Introducción. Conflictos y estrategias en la Nueva España
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Conflictos y estrategias en la Nueva España En el transcurso de las acciones que emprendieron los frailes para cristianizar a los indígenas, y durante el tiempo que Motolinia vivió los problemas que se derivaban de esta conversión, ocurrieron sucesos que afectaron grandemente a la suerte y a la misma supervivencia de las poblaciones nativa y española. De hecho, y paralelamente con los esfuerzos misioneros, los españoles que habían conquistado Tenochtitlán estaban instalados como señores de los indios, y su dominio político y militar primero se había convertido ya en dominio social y económico. Como consecuencia del poder social que habían adquirido, un gran número de los indios que fueron tomados en guerra contra los españoles se había convertido en esclavos de éstos, con lo cual los misioneros se enfrentaban a un doble problema: convertir a los indios, y conseguir que los españoles liberaran a sus esclavos y los devolvieran a la libertad. La conversión no era, pues, sólo cuestión de predicación y de superioridad intelectual convincente, sino que llevaba consigo una previa solución ética17 que era primordial en la conciencia plenamente cristiana de los frailes. Esta conciencia tenía que reflejar necesariamente tanto la condenación de la religión demoníaca de los indígenas como la oposición a su esclavitud y malos tratos de los conquistadores españoles y de aquellos civiles que se añadían a este comportamiento. En lo fundamental, la crítica cristiana tenía que ser más dura con aquellos que habían alcanzado la razón y la fe de su experiencia, los españoles, que con aquellos, los indios, que por su ingenuidad racional apenas podían ser culpados de la práctica de sus llamadas aberraciones.
Por añadidura, el sentido crítico de los frailes se dirigió contra todos cuantos españoles se apartaban de las justas relaciones de buen trato que debían mantener con los indios y, asimismo, se mostró también demoledor contra los inductores, los sacerdotes indígenas, de prácticas que Motolinia atribuía al demonio. Según Motolinia, la denuncia sistemática contra aquellos españoles que mantenían cautivos y obligados a servir a los indios, tuvo efectos positivos porque, muy pronto, bajo la constante presión moral de los frailes y a causa de la consiguiente movilización de las leyes reales, se abandonaron los privilegios que permitían estas licencias y se restringieron los poderes de los conquistadores en cuanto a continuar la explotación arbitraria de los indios. Motolinia señala, al respecto, que estos comportamientos de maltrato a los indios era sólo cuestión de unos cuantos españoles, pues la mayor parte de éstos ajustaban sus relaciones con aquéllos a la conciencia cristiana. Así entendido, Motolinia y los frailes en general se comportaron como debeladores de toda injusticia, y en el texto de esta Historia se nos hace muy claro que dondequiera que actuaban desbordaban los límites del silencio y denunciaban abiertamente las desviaciones éticas que podían advertir en el ambiente de los mismos españoles. Comúnmente, se dio desde el comienzo de sus actos misioneros una colisión frontal entre sus intereses morales y el pragmatismo económico oportunista de algunos españoles.
Esta colisión llevó a que muchos españoles consideraran como enemigos principales de la continuidad política de España en América a estos frailes. Y por el contrario, y como señala Motolinia, sólo un entendimiento previo de que la libertad personal del indio y su protección social y económica impediría su rebelión, y consiguiente fracaso de la Conquista, era la condición para que fuera posible la continuidad en los privilegios que habían conseguido estos españoles. Mientras los conquistadores y los civiles españoles estuvieran incursos en un conflicto permanente con los indígenas, sería inevitable el desgaste de su posición dominante, y señala Motolinia, en tales condiciones sería prácticamente imposible, no sólo mantener la paz social en México, sino que también sería ésta una causa de que el trabajo misionero encontrara obstáculos insalvables para su realización positiva. Por añadidura, los frailes sostenían con denuedo que el triunfo de la fe sería también el triunfo político de España, de manera que sin su cristianización el indio constituiría un peligro latente para la estabilidad de la Corona en América. Estas razones fueron comprendidas desde el comienzo por el mismo Hernán Cortés, y éste, al compartir la misma visión geopolítica, y según nos dice Motolinia, fue quien estimulaba con sus propias decisiones el trabajo misionero y castigaba, al mismo tiempo, los desmanes y malos tratos que advertía en los propios españoles.
