El imperialismo británico
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Independencias ameri
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Otro de los tópicos que sobre la independencia americana se manejan tradicionalmente es que de una forma inmediata, casi automática, tras la emancipación, la dominación española fue reemplazada por la británica, razón por la cual son numerosos los historiadores que inclusive agregan la pregunta de entonces para qué emanciparse. Como esa dominación sólo se produjo en el terreno económico, algunos autores hablan de un "imperialismo informal". Y si bien arribaron a los puertos americanos comerciantes británicos, también lo hicieron otros de distinto origen, como franceses, alemanes o norteamericanos, que tuvieron una menor repercusión económica. Por ello su papel está mucho menos estudiado que el de los británicos, que han recibido mayor atención. En realidad lo que se observa en el primer cuarto del siglo XIX es un aumento considerable de la presencia comercial y financiera británica en el continente, al abrigo de la protección que les prestaba su propio gobierno y al temor de represalias navales que sentían las autoridades latinoamericanas. Primero, la mayor producción de excedentes manufacturados, principalmente textiles, y luego el bloqueo napoleónico , revalorizaron enormemente el papel de los mercados americanos, aunque hay que reconocer que sólo entre 1805 y 1808 los mercados americanos fueron realmente importantes para los mercaderes británicos, en fechas coincidentes con los fallidos intentos británicos de apoderarse del Río de la Plata (me refiero a las llamadas invasiones inglesas de 1806 y 1807).
Las importaciones británicas en América Latina, que en el pasado se realizaban bien indirectamente, aprovechando la infraestructura mercantil que los ingleses tenían en los pueblos de la bahía de Cádiz, o bien directamente a través de las múltiples rutas del contrabando, crecieron rápidamente a partir de 1805 por los motivos antes mencionados. Ese año el valor importado fue de 7.700.000 libras esterlinas y el máximo se alcanzó en 1809 con cerca de 18.500.000 libras, para caer posteriormente. En 1811 apenas se superaban los 11.500.000 libras y el mínimo se alcanzó en 1816 con 2.100.000 libras. A partir de 1825, y en las décadas de los 30 y los 40, las importaciones británicas oscilaban entre los 4 y los 6 millones de libras, correspondiendo al Brasil entre la tercera parte y la mitad del tráfico. En base a estas cifras se argumenta que el control ejercido por los mercaderes británicos sobre el comercio latinoamericano fue casi total. De acuerdo con esta interpretación todo ello se traduciría en una desigual competencia con las manufacturas domésticas, que estaban condenadas a desaparecer; en la postergación de los comerciantes locales, por su menor capacidad financiera; en un aumentó considerable del paro y en grandes trabas para el desarrollo de marinas mercantes de pabellón nacional. Si bien a partir de 1810 los británicos introdujeron grandes cantidades de textiles baratos de algodón (creando una demanda hasta entonces inexistente, ya que el consumo popular se centraba en productos de lana de baja calidad), esto no significó necesariamente la destrucción de las manufacturas locales, que sobrevivieron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, es decir, hasta la construcción de los ferrocarriles.
Se puede señalar que más afectadas que las manufacturas locales (o nacionales), resultaron algunos circuitos interregionales, como el de los textiles peruanos baratos que antiguamente abastecía al virreinato del Río de la Plata o el de los tejidos de algodón de Socorro, en Nueva Granada, comercializados en la zona aurífera de Antioquía. En este último caso, cuando el oro se destinó de forma creciente a pagar las importaciones de textiles, los intercambios internos se resintieron de forma considerable. Las enormes distancias existentes en América, así como los accidentes geográficos (grandes cordilleras, ríos infranqueables, falta de puentes y caminos, etc.), funcionaron como una eficaz barrera proteccionista que permitió durante bastantes décadas la subsistencia de buena parte de la artesanía tradicional. También se ha argumentado que el gran golpe contra las manufacturas americanas fue anterior al desembarco masivo de los británicos y que la importación española de productos de lujo antes de la emancipación ya había limitado de forma considerable las manufacturas urbanas. La revolución industrial inglesa hizo posible grandes avances en la productividad del sector manufacturero, razón por la cual los precios de las manufacturas británicas tendieron a bajar, y si bien las materias primas sufrieron un movimiento similar, éste no fue tan brusco como el de las primeras. Así por ejemplo, los tejidos de algodón baratos bajaron casi un 75 por ciento entre 1810 y 1850 y en conjunto se puede afirmar que los productos ingleses bajaron casi un 50 por ciento entre las mismas fechas.
