fueron los primeros cuarenta años españoles en Nueva España, y en particular en las regiones del centro de México, que fueron las que mayormente ocuparon la relación de Motolinia con el mundo indígena.