En este sentido, la versión que nos transmite Motolinia es la de que Cortés siempre mantuvo una inteligente alianza con los franciscanos ayudándoles a conseguir sus fines y entendiendo, desde siempre, que el éxito misionero representaba una condición necesaria del desarrollo político de la empresa americana. En todo caso, Motolinia describe estas experiencias y reconoce que tienen su raíz en la colisión inevitable que resultaba de los enfrentamientos militares entre los poderes indígenas y los españoles y que, en el tiempo de su misionalia, se manifestaba en forma de desarrollos individuales de poder irrestricto que aparecían fuera del control de la Corona por el simple hecho de que ésta no podía asegurar todavía directamente el cumplimiento de sus leyes. Los frailes fueron, en este caso, los conductores y censores de estas leyes, y mientras denunciaban su incumplimiento por parte de muchos españoles, aseguraban para ellos mismos la credibilidad de su mensaje y de sus personas ante los indígenas. Desde luego, en este contexto, Motolinia se muestra condenatorio de cualquier acto que amenazara la continuidad política de la Corona española en América, y concretamente en México. Y por ello, toda acción individual que irritara a los indígenas suponía una amenaza directa para la integridad de una colonización española que todavía era débil en su implantación y que, por lo mismo, requería de cautela y prudencia si quería conseguir un mínimo de seguridad.
Asimismo, Motolinia y los frailes eran conscientes de que ésta era una oportunidad excepcional para desplegar la difusión del Evangelio, precisamente porque los indígenas demostraban ser muy receptivos a sus contenidos. Por estas razones, si la Conquista había tenido un estilo ético circunstancial18, ahora dicho estilo debía ser transformado en otro basado en la paz y en la protección, política y social, del indio, para así convertirlo en un nuevo hombre, esto es, en un cristiano. Estas convicciones tuvieron que pasar por el cedazo de experiencias éticas de contraste que Motolinia expone con singular claridad cuando reconoce que los indígenas atravesaban una crisis de identidad y de adaptación que, por la misma catarsis de la desorganización que se manifestaba, ponía en peligro su misma existencia. El papel de un fraile era en este punto muy definido: se trataba de salvar la crisis indígena recuperando, desde la Iglesia, su dignidad personal, para así lograr también que su integración con los españoles permitiera contrarrestar toda tendencia a destruirlos. Motolinia desarrolla en sus planteamientos la convicción de que los indígenas se enfrentaban, para su supervivencia como personas, con varios inconvenientes: su fragilidad física y su inferioridad política. Al estimarlo así, Motolinia entiende su función misionera en términos propiamente indigenistas; esto es, asume el compromiso de proteger su identidad, pero también actúa con la conciencia de que ésta sólo podía ser defendida cuando el indio fuera católico o cristiano como los mismos españoles.
El hecho de que los indígenas se bautizaran, comulgaran y se casaran en las mismas iglesias que lo hacían los españoles era para Motolinia una demostración de que podían vivir juntos y de que asumiendo los mismos principios morales, compartían el mismo destino y se integraban en una misma sociedad, con independencia de sus desigualdades sociales de status. En lo fundamental, Motolinia no parece mostrarse contrario a estas desigualdades de status, porque más que molestarle el statu quo de la estratificación social, lo que le contrariaba era la separación étnica, y especialmente la esclavitud del indio a manos de los españoles y de los mismos señores indios que, en este caso, también retenían en esta situación a grandes cantidades de indígenas, ya desde tiempos prehispánicos y como forma habitual de su organización social. Mayormente atraído por esta conciencia de igualdad de las personas en el seno de la religión católica, Motolinia destaca el esfuerzo de los misioneros por conseguir que los españoles se comprometieran a cumplir con su actividad de contribuir también a cristianizar a sus servidores, no sólo trayéndolos consigo a la Iglesia, sino educándolos con su ejemplo y con su palabra en las virtudes cristianas. Gran parte de la obra de Motolinia es una descripción de estas experiencias de comunicar a unos, los españoles, con otros, los indios. Y cuando esto se conseguía, para Motolinia representaba exactamente el triunfo de la fe que predicaba, traducido aquél en la praxis misma de la reunión de indios y españoles en los templos donde se celebraban las mismas o en las procesiones que se convocaban.
