El gusto de la época: la atracción por lo exótico

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Sin haber transcurrido dos años de estancia en Roma, la vida tranquila y un tanto rutinaria de Fortuny se ve radicalmente alterada por un nuevo viaje, en este caso a África, que le propone la Diputación de Barcelona. No se trataba ya de copiar estatuas y obras clásicas en Academias y Museos, sino de actuar como cronista gráfico de la guerra hispano-marroquí, en la que los soldados catalanes y su paisano, el general Prim, jugaron un brillante papel. A Fortuny debió entusiasmarle la idea y en pocos días hizo los preparativos para trasladarse a Marruecos. La Diputación cubriría las necesidades de tipo práctico de él y de Jaime Escriu, que le acompañaba en calidad de ayudante. Por su parte, se comprometía a recoger en distintos lienzos episodios relevantes y vistas típicas. El 12 de febrero de 1860, Fortuny y su futuro cuñado llegaban a la playa de Tetuán, iniciándose una corta -dos meses y medio- pero intensa y fructífera etapa de trabajo. Tras la prolongada campaña -militar y científica- de Napoleón en Egipto, se había casi institucionalizado en Europa la costumbre de enviar dibujantes, pintores, escritores y estudiosos a las distintas contiendas que irán sucediéndose en Oriente y en América. Fortuny fue uno de estos cronistas y como tal estuvo conviviendo con otros compañeros enviados también por Academias y revistas ilustradas. Precisamente el escritor francés Carlos Iriarte nos dejará una impagable semblanza del pintor, un retrato de Fortuny en Marruecos: "Casi siempre silencioso, nada comunicativo, pero sin tristeza ni mal humor, condescendiente, atento y benévolo.

.. Fortuny vivía en medio de nosotros absorbido en fecunda contemplación y solicitado por todos lados y a la vez por mil episodios brillantes, pintorescos, inesperados y dramáticos que se desenvolvían ante él". Toma numerosos apuntes, bocetos, hace croquis; todo le servirá después para componer las pinturas, los cuadros, en los que ha de dejar constancia de la actuación de los ejércitos españoles. Para ello no elude ningún riesgo, se adentra en campamentos enemigos e, incluso, asiste a la cruenta batalla de Wad-Ras. Aunque desempeñó bien su papel de cronista gráfico, los asuntos bélicos no llenaron todo su tiempo, y la otra vertiente que le ofrecía el viaje fue a la larga más apreciada por él. Desde los primeros momentos se sintió seducido por aquel mundo diferente, vivo y cambiante. Iriarte sigue contándonos que rechazó la residencia oficial -un palacio parecido a la Alhambra- para vivir casi al aire libre, pues necesitaba "la impresión de la calle, el espectáculo de la vida oriental, el episodio característico, ocupado en coleccionar los documentos que debían servirle para pintar los primeros cuadros importantes". A través de esos documentos, compuestos por dibujos, acuarelas, tablitas al óleo, consigue un extraordinario dominio de la técnica y del vocabulario artístico. Líneas exactas, expresivas, rotundas o minuciosas; colores captados bajo la intensa luz del sol; escenas compuestas directamente del natural. Difícil sintetizar mejor que uno de sus amigos, el pintor Vertumini, el significado de este aprendizaje único: "cuando salió de Roma era un simple discípulo, después de su breve ausencia volvió convertido en un artista completo" (Marqués de Lozoya, 1975).

A Marruecos le debe Fortuny esa tremenda versatilidad con la que supo traducir y expresar en imágenes todo aquello que llamaba su atención. En Marruecos, frente al natural se libera de convencionalismos y preocupaciones académicas, actúa por sí mismo y en Marruecos experimenta un mundo nuevo. Sus ambientes, en los que profundizará en sucesivos viajes, le atrajeron de manera especial, calaron hondo en su fina sensibilidad, dedicándose a ellos prácticamente hasta el final de su vida. Será, a partir de ahora, el mejor orientalista español -sólo igualado en ocasiones por Francisco Lameyer (1825-1877)- además de figura destacada y divulgador de estos temas en el contexto europeo. Pocos días antes de terminar la guerra, regresa a España. Visita por primera vez el Museo del Prado, interesándose por Velázquez, Ribera y Goya y conecta con el ambiente artístico madrileño; conoce a Federico de Madrazo (1815-1894) gracias a su compañero de estudios el pintor Francisco Sans Cabot (1828-1881). Una vez en Barcelona, los profesores de la Academia aprecian la calidad de los dibujos que trae de África y animan a la Diputación para que le costee un viaje de estudios por Europa. El objetivo, preparar el gran telón (300 x 972 cm) que le obsesionará toda su vida, La batalla de Tetuán -pintura que quedó inacabada en su estudio de Roma, por lo que tuvo que indemnizar a la Diputación de Barcelona-.

Finalmente su viaje se limita a París; los museos del Louvre, Luxemburgo y Versalles, especialmente la Galería de las Batallas, le aportan un completísimo repertorio de pinturas con temática histórica. Entre las de mayor celebridad, La batalla de Smalah, de Horace Vernet (1789-1863), y Mario, vencedor de los cimbrios, de Alexandre-Gabriel Decamps (1803-1860), le servirán de modelo en su formato y composiciones para Tetuán y Wad-Ras. Junto a obras ejemplares, Fortuny irá fijándose en toda una serie de pinturas orientalistas, viendo distintas interpretaciones en Gabriel Descamps, Eugéne Fromentin (1820-1876) o el que será su preferido, Eugéne Delacroix (1798-1863).

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