Guerra de Pánuco
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Datos principales
Desarrollo
Guerra de Pánuco Antes de que Moctezuma muriese, y después que México fue destruido, se había ofrecido el señor de Pánuco al servicio del Emperador y amistad de los cristianos; por lo cual quería ir Cortés a poblar en aquel río cuando llegó Cristóbal de Tapia, y porque le decían ser bueno para navíos, y tener oro y plata. Movíale también el deseo de vengar a los españoles de Francisco de Garay que allí mataran, y anticiparse a poblar y conquistar aquel río y costa antes de que llegase el mismo Garay; pues era fama que procuraba la gobernación de Pánuco, y que armaba para ir allá. Así que, habiendo escrito mucho antes a Castilla por la jurisdicción de Pánuco, y pidiéndole ahora gente algunos de allí para contra sus enemigos, disculpándose de las muertes de algunos soldados de Garay y de otros que yendo a Veracruz dieran allí al través, fue con trescientos españoles de a pie y ciento cincuenta de a caballo, y con cuarenta mil mexicanos. Peleó con los enemigos en Ayotuxtetlatlan; y como era campo raso y llano, donde se aprovechó muy bien de los caballos, concluyó pronto la batalla y la victoria, haciendo gran matanza de ellos. Murieron muchos mexicanos y quedaron heridos cincuenta españoles y algunos caballos. Estuvo allí Cortés cuatro días por los heridos, en los cuales vinieron a darle obediencia y dones muchos lugares de aquella liga. Fue a Chila, a cinco leguas del mar, donde fue desbaratado Francisco de Garay. Envió desde allí mensajeros por toda la comarca más allá del río, rogándoles con la paz y predicación.
Ellos, o por ser muchos y estar fuertes en sus lagunas, o pensando matar y comerse a los de Cortés, como habían hecho con los de Garay, no hicieron caso de tales ruegos ni requirimientos ni amistades; antes bien mataron a algunos mensajeros, amenazando fuertemente a quien los enviaba. Cortés esperó quince días, por atraerlos por las buenas. Después les hizo la guerra; pero, como no les podía dañar por tierra, pues estaban en sus lagunas, mudó la guerra, buscó barcas, y en ellas pasó de noche, para no ser sentido, al otro lado del río con cien peones y cuarenta de a caballo. Fue entonces visto con el día, y cargaron sobre él tantos y tan duramente, que nunca los españoles vieran en aquellas partes acometer en campo tan denodadamente a indios ningunos. Mataron dos caballos, e hirieron a diez muy gravemente; pero con todo eso, fueron desbaratados y seguidos una legua, y muertos en gran cantidad. Los nuestros durmieron aquella noche en un lugar sin gente, en cuyos templos hallaron colgados los vestidos y armas de los españoles de Garay, y las caras con sus barbas desolladas, curtidas y pegadas por las paredes. Algunas de ellas las reconocieron y lloraron, que ciertamente causaban gran lástima; y bien parecían ser los de Pánuco tan bravos y crueles como los mexicanos decían; pues, como tenían guerra ordinaria con ellos, habían probado semejantes crueldades. Fue Cortés desde allí a un hermoso lugar donde todos estaban con armas, como en emboscada, para echarle mano en las casas.
Los de a caballo que iban delante los descubrieron. Ellos, cuando fueron vistos, salieron y pelearon tan duramente que mataron un caballo e hirieron otros veinte, y muchos españoles. Tuvieron gran tesón, por lo cual duró buen rato la pelea. Fueron vencidos tres o cuatro veces, y otras tantas se rehicieron con gentil acuerdo. Hacían corrillos, hincaban las rodillas en el suelo, y tiraban sus varas, flechas y piedras sin hablar palabra; cosa que pocos indios acostumbran. Y cuando ya estaban todos cansados, se tiraron a un río que por allí pasaba, y poco a poco lo pasaron; lo cual no sintió Cortés. En la orilla se detuvieron, y se estuvieron allí con grande ánimo hasta que cerró la noche. Los nuestros se volvieron al lugar, cenaron el caballo muerto, y durmieron con buena guardia. Al día siguiente fueron corriendo el campo a cuatro pueblos despoblados, donde hallaron muchas tinajas del vino que usan, puestas en bodegas en buen orden. Durmieron en unos maizales por causa de los caballos. Anduvieron otros dos días; y como no hallaban gente, volvieron a Chila, donde estaba el campamento. No venía hombre alguno a ver a los españoles de cuantos había más allá del río, ni les hacían guerra. Tenía Cortés pena de lo uno y de lo otro, y por atraerlos a una de las dos cosas, echó de la otra parte del río la mayoría de los caballos, españoles y amigos, para que asaltasen un gran pueblo, a orillas de una laguna. Lo acometieron de noche por agua y tierra e hicieron estrago.
Se espantaron los indios de ver que de noche y en agua los acometían, y comenzaron en seguida a rendirse, y en veinticinco días se entregó toda aquella comarca y vecinos del río. Fundó Cortés a Santisteban del Puerto, junto a Chila. Puso en él cien infantes y treinta de a caballo. Les repartió aquellas provincias. Nombró alcaldes, regidores y los demás oficiales de concejo, y dejó como teniente suyo a Pedro de Vallejo. Asoló Pánuco y Chila y otros grandes lugares, por su rebeldía y por la crueldad que tuvieron con los de Garay; y dio la vuelta para México, que se estaba edificando. Les costó setenta mil pesos esta salida, porque no hubo despojo. Se vendían las herraduras a peso de oro o por el doble de plata. Se fue a pique un navío entonces, que venía con bastimento y munición para el ejército desde Veracruz, del que no se salvó más que tres españoles en una islita, a cinco leguas de tierra, los cuales se mantuvieron muchos días con lobos marinos, que salían a dormir a tierra, y con una especie de higos. Se rebeló a esta razón Tututepec del norte con otros muchos pueblos que están en el límite de Pánuco, cuyos señores quemaron y destruyeron más de veinte lugares amigos de cristianos. Fue a ellos Cortés, y los conquistó guerreando. Le mataron muchos indios rezagados, y reventaron doce caballos por aquellas sierras, que hicieron gran falta. Fueron ahorcados el señor de Tututepec y el capitán general de aquella guerra, que se prendieron en la batalla, porque habiéndose dado por amigos, y rebelado y perdonado otra vez, no guardaron su palabra y juramento. Se vendieron por esclavos en almoneda doscientos de aquellos hombres, para rehacer la pérdida de los caballos. Con este castigo y con darles por señor otro hermano del muerto, estuvieron quietos y sujetos.