Se advierte, además, que cuando Motolinia desarrollaba su acción misionera, también reconocía las dificultades que representaban conciliar a dos bandos de señores, los españoles y los jefes indígenas, que se disputaban el control de la fuerza de trabajo, su servicio, y con éste el logro de su triunfo económico y de status, los españoles, y el mantenimiento de sus privilegios los señores locales y tribales. De este modo, cuando Motolinia se refiere a la ingenuidad y bondad de los indios, lo que realmente describe son las masas sociales, tradicionalmente serviles, cuyo control económico y social se disputaban unos y otros: los señores tradicionales y los que ahora surgían como resultado de la implantación del nuevo poder. Estas situaciones fueron afrontadas por los frailes de varios modos, entre otros por medio del recurso al desgaste del prestigio reverencial que habitualmente mantenían las bases sociales en sus relaciones con sus señores, pero también contra el que surgió después cuando los españoles, que primero fueron confundidos con dioses, preferían seguir siendo tratados de esta manera por los indígenas, como si éstos no hubieran advertido ya su condición de mortales y de seres vulnerables a las enfermedades y a las debilidades propias de todo ser humano. Dice Motolinia que los frailes despertaron en los indios la conciencia de que los españoles no eran dioses y que, por lo tanto, no debían ser tratados como tales, sino como hombres. Desde luego, estas exhortaciones producían fuertes resentimientos en los españoles, pues por este medio veían mermado su carisma místico entre los indígenas, precisamente porque por este medio estos últimos prolongaban en los españoles la idea de que su poder social les venía dado vicariamente por Dios.
En este punto, Motolinia relata que sus relaciones con los españoles pasaron por crisis violentas, porque al defender la integridad del Cristianismo contra cualquier oportunismo de poder, provocaba inmediatamente la irritación de quienes, en este caso los españoles, aprovechaban la ingenuidad indígena para reforzar sus privilegios. Las pugnas entre misioneros y españoles fueron, pues, muy vivas en la medida en que estos últimos sentían las predicciones cristianas como una intromisión en sus privilegios. De hecho, aquí las contradicciones entre unos y otros se revelaban como productos del desarrollo de diferentes intereses, asimismo, representados por las diferentes funciones éticas de cada poder social: el de la Iglesia que redimía y el de la encomienda que esclavizaba.
Por añadidura, el sentido crítico de los frailes se dirigió contra todos cuantos españoles se apartaban de las justas relaciones de buen trato que debían mantener con los indios y, asimismo, se mostró también demoledor contra los inductores, los sacerdotes indígenas, de prácticas que Motolinia atribuía al demonio. Según Motolinia, la denuncia sistemática contra aquellos españoles que mantenían cautivos y obligados a servir a los indios, tuvo efectos positivos porque, muy pronto, bajo la constante presión moral de los frailes y a causa de la consiguiente movilización de las leyes reales, se abandonaron los privilegios que permitían estas licencias y se restringieron los poderes de los conquistadores en cuanto a continuar la explotación arbitraria de los indios. Motolinia señala, al respecto, que estos comportamientos de maltrato a los indios era sólo cuestión de unos cuantos españoles, pues la mayor parte de éstos ajustaban sus relaciones con aquéllos a la conciencia cristiana. Así entendido, Motolinia y los frailes en general se comportaron como debeladores de toda injusticia, y en el texto de esta Historia se nos hace muy claro que dondequiera que actuaban desbordaban los límites del silencio y denunciaban abiertamente las desviaciones éticas que podían advertir en el ambiente de los mismos españoles. Comúnmente, se dio desde el comienzo de sus actos misioneros una colisión frontal entre sus intereses morales y el pragmatismo económico oportunista de algunos españoles.