La mejora en los términos de intercambio para las exportaciones latinoamericanas favoreció la apertura económica, aunque ésta no sería sensible sino a partir de mediados del siglo. El otro sector donde la presencia británica tuvo importancia fue el financiero, aunque en los años posteriores a la independencia no se produjo un movimiento masivo de inversiones británicas, ni de ningún otro origen, debido fundamentalmente a la gran inseguridad que provocaba un continente que recién emergía de sus guerras de independencia. La caída operada en la producción de metales preciosos y el aumento de los gastos gubernamentales, consecuencia de los enfrentamientos bélicos, hicieron necesaria la llegada de capitales, provenientes mayoritariamente de empréstitos negociados por bancos británicos en el mercado londinense. Los crecientes gastos financieros, producto del endeudamiento del período bélico, aumentaron la necesidad de capitales foráneos. Sin embargo, la crisis que afectó a la City londinense en 1825 hizo que a partir de ese momento cesara prácticamente por completo la presencia financiera inglesa en el continente y que hubiera que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que los lazos se restablecieran con entera normalidad. Otro factor que debió haber influido en la rápida expansión del endeudamiento externo pudo haber sido el del mayor costo del dinero en los mercados americanos. D.C.M. Platt señala que en 1824 el gobierno de Buenos Aires intentó aprovechar la coyuntura favorable que ofrecía el mercado londinense, ante la imposibilidad de obtener préstamos locales por menos del 14 por ciento de interés anual.
Evidentemente que se trata de un punto que requiere mayores investigaciones, siguiendo el camino trazado por Bárbara Tenenbaum en su trabajo sobre los agiotistas mexicanos y los préstamos a intereses verdaderamente usurarios que ofrecían a los distintos gobiernos de Antonio López de Santa Anna . Hasta 1825 los empréstitos latinoamericanos negociados en Londres sumaron más de 20 millones de libras esterlinas, destacando ampliamente Colombia y México, seguidos a gran distancia por Brasil. Como bien señala Carlos Marichal, la atracción de las riquezas latinoamericanas (reales o imaginarias) fue un factor decisivo en uno de los primeros auges bursátiles del capitalismo del siglo XIX. En 1822 Colombia fue el primer país en firmar un contrato por un empréstito, y pronto fue seguido por Chile y Perú. En 1825 la mayoría de las nuevas repúblicas ya se habían iniciado en el tema de la deuda externa. Los bonos de Argentina, Brasil, la Federación Centroamericana, Chile, Gran Colombia, México y Perú se compraban y vendían con entera normalidad en la bolsa londinense hasta la catástrofe financiera de diciembre de 1825. A fines de la década de 1820 los países latinoamericanos estaban sumidos en una grave crisis financiera vinculada con la deuda externa. En abril de 1826 Perú suspendió pagos y a los pocos meses fue seguido por la Gran Colombia. A mediados de 1828, con la única excepción de Brasil, todos los países latinoamericanos habían suspendido sus pagos de la deuda y ningún banco londinense quería saber nada de realizar negocios en América Latina.
En este terreno sería importante analizar el papel jugado por los "merchant banks" londinenses en las inversiones latinoamericanas, ya que resulta bastante probable que algunas de estas empresas se hayan nutrido en buena parte con el capital retornado de América en los años de las guerras de la independencia y posteriores. Este podía ser el caso de la Casa de Mildred y Goyeneche o de Murrieta y Compañía, vinculados con la actividad económica española y también con la peruana. Otro aspecto que vale la pena analizar es el de las inversiones directas de capital europeo que se produjeron, especialmente en relación con la minería, tratando de beneficiarse del boom financiero de 1824-1825. Se crearon numerosas empresas, algunas con fines francamente especulativos, destinadas a invertir en la minería en México, Perú, Colombia, Argentina y Brasil. En esos años se crearon en Londres 624 sociedades anónimas, de las que sólo 46 tenían negocios con América, pero su importancia era mucho mayor de lo que se puede apreciar a simple vista, ya que esas 46 empresas invirtieron casi la mitad de los capitales arriesgados por el conjunto de las sociedades anónimas. Sin embargo, la mayor parte de estas inversiones terminaron en el más absoluto de los fracasos, muchas veces porque el entusiasmo de los mercaderes e inversores británicos se acompañaba de una gran ignorancia y desconocimiento acerca del territorio americano, del funcionamiento de sus mercados y del comportamiento de sus nuevos socios.