Ellos, o por ser muchos y estar fuertes en sus lagunas, o pensando matar y comerse a los de Cortés, como habían hecho con los de Garay, no hicieron caso de tales ruegos ni requirimientos ni amistades; antes bien mataron a algunos mensajeros, amenazando fuertemente a quien los enviaba. Cortés esperó quince días, por atraerlos por las buenas. Después les hizo la guerra; pero, como no les podía dañar por tierra, pues estaban en sus lagunas, mudó la guerra, buscó barcas, y en ellas pasó de noche, para no ser sentido, al otro lado del río con cien peones y cuarenta de a caballo. Fue entonces visto con el día, y cargaron sobre él tantos y tan duramente, que nunca los españoles vieran en aquellas partes acometer en campo tan denodadamente a indios ningunos. Mataron dos caballos, e hirieron a diez muy gravemente; pero con todo eso, fueron desbaratados y seguidos una legua, y muertos en gran cantidad. Los nuestros durmieron aquella noche en un lugar sin gente, en cuyos templos hallaron colgados los vestidos y armas de los españoles de Garay, y las caras con sus barbas desolladas, curtidas y pegadas por las paredes. Algunas de ellas las reconocieron y lloraron, que ciertamente causaban gran lástima; y bien parecían ser los de Pánuco tan bravos y crueles como los mexicanos decían; pues, como tenían guerra ordinaria con ellos, habían probado semejantes crueldades. Fue Cortés desde allí a un hermoso lugar donde todos estaban con armas, como en emboscada, para echarle mano en las casas.
Los de a caballo que iban delante los descubrieron. Ellos, cuando fueron vistos, salieron y pelearon tan duramente que mataron un caballo e hirieron otros veinte, y muchos españoles. Tuvieron gran tesón, por lo cual duró buen rato la pelea. Fueron vencidos tres o cuatro veces, y otras tantas se rehicieron con gentil acuerdo. Hacían corrillos, hincaban las rodillas en el suelo, y tiraban sus varas, flechas y piedras sin hablar palabra; cosa que pocos indios acostumbran. Y cuando ya estaban todos cansados, se tiraron a un río que por allí pasaba, y poco a poco lo pasaron; lo cual no sintió Cortés. En la orilla se detuvieron, y se estuvieron allí con grande ánimo hasta que cerró la noche. Los nuestros se volvieron al lugar, cenaron el caballo muerto, y durmieron con buena guardia. Al día siguiente fueron corriendo el campo a cuatro pueblos despoblados, donde hallaron muchas tinajas del vino que usan, puestas en bodegas en buen orden. Durmieron en unos maizales por causa de los caballos. Anduvieron otros dos días; y como no hallaban gente, volvieron a Chila, donde estaba el campamento. No venía hombre alguno a ver a los españoles de cuantos había más allá del río, ni les hacían guerra. Tenía Cortés pena de lo uno y de lo otro, y por atraerlos a una de las dos cosas, echó de la otra parte del río la mayoría de los caballos, españoles y amigos, para que asaltasen un gran pueblo, a orillas de una laguna. Lo acometieron de noche por agua y tierra e hicieron estrago.
Se espantaron los indios de ver que de noche y en agua los acometían, y comenzaron en seguida a rendirse, y en veinticinco días se entregó toda aquella comarca y vecinos del río. Fundó Cortés a Santisteban del Puerto, junto a Chila. Puso en él cien infantes y treinta de a caballo. Les repartió aquellas provincias. Nombró alcaldes, regidores y los demás oficiales de concejo, y dejó como teniente suyo a Pedro de Vallejo. Asoló Pánuco y Chila y otros grandes lugares, por su rebeldía y por la crueldad que tuvieron con los de Garay; y dio la vuelta para México, que se estaba edificando. Les costó setenta mil pesos esta salida, porque no hubo despojo. Se vendían las herraduras a peso de oro o por el doble de plata. Se fue a pique un navío entonces, que venía con bastimento y munición para el ejército desde Veracruz, del que no se salvó más que tres españoles en una islita, a cinco leguas de tierra, los cuales se mantuvieron muchos días con lobos marinos, que salían a dormir a tierra, y con una especie de higos. Se rebeló a esta razón Tututepec del norte con otros muchos pueblos que están en el límite de Pánuco, cuyos señores quemaron y destruyeron más de veinte lugares amigos de cristianos. Fue a ellos Cortés, y los conquistó guerreando. Le mataron muchos indios rezagados, y reventaron doce caballos por aquellas sierras, que hicieron gran falta. Fueron ahorcados el señor de Tututepec y el capitán general de aquella guerra, que se prendieron en la batalla, porque habiéndose dado por amigos, y rebelado y perdonado otra vez, no guardaron su palabra y juramento. Se vendieron por esclavos en almoneda doscientos de aquellos hombres, para rehacer la pérdida de los caballos. Con este castigo y con darles por señor otro hermano del muerto, estuvieron quietos y sujetos.