Esta colisión llevó a que muchos españoles consideraran como enemigos principales de la continuidad política de España en América a estos frailes. Y por el contrario, y como señala Motolinia, sólo un entendimiento previo de que la libertad personal del indio y su protección social y económica impediría su rebelión, y consiguiente fracaso de la Conquista, era la condición para que fuera posible la continuidad en los privilegios que habían conseguido estos españoles. Mientras los conquistadores y los civiles españoles estuvieran incursos en un conflicto permanente con los indígenas, sería inevitable el desgaste de su posición dominante, y señala Motolinia, en tales condiciones sería prácticamente imposible, no sólo mantener la paz social en México, sino que también sería ésta una causa de que el trabajo misionero encontrara obstáculos insalvables para su realización positiva. Por añadidura, los frailes sostenían con denuedo que el triunfo de la fe sería también el triunfo político de España, de manera que sin su cristianización el indio constituiría un peligro latente para la estabilidad de la Corona en América. Estas razones fueron comprendidas desde el comienzo por el mismo Hernán Cortés, y éste, al compartir la misma visión geopolítica, y según nos dice Motolinia, fue quien estimulaba con sus propias decisiones el trabajo misionero y castigaba, al mismo tiempo, los desmanes y malos tratos que advertía en los propios españoles.
En este sentido, la versión que nos transmite Motolinia es la de que Cortés siempre mantuvo una inteligente alianza con los franciscanos ayudándoles a conseguir sus fines y entendiendo, desde siempre, que el éxito misionero representaba una condición necesaria del desarrollo político de la empresa americana. En todo caso, Motolinia describe estas experiencias y reconoce que tienen su raíz en la colisión inevitable que resultaba de los enfrentamientos militares entre los poderes indígenas y los españoles y que, en el tiempo de su misionalia, se manifestaba en forma de desarrollos individuales de poder irrestricto que aparecían fuera del control de la Corona por el simple hecho de que ésta no podía asegurar todavía directamente el cumplimiento de sus leyes. Los frailes fueron, en este caso, los conductores y censores de estas leyes, y mientras denunciaban su incumplimiento por parte de muchos españoles, aseguraban para ellos mismos la credibilidad de su mensaje y de sus personas ante los indígenas. Desde luego, en este contexto, Motolinia se muestra condenatorio de cualquier acto que amenazara la continuidad política de la Corona española en América, y concretamente en México. Y por ello, toda acción individual que irritara a los indígenas suponía una amenaza directa para la integridad de una colonización española que todavía era débil en su implantación y que, por lo mismo, requería de cautela y prudencia si quería conseguir un mínimo de seguridad.
Asimismo, Motolinia y los frailes eran conscientes de que ésta era una oportunidad excepcional para desplegar la difusión del Evangelio, precisamente porque los indígenas demostraban ser muy receptivos a sus contenidos. Por estas razones, si la Conquista había tenido un estilo ético circunstancial18, ahora dicho estilo debía ser transformado en otro basado en la paz y en la protección, política y social, del indio, para así convertirlo en un nuevo hombre, esto es, en un cristiano. Estas convicciones tuvieron que pasar por el cedazo de experiencias éticas de contraste que Motolinia expone con singular claridad cuando reconoce que los indígenas atravesaban una crisis de identidad y de adaptación que, por la misma catarsis de la desorganización que se manifestaba, ponía en peligro su misma existencia. El papel de un fraile era en este punto muy definido: se trataba de salvar la crisis indígena recuperando, desde la Iglesia, su dignidad personal, para así lograr también que su integración con los españoles permitiera contrarrestar toda tendencia a destruirlos. Motolinia desarrolla en sus planteamientos la convicción de que los indígenas se enfrentaban, para su supervivencia como personas, con varios inconvenientes: su fragilidad física y su inferioridad política. Al estimarlo así, Motolinia entiende su función misionera en términos propiamente indigenistas; esto es, asume el compromiso de proteger su identidad, pero también actúa con la conciencia de que ésta sólo podía ser defendida cuando el indio fuera católico o cristiano como los mismos españoles.