Otras, porque la insuficiencia de capitales fue clave para condenar al fracaso a muchas inversiones programadas detalladamente. Fueron frecuentes los casos de modernas maquinarias a vapor importadas de Gran Bretaña que se oxidaron en los puertos y no pudieron trasladarse a los centros mineros porque no se contaba con métodos de transporte adecuados. Comportamientos exitosos como el de la empresa minera de capital anglomexicano Real del Monte no abundan. Los historiadores suelen juzgar el endeudamiento externo como algo negativo para las economías de los distintos países. Parten de la base, siguiendo criterios mercantilistas, de que el déficit de la balanza de pagos es perjudicial para el desarrollo, sin considerar que las entradas de capital extranjero son un mecanismo que permite disponer a los países de un mayor volumen de recursos. En la mayoría de los países latinoamericanos, el capital extranjero, especialmente desde la segunda mitad del siglo, colaboró a financiar la construcción de infraestructura económica, a poner en explotación los recursos primarios inexplotados, o subexplotados, hasta entonces, a equilibrar la balanza de pagos y a aumentar considerablemente el volumen de las exportaciones.
Las importaciones británicas en América Latina, que en el pasado se realizaban bien indirectamente, aprovechando la infraestructura mercantil que los ingleses tenían en los pueblos de la bahía de Cádiz, o bien directamente a través de las múltiples rutas del contrabando, crecieron rápidamente a partir de 1805 por los motivos antes mencionados. Ese año el valor importado fue de 7.700.000 libras esterlinas y el máximo se alcanzó en 1809 con cerca de 18.500.000 libras, para caer posteriormente. En 1811 apenas se superaban los 11.500.000 libras y el mínimo se alcanzó en 1816 con 2.100.000 libras. A partir de 1825, y en las décadas de los 30 y los 40, las importaciones británicas oscilaban entre los 4 y los 6 millones de libras, correspondiendo al Brasil entre la tercera parte y la mitad del tráfico. En base a estas cifras se argumenta que el control ejercido por los mercaderes británicos sobre el comercio latinoamericano fue casi total. De acuerdo con esta interpretación todo ello se traduciría en una desigual competencia con las manufacturas domésticas, que estaban condenadas a desaparecer; en la postergación de los comerciantes locales, por su menor capacidad financiera; en un aumentó considerable del paro y en grandes trabas para el desarrollo de marinas mercantes de pabellón nacional. Si bien a partir de 1810 los británicos introdujeron grandes cantidades de textiles baratos de algodón (creando una demanda hasta entonces inexistente, ya que el consumo popular se centraba en productos de lana de baja calidad), esto no significó necesariamente la destrucción de las manufacturas locales, que sobrevivieron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, es decir, hasta la construcción de los ferrocarriles.
Se puede señalar que más afectadas que las manufacturas locales (o nacionales), resultaron algunos circuitos interregionales, como el de los textiles peruanos baratos que antiguamente abastecía al virreinato del Río de la Plata o el de los tejidos de algodón de Socorro, en Nueva Granada, comercializados en la zona aurífera de Antioquía. En este último caso, cuando el oro se destinó de forma creciente a pagar las importaciones de textiles, los intercambios internos se resintieron de forma considerable. Las enormes distancias existentes en América, así como los accidentes geográficos (grandes cordilleras, ríos infranqueables, falta de puentes y caminos, etc.), funcionaron como una eficaz barrera proteccionista que permitió durante bastantes décadas la subsistencia de buena parte de la artesanía tradicional. También se ha argumentado que el gran golpe contra las manufacturas americanas fue anterior al desembarco masivo de los británicos y que la importación española de productos de lujo antes de la emancipación ya había limitado de forma considerable las manufacturas urbanas. La revolución industrial inglesa hizo posible grandes avances en la productividad del sector manufacturero, razón por la cual los precios de las manufacturas británicas tendieron a bajar, y si bien las materias primas sufrieron un movimiento similar, éste no fue tan brusco como el de las primeras. Así por ejemplo, los tejidos de algodón baratos bajaron casi un 75 por ciento entre 1810 y 1850 y en conjunto se puede afirmar que los productos ingleses bajaron casi un 50 por ciento entre las mismas fechas.
La mejora en los términos de intercambio para las exportaciones latinoamericanas favoreció la apertura económica, aunque ésta no sería sensible sino a partir de mediados del siglo. El otro sector donde la presencia británica tuvo importancia fue el financiero, aunque en los años posteriores a la independencia no se produjo un movimiento masivo de inversiones británicas, ni de ningún otro origen, debido fundamentalmente a la gran inseguridad que provocaba un continente que recién emergía de sus guerras de independencia. La caída operada en la producción de metales preciosos y el aumento de los gastos gubernamentales, consecuencia de los enfrentamientos bélicos, hicieron necesaria la llegada de capitales, provenientes mayoritariamente de empréstitos negociados por bancos británicos en el mercado londinense. Los crecientes gastos financieros, producto del endeudamiento del período bélico, aumentaron la necesidad de capitales foráneos. Sin embargo, la crisis que afectó a la City londinense en 1825 hizo que a partir de ese momento cesara prácticamente por completo la presencia financiera inglesa en el continente y que hubiera que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que los lazos se restablecieran con entera normalidad. Otro factor que debió haber influido en la rápida expansión del endeudamiento externo pudo haber sido el del mayor costo del dinero en los mercados americanos. D.C.M. Platt señala que en 1824 el gobierno de Buenos Aires intentó aprovechar la coyuntura favorable que ofrecía el mercado londinense, ante la imposibilidad de obtener préstamos locales por menos del 14 por ciento de interés anual.
