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Tarquino el Soberbio ha sido tratado por los historiadores antiguos con unos tintes sombríos que le muestran como el prototipo del mal tirano. Su advenimiento al poder se produjo después de haber asesinado a su predecesor y suegro, puesto que estaba casado con Tulia, hija de Servio Tulio. Esta serie de sucesiones violentas ha hecho suponer a muchos que estos tres reyes actuaron a modo de jefes de bandas personales, que se fueron imponiendo por la fuerza y, probablemente, con la connivencia de grupos familiares romanos y etruscos asentados en Roma. La política de este último rey parece haberse dirigido a conquistar una posición hegemónica para Roma en el Lacio. Para ello recurrió, en varias ocasiones, a establecer pactos con algunas comunidades vecinas. Es el caso del pacto con los habitantes de Gabii que, según Dionisio de Halicarnaso, fue grabado en un escudo de piel y madera depositado en el templo de Sanco y que todavía existía en época de Augusto. La implantación de emporios comerciales en ciudades como Ardea, Terracina, Anzio y Circeo mediante acuerdos con comunidades locales, reforzó su preeminencia en la costa del Lacio. Este mismo objetivo de lograr una posición preponderante de Roma en el Lacio debió presidir su empeño por impulsar el culto a Júpiter, probablemente muy debilitado después de la desaparición de Alba Longa. Organizó el culto y terminó la construcción del Templo Capitolino.

A este culto se asociaron los treinta pueblos de las colinas albanas más otros pueblos latinos, hasta un total de 47 participantes, que se reunían anualmente para cumplir el rito de sacrificar en común. El templo se construyó con la intención de ser el más grande, no sólo del Lacio, sino del mundo itálico. Para la decoración se hizo venir de Etruria a los mejores artesanos y artistas, entre ellos Vulca, que fue autor de la estatua de Júpiter. La preponderancia de Roma en el Lacio aparece implícita en el primer tratado romano-cartaginés. El texto del tratado desvela la esfera de la influencia de Roma ya que, según Polibio, los cartagineses se comprometían a no promover ningún trabajo de fortificación en el Lacio así como a no causar ningún daño a los pueblos de Ardea, Anzio, Laurento, Circeo y Terracina ni a ninguna otra ciudad latina bajo el dominio de Roma. La década que siguió al 509 (fecha en que se produce la conspiración que derroca al último rey de Roma) es un período oscuro del que se conocen hechos aislados, algunos seguros y otros sólo probables y que ha planteado a los historiadores no pocas incertidumbres. El derrocamiento de Tarquinio el Soberbio aconteció cuando estaba fuera de Roma, sitiando la ciudad de Ardea. Las razones de su caída son bastante confusas. Lo único que se sabe con toda seguridad es que no fue debido a causas exclusivamente internas, ni se trató de un asunto de mujeres, como nos lo presenta la tradición, con la leyenda de la violación de Lucrecia por el hijo del rey.

La reconstrucción de los hechos permite suponer que se produjo una conjura palaciega contra el rey, debida sin duda a múltiples causas de carácter interno y externo. Entre las primeras, tal vez el gradual desgaste de los poderes del rey, que se habían ido traspasando a los múltiples colaboradores de los que se había ido rodeando para el gobierno de la boyante ciudad-estado. También las gentes debieron tomar parte en el derrocamiento de un gobierno que no valoraba suficientemente su preeminencia tradicional. Incluso los elementos no patricios, que a lo largo de estos años de expansión económica se habían enriquecido, pudieron respaldar el rechazo a una política incesante de conquistas que sometía a duras pruebas las reservas militares, punto éste en el que insiste la tradición. Entre las razones externas, la más decisiva fue la invasión de Roma por Porsenna, rey de la ciudad etrusca de Clusium (Chiusi) que, en cierto modo, representa al último de los conquistadores etruscos y cuyo objetivo era adueñarse del Lacio. Porsenna se apoderó de Roma y la utilizó como base de sus campañas contra la Liga latina. Tito Livio dice que la invasión de Porsenna se produjo porque los Tarquinios le pidieron su intervención con el propósito de restablecer al monarca. Pero si esta llamada se produjo, lo cierto es que Porsenna no restableció en el trono a Tarquinio, el cual permaneció exiliado, primeramente en Tusculum y luego en Cumas.

Cuando las tropas de Porsenna emprenden la conquista de Aricia, los latinos coaligados cuentan con el apoyo decisivo de Aristodemo de Cumas, amigo de Tarquinio. La victoria es para los latinos y supone la liberación de Roma y la huida de Porsenna. Sin embargo, el exilio en Cumas de Tarquinio continúa hasta su muerte, acaecida en el 495. En Roma ya se había producido el cambio de régimen, en cierto modo de forma constitucional, pues la tradición nos dice que los dos primeros cónsules fueron elegidos por los Comicios Centuriados, tal como Servio Tulio había prescrito. Pero ante estas razones externas, además de la invasión de Roma por Porsenna, que obviamente fue decisiva, hay que tener en cuenta el clima exterior antimonárquico característico de esta época. Más o menos contemporáneas a la creación de la República romana, se atestigua la existencia de magistraturas republicanas en diversas ciudades etruscas: Orvieto, Vulci, Tarquinia y, posteriormente, Chiusi. El estatuto de Cerveteri, en torno al 500, era a medias republicano y monárquico, como se desprende de la inscripción de las tablas de oro de Pyrgi, donde el representante de la ciudad, Thefarie Velianas, no es calificado como rey (lucumón), sino más bien como un magistrado, aunque no anual, pues se desprende que llevaba tres años ejerciendo sus funciones. La última ciudad etrusca que mantuvo la monarquía fue Veyes, según Tito Livio. Afirma éste que las ciudades etruscas, que ya no estaban gobernadas por reyes, negaron su apoyo a Veyes en su guerra con Roma porque tenía un rey y por odio a la monarquía.

Así pues, como señala Mazzarino, se produjo una "experiencia vivida solidaria y simultáneamente en Roma, en Cerveteri, en Tarquinia, en Capua...según la cual cada ciudad se esforzaba en un trabajo común, en paz o en guerra, para encontrar soluciones al problema que había planteado la desaparición de la monarquía". En Roma se dio la paradójica situación de que la República se instauró bajo el dominio o protectorado que sobre la ciudad ejercía Porsenna. En estas circunstancias tan difíciles (guerras entre Porsenna y los Tarquinios, entre el primero y la Liga latina junto con Aristodemo de Cumas...) Roma inició una forma de gobierno que llenará el repentino vacío político sin ser, por otra parte, dueña absoluta de su política. En medio de esta incierta situación se fueron dibujando las nuevas instituciones.

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