El hecho de que los indígenas se bautizaran, comulgaran y se casaran en las mismas iglesias que lo hacían los españoles era para Motolinia una demostración de que podían vivir juntos y de que asumiendo los mismos principios morales, compartían el mismo destino y se integraban en una misma sociedad, con independencia de sus desigualdades sociales de status. En lo fundamental, Motolinia no parece mostrarse contrario a estas desigualdades de status, porque más que molestarle el statu quo de la estratificación social, lo que le contrariaba era la separación étnica, y especialmente la esclavitud del indio a manos de los españoles y de los mismos señores indios que, en este caso, también retenían en esta situación a grandes cantidades de indígenas, ya desde tiempos prehispánicos y como forma habitual de su organización social. Mayormente atraído por esta conciencia de igualdad de las personas en el seno de la religión católica, Motolinia destaca el esfuerzo de los misioneros por conseguir que los españoles se comprometieran a cumplir con su actividad de contribuir también a cristianizar a sus servidores, no sólo trayéndolos consigo a la Iglesia, sino educándolos con su ejemplo y con su palabra en las virtudes cristianas. Gran parte de la obra de Motolinia es una descripción de estas experiencias de comunicar a unos, los españoles, con otros, los indios. Y cuando esto se conseguía, para Motolinia representaba exactamente el triunfo de la fe que predicaba, traducido aquél en la praxis misma de la reunión de indios y españoles en los templos donde se celebraban las mismas o en las procesiones que se convocaban.
Se advierte, además, que cuando Motolinia desarrollaba su acción misionera, también reconocía las dificultades que representaban conciliar a dos bandos de señores, los españoles y los jefes indígenas, que se disputaban el control de la fuerza de trabajo, su servicio, y con éste el logro de su triunfo económico y de status, los españoles, y el mantenimiento de sus privilegios los señores locales y tribales. De este modo, cuando Motolinia se refiere a la ingenuidad y bondad de los indios, lo que realmente describe son las masas sociales, tradicionalmente serviles, cuyo control económico y social se disputaban unos y otros: los señores tradicionales y los que ahora surgían como resultado de la implantación del nuevo poder. Estas situaciones fueron afrontadas por los frailes de varios modos, entre otros por medio del recurso al desgaste del prestigio reverencial que habitualmente mantenían las bases sociales en sus relaciones con sus señores, pero también contra el que surgió después cuando los españoles, que primero fueron confundidos con dioses, preferían seguir siendo tratados de esta manera por los indígenas, como si éstos no hubieran advertido ya su condición de mortales y de seres vulnerables a las enfermedades y a las debilidades propias de todo ser humano. Dice Motolinia que los frailes despertaron en los indios la conciencia de que los españoles no eran dioses y que, por lo tanto, no debían ser tratados como tales, sino como hombres. Desde luego, estas exhortaciones producían fuertes resentimientos en los españoles, pues por este medio veían mermado su carisma místico entre los indígenas, precisamente porque por este medio estos últimos prolongaban en los españoles la idea de que su poder social les venía dado vicariamente por Dios.
En este punto, Motolinia relata que sus relaciones con los españoles pasaron por crisis violentas, porque al defender la integridad del Cristianismo contra cualquier oportunismo de poder, provocaba inmediatamente la irritación de quienes, en este caso los españoles, aprovechaban la ingenuidad indígena para reforzar sus privilegios. Las pugnas entre misioneros y españoles fueron, pues, muy vivas en la medida en que estos últimos sentían las predicciones cristianas como una intromisión en sus privilegios. De hecho, aquí las contradicciones entre unos y otros se revelaban como productos del desarrollo de diferentes intereses, asimismo, representados por las diferentes funciones éticas de cada poder social: el de la Iglesia que redimía y el de la encomienda que esclavizaba.