Evidentemente que se trata de un punto que requiere mayores investigaciones, siguiendo el camino trazado por Bárbara Tenenbaum en su trabajo sobre los agiotistas mexicanos y los préstamos a intereses verdaderamente usurarios que ofrecían a los distintos gobiernos de Antonio López de Santa Anna . Hasta 1825 los empréstitos latinoamericanos negociados en Londres sumaron más de 20 millones de libras esterlinas, destacando ampliamente Colombia y México, seguidos a gran distancia por Brasil. Como bien señala Carlos Marichal, la atracción de las riquezas latinoamericanas (reales o imaginarias) fue un factor decisivo en uno de los primeros auges bursátiles del capitalismo del siglo XIX. En 1822 Colombia fue el primer país en firmar un contrato por un empréstito, y pronto fue seguido por Chile y Perú. En 1825 la mayoría de las nuevas repúblicas ya se habían iniciado en el tema de la deuda externa. Los bonos de Argentina, Brasil, la Federación Centroamericana, Chile, Gran Colombia, México y Perú se compraban y vendían con entera normalidad en la bolsa londinense hasta la catástrofe financiera de diciembre de 1825. A fines de la década de 1820 los países latinoamericanos estaban sumidos en una grave crisis financiera vinculada con la deuda externa. En abril de 1826 Perú suspendió pagos y a los pocos meses fue seguido por la Gran Colombia. A mediados de 1828, con la única excepción de Brasil, todos los países latinoamericanos habían suspendido sus pagos de la deuda y ningún banco londinense quería saber nada de realizar negocios en América Latina.
En este terreno sería importante analizar el papel jugado por los "merchant banks" londinenses en las inversiones latinoamericanas, ya que resulta bastante probable que algunas de estas empresas se hayan nutrido en buena parte con el capital retornado de América en los años de las guerras de la independencia y posteriores. Este podía ser el caso de la Casa de Mildred y Goyeneche o de Murrieta y Compañía, vinculados con la actividad económica española y también con la peruana. Otro aspecto que vale la pena analizar es el de las inversiones directas de capital europeo que se produjeron, especialmente en relación con la minería, tratando de beneficiarse del boom financiero de 1824-1825. Se crearon numerosas empresas, algunas con fines francamente especulativos, destinadas a invertir en la minería en México, Perú, Colombia, Argentina y Brasil. En esos años se crearon en Londres 624 sociedades anónimas, de las que sólo 46 tenían negocios con América, pero su importancia era mucho mayor de lo que se puede apreciar a simple vista, ya que esas 46 empresas invirtieron casi la mitad de los capitales arriesgados por el conjunto de las sociedades anónimas. Sin embargo, la mayor parte de estas inversiones terminaron en el más absoluto de los fracasos, muchas veces porque el entusiasmo de los mercaderes e inversores británicos se acompañaba de una gran ignorancia y desconocimiento acerca del territorio americano, del funcionamiento de sus mercados y del comportamiento de sus nuevos socios.
Otras, porque la insuficiencia de capitales fue clave para condenar al fracaso a muchas inversiones programadas detalladamente. Fueron frecuentes los casos de modernas maquinarias a vapor importadas de Gran Bretaña que se oxidaron en los puertos y no pudieron trasladarse a los centros mineros porque no se contaba con métodos de transporte adecuados. Comportamientos exitosos como el de la empresa minera de capital anglomexicano Real del Monte no abundan. Los historiadores suelen juzgar el endeudamiento externo como algo negativo para las economías de los distintos países. Parten de la base, siguiendo criterios mercantilistas, de que el déficit de la balanza de pagos es perjudicial para el desarrollo, sin considerar que las entradas de capital extranjero son un mecanismo que permite disponer a los países de un mayor volumen de recursos. En la mayoría de los países latinoamericanos, el capital extranjero, especialmente desde la segunda mitad del siglo, colaboró a financiar la construcción de infraestructura económica, a poner en explotación los recursos primarios inexplotados, o subexplotados, hasta entonces, a equilibrar la balanza de pagos y a aumentar considerablemente el volumen de las exportaciones.