Formación de los ejércitos y conducción de la guerra

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Guerra civil

Desarrollo


A partir del momento en que se produjo la liquidación de la zona Norte había quedado perfilada de manera casi definitiva la formación de dos ejércitos cuyos rasgos fundamentales perduraron hasta el final de la guerra civil. Una de las más graves tragedias del Frente Popular durante el conflicto fue que cuando pudo considerarse que ya contaba con un verdadero Ejército -que de todos modos siempre fue inferior en calidad al adversario- éste ya disponía de una notoria ventaja a su favor. La gestación de este Ejército fue muy complicada y lenta, e incluso algunos de los dirigentes militares del bando vencido, como Rojo, no dudan en aludir a razones como "nuestros errores", el principal de los cuales habría sido ser "cobardes" a la hora de emprender la imprescindible labor de militarización. El resultado fue que el propio Rojo ponía en duda la existencia de un Ejército único no sólo porque no existieron unos servicios de intendencia, sanidad o de transportes comunes, sino también por el hecho de que muy a menudo cada uno de los sectores geográficos actuó no ya con autonomía, sino con auténtica independencia respecto de los demás. Todo ello derivaba del punto de partida, nada más vencido el intento de pronunciamiento. En los programas de la izquierda anteriores al estallido de la guerra ya existía alguna manifestación del deseo de suprimir el Ejército que habría de ser sustituido por unas milicias.

La sublevación contribuyó no sólo a destruir el poder político de las instituciones republicanas, sino también la capacidad de acción militar; dio la sensación de que lo más urgente era, ante una insurrección dirigida por generales, combatir el militarismo que parecía inspirarles. Es significativo que una de las primeras medidas gubernamentales fuera declarar disueltas las unidades insurrectas y licenciar a sus soldados. Esa medida no tuvo aplicación en el adversario, pero fue lo más normal en las unidades y zonas que permanecieron fieles al Gobierno. El resultado fue la proliferación de las milicias y la ausencia de una oficialidad capaz de dirigirlas. Ese tipo de unidades resultaron ineficaces, descritas por un observador extranjero (el general Duval) como "una masa caótica e inarticulada, inadaptable a la tarea guerrera". Lo que ahora nos interesa es señalar que la situación cambió muy lentamente: por ejemplo, hubo en el mes de octubre una supresión de los nombres de las columnas existentes, pero no fue puesta en práctica verdaderamente sino de forma lenta y sucesiva. Es significativo el hecho de que siendo de muy escasa utilidad militar, los milicianos recibieran una paga diaria de 10 pesetas, que era semejante a la de los obreros especializados de la época; ello denotaba una voluntad de asimilación que era no sólo cara sino difícil de aplicar a los propósitos bélicos. Claro está que hubo siempre una notoria diferencia de calidad entre unas milicias y otras.

El ejemplo más característico de disciplina y de calidad militar está constituido por el llamado V Regimiento, formado por los comunistas y que pudo llegar a agrupar a 25.000 hombres. Según Salas Larrazábal, los "comunistas no jugaron a la guerra sino que se prepararon para hacerla". De todos modos sería abusivo considerar que fueron los únicos que lo hicieron en este bando, pues algunos de los jefes militares más aptos en el Ejército Popular fueron personas, como el anarquista Cipriano Mera, que en un principio se habían opuesto a cualquier tipo de militarización. La mejor prueba de hasta qué punto era imprescindible la militarización es que en su primera etapa fue protagonizada por Largo Caballero, en cuyo diario se había declarado opuesto a ella inicialmente y que por su proximidad a los anarquistas podía pensarse que no lo hiciera. Sin embargo fue así, mientras que las concesiones a la CNT (por ejemplo, la creación de un Consejo de Defensa Nacional) no pasó de ser un gesto. El nuevo Ejército, denominado Popular, no fue otra cosa que la reconversión de las unidades milicianas en otras de carácter regular. Tuvo como distintivo la estrella de cinco puntas, mientras que el saludo tradicional fue sustituido por el puño cerrado. Esto y el saludo brazo en alto, entre los adversarios testimonia la conversión de las unidades militares en instrumentos de una opción política o un partido. En el Ejército Popular este carácter partidista venía recalcado por el hecho de que existieran comisarios políticos, descritos por Madariaga como una especie de capellanes castrenses revolucionarios, y que, por ejemplo, entre sus instrucciones tenían las de prometer a los soldados que se produciría un cambio en la propia estructura del Estado republicano una vez superado el conflicto bélico.

La organización militar adoptada fue la llamada brigada mixta, que venía a ser una pequeña gran unidad dotada de un conjunto de armas y servicios que la venían a hacer como una especie de ejército en miniatura. Era, por un lado, la derivación lógica de las columnas que habían estado presentes en los campos de batalla hasta el momento, pero también se trataba de una unidad militar flexible y más avanzada que la vieja división en regimientos y batallones. Los especialistas, en general, consideran muy oportuno este tipo de organización. Los problemas del Ejército Popular derivaron del papel que la oficialidad desempeñó en su seno y de los orígenes milicianos que le habían caracterizado en el pasado. Como consecuencia de esta reacción antimilitarista que ha sido descrita, de la confianza en la victoria inmediata y del olvido de que el arte militar es también una técnica, las jerarquías militares quedaron en desuso y muy a menudo los militares fueron utilizados como simples asesores de los milicianos o de compañeros de armas de graduación inferior. "Se desconfiaba sistemáticamente de todos los militares y más aún de los que, como yo, no teníamos carnet del partido predominante ni de ninguna organización", ha escrito en sus Memorias Guarner, uno de los artífices de que el Frente Popular venciera en Barcelona; el otro, Escofet, después de enfrentarse al Comité de milicias antifascistas fue enviado al extranjero para comprar armas porque su vida corría peligro.

Ello debe ser tenido en cuenta a la hora de computar el número de oficiales que permanecieron fieles el Gobierno frentepopulista, porque estas condiciones de actuación disminuían gravemente su eficacia. Como en el bando adversario, el Ejército Popular tuvo que crear tenientes en campaña, es decir, oficiales improvisados en número muy elevado (25.000 ó 30.000); como procedían de sectores más humildes que los "alféreces provisionales", en su formación jugó un papel mucho más decisivo cierto tipo de enseñanzas de carácter general. Entre los jefes militares del Ejército Popular los hubo de muy diferente procedencia y calidad. En torno a un 15 por 100 de los mandos divisionarios nunca fueron jefes de milicias. Éstos dieron lugar a algunos mandos disciplinarios y brillantes como, por ejemplo, dos comunistas: Modesto, que llegó a la graduación de general, y Líster, que se había formado en Moscú, en la Academia Frunze, y que llegó a coronel. Como veremos, en estos mandos al partido comunista le correspondió un papel de primera importancia. Muy inferior fue la de quienes procedían de la CNT, que tuvieron sólo en torno al 10 por 100 de dichos mandos. Había también otros jefes militares que habían tenido un pasado inconformista en la etapa de la Monarquía (Cordón, Tagüeña, Casado...); entre ellos la disciplina comunista tuvo como consecuencia una afiliación a dicho partido que apenas tuvo significado ideológico.

Quedan por mencionar los militares profesionales (Miaja), los azañistas (Hernández Sarabia, Menéndez...) y aquellos que eran conservadores e incluso católicos (Aranguren...). El general Rojo, que también era profesional y católico, fue desde la época de Largo Caballero, pero sobre todo en la de Negrín, como jefe del Alto Estado Mayor, el principal inspirador de las operaciones militares más arriesgadas y también más brillantes. Era uno de los grandes prestigios del Ejército español en cuyos programas de formación había desempeñado un papel importante. Es posible que a veces sus planes ofensivos, siempre imaginativos, fueran excesivamente numerosos, pero quizá la razón fuera también la tendencia al cantonalismo del Ejército Popular, que impedía el desplazamiento de unidades. A la hora de juzgar acerca de la calidad de este nuevo Ejército hay que insistir de nuevo en la lentitud y la insuficiencia de la militarización. Esto hizo que, como escribe Líster, sólo "un número limitado de unidades tenía un verdadero dominio del arte militar", por lo que debían ser empleadas inevitablemente allí donde se producía una ofensiva (por ejemplo, este era el caso de las Brigadas Internacionales o de determinadas unidades de filiación ideológica comunista). Un inconveniente del Ejército Popular fue la ausencia de mandos intermedios, como consecuencia de lo cual las órdenes de ofensiva debían ser pormenorizadísimas para que fueran cumplidas a rajatabla.

En general, la calidad de las tropas resultó muy superior en posición defensiva que en la ofensiva, pues en esta última prácticamente no emplearon la maniobra (Kindelán) y nada más emprendido el ataqué sentían "temor al vacío" (es decir, a dejar posiciones adversarias en retaguardia) o se detenían en su avance sorprendidas por su propio éxito inicial. Esos problemas de calidad contribuyen a explicar que muy a menudo sus bajas fueran más altas que las adversarias. Bien mirado, teniendo en cuenta el punto de partida miliciano del Frente Popular, no puede extrañar que ese fuera el resultado. Lo que sorprende, por el contrario, es que el Frente Popular consiguiera levantar una fuerza armada de 600.000 ó 700.000 soldados en armas a la altura del final de la campaña del Norte y más aún que inmediatamente después emprendiera una ofensiva como la de Teruel. El bando adversario tuvo muchos menos problemas al constituir ese Ejército imprescindible para la victoria. En la zona del Frente Popular "incluso el Ejército quiso transformarse en milicia en tanto que las milicias nacionalistas desearon parecerse al Ejército" (Salas). La mejor prueba de ello es que espontáneamente y sin problemas los voluntarios se integraron en las unidades militares contribuyendo a aumentar entre los soldados su fervor contrario al Frente Popular. El Ejército no sólo integró en sus filas a esos voluntarios sino que impidió que las fuerzas políticas tuvieran sus propias academias militares: en diciembre de 1936 impidió la existencia de la tradicionalista y en abril siguiente la falangista fue cerrada.

Eso, sin embargo, no disminuyó el entusiasmo de las masas adictas a la sublevación que nutrieron las filas del Ejército. Hubo unos 60.000 requetés y el triple de voluntarios nacionalistas; en Navarra casi un 30 por 100 de los potenciales voluntarios lo fueron efectivamente. Hubo también problemas relativos a la formación de la oficialidad, imprescindible para encuadrar a los voluntarios. Los "alféreces provisionales" (unos 25.000 ó 30.000) partieron de un nivel cultural superior al de los tenientes en campaña y eso quizá les hizo más valiosos desde el punto de vista militar. En muchos aspectos cabe establecer un paralelismo entre los dos Ejércitos en pugna a pesar de esa diferencia fundamental. Por ejemplo, también los franquistas debían confiar casi exclusivamente para sus maniobras ofensivas en unidades de élite, que en su caso eran los marroquíes, los italianos, las brigadas navarras o la Legión. Una prueba del desgaste de este tipo de unidades nos la da la elevada cifra de muertos (7.600) de la Legión que no llegó a tener más que un máximo de 15.000 hombres. A Franco le bastó perfeccionar el Ejército del que partía y no necesitó crear uno nuevo. Esto tenía como inconveniente que el nivel de calidad de esa maquinaria militar difícilmente podía superar a lo habitual en la España de la época. Los dirigentes militares sublevados eran jóvenes (Franco tenía cuarenta y tres años, pero, por ejemplo, Asensio no llegaba a los cuarenta) y su experiencia profesional había sido dirigir unidades que no superaban el batallón; la consecuencia es que podían ser duchos en la organización de pequeños combates, pero eran poco capaces de grandes maniobras.

Mola describió muy acertadamente la capacidad de concentración de recursos de quienes vencieron en la guerra cuando afirmó que la táctica consistía en reunir veinte hombres contra uno y a éste matarle por la espalda. Esa capacidad de concentración daba superioridad en cualquier punto que eligiera para la ofensiva a los sublevados: después de la campaña del Norte los sublevados tenían 700.000 hombres, pero podían concentrar el 40 por 100 de esta cifra para iniciar el ataque. El adversario tenía menos recursos humanos y sus reservas, además, no llegaban al 25 por 100. Concentración no quiere decir, sin embargo, maestría estratégica. El general Kindelán ha afirmado que si la guerra fue larga la razón estribó en que la ganó el inicialmente más débil, pero esto sólo es parcialmente cierto. Todos los observadores extranjeros (desde el general Duval a Mussolini) acusaron a Franco de actuar con excesiva lentitud; muchos de sus propios generales le reprocharon una táctica timorata y conservadora sin haber empleado más que muy excepcionalmente la gran maniobra. Por eso tiene razón Rojo cuando afirma que el Ejército vencedor no riñó en realidad ni tan siquiera una gran batalla, sino que procedió a un avance simplista y elemental que concluyó con el adversario. Pero si los despliegues como Santander, Alfambra o la batalla de Cataluña fueron excepcionales la razón deriva, en última instancia, de esa experiencia exclusivamente africanista que caracterizó a los militares sublevados. Queda, en fin, un último rasgo de interés en relación con este Ejército. Al final de la guerra contaba con 1.000.000 de hombres y podía parecer un espectacular progreso con respecto a la etapa inicial de la misma, pero al mismo tiempo disponía de tan sólo unos 600 carros, y de esa cifra de efectivos personales sólo 30.000 eran ingenieros o artilleros. Ni siquiera una guerra civil había solventado las carencias materiales del ejército